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<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa<BR></FONT><U>25 de febrero de 2014<BR></U><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical<BR></FONT>Montevideo -
Uruguay<BR>Redacción y suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Estalinismo</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Las dos vidas del asesino de
Trotsky</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Mercader, el espía menos
pensado</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT face=Arial></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=2 face=Arial></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=2 face=Arial>Investigación. El secreto
cubrió siempre la figura de Ramón Mercader, el catalán reclutado por el
estalinismo para matar a León Trotsky. La novelista Nuria Amat cuenta la parte
sumergida de esa biografía, que culmina en Cuba.</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial> </DIV>
<DIV align=justify></FONT><FONT size=2
face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG>Nuria Amat<BR>Revista Ñ,
Buenos Aires, 23-2-2014</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG><A
href="http://www.revistaenie.clarin.com/">http://www.revistaenie.clarin.com/</A></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG></STRONG><BR><BR>Siempre supe
que Ramón Mercader, responsable de haber dado muerte al recordado dirigente de
la Revolución Rusa, León Trotsky, era para mí un asesino muy especial. En primer
lugar, mi padre estaba emparentado con María Mercader, la esposa de Vittorio de
Sica, y en lo que respecta a la familia, Ramón era poco menos que un demonio.
Silencio sepulcral al respecto. Y, para añadir más misterio al enigma, la vida
de Mercader ha sido uno de los más grandes secretos de la historia del comunismo
soviético.<BR><BR>Elementos todos que, sumados, se convirtieron un buen día en
tentación fulminante para una novelista entregada a descubrir intimidades,
desvelar confidencias, atar cabos sueltos a personajes incómodos y poner sobre
el tapete la luz reveladora de tanto misterio y manipulación
política.</FONT></DIV><FONT size=2 face=Arial>
<DIV align=justify><BR>¿Cómo un joven catalán de veintisiete años, hijo de la
burguesía barcelonesa, consiguió ser uno de los asesinos más conocidos y
repulsados de la historia y con ello cambiar el curso de la misma? Para
responder a fondo escribí una novela (Amor y guerra) y, posteriormente a su
publicación, dediqué tres años más a una investigación sobre la verdadera
personalidad del asesino, los motivos del crimen (ordenado, como es sabido, por
Stalin) y el entramado de la importantísima red de espionaje soviético en la que
Mercader llegó a ser considerado el agente más valorado. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Ramón Mercader ha pasado a convertirse en mi fantasma
particular. Especialmente cuando el único nieto de Caridad Mercader consiguió
comunicarse conmigo pidiéndome que en lo posible siguiera indagando y
estableciendo claridad histórica sobre su tío y abuela. No he podido evitar
desde entonces buscar la mejor respuesta a los datos ocultos ¿Fue Ramón Mercader
el único ejecutor del crimen? ¿En qué consistió la sucesión de órdenes para que
fuese un catalán el responsable del asesinato? ¿Por qué con la ayuda de un
piolet, objeto primitivo, pudo perpetuar el crimen? ¿Llevaba otras armas
mortíferas? ¿Cómo estos elementos, digamos surrealistas y sórdidos consiguen
superar las estrategias criminales soviéticas más profesionales? ¿Cómo era
Ramón? ¿Qué le indujo a hacer lo qué hizo? ¿Caridad Mercader del Río, madre del
protagonista, estuvo realmente loca? ¿Amó a Stalin más que a sí misma? ¿Qué
motivos hubo para que no fuera purgada y encarcelada por Stalin como todos los
agentes soviéticos participantes del crimen? ¿Cuál era la relación entre madre e
hijo antes del asesinato? ¿Por qué se negó Ramón a escapar a Moscú cuando su
madre había articulado la estrategia para sacarlo de la prisión de Lecumberri?
¿Por qué concedieron a Mercader el Premio Lenin de la Paz? ¿Por qué “huyó” a
Cuba? ¿El asesinato de Trotsky cambió, como dicen, la historia del siglo XX?
