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<HR>
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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa</FONT><BR><U>22 de setiembre 2013</U><BR><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical</FONT><BR>Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: <A
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href="mailto:germain5@chasque.net">germain5@chasque.net</A></FONT></STRONG><A
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href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
title="mailto:germain5@chasque.net CTRL + clic para seguir el vínculo"
size=4></FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
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<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Uruguay<BR><BR>Violencia de
Estado<BR><BR>Llegaron los pitufos</FONT></STRONG><BR><BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Empleadas domésticas, cajeros de supermercado y hasta
un periodista: cientos de uruguayos se reciclan en operadores penitenciarios.
Esta semana se "recibieron" 223 nuevos operadores carcelarios, esos guardias de
celeste que no llevan armas y que los policías -a quienes reemplazan- apodaron,
con cierto recelo, "pitufos".</STRONG><BR><BR></DIV></FONT>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG>Sebastián Cabrera<BR>Qué
Pasa, 21, 9-2013<BR><A
href="http://www.elpais.com.uy/">http://www.elpais.com.uy/</A></STRONG><A
title="http://www.elpais.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo"
href="http://www.elpais.com.uy/"><STRONG
title="http://www.elpais.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo"></STRONG></A></FONT></DIV><FONT
size=2 face=Arial>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR> </DIV>
<DIV align=justify>Silvana Provenza era empleada doméstica. Manuela Herrera es
estudiante de psicología, Javier Sosa era periodista deportivo y Martín
Rodríguez empleado en una empresa de congelados. Pablo Nalerio trabajó en un
hogar del INAU. María Amarillo estaba sin empleo, vio una entrevista en el
programa Esta boca es mía de canal 12 y se dio cuenta que, en una de esas, la
cárcel podría ser una nueva oportunidad laboral para ella.</FONT></DIV><FONT
size=2 face=Arial>
<DIV align=justify><BR>Los seis tienen algo en común: son aspirantes a
operadores penitenciarios. Quieren ser "pitufos" (ese fue el mote que,
despectivamente, les pusieron los policías hace dos años cuando se creó esta
nuevo cargo) o carceleros, como mucha gente les sigue diciendo. Los operadores
penitenciarios son esos nuevos guardias que visten pantalón gris y buzo celeste,
un color pensado para diferenciarse de los policías. Llegaron a las cárceles
para, en teoría, buscar la rehabilitación de los presos. Su arma es el diálogo,
repiten. Y su cargo es de naturaleza civil, no son policías.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lunes, nueve de la mañana. Hay algo más de 20 personas en
una de las aulas de la Escuela de Capacitación Penitenciaria, que funciona donde
antes era la cárcel de mujeres de Cabildo. En esta escuela se capacitan desde
2011 todas las personas que quieren trabajar en las cárceles en el área
metropolitana. Los que están ahora son parte de la tercera generación de
operadores, que -después de tres meses- terminan los cursos esta semana. Ahora
inician un período de prueba de 15 meses en la cárcel para ver si quedan firmes
en el cargo y se convierten en funcionarios públicos. Ganan unos 17.000 pesos
líquidos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Este año se anotaron cerca de 1.000 aspirantes en
Montevideo y de ellos fueron elegidos 223 (186 para el cargo de operador grado
uno y 37 para el operador tres, que es un mando intermedio). En el interior, se
anotaron 2.386 aspirantes para un total de 366 cargos (ver recuadro). Se supone
que antes de fin de año se incorporarán otros 502 nuevos operadores, para llegar
a 1.128 funcionarios en todo el país.<BR><BR>La primera generación, la de 2011,
tuvo problemas de adaptación. "Estaban desorientados en la cárcel", dice la
psicóloga Diana Noy, que integra la unidad de planificación educativa de la
escuela. "No sabían qué hacer con el preso". Después de aquella experiencia, se
creó el cargo de adscriptor, que acompaña a los alumnos en la cárcel. Cada tutor
tiene 20 aspirantes a su cargo.<BR></DIV>
<DIV align=justify>Esa primera generación también sufrió fuertes tensiones con
los policías, quienes veían a los operadores como gente que llegaba a sacarles
el trabajo. Y en parte es así, los operadores sustituyen a los policías: el
proyecto -que se está aplicando en la cárcel de mujeres en Colón, en la cárcel
de Punta de Rieles, y en varias del interior- es que buena parte de las tareas
dentro de las cárceles (salvo la guardia perimetral y algunas tareas de
seguridad) queden en manos de los guardias de celeste. Los policías no estarán
más en el trato directo con los reclusos, se supone que desde 2015.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Crisoldo Carballo, director de la escuela, dice que la
diferencia es que el operador se prepara exclusivamente para trabajar en la
cárcel. La psicóloga Noy apunta que el policía estaba capacitado "para atrapar
al ladrón y cuidar que no se escape". El eje del operador, en cambio, no es solo
la custodia, sino que busca "generar confianza" en el preso y sus intervenciones
deben facilitar la socialización y la educación del interno. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Eso en la teoría, claro. </DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>En clase.</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG><BR>Sentados en ronda, los alumnos cuentan a
dos profesoras la experiencia de la semana pasada en Punta de Rieles y en la
cárcel de mujeres, donde hacen las prácticas. Uno relata un incidente que vivió.
