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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa</FONT><BR><U>20 de octubre 2013</U><BR><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical</FONT><BR>Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: <A
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href="mailto:germain5@chasque.net">germain5@chasque.net</A></FONT></STRONG><A
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href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
title="mailto:germain5@chasque.net CTRL + clic para seguir el vínculo"
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Uruguay</FONT></STRONG></DIV>
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<DIV><FONT size=3><STRONG>Violencia de Estado</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT size=3><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV></FONT><FONT face=Arial><STRONG>Iguales ante la ley
</STRONG></FONT></DIV><FONT size=2 face=Arial>
<DIV align=justify><FONT face=Calibri></FONT><FONT face=Calibri></FONT><FONT
face=Calibri></FONT><BR><STRONG><FONT size=3>El Sirpa por adentro</FONT>
</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Ser, Ceprili, ciaf, Hogar Cimarrones o Ituzaingó, son
nombres que poco significan para muchos pero que no logrará olvidar quien haya
estado alguna vez allí. Son algunos de los centros de reclusión que integran el
Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente (Sirpa) y que Brecha recorrió junto
al Ielsur y el secretario general de la Organización Mundial Contra la Tortura.
Acompañar la recorrida puede ser una buena forma de apreciar para qué sirve el
encierro.</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Marcelo Aguilar/Leticia Pérez <BR>Brecha, Montevideo,
18-10-2013<BR><A
title="http://brecha.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo"
href="http://brecha.com.uy/">http://brecha.com.uy/</A></STRONG><A
title="http://brecha.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo"
href="http://brecha.com.uy/"><STRONG
title="http://brecha.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo"></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>El estereotipo de los "menores infractores" se abre
camino con fuerza en el imaginario. Como si la frescura de la vida aún breve
desapareciera de pronto sin dejar rastro, olvidamos que hace poco dejaron de ser
niños. Sobre ellos recaen los afanes punitivos hasta desdibujar la frontera
entre víctimas y victimarios. "Por las dudas nos quedamos acá, nos avisan cuando
quieran salir", se nos dice al entrar en la celda. Seguro no es fácil estar
allí, ni dentro ni fuera de las celdas. El continuo y fugaz paso de las
historias de "los menores infractores" por la agenda mediática los convierte en
un conjunto de seres, aunque diferentes, iguales. La analogía puede extenderse a
los centros de reclusión, que a pesar de tener características distintas, son
iguales. La lógica es casi la misma. Aunque siempre hay excepciones.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>I.</FONT></STRONG> El hierro
retumba. Una y otra vez las puertas se abren y cierran, delatando ensordecedoras
la dinámica del espacio. Se respira fácil el pórtland y el encierro. Y la
primacía del gris acentúa la falta de luz. La mayoría de los jóvenes pasan
veinte horas al día en la celda; un rectángulo sin luz eléctrica ni más calor
que la magra envoltura de las camas. ¿Hay algún sistema de calefacción? Un no
prolongado en la o dice que la pregunta es retórica: "Esto es el Ser". </DIV>
<DIV align=justify><BR>Minimalista, la casa está limpia y ordenada. Allí comen,
duermen, y no mucho más. Cuando hay visitas, una de las frazadas va al piso en
procura de un poco de comodidad. </DIV>
<DIV align=justify><BR>La cucheta ocupa casi la mitad del espacio. De su
cabecera cuelga una toalla. "Si no es horrible", dicen entre una mezcla de risa
y vergüenza. Es que atrás está el inodoro, que bajo una ventana del tamaño de
una caja de ravioles se eleva desde el piso completando el cuadro. Antes usaban
bolsas de nailon. </DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Cómo es un día acá? "Todo el día de tranca", dicen los
del Módulo 2. Los chiquilines salen para bañarse y para ir al patio. Desde este
año también van a la escuelita de la colonia para hacer el liceo. Pero no todos.
"Yo me anoté pero no me llaman", avisa uno. También viene una ong que hace
talleres, pero "a veces te toca y otras no". Y dos veces por semana juegan al
fútbol. </DIV>
<DIV align=justify><BR>El Ser es el centro de máxima seguridad de la Colonia
Berro. Allí van los jóvenes complicados, no necesariamente porque hayan cometido
los delitos más graves sino porque se portan mal en otros centros. Es el hogar
de castigo. El sistema está organizado de modo que el adolescente, según su
conducta, transita por varios niveles. El Módulo 4 es la parte nueva del hogar.
Se edificó sobre lo que antes era patio. Tiene losa radiante, que por una
cuestión de justicia no se enciende. Es que no todos quienes están allí pueden
gozar de semejante lujo. Entre las alas del módulo se ve una mesa de ping-pong.