¿Fue Mercader asesor de Fidel Castro durante su exilio cubano? ¿Cuáles fueron
los motivos de su muerte?</DIV>
<DIV align=justify><BR>Y sobre todo: ¿por qué un silencio tan largo y espeso? Un
riguroso silencio de sus protagonistas y de los testigos del hecho que persiste
todavía pese a los cambios extraordinarios ocurridos en la antigua Unión
Soviética y el mundo. Mercader no es cualquier peón elegido al azar tal y como
han querido presentarlo. </DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>El origen de la leyenda</STRONG></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>En un mes de febrero gélido de 1913, año en que Stalin se
verá por primera vez con Trotsky en Viena, nace en Barcelona Ramón Mercader del
Río, el agente especialísimo que asesinará al Jefe de la Revolución Roja,
obedeciendo el catalán la orden del tirano soviético. Mercader: el hombre más
secreto de la historia reciente, leyenda mundial en hervidero sobre la que
especularán voces célebres del arte y de la cultura (Losey y Semprún, entre
ellos) pero sin conseguir demostrar la verdad de su vida. Se trata, sin duda, de
un asesino muy particular. ¿Sicario? Por supuesto, no. Estalinista hasta los
huesos, sí. Producto de un tiempo en el que el oficio de matar era práctica
corriente de héroes, idealistas y belicosos. Espía modélico conforme al canon de
agentes secretos de la época. Republicano, inteligente, cultivado, marxista,
burgués, bien educado, intrépido que, a diferencia de otro agente famoso (alias
007) creado por Ian Fleming, con quien el catalán guarda más de un parecido,
trabajará a las órdenes del servicio secreto de Moscú siendo el mismo el agente
más valorado de la Unión Soviética. <BR><BR>Finales de los años treinta de un
siglo que Kafka llamó “la época más nerviosa de la historia”. Una gran crisis
económica ha afectado al mundo capitalista y se desatan guerras en diferentes
países. Millones de muertos. Poblaciones destruidas. Hitler, Stalin, Mussolini y
Franco establecen dictaduras absolutas y mortíferas, hasta terminar en una
guerra fría entre dos bloques. El occidental capitalista, liderado por Estados
Unidos, y el oriental comunista, liderado por la Unión Soviética.</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Qué papel representa Mercader, hijo de un fabricante
textil de Barcelona, en este escenario sombrío? Nadie sabe ni quiere saber. Su
vida, su forma de actuar, su formación, la red de espionaje de la que depende su
silencio y su gran personalidad (siempre bajo la bota del gran verdugo Stalin)
contribuyen a que la fábula en torno al asesino de un solo hombre prevalezca
sobre su historia real, sorprenda incluso a la maquinaria espía soviética y pase
a transformarse finalmente en mito. Es decir: en una fatal quimera.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los dioses de la guerra tienen su parte de
responsabilidad en tamaña vida novelesca. Nacido Ramón para ser industrial,
abogado, deportista, historiador, periodista, diplomático, militar o profesor
(todo eso llegó a ser entre una cosa y otra) se convierte, como bien contó
Javier Rioyo en su película (Asaltar los cielos), en el único asesino español de
las enciclopedias universales sobre criminales gloriosos. Solo que en este caso
su historia no es como han querido inventarla. Sino increíblemente
mejor.<BR><BR>Héroe para unos, asesino para otros, el agente secreto Mercader,
alias un sinfín de identidades, es conocido en el mundo por ser autor de su obra
más significativa. Un 20 de agosto del que ahora se cumplen setenta y tres años,
consigue matar al líder de la Revolución rusa con la ayuda de un piolet de niño
que clava en la cabeza de su víctima sentada a la mesa de su despacho de la casa
en el barrio de Coyoacán (México, D.F.) donde Trotsky vivía fortificado temiendo
que su obsesionado enemigo consiguiera liquidarlo.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>La mano que mueve la cuna</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>En el barrio de Sarriá, lugar encantador donde los haya,