Dos presos venían de una "comisión" (como se le dice a las salidas para trabajar
o estudiar) y compraron masitas. Pero no tenían autorización para llevar las
masitas a las barracas, donde viven. Así que fueron sancionados y quedaron
encerrados. Uno de los presos se enojó y armó un lío.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Siempre tienen que ir de un lado a otro con
autorización, sino ayudamos a que se trafique -dice el alumno.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Las dos profesoras, la abogada Sandra Alonso y la
asistente social Gabriela Gambarini, lo escuchan.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>-¿Qué se trafica?
-pregunta Alonso.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Celulares, pastillas, yerba, marihuana -responden casi a
coro.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Otra alumna dice que, en casos como el de las masitas,
hay que pedir requisa.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>-¿No es mucho una
requisa por una cosa así? -pregunta Alonso, desafiante.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Nadie responde. Otro aspirante a operador relata lo que
le contó su tutor: que una táctica es no controlar en el ingreso un par de veces
y a la tercera vez sí controlar bien. Hace poco hizo eso y hubo buen resultado:
incautó porro. "Hay que jugar con eso", dice, "no cachear a todo el mundo".
Alonso, la profesora, confirma que hay muchas tácticas de esas. Por ejemplo,
recomienda no hacer siempre las recorridas a la misma hora o un día "darse una
vuelta" media hora después. Para despistar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Otro alumno dice que es complicado controlar a todos. En
el módulo en que está en Punta de Rieles había un solo operador para 60 internos
el fin de semana.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Acordarse de cada cara y cada apellido, se complica
-protesta.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Te explico que cada operador está muchos meses en el
mismo lugar -dice Alonso-. Y además lo normal es que haya tres o cuatro
operadores para 60 reclusos... Y ahora van a entrar todos ustedes.</DIV>
<DIV align=justify><BR>De pie y con mirada amenazante, Alonso también dice que
nunca hay que aceptar regalos de presos. Que hay que evitar cualquier cosa que
ayude a "manipularte", a que digan "conozco a tus primos, a tus hermanos". Es
obvio: que un guardia acepte regalos se parece bastante a un soborno.</DIV>
<DIV align=justify><BR>De a poco la clase se transforma casi en una terapia y
los aspirantes siguen contando los problemas que han tenido durante las primeras
semanas de prácticas en las cárceles. Una alumna dice que hace unos días un
interno le dio la mano y la saludó, porque se conocían del barrio.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Yo no lo había reconocido, hace años que no lo veía -se
excusa-. ¿Qué tenemos que hacer? Porque si lo saludo estoy mal. Y si no lo
saludo, también.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La profesora dice que hay que avisar enseguida al
superior cuando se conoce a un interno. Que es mejor que eso salga de ella y que
no se entere por el recluso.</DIV>
<DIV align=justify><BR>- Recuerden que no solo hay que serlo, también hay que
parecerlo -dice Alonso.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Varios asienten con la cabeza. Otra muchacha pide
"pautas" para saber qué hacer si un preso le pregunta dónde vive.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Decile que vivís en Montevideo -responde otro alumno, y
se ríe.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La profesora escribe en el pizarrón "decir la verdad no
es mentir en este caso" (sic). Dice que jamás hay que decir dónde vive uno, que
eso no tiene sentido.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Ellos apuntan a eso, a manipular; estamos en Uruguay y
todos nos conocemos -explica, y escribe en el pizarrón "manipulación" en
mayúsculas-. Pero no te va a preguntar dónde vivís y, si lo hace, es porque le
diste pie en la conversación.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Bueno, parte del rol del operador es la conversación
-agrega Gambarini, la otra profesora, que estaba callada, pero ahora habla para
matizar un poco la radical afirmación de su compañera.<BR>Entonces Alonso se
corrige.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Podés tener mil conversaciones. Pero no te pueden
preguntar dónde vivís.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Luego la charla fluye hacia otros temas. Alguien cuenta
que quería enseñarle a leer y escribir a un interno. Le preguntó a su superior
