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name="Compose message area"><FONT size=2 face=Arial>
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<HR>
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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa</FONT><BR><U>19 de octubre 2012</U><BR><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical</FONT><BR>Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: <A
title="mailto:germain5@chasque.net CTRL + clic para seguir el vínculo"
href="mailto:germain5@chasque.net">germain5@chasque.net</A></FONT></STRONG><A
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title="mailto:germain5@chasque.net CTRL + clic para seguir el vínculo"
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Uruguay</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG><FONT size=3>Le decían
Bebe</FONT></STRONG> <BR> <BR><STRONG> <BR>Guillermo Garat/Eliana
Gilet </STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG>Brecha, Montevideo,
19-10-2012</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><A
title="http://www.brecha.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo"
href="http://www.brecha.com.uy/"><STRONG>http://www.brecha.com.uy/</STRONG></A></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><FONT size=3
face=Calibri></FONT><BR> <BR></FONT><FONT size=2 face=Arial>Con su
perspectiva habitual, la televisión prefirió hablar de la "temible insurrección"
de los jóvenes de la orilla. Este relato se propone otro eje: hubo un muerto.
</FONT></DIV><FONT size=2 face=Arial>
<DIV align=justify><BR>Era domingo. Por fin la primavera se había dignado dar un
respiro y suspender la lluvia que todo lo convierte en barro. Por lo menos en
esta parte de la ciudad. Había pasado el mediodía y la plaza, sin otro
mobiliario que pasto y un anfiteatro desvencijado, oficiaba como siempre de
lugar de esparcimiento; estaba lleno de gente. En sus alrededores paseaban los
de la Iglesia con los gurises, otros venían cargando sus pertenencias de vuelta
de pasarse la mañana en la feria, y estaban los pibes sentados en la escalerita
del anfiteatro de Marconi: una estructura que consta de un escenario a dos
metros del suelo y una pared detrás con un mural de unos tambores que el tiempo
y la intemperie han ido despintando. Contra el muro de los talleres de los
salesianos de Don Bosco, por Trápani a unos metros de Aparicio Saravia, el Bebe
recostaba la espalda y estiraba las piernas, como todos los días. Aquel basural,
en frente a la casa de su familia, era el lugar donde le daba fuego a la pipa,
de espalda a los grafitis que siguen diciendo "Todos somos Marconi", que
insinúan apodos de algunos botijas o que informan del número de lista de un
candidato a concejal con un trazado caligráfico tosco y grafía para el infarto
de maestras y reales academias. Dice uno de los vecinos que al Bebe le daba
vergüenza fumar pasta. Que se tapaba la cabeza con la capucha para disimular,
que alejaba a los niños que se le acercaban al verlo contra el muro, que ellos
nada tenían que mirar ahí, que se fueran. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Acostumbrado a que la basura le brindara el mango miró el
cielo sin nubes que no anunció nada de lo que pasaría. En los días siguientes,
esa esquina irá llenándose de basura cuando los recolectores -y también el único
bondi que entra por Aparicio Saravia para ese lado, el 405- dejen de pasar.
Pañales desechables, bolsas plásticas ennegrecidas, plásticos de molde partidos,
los restos calcinados de dos motos y miles de objetos clasificables sólo como el
desperdicio del desperdicio, son parte del paisaje.</DIV>
<DIV align=justify><BR>A unas cuadras, muy cerca de esta escena barrial de
domingo, sucedía otra, también cotidiana. Revólver en mano, la rapiña fue fácil.
Puede que no haya sido la primera, puede que tampoco sea la última. Huyeron en
moto y fueron a reunirse al paisaje del descampado alrededor del anfiteatro, a
diez cuadras. Dicen los que estaban que no sabían nada de lo que acababa de
suceder en la panadería Galegus, en Rancagua y Torricelli. Los que sí sabían
eran los policías. De alguna manera llegó el dato a la comisaría de la calle
Millán, cerquita del Miguelete, de que la moto con la que habían escapado raudos
estaba en el descampado del anfiteatro. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Todo puede pudrirse en segundos, o en tres minutos, que
es lo que dura el video que filmó una de las vecinas que estaba en la vuelta.
Fue, tal vez, la certeza del abuso que se vendría la que la llevó a levantar el
celular y apuntarlo hacia las patrullas, hacia los pibes tirados en el piso,
hacia el remolino de gente que se empezó a formar alrededor. Otra vez arroz.