donde posteriormente se instalarán a vivir los mejores escritores del boom
latinoamericano, en la calle de Sant Gervasi de Cassoles, numero 24, en este
edificio de pisos distinguidos nace Ramón, hijo de Pau Mercader y Caridad del
Río. El padre fabricante catalán. La madre, de momento: sus labores. Por poco
tiempo. Aburrida de parir cinco hijos y soportar un marido que le disgusta (para
excitarla sexualmente la lleva a espiar por el ojo de la cerradura escenas vivas
de burdeles) se vuelve anarquista y cabecilla de la célula terrorista que hará
explotar una bomba en la fábrica de su todavía esposo. El bueno de Pau consigue
internarla en el psiquiátrico de Sant Boi. Y no por guerrillera sino por
neurasténica, término con el que cierta sociedad distinguía a “excéntricas o
desviadas” de la época. Cualidades ambas se dan por igual en el temperamento de
la madre del futuro asesino. La morfina campa por las venas de Caridad mezclada
a su joven fervor revolucionario. Naturalmente, sus compinches logran sacarla
del manicomio y le ayudarán también a cruzar la frontera junto a sus cinco hijos
pequeños e instalarse a vivir en el sur de Francia.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Caridad Mercader, la mano que mueve la cuna del crimen de
su hijo, con una biografía merecedora a su vez de ser contada, descubrirá en
Toulouse, Aix y Burdeos las mieles del sexo, la revolución marxista y los tan
temidos y admirados agentes secretos de Stalin. Nada menos que a Alexander
Orlov, Ernö Gero y Leonid Eitingon, los tres agentes más importantes de la NKVD
tristemente conocidos en España, entre otras cosas, por su papel protagonista en
el oro de Moscú, la matanza de los republicanos del POUM y la CNT y la
desgraciada instalación de las chekas comunistas. Los dos últimos, sin moverse
de la bella Languedoc francesa, mantienen amoríos con Caridad mientras, dedican
el tiempo a matar rusos blancos huidos de la URSS y a preparar su entrada feliz
en la que será la desestabilización final de una España agónica. Nahum Eitingon,
también llamado Leonid, será su preferido. La madre de Ramón se enamorará del
más atractivo, íntegro y disciplinado de los tres y junto a él ingresará de
lleno a comulgar en al altar del dios Stalin donde permanecerá fiel y devota
hasta el día de su muerte, en París (1975), con la foto del tirano durmiendo
bajo el colchón de su cama, según me ha contado su único nieto. No será extraño
entonces que al entierro de Caridad, aparte de escasos familiares, asistiera una
delegación soviética que se hizo cargo de las exequias. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Ramón, en Francia, va creciendo en sabiduría y gracia del
marxismo. Adora a su madre (tiempo tendrá después para odiarla un rato) y se
ocupa de salvarla de varios intentos de suicidio clamorosos. ¿Razones? Droga y
depresión, tal vez. Sumado a su amor por el mujeriego Eitingon. Amante difícil
de soportar para una mujer romántica y apasionada como ella. Ramón, sin embargo,
quiere y admira a su padrastro del que aprende tácticas de guerrilla, disciplina
comunista y a desenvolverse como futuro agente especialísimo del Kremlim.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En fecha indeterminada de 1931, tras la proclamación de
la Segunda República española, la familia Mercader del Río regresa a Barcelona.
Ramón, instruido para atender y servir mesas en el restaurante francés de
Caridad, encuentra trabajo de maitre en el Hotel Ritz. Es un comunista
convencido al igual que su madre y hermanos. Forma parte de una peña clandestina
que, bajo el nombre afortunado de Miguel de Cervantes, se reúne periódicamente
en el barrio del Raval hasta que la noche del 12 de junio de 1935 será detenido,
junto a otros participantes, y encarcelado en la prisión Modelo de Valencia.
Esta vez, por poco tiempo. El 16 de febrero del siguiente año, el llamado Frente
Popular Español (agrupación de los principales partidos de izquierda) consigue
ganar las elecciones previas al golpe de estado que ocasionará la Guerra Civil.