La luz natural se expande desde la claraboya iluminando a unos diez que juegan
animosamente. Afuera, una tanda de engrillados pasan por la requisa de rigor
antes de ir a la escuela. En el patio una pelota triste rebota entre dos. El
resto -salen de a 14- muta.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>II.</FONT></STRONG> Cuando un
adolescente ingresa al Ser va directo a la "tumba", así le dicen a la celda de
castigo en la que los nuevos, por una cuestión de orden, pasan cinco días solos,
sin luz, actividades ni patio. También van sancionados si se mandan alguna
macana dentro del centro. En ese caso el tiempo de permanencia varía según el
nivel en que estén y la gravedad de la falta. La tumba también existe en otros
hogares. En el Desafío es la celda 10, famosa porque ahí "se aparecen entidades"
y "dicen que abajo hay un cajón de muerto". Debe ser por eso que uno sintió una
madrugada que le tiraban de la frazada, y hasta se le apareció un enano. Un día
otro se puso muy nervioso, vinieron los del Suat y lo inyectaron. Durmió durante
días.<BR> <BR>III. ¿Reciben visitas? "Él no." ¿Por qué?, le pregunto. "No
sé, dicen que no tienen plata." ¿A vos sí te vienen a visitar? "Sí, todas las
semanas. Pero yo les digo que no vengan." ¿Por? "Qué van a venir acá, te hacen
sentar en el piso, ¡tas loco! Cuando llueve llegan todos mojados. Pero vienen
igual. Yo le digo a él que no se queme, que si necesita ropa que me pida, y de
los paquetes que me mandan le comparto."</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Conocen cuál es el reglamento de convivencia? "Respetar
a los compañeros, respetar a la Policía, respetar a los funcionarios y a la
visita, ¿no viste el cartel de la entrada?", dijeron varios. Otros sacaron un
librito celeste que les habían repartido días atrás. La situación se repite en
varios centros. "Nos hicieron firmar y nos dieron esto." El documento no es
comprensible para muchos de los adolescentes. Algunos no lo leyeron, porque no
saben hacerlo muy bien, o empezaron y se aburrieron al toque. Otros en cambio
tenían subrayados los artículos que no se respetan, como el que dice que tienen
derecho a recibir la visita de familiares, amigos o ayuda espiritual.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Restringir la visita es una forma de sanción, según
cuentan los chiquilines de varios centros, al igual que acortar las dos llamadas
semanales de seis minutos a tres. Lo mismo pasa con el encendedor, o el baño.
También el patio. "No estuve saliendo por una sanción." Dice que lo involucraron
en algo que no hizo. Le pregunto cómo lo tratan y me dice que bien. ¿Pero no fue
a vos que te hicieron limpiar la pared con un cepillo? (Varios me habían contado
que una forma de castigo era hacerlos limpiar el ala del módulo en traje de
Adán.) Me contesta que sí esquivando la mirada. Le digo que entonces no lo
trataban tan bien. "Es así -me responde-. No vas a estar tan bien, es una
cárcel."</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>IV.</FONT></STRONG> "¿Por el Ser y
todo van? ¿De acá se van al Ser? ¿Y qué les dijeron ahí? Te cagan a palos en el
Ser, ¿les dijeron?", pregunta uno. "Hay mucha tranca pero este hogar está bueno,
no te pegan ni nada. En el Ser te pican", afirma otro. Los adolescentes
identifican al Ser con las palizas, pero no es el único centro señalado en las
denuncias.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Además de hacerlos limpiar desnudos las paredes o el
piso, una práctica de castigo reiterada es "el paquetito". Consiste en encadenar
a los adolescentes de pies y manos y enganchar los grilletes por detrás del
cuerpo, de modo de reducir al máximo el movimiento. Así quedan, tumbados por el
tiempo que al funcionario se le ocurra. "O si no te llevan amarrocado para el
patio con dos o tres funcionarios y te pican." Al igual que los que no pegan,
los golpeadores son identificados con nombre y apellido, así como por su nivel
de violencia. "Con ese no podés, te pega en serio." Algunos de los jóvenes,
quizás los más cabizbajos, no se animan a identificar a los verdugos, se limitan
a decir que "siempre son los funcionarios más grandes". Mientras que hay otros
que cuentan confiados cambiando un "No digas, que nos van a venir a pegar a
todos" por un "No me importa, una paliza más, una menos.".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuentan que a veces llaman a funcionarios de otros
hogares. Ahora, "los directores que andan de traje", ésos, no participan.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"¿Denunciar? ¡Tas loco! Si contás es peor."</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>V.</FONT></STRONG> La pieza. Cuatro
paredes y una puerta siempre cerrada. Más gurises que camas, colchones en el
piso. Dos pequeñas ventanitas, y aun más arriba, casi llegando al techo, una
ventana. Con suerte, un televisor. Sobre los bordes de la reja descansan
avioncitos de papel. Son más de 20 horas diarias, en realidad cerca de 23 las
que los adolescentes pasan dentro de la celda. Salen 20 minutos al patio, en
algunos centros también a buscar el alimento, en otros se los traen a la celda.