Otra vez atroz. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Los móviles policiales entraron meta sirena. La patrulla
encontró la moto y a los gurises que tomaban el sol desde hacía un rato sentados
en la escalerita de hormigón que sube al escenario. Todos contra la pared, o
mejor, al piso. </DIV>
<DIV align=justify><BR>La tensión subió como sólo sube cuando la Policía
aparece. La gente que estaba en la vuelta se acercó. El ruido del ambiente
aumentó con ellos. Todos están atentos. Hay un par de mujeres que discuten
acaloradamente con los policías. Éstos empiezan a llevarse esposados a la
camioneta a los pibes que estaban en la escalerita, a los que encontraron cerca
de la moto. Esos que no tuvieron parte en el asunto. Así lo entenderá el juez
que horas más tarde se haría cargo del expediente. El juez Nelson dos Santos
liberará a esos ocho pibes que la Policía está llevándose en este momento.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Ahí van dos más", se oye decir en la vocecita de un
niñito que mira la escena pegado a quien sostiene el celular convertido en
cámara testigo. En el video se ve claramente cómo es una sola piedra la que pasa
rozando la cabeza de un policía pelado que está parado, arma en mano, frente a
la camioneta donde están cargando a los detenidos. Inmediatamente, el que tiene
enfrente, de boina y de espaldas a la cámara, tira el primer tiro, apuntando
levemente hacia arriba, como hacia el lugar de donde pudo haber venido la
piedra. Ya no hay vuelta atrás. La chica con la cámara corre y sólo puede verse
el pasto del descampado mezclado con el barro, y escucharse otro tiro, y otro, y
otro más. "¡Corré! ¡Andá para adentro!", son de las pocas palabras reconocibles
entre el tiroteo que se ha generado. Se escuchan diez disparos y luego sólo
gritos. Los tiros terminan cuando la cámara vuelve a enfocar la escena. Es que
la Policía se retiró y ya no hay quién tire. Los móviles se alejaron unos metros
dejando un cuerpo acurrucado en el piso, con las rodillas junto al pecho. La
gente grita a los policías que aún observan la escena a escasos metros: "¡Lo
dejaron tirado!". Unos gurises se acercan y se le arrodillan al lado. Sólo se
escuchan gritos y una pequeña multitud empieza a agruparse en torno al cuerpo
del Bebe que está en el piso. "¡Cuidado! ¡Siguen tirando!" Desde una de las
patrullas y la camioneta largan un par de tiros más antes de irse
definitivamente con los ocho pibes detenidos. El Bebe se desangra por la bala
que le partió el pecho sobre el piso mugriento de la calle Trápani, a menos de
una cuadra de la casa donde viven sus padres y su hermana. Se muere lentamente
con la cara vuelta hacia el basural al que a veces lograba sacarle un mango.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>En la mañana del lunes de lo primero que se escuchó
hablar fue de los hechos de "desobediencia civil" que se dieron en el barrio
Marconi, según lo catalogó el jefe de Policía de Montevideo, Diego Fernández. Y
como acto reflejo, aparece la mención a la "zona roja", a los antecedentes del
muerto -que el último era de 2006- y a las estrellas de todos los análisis: las
"bocas" y la pasta base. Pero la pasta no fue la que mató al Bebe, fue la
Policía. El juez de la causa dictaminó el martes que la bala provino de una de
las armas de los uniformados, de uno de los cinco que luego dejaría libres en
calidad de emplazados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Como era domingo, la policlínica Misurraco, ubicada a
tres cuadras del anfiteatro, estaba cerrada. Así que un vecino llevó en la caja
de su camioneta el cuerpo del Bebe hasta la policlínica de Capitán Tula, en
Maroñas, a cuatro quilómetros de ahí. Llegó muerto.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Su madre y su hermana llegaron como locas buscándolo, y
sólo recibieron destratos. Contó la madre que el policía de la policlínica la
trató de "sucia" y que a su hija la pateó en la vulva. Dicen en el barrio que al
padre también le dieron unos viandazos en la Comisaría 12 cuando fue a hacer la
denuncia. La misma comisaría de la que provinieron los efectivos que
acribillaron a su hijo y lo dejaron tirado en la calle, sin asistencia.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La noticia corrió como reguero de pólvora. La ira de los
vecinos estalló y también un deseo gregario de marcar la cancha a sangre y
fuego, como forma de protesta, de decir basta y de dejar bien clara la
territorialidad, aunque más no fuera por una hora.</DIV>
<DIV align=justify><BR>A la caída de la tarde del domingo, un grupo empezó
quemando cubiertas sobre Aparicio Saravia. Luego rellenaron de basura tres autos
que estaban en el lugar y también les tocaron fuego. Y ahí algunos aprovecharon
la volada para meter mano en saco ajeno. En la noche sucedió el episodio que
tuvo más repercusión. Un taxi iba por Aparicio Saravia hacia Mendoza cuando se
dio de lleno con el corte de calle y las volutas de humo negro que salían de los
autos que ardían. Una vecina comentó que la pasajera se bajó y que el tachero
intentó una maniobra para volver sobre lo andado, pero que lo interceptaron, lo
bajaron del auto -a punta de pistola según diría más tarde- y se llevaron el
vehículo para alimentar la hoguera de la furia.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La Policía cercó el barrio en respuesta a los desmanes.