<BR><BR>Época fatídica de la historia, que diría nuevamente Kafka. Amnistía
inmediata de los presos, buenos y malos, sin distinción. Mercader, deducimos,
pertenece al primer grupo. Ya se habla de él como de un actor americano dado que
su valentía no le impide vestir con elegancia y cuidar su aspecto. Se ha educado
en Francia. Detalle que no está de más. Enamora a todas las mujeres. Habla
varios idiomas a la perfección. Es inteligente y de fuerte temperamento, aunque
más controlado que el de su madre. Quiere ser militar pero se le deniega por
comunista. Por esas fechas, recuperada la libertad y todavía no iniciada la
sublevación de los militares en España, Ramón colabora con su madre en la
fundación del Partit Socialista Unificat de Catalunya. Quiere regresar a su
trabajo en el Ritz pero no lo admiten por su pedigrí político. Decide, entonces,
ganarse la vida como profesor de catalán y dedica su tiempo libre a ser
deportista de élite en calidad de capitán del equipo de equitación (reliquias de
su educación en el Real Club de Polo). Forma parte, además, del Comité
Organizador de las Olimpiadas Populares de Barcelona, creada como protesta a los
Juegos Olímpicos de Berlín (ambas en 1936) en las que Hitler quería demostrar la
supremacía de la raza aria. </DIV>
<DIV align=justify><BR>“El espíritu olímpico no estará en Berlín, sino en
Barcelona”, afirmaba la prensa de izquierdas de la época. El día antes de la
inauguración, un 19 de julio de 1936 de todos conocido, los militares sublevados
toman las calles y frustran la celebración de esta Olimpiada Popular justo unas
horas antes de realizarse. Ramón salta del Estadio Olímpico, donde se celebra el
ensayo general, a liderar las calles y se suma de inmediato al movimiento
popular que en veinticuatro horas vence la revuelta. En plena plaza de Cataluña
consigue robar un cañón a los rebeldes y es aplaudido por su hazaña. Su carrera
combatiente sube como la espuma. Se coloca en primera línea de batalla. Pasa de
ser capitán de mando, con proezas notables en Cataluña, Aragón y Guadalajara, a
ser nombrado Comandante del V Regimiento. La madre y el hijo están luchando en
el frente de Tardienta donde, heridos por metralla enemiga, serán trasladados a
Lérida por breve tiempo. </DIV>
<DIV align=justify><BR>En fecha aproximada en la que Ramón Mercader es ascendido
a comandante, muy lejos de España, en la ciudad de Moscú, el duro Stalin, a
quien los íntimos llaman “cariñosamente” Soso, reúne en su despacho a su mano
derecha, el verdugo Laurenti Paulovich Beria y al Jefe de Operaciones Especiales
de la NKVD, Pavel Sudoplatov. Sin más preámbulos, les da la orden terminante, a
vida o muerte, de liquidar a su enemigo del alma León Trotsky. Para tal encargo,
que obsesiona al dictador desde hace años, los compromisarios utilizarán a los
policías secretos en activo de la guerra española: Erno Gero, Leonid Eitingon y
Alexander Orlov responsables directos de asesinatos a mansalva de trotskistas y
poumistas. Finalmente, sólo contará con dos de ellos pues Orlov se ha despedido
a la francesa de Stalin para fugarse sine die a Estados Unidos. Consigue así
salvar su vida chantajeando al Gran Jefe. Una proeza gigante dadas las
proclividades diabólicas del amo.<BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>A matar o morir</STRONG></DIV><STRONG>
<DIV align=justify><BR></STRONG>Se planifican tres estrategias de atentado
sirviéndose para todas ellas de agentes rusos en la sombra, además de una
selección de los mejores combatientes de la guerra civil a los que han enviado a
la URSS a fin de adiestrarlos con rigor soviético. Ramón Mercader será el
último. O el primero de la lista, según se mire. El As de la jugada. El único
que, por cierto, no visitará el país de Stalin hasta después de haber cometido
el asesinato. <BR><BR>La protagonista espía de la primera misión, frustrada
desde su inicio debido a la traición de Orlov, es una hermosa patrullera
española llamada África de las Heras que ha sido infiltrada como secretaria de
Trotsky. Los literatos se alegrarán de saber que con identidad camuflada, la
agente África llegará a ser la esposa del escritor uruguayo Felisberto
Hernández. Una segunda misión tiene como cabeza visible, aunque no real, al
pintor mexicano y ex brigadista David Alfaro Siqueiros. El 24 de mayo de 1940,
Siqueiros, junto a veinte combatientes más, irrumpirán, todos borrachos, en la
fortaleza de Trotsky de Coyoacán, número 45 de la calle de Viena; la casa
prestada por Frida Kalo y Diego Rivera a El Viejo, como la pintora mexicana
gusta de llamar cariñosamente a su amante-amigo. Es de noche, van armados hasta
las cejas, disparan balas con ametralladora incluida pero sin dar en el blanco y
ni siquiera rozar el cuerpo de la víctima acurrucada en el suelo de su
dormitorio junto a su esposa Natalia Sedova. El dirigente de esta misión es
Iosif Grigulievich, otro agente ruso.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Queda solo una última oportunidad: la operación activa
del llamado por la red de espionaje secreto: Grupo Madre. El nombre resulta de
lo más apropiado al trío familiar que conforma la tercera misión de riesgo:
Caridad (madre), Eitingon (padrastro) y Mercader (hijo). Sudoplatov, Jefe de la
GPU, ha dejado claro a sus acólitos que Eitingon perderá la vida de no lograr,
esta vez, el objetivo. Por supuesto, no se trata de un encargo de última hora.