si podía hacerlo y le respondieron que no: "No te metas, después te van a
atomizar". Una compañera dice, entonces, que los operadores penitenciarios de la
primera generación ya están cansados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero Alonso sostiene que la respuesta fue correcta porque
"no podés dedicarte a enseñar a leer y escribir cuando tu tarea central es
otra". Dibuja el organigrama de las cárceles con tres áreas claras: seguridad,
administración y área técnica. Dice que lo que hay que hacer en estos casos es
avisar a los responsables del área técnica que hay un recluso que quiere
aprender a leer y escribir. Pone un ejemplo: si un preso no se despierta un día,
puede estar pasado de pastillas y hay que pedir que lo vea un médico. La función
del operador penitenciario, y lo escribe en el pizarrón, es controlar, observar
e informar.<BR>-No te distraigas -le sugiere.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Él pone cara de no entender nada.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Ta, entonces estamos para hacer de guardián de
seguridad, de niñero y no hay una intención educativa -dice, molesto-. Hay que
hacer un trámite burocrático para que puedan aprender a leer o escribir.<BR>-Una
cosa no quita la otra: vas y le decís a quien corresponde -responde Alonso,
quien entiende que él no está ahí para enseñar nada-. Lo podés ayudar al
interno, pero lo ayudás a acceder a un curso de ANEP, donde le van a dar un
certificado de que pasó por la escuela.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Las paredes del aula están tapizadas con papeles que son
como resúmenes de las clases. Uno de esos papeles dice que "hay miradas
engañosas que quieren demostrar algo que no es y hay miradas que transmiten
mucho y pueden llegar a ser muy intimidantes". En otro cartel se habla de
derechos humanos, "¿por qué? ¿para qué? ¿para quiénes?". Y preguntan para qué
sirve una cárcel: es un lugar donde se separa al infractor del resto de la
sociedad, donde se cumple una pena y donde se busca rehabilitar. En ese marco,
el rol del operador penitenciario es ayudar al preso, educarlo en valores y
prácticas, evaluarlo e insertarlo en la sociedad, dice el cartel.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>El policía, en cambio,
tiene como función la seguridad del preso y de los funcionarios y "hacer cumplir
la condena". El delincuente, dice otro papel, es un individuo que no cumple con
la ley, tiene intencionalidad en su accionar y daña a la sociedad.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Allá a lo lejos, se escucha ruido a obra: picos, palas y
una cumbia que sale de una radio. Un puñado de obreros, que además son presos,
trabaja reacondicionando la vieja cárcel.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Los alumnos</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>A eso de las diez de la mañana es el recreo. Todos van a
tomar sol a un patio donde hay un aro de basquetbol y un pelotero, que quedó de
cuando esta era una cárcel de mujeres.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ahí está Martín Rodríguez, quien, a los 30 años, ha
trabajado en un montón de cosas. Pasó por varios supermercados, donde hizo de
cajero, estuvo en atención al cliente y televentas. Su último empleo fue de
encargado en una empresa de congelados. Pero viene de una familia de policías y
su padrastro, que trabaja en el Comcar, le contó del llamado. Cuando discutió el
tema con su familia directa, le dijeron que estaba loco. Él dice que les
respondió que este es "un trabajo netamente social", donde se puede
rehabilitar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Eso sí, Rodríguez dice que la mayoría se inscribió por el
salario y por el trabajo estable, más que por vocación.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ese parece ser el caso de Silvana Provenza. Tiene 35
años, era empleada doméstica, trabajó en casas de familia y varias veces para
diplomáticos argentinos. Y se anotó en el concurso por el sueldo, "como la
mayoría de la gente". Pero dice que ya estaba en un proceso de transformación,
"viendo que no hacía nada productivo". De este llamado le avisó una vecina de su
barrio, Casavalle, y al final las dos quedaron. Cuando empezaron las clases,
ella se fue enterando de cuál es el rol del operador. "Y nos fuimos
entusiasmando con la idea de rehabilitar, entre comillas, a las personas
privadas de libertad", dice Provenza.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Manuela Herrera, de 22 años, está en cuarto año de
psicología y empezó a informarse del tema por un curso en la facultad. Su caso
suena distinto, dice que está por vocación. "Rehabilitación es un término que la