Los gurises la cuentan.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-La rutina de nosotros es: nos despiertan a las nueve,
limpiamos los pisos, nos sacan a bañar, nos dan la leche. A las doce: alimento.
A las cinco: patio, ahí tomamos la leche, y después... ¿A qué hora es el
alimento? -pregunta uno de ellos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-A las ocho -le responden.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Y en total, todo el tiempo que estamos afuera junto es
una hora -agregan.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Y la comida "está a full". Así al menos es en el Centro
de Medidas Cautelares (Cemec). Dentro de la celda está la cancha de ping-pong:
la línea central armada con los championes, las chancletas como paletas y como
pelotita la del desodorante. </DIV>
<DIV align=justify><BR>-El juego lo inventó esta pieza -se jactan. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Un funcionario le dijo al director, y éste les compró
unas paletas. Ahora pueden jugarlo en el patio. No hay grandes sanciones, porque
tampoco son muchas las grandes macanas. La más común es faltarle el respeto a
los funcionarios, por ende quedarse sin el patio, o sin llamadas. Otras normas
las establecen entre ellos: subir suave a las camas, no golpear las paredes,
salir "bien presentados" -peinaditos, con championes, sin llevar las medias por
arriba del pantalón- y con la cabeza gacha cuando un compañero está con visita.
Tampoco golpear los fierros de las camas, porque el ruido se siente en la otra
celda, y sí, retumba. "Jesús protege la pieza", reza un cartel tras la puerta; y
en la celda de enfrente uno de los chicos señala el almanaque, tiene sus días
contados con precisión. En otro de los centros, sólo una pieza tiene radio. Si
no, hay demasiado ruido en las celdas. Ese es el argumento, y se acabó. Entonces
para que todos puedan escuchar hay que ponerla alta. Los sábados, cuando pueden
agarrar algunas cumbias en la tele, de tanto esperar las suben "a todo lo que
da", y cuentan que les apagan "el toma" y chau música. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero la conversación se interrumpe porque es hora de
talleres.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Ahora o nunca.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Ya vamos, nos vamos a despabilar, lavarnos la cara y
vamos -avisa uno. Otro pide:</DIV>
<DIV align=justify><BR>-¡Funcionaria! ¡Fuego!</DIV>
<DIV align=justify><BR>La llama se enciende junto a la ínfima ventanita a un
lado de la puerta. </DIV>
<DIV align=justify><BR>La mayoría de los adolescentes no tienen contacto fluido
con sus abogados, ni saben nada del juez. Algunos sí lo tienen a través de sus
familiares afuera. En el pasillo una funcionaria esposa pies y manos. Van a los
talleres. En una piecita del Ceprili (ex Puertas) los adolescentes hacen
talleres de teatro, de computación y de canto. El resonar de "Color esperanza"
lo presagiaba. Salen al patio de mañana y de tarde.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>VI</FONT></STRONG>. El pasto
perfectamente cortado, las paredes pintadas de colores vivos... cuando uno
traspasa el cerco perimetral del hogar Ituzaingó la atmósfera se distiende. El
movimiento es permanente pero no hay gran alboroto. Tampoco gritos. Todos
parecen estar concentrados en algo. <BR></DIV>
<DIV align=justify>Tres educadores que almuerzan bajo la sombra de uno de los
árboles del predio no se ven muy distintos del grupo de jóvenes que en la mesa
contigua conversan, fuman, juegan. Algunos deambulan de aquí para allá, un grupo
numeroso juega al ping- pong, y a pocos metros un adolescente y un funcionario
se mimetizan en la construcción de un baño "para las visitas". El director del
centro, que encabeza la recorrida, nos dice que el muchacho pasó momentos
difíciles y que con el apoyo de todos ahora está mejor. Por suerte ya le queda
poco para egresar. Su proyecto es ingresar en la marina. </DIV>
<DIV align=justify><BR>La casa está en permanente mantenimiento. "Como verán no
es perfecto, es todo reciclado, pero cuando vinimos en 2011 esto estaba lleno de
ratas." Lo que hoy se ve, dice, es obra de los gurises y de los funcionarios.