El mismo ex jefe de la KGB, en un último lavado de imagen publicará lo
siguiente: “Mi misión consistía en movilizar todos los recursos de la NKVD para
eliminar a Trotsky, el peor enemigo del pueblo”. De ahí el importante operativo
secreto “Madre” en el que Ramón Mercader será la estrella del trabajo.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Jaques Mornard, el James Bond de
Stalin</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Otro día cualquiera de 1938, cuando los comunistas saben
que la Guerra Civil está perdida, Ramón, que se encuentra luchando en
Guadalajara, en primera línea de batalla, desaparece de España. Caridad, la
madre, ha ido en persona a transmitirle el encargo. Pero, ahora, el hijo no
viajará a Moscú como algunos creen. Su destino está en París. Llega a la ciudad
resucitado de periodista belga, hijo de diplomático, nacido en Teherán, educado
en La Sorbonne y llamado Jacques Mornard. Fachada de joven frívolo, galán
discreto, relativamente culto, y millonario. Lo diré en palabras de la escritora
Teresa Pàmies, que lo conoció bien: “Las chicas se lo rifaban, y le conocí
tantas novias que no podría nombrarlas a todas”. </DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Qué se espera del tal Mornard? Un equivalente al James
Bond de Stalin. Idéntico cometido que el de un agente supremo de película.
Enamorar locamente a una mujer que lo conducirá por ello al escenario del
crimen. Sólo que la elegida no es ni de lejos la más guapa. Se llama Silvia
Ageloff, esamericana, trotskista y hermana de Rita, la secretaria del “enemigo”
de Stalin. Otra mujer espía, la periodista americana Ruby Weil, mientras se hace
pasar por trotskista cuando, en realidad, trabaja para un funcionario del
Komintern, se convierte en amiga de Silvia y hará de celestina intermediaria.
(Tómese nota de la fe puesta en Stalin para que sus agentes supremos sean de
origen judío, tal vez como él mismo, lo que tampoco privó al antisemita de
asesinarlos según su conveniencia).</DIV>
<DIV align=justify><BR>El flechazo de Silvia por el falso Jacques Mornard es
inmediato. La historia del encuentro, noviazgo y propuesta de matrimonio, con
cartas de amor incluidas, es apasionante y digna de ser visitada con sosiego. En
esta película de espías se mueven entre París, México, Nueva York con escenas de
crimen al uso, prisión, psicoanálisis, juicio, tretas e intento de suicidio de
la enamorada al saberse traicionada e imputada en el asesinato. ¿O atentado? El
matiz importa. Durante el noviazgo de Mornard con la engañada Silvia llega
incluso a confesarle su necesidad de cambiar de identidad. Puesto que la pareja
debe viajar a México, meta de la misión secreta del espía, le pone como excusa
que como belga puede ser llamado a filas (estamos ya en 1940, inicio de la
Segunda Guerra Mundial) y el triple agente pasa a llamarse ahora Frank Jackson,
ingeniero de minas y con pasaporte canadiense.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ni por un momento cabe creer que el agente trabaja en
solitario. Una secuencia muy interesante del hombre que supo vivir callado lo
impide: se trata de la red de espionaje que lo sostiene y se encarga de todo el
operativo soviético en las Américas. Es de una perfección inusitada para los
medios primitivos de la época, aunque CIA, la Agencia de Inteligencia Americana,
insuperable al parecer en temas de espionaje, irá siguiendo paso a paso todos
los movimientos secretos del operativo “liquidar a Trotsky”. La documentación es
accesible. “Que se maten entre ellos”, debieron pensar los estadounidenses.