sociedad no maneja y los medios además estigmatizan mucho", se queja. "Promover
el diálogo en base a derechos humanos, tener un contacto directo con la persona
recluida, estar en su vida diaria e influir en la generación de hábitos, desde
la higiene hasta la alimentación, hacen a un cambio significativo", dice,
convencida.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Herrera sabe que en la cárcel no hará de psicóloga,
porque el cargo para el cual fue contratada no tiene nada que ver con un proceso
terapéutico ni de salud mental. Por ahora está en Punta de Rieles, que es una
cárcel de mínima seguridad y casi una unidad modelo: los internos pueden
circular libremente dentro de las barracas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Pero no es lo mismo estar ahí que en el Comcar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Para eso estamos acá, para que todas las cárceles sean
como Punta de Rieles.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Javier Sosa, de 42 años, dejó atrás una trayectoria de
dos décadas como periodista deportivo en Radio Río Branco. Antes de anotarse en
el llamado, habló con su novia, que es funcionaria de Migraciones y trabajó en
la de mujeres. Se le creerá o no, pero Sosa dice que le llamó la atención eso de
volcar algo a la sociedad y que es posible rehabilitar a quienes cometieron una
falta. Y, claro, también le llamó la atención que este sea un empleo
estable.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>A María Amarillo, de 42
años, le entusiasmó una entrevista que vio en Esta boca es mía de canal 12,
donde se explicaban los cambios en el sistema carcelario. Ella trabajó unos
cuantos años en una fábrica de mallas, luego en Aldeas Infantiles y fue pasante
en la intendencia de San José. Hace unos meses se anotó en varios concursos y
quedó en este. Ahora terminó las prácticas en la cárcel femenina, donde vio un
choque entre el modelo viejo y el nuevo: "Nosotros intentamos poner toda la
humanidad y que el sistema viejo salga, porque los policías tienen una rigidez
mucho mayor".</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Los tutores</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Unos días después la cita es en la cárcel femenina. Es
viernes de tarde, último día de prácticas de esta generación. Pero las
autoridades no permiten que Qué Pasa ingrese a los módulos donde están las
presas y los funcionarios, presuntamente por razones de seguridad.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En este edificio se mezclan los policías, siempre con
cara de enojados, y los operadores, de rostro distendido. Algunos hasta sonríen.
El tercer piso es de máxima seguridad y en el cuatro piso están las oficinas,
donde cuatro adscriptores invitan con una taza de café y se disponen a contar su
experiencia. Desde el piso de abajo se escucha un grito desesperado:
"¡Guardia!". A los 30 segundos se repite el grito y hay ruido a rejas. Después,
silencio. Al rato una policía se lleva a dos presas y bromea, "sonrían para la
foto, chicas". Una de ellas pone cara sensual y provoca: "Sacame la foto,
peludito".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Una de las adscriptoras, María Eugenia Wáttimo, dice que
al principio las presas estaban asustadas y no querían saber nada con los
operadores. Pero lo peor ha sido la relación con los policías. Su colega Andrea
Mangino dice que había muchas tensiones con algunos efectivos, que intentaban
desprestigiar a los operadores, decían que no iban a poder. Ahora hay menos
rivalidad, aunque "igual sigue primando eso de que `yo policía mando al
operador`".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los cuatro adscriptores discuten si los policías seguirán
estando cuando termine este proceso. Juan Icardi dice que a fin de 2013 solo
quedarán en la parte de máxima seguridad. Mangino duda: "Yo no lo tengo claro".
Y la otra adscriptora, Verónica Rodríguez, dice que el plazo será más
largo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Los operadores manejan armas? "No", responden. Si hay un
motín o una situación complicada se pide apoyo policial. Pero luego cuentan que
un director decía que los operadores solo no pueden usar armas letales. "O sea
que gas se puede. creo", dice uno de ellos. "Nuestra arma es el diálogo",
concluye Wáttimo, "yo lo he corroborado". Dice que ha pasado situaciones
difíciles con las internas y que, hablando, en la mayoría de los casos todo se
soluciona.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-¿Nunca pensaron `qué hago acá`?</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>-Sí, varias veces -dice
Wáttimo-. Pero después me doy cuenta que quiero estar acá.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>