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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa<BR></FONT><U>5 de setiembre de 2013<BR></U><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical<BR></FONT>Montevideo -
Uruguay<BR>Redacción y suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Egipto<BR><BR>Todos en contra de la
democracia<BR></FONT></DIV></STRONG>
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<DIV align=justify><STRONG>Santiago Alba Rico <BR>Cuarto Poder<BR></STRONG><A
href="http://www.cuartopoder.es/"><STRONG>http://www.cuartopoder.es/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>Es difícil no considerar legítimas las protestas de
los HHMM (Hermanos Musulmanes) y no admirar su coraje y resistencia; y es
difícil justificar el golpe de Estado de un ejército que en pocos días ha matado
a casi mil personas. Pero por muy difícil que resulte, ése parece el camino
elegido, a derecha e izquierda, por las fuerzas políticas locales e
internacionales y por los medios de comunicación de todo el mundo. Las protestas
vagas y las llamadas a la “autocontención” y al “diálogo” por parte de la UE y
los EEUU se conjugan con los titulares de los periódicos y las televisiones, que
convierten una y otra vez a los HHMM en sujetos gramaticales de las frases –y en
fuente material de los “disturbios”- mientras que la feroz represión y las
víctimas de la misma aparecen como complementos circunstanciales o consecuencias
colaterales.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El País escribe, por ejemplo: “Los islamistas mantienen
su desafío a pesar de la represión”, en un ejercicio sutilísimo de contaminación
lingüística en virtud del cual los manifestantes partidarios del presidente
derrocado y de su partido legal se convierten en “islamistas” (término
fatalmente marcado por asociaciones injuriosas y criminalizadoras) y la feroz
represión de los golpistas, actores responsables de las matanzas, comparece casi
como una mera adversidad atmosférica (“mantienen su desafío a pesar de la lluvia
o del calor”). El titular de La Vanguardia, clon de los de otros muchos medios
españoles, redacta por su parte: “El Viernes de la Ira desata un nuevo baño de
sangre”, como si –una vez más– los partidarios de Mursi fueran los responsables,
y no las víctimas, de las masacres policiales. Aunque el colmo de la
sofisticación manipuladora corresponde a un gran periodista francés, Serge
Michel, corresponsal de Le Monde en Egipto, quien responde a las preguntas de
los lectores confirmando –a su pesar– que los manifestantes no tienen armas,
salvo piedras y cócteles molotov, para asegurar enseguida que “esa es
precisamente la estrategia de los HHMM: dejarse matar para hacerse pasar por las
víctimas”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>No hay nada lo bastante difícil cuando se ha decidido
ignorar la realidad y doblarla a favor de un proyecto suicida. Repugna sin duda
ver a los defensores de la democracia –los hipócritas y los sinceros, los que
aceptaron a regañadientes la salida de Moubarak y los que la pidieron a gritos
por su carácter dictatorial– engañarse ahora a sí mismos y hacer concesiones a
los militares fascistas en nombre del “mal menor” o del “despotismo ontológico”
de los islamistas. Todo “demócrata” encuentra alguna vez en su vida alguna
excepción que merece –o exige–abandonar los principios; alguna “causa mejor” en
nombre de la cual estaría permitido secuestrar presidentes, suspender
constituciones, detener, torturar y asesinar rivales políticos; y que permitiría
incluso llamar a eso “democracia”. Esa “causa mejor”, la que reúne por fin a la
derecha y a la izquierda por encima o por debajo de la “lucha de clases”, es la
islamofobia. Contra los HHMM todo está permitido, porque son los causantes
pasados, presentes y futuros de todas las tiranías y todos los abusos. Hagan lo
que hagan, digan lo que digan, simulen lo que simulen, llevan en su seno la
“dictadura”. Mejor adelantarse e imponer nosotros la nuestra, aunque ello lleve
a una renovación agravada del ciclo ya conocido de represión, radicalización,
terrorismo y despotismo.<BR>Quizás era una ingenuidad pensar que las
revoluciones árabes podían “normalizar políticamente” la región a través de una
democracia formal que visibilizase al menos la verdadera relación de fuerzas.
Pero mucho más ingenuo es creer que la violación de los principios y las reglas
que hemos defendido hasta ahora pueden garantizar mejor su aplicación. Cuando no
se tiene ni la fuerza militar ni el apoyo popular suficiente para alcanzar el
“socialismo”, la izquierda debía haber comprendido que la única manera de vencer
a los HHMM era precisamente defender la democracia frente a los que –desde fuera
y desde dentro– la han impedido durante décadas y que ahora, mientras unos pisan
el acelerador y otros al menos el embrague, vuelven a adueñarse de la Historia.