<BR><BR>El Jefe inestimable de la Red se llama Grigorij Rabinovich (alias
Roberts, alias Judío Francés), ha sido enviado a Nueva York y se encarga de la
intendencia personal, documentación falsa, mantenimiento económico y vivienda de
todos los agentes de la NKVD dispersos por el mundo. Roberts mueve a sus figuras
como genial atleta del ajedrez soviético. Organiza una empresa doble de
importación y exportación en Brooklyn que actua de tapadera del operativo
“Madre” y para la que dice trabajar Mercader mientras corteja a su futura esposa
Silvia Ageloff y pasea en su flamante Buick al matrimonio Trotsky, cuando, en
realidad, la supuesta empresa, pantalla de un centro de transmisiones soviéticas
es espiada a su vez, como es de esperar, por el espionaje de Estados
Unidos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Otro importante agente de la GPU es Iosif Grigulievich,
alias “el escritor”, entre otras múltiples máscaras, y dibujante de un mapa de
asesinatos que empiezan en Argentina, siguen en España y se extiende a otros
lugares del mundo. Dirigió el frustrado Grupo Padre, con las ametralladoras y la
pandilla de asaltantes ebrios de Siqueiros dispuestos a asesinar a Trotsky. Fue
el agente comisionado por Stalin en 1953 para eliminar a Tito, presidente de
Yugoeslavia y responsable, según la opinión del Gran Jefe, de un régimen
fascista y trotskista. Una de las tres variantes para liquidarlo consistía en la
entrega de “un obsequio que contenía un veneno que actuaría instantáneamente
después de un período de tiempo determinado”. La muerte de Stalin detiene el
proyecto aunque no la serie infinita de libros publicados por el agente
“intelectual” del gran dios. Fue amigo de Pablo Neruda, que conocía sus tretas
estalinistas, así como de otros escritores a los que fue engañando sobre su
verdadera identidad. Utilizó seudónimos como Grig, Don Pepe, Romualdich pero el
nombre de Grigulievich quedará en la literatura como autor de libros sobre las
vidas de Bolívar, Che Guevara, Allende, Siqueiros…, entre otros personajes
latinoamericanos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El tercer agente, de los cuatro dirigentes intelectuales
de los atentados contra Trotsky es un hombre en la sombra que trabaja desde
México, actua bajo los nombres de Carlos Contreras y Enea Sormenti y no es otro
que Vittorio Vidali, nacido en 1900 en la ciudad de Trieste, brigadista en la
guerra española con cargo de comisario político y comandante del V Regimiento y
al que se le atribuyen un sinfín de ejecuciones. Entre las primeras el asesinato
de Andreu Nin, cuya eliminación en la operación Nikolai, dirigida por Orlov, se
la disputan Grigulievich y este último. De él se decía; “Es más frío que el
acero”. Y enamoradizo… como buen italiano. Le imputan la muerte del comunista
cubano Julio Mella, esposo de Tina Modotti solo porque Vidali estaba fascinado
por la fotógrafa. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Más tarde lo responsabilizarán también de la muerte
súbita en un taxi de Modotti cuando ésta acababa de abandonar el Partido
Comunista. El Kremlin no perdona a sus desertores, y los celos pasionales de sus
agentes, aun menos. Trotsky lo definió como uno de los agentes más crueles de la
GPU en España. Y cuando Modotti murió en 1942 de un infarto, en un taxi,
indispuesta y saliendo de una cena de amigos íntimos, celebrada a manera de
despedida de Tina y Vidali, no faltaron las sospechas sobre una posible
responsabilidad de Vidali, ya que Modotti sabía muchas cosas y, lo que era peor,
empezaba a tener dudas serias sobre el sistema soviético. La GPU empleaba
venenos que ocasionaban paros cardiacos sin dejar rastro. El escritor Victor
Serge, crítico manifiesto contra el estalinismo, morirá en 1947, en México,
según dicta el informe forense, de un ataque cardiaco y dentro de un taxi. La