"Acá no viene una ong que trabaja una hora y se va. Acá los funcionarios vienen
tres veces por semana desde las 7 de la mañana a las 7 de la tarde y trabajan
con todos los gurises que quieran." </DIV>
<DIV align=justify><BR>En todos los centros hay más internos que cupos
disponibles, y el Ituzaingó no es la excepción. Hay 90 gurises en una casa
pensada para recibir a la tercera parte. Sin embargo el hacinamiento no se
percibe a simple vista como un problema. "Estos tres lugares que antes eran
pensados como calabozos ahora son la escuela, la panadería y la sala de
informática." </DIV>
<DIV align=justify><BR>Un grupo de jóvenes dispuestos en círculo lee junto a dos
maestras en la biblioteca, en un rincón descansan las máquinas de la futura
fábrica de baldosas, a pocos pasos un adolescente arma y desarma piezas
mecánicas, y de a poco el aroma anuncia que muy cerca algo está a punto de salir
del horno. La cocina oficia de taller: pizza rellena, pan con grasa y diferentes
tipos de pasta se aprecian sobre la mesada. "¡Las tortas que hace esta señora!
¡Al mejor estilo del Emporio! Hace un mes que está con nosotros y se ha
encariñado mucho con los jóvenes, yo no puedo desperdiciar el saber que tiene y
ponerla a abrir y cerrar puertas."</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>VII. "¿</FONT></STRONG>Ituzaingó?
Tas loco... ahí están todos los calefones." ¿Pero parece que está buenísimo todo
lo que hacen en ese hogar? "Parece, pero sos papeleta, si vas después para otro
hogar te pegan. Yo me quedo acá." A los que vienen de ese hogar los consideran
"alcahuetes", me explican.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>Entre los centros hay
pica. Y ésta se expresa fuertemente en la existencia de dos bandos: los del Ser
y los del Ituzaingó, dos centros con conceptos visiblemente opuestos. Uno es de
máxima seguridad, en el otro la apertura viene a más. </DIV>
<DIV align=justify><BR>El cruce entre los internos de ambos centros puede
devenir en conflicto, y por lo tanto se evita. Nunca juegan al fútbol juntos, y
en la escuelita es mejor si no se encuentran. Se nos explica que por un lado el
enfrentamiento tiene que ver con la cultura de la delincuencia, asentada con
intensidad entre "los más pesados", para quienes pactar con la institución, ser
fieles a un proyecto, es sinónimo de traicionar los valores propios.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero estar entre los más pesados no implica haber
cometido los delitos más graves. En ambos centros hay de éstos. La resistencia
tampoco se asocia tan claramente con tener o no la voluntad de estudiar,
trabajar, o participar de actividades. Algunos manifiestan que les gustaría ir a
Cimarrones, por ejemplo, un hogar abierto en donde los jóvenes salen para ir a
trabajar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Y a Ituzaingó no? "No me gusta, hay violadores."
¿Funcionarios violadores? "Gurises." ¿Cómo es eso? "El hogar... dicen que es
calefón... pero no sé bien cómo es la mano."</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>VIII.</FONT></STRONG> Una chica
llora desconsoladamente junto al teléfono.</DIV>
<DIV align=justify><BR>-Te amo, decile a él que lo amo mucho también -dice-. Te
amo -insiste.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Del otro lado de la reja azul, una funcionaria mira las
hojas de un listado. Entre sollozos, la detenida alcanza a decir:</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>-Tengo que cortar, mi
amor.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Otra funcionaria la abraza, está desconsolada. Juntas
caminan hacia la única entrada de luz natural que cae sobre el pasillo, justo
sobre un rectángulo de cemento lleno de colillas de cigarrillos. Por encima del
compensado que limita el lugar se ven las obras. Es que donde antiguamente había
una cancha de fútbol habrá más celdas. Estamos en el Centro de Ingreso de
Adolescentes Femeninos (ciaf). </DIV>
<DIV align=justify><BR>A través de los pequeños huecos cuadraditos de las
puertas se ven paredes tapadas de frases, nombres, dibujos. Por esos mismos
huecos las adolescentes piden el agua. También se saben miradas. Desde allí
cuentan que hay talleres de vóleibol, florería, costura. Pero son muchas, no
alcanza una media hora por semana. Tienen que esperar a que les avisen.
Preguntan la hora, no tienen reloj. Tienen entre 13 y 18 años. Y son 39 en un
hogar con capacidad para 25. Del total, sólo diez no reciben medicación. El
resto sí, psiquiátrica, o para tratar sus adicciones. Dentro de la celda no
tienen televisión ni radio, según explican, para que no se depriman. De estos
aparatos sólo pueden disfrutar durante la "convivencia", una hora por día. La
misma hora en la que tienen que lavar la ropa si lo necesitan, o jugar en la red
que cuelga despareja en el pequeño patio gris, con el cielo lleno de duras
franjas negras. Claro que el resto del tiempo nada tiene que ver con
convivencia.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>