Si no por principio (lo que sería deseable), debían haberlo hecho como
“estrategia”. Ayudar al más fuerte y más malo a volver al poder es una de las
“astucias” más candorosamente suicidas a las que he asistido en mi vida.</DIV>
<DIV align=justify><BR>No me gusta, en todo caso, llamar a las cosas con nombres
livianos si tienen aristas duras. No me gusta dibujar alas de mariposa a los
cocodrilos. Y no estoy dispuesto a aceptar que nuestros “dobles raseros” y
nuestros “maquiavelismos” asesinos están al servicio de una causa mejor que las
de los imperialistas o los terroristas. Defender la democracia significa
enfrentarse a muchos enemigos: unos que matan sin reglas, como las instituciones
financieras y los acuerdos comerciales; y otros que matan contras las reglas,
como Pinochet y Gadafi y la CIA. Pero esas reglas –DDHH, democracia, Estado de
Derecho– deben ser el motor y el objetivo de cualquier proyecto emancipador de
izquierdas en cualquier lugar del mundo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Nunca hubo la menor oportunidad para una revolución
socialista en el mundo árabe; la izquierda que apoyó la llamada “primavera
árabe” lo hizo en nombre de la dignidad y contra las dictaduras, convencida en
apariencia de que dictadura significa arbitrariedad, imperio de la mafia y no de
la ley, privatización de la soberanía, represión y tortura y asesinato de los
ciudadanos. No podemos engañarnos. En Egipto ha habido un golpe de Estado tan
infame y sangriento como los más nefandos de América Latina, y en sus primeras
horas ha hecho más víctimas que el de Pinochet en el mismo tiempo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Con el estado de emergencia en vigor, suspendidos todos
los derechos, detenidos o asesinados todos los que se resisten, en Egipto hay
una dictadura militar. Mursi y sus partidarios tienen no sólo la legalidad:
también la razón y la justicia de su parte. Una izquierda digna de ese nombre
debería denunciar sin parar esta dictadura, como denunció las de Moubarak, Ben
Ali o Bachar Al-Assad, y apoyar, por principio, aunque no necesariamente con
simpatía, a los valientes que se enfrentan a ella en la calle, solidarizándose
con sus víctimas y sus familias. Los partidarios de Mursi están haciendo lo
mismo que hicieron –hicimos– en 2011 contra Moubarak, Ben Ali o Gadafi. Y si hay
un sector del pueblo que apoya a Al-Sissi, también lo había a favor de Moubarak,
de Ben Ali y del Assad. E incluso suponiendo que los miles de partidarios de los
HHMM no formen parte del pueblo (porque forman parte de un “complot terrorista”,
la misma cantinela de todos los dictadores en todas las épocas de la historia,
la misma de Gadafi, Ben Ali, Assad, Saleh, Moubarak, etc.), hay que decir que
los pueblos –como los individuos– unas veces aciertan y otras se equivocan.
Aciertan cuando derrocan a un dictador y se equivocan cuando lo restablecen. Una
dictadura es siempre una dictadura, la defienda quien la defienda; y un golpe de
Estado es siempre un golpe de Estado, por muchos millones que lo apoyen.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En Egipto hubo una revolución democrática en 2011 y la
posibilidad de una lenta revolución social. Abortando la primera, se ha detenido
también la segunda. No es difícil prever lo que viene: con guerra civil o no, la
confrontación y radicalización es segura; la dictadura también. Las revoluciones
árabes dejaron fuera de juego a los dictadores y a Al-Qaeda al mismo tiempo. Los
dictadores y Al-Qaeda vuelven también de la mano. Hubo una oportunidad para la
democracia y para la izquierda. Pero la propia izquierda ha preferido entregar
su oportunidad a los militares y los talibanes. Quizás sin su colaboración
habría ocurrido de todos modos. Pero entonces al menos tendrían la razón, la
democracia y el coraje de su parte, tres capitales que nos harán falta en el
futuro.</DIV>
<DIV align=justify><BR>A pesar de la izquierda, quizás una democracia o
democracita se salve en Túnez. El horror de Egipto, las concesiones de Nahda y
el papel metapolítico del sindicato UGTT (el equivalente en fuerza del Ejército
egipcio) pueden llevar a un acuerdo entre las fuerzas políticas con la
conservación de la Constituyente y un gobierno de Unión Nacional como
fundamentos. Pero no es seguro. Si así ocurriera, Túnez se convertiría en una
islita en la región, más o menos inofensiva, pero un buen ejemplo, en todo caso,
una vez pasada esta resaca de populismo golpista postmoderno. Pero no es seguro:
no obstante algunas voces lúcidas y sensatas, la confluencia de intereses entre
la derecha recedista, la izquierda radical y los yihadistas de Chaambi proyectan
sobre el país la amenaza de un revolcón en el oleaje anti-ikhuani de la región.
Sería terrible. Porque parafraseando a mi admirado amigo Sadri Khiari, no hay
ningún “lado bueno” para retroceder hacia la dictadura y el oscurantismo.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>