Puso dos retenes, uno sobre San Martín y otro sobre Mendoza. Ningún vehículo
podía entrar por Aparicio Saravia, y los que intentaban salir debían presentar
documentos ante los uniformados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo que colmó la paciencia de los vecinos fue la misma
respuesta policial. El sentimiento no es nuevo en estos barrios, el
relacionamiento con la Policía dista de ser considerado siquiera trato. Que los
traten de "pichis" o de "mugrientos" ya no los sorprende. </DIV>
<DIV align=justify><BR>"Si no quemamos autos no nos dan bola", diría un pibe a
la prensa el martes en el Cementerio del Norte, donde el Bebe fue enterrado.
"Los efectivos policiales, principalmente de la Guardia Republicana -según
informó El País el martes 16-, esperaban la llegada de los familiares de Sosa
-el Bebe- fuertemente armados ante la posibilidad de una represalia por la
muerte del joven. Sobre las 18.30, sin embargo, el jefe del operativo pidió que
se deshiciera el cordón que habían formado para esperarlos, ya que a la salida
del Cementerio se habían dispersado."</DIV>
<DIV align=justify><BR>En la mañana del miércoles los esqueletos calcinados de
los tres autos -al taxi lo sacó la Policía- componen la pista visible de la
tragedia del fin de semana. El relinchar repentino y el trote en círculos del
caballo asustado atado en la esquina de Aparicio Saravia y Jacinto Trápani son
los únicos sonidos que cortan el silencio sordo que lo inunda todo. Hay una
calma extraña en el lugar, como si la gente hubiese desaparecido. Llovizna
finito y constante. Juan, uno de los concejales de la zona, sugiere refugiarse
bajo el escenario del anfiteatro. A poco de iniciar la conversa se le cierra la
garganta y se le caen un par de lágrimas que seca con su mano callosa de uñas
reventadas de llevar 48 años en una vida de trabajo. Le duelen las impotencias y
lo agobia la impunidad con que se casca y se mata a gurises que no han hecho
nada para recibir semejante respuesta. La pregunta de Juan es válida: "¿No
tienen un oficial a cargo del operativo que les diga lo que tienen que hacer?",
y su respuesta también: "Tiene que haber una cabeza pensante, no podés largar a
la Policía a los barrios marginales a reprimir, sino no a un oficial
inteligente".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Juan sabe que él es uno de los privilegiados, que
aprendió artes marciales y que pudo viajar por otros países y ciudades. Sabe que
eso fue lo que alejó la miseria. Expone sus planes, piensa en que si logra que
los pibes vivan una experiencia similar puede que el cantar sea otro: habla de
hacer campamentos, comidas, mostrarles otro mundo, trasmitir otras cosas,
sacarlos del encierro de este microclima. "Los pibes tienen vergüenza de decir
que son del barrio, dicen que son de Las Acacias." Habla de la estigmatización,
de que "nunquita" van a llamar de un laburo a un pibe del Marconi. Que los
canales de televisión privados y la prensa mayor "nos utilizan y nos miran.
Ahora estamos en el ojo de todo el mundo y es sólo por los hechos de violencia.
¿Por qué no vinieron antes, cuando trajimos al profesor de hip hop, o cuando
hacemos otras actividades de Carnaval? A nosotros nos buscan los antecedentes y
después ven si somos humanos, pero primero los antecedentes. (.) ¿Cuál es el
mensaje que están dando para el barrio?, ¿que nosotros somos menos que gente?
Vivimos como ratas, es injusto. Lo dejaron tirado como un perro".
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>