escritora Elena Garro, quien a la sazón frecuentaba los medios estalinistas,
cuenta que su amiga Angélica Selke le dijo refiriéndose a Tina: “Yo estoy segura
de que Carlos se la cargó…” Vidali es el agente que mejor a sabido borrar su
nombre de la historia de la policía política de la URSS.<BR><BR>No tuvo la misma
suerte Leonid Eitingon (alias Tom o Kotov), quien culminará con éxito el
caprichoso encargo del dictador gracias a la proeza de su hijastro, Ramón
Mercader del Río. Voces diversas plantean una disputa en el trío familiar por
ver quien de los tres será el autor directo del asesinato de Trotsky. Dicen que
Mercader se impuso a su padrastro, pero la preparación del joven republicano
comunista para ser agente de élite invalida el argumento de la deliberación de
candidatos. Lo que sí se da como cierto es que Caridad fue la impulsora del
crimen político por la mano de su hijo predilecto.<BR><BR>Dos películas
importantes lo relatan el suceso del crimen al detalle, además de libros y
múltiples artículos. Mercader-Mornard (interpretado por el mismo Alain Delon)
consigue entrar en el despacho de Trotsky. Lleva como armas un piolet, un puñal
y una pistola. Opta por la primera y radical opción. Sus padres lo están
esperando en la calle al volante de un coche preparado para la fuga. Clava el
piolet en la cabeza de la víctima mientras está concentrada en lectura del
escrito que el visitante le lleva como cebo. Consigue herirlo mortalmente pero
con tiempo a gritar el nombre del asesino. Este es detenido y golpeado por los
guardias. Madre y padrastro huyen al aeropuerto. El hijo lleva en el bolsillo
una carta escrita por Rabinovich en la que su alter ego Mornard certifica que el
“atentado obedece a algo personal ya que conoce en persona a Trotsky y lo ha
decepcionado”. Dice más cosas. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Pantomima, claro. Una sola verdad: su prometida Silvia no
tiene nada que ver con ello. No son palabras vanas las de su defensa aunque
leyéndolas parezcan las propias de un estúpido. Así es la imagen del héroe
soviético que la URSS quiere dejar para la historia pública. La prioridad de la
misión radica en que Stalin no se vea nunca involucrado en algo tan ruin como
este asesinato. Nadie se atreverá a mencionar la orden. Ni el autor del crimen
ni tampoco los últimos comunistas arrepentidos de la época. Al fin, el mundo
entero terminará conociendo al responsable del mandato, pero la sombra de la
duda seguirá borrando la verdad histórica y la imagen del ejecutor del homicidio
“político” a Trotsky quedará desvaída y falseada hasta ahora.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>La segunda vida de Ramón Mercader</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Con la detención por asesinato de Jacques Mornard en la
prisión de Lecumberri (México, D.F.) comienza la segunda vida de Ramón Mercader.
La persona que vivirá en el Palacio Negro y la que, una vez cumplida la condena
de veinte años, saldrá de allí será otra distinta a la anterior. ¿Un hombre
nuevo? El condenado sufrirá por parte de sus guardianes torturas periódicas
durante los primeros seis años de prisión. Los soportará con bravura propia de
un agente de su categoría. Pese al dolor infligido no abrirá la boca ni siquiera
para quejarse. Al principio, vivirá incomunicado del resto de los presos. El
juez de su causa, Raúl Carranza Trujillo, psicoanalista criminológico de tesis
avanzadas para la época, somete al condenado a un largo psicoanálisis del que
desprende “un activo complejo de Edipo por parte de una madre dominante y de una
figura paterna siniestra”. Se refiere a Stalin, por supuesto. Rubén Gallo, en su
libro Freud y Stalin en México, incluye los ejercicios de Mornard en respuesta a
las pruebas psicoanalíticas y añade la felicitación que Sigmund Freud envía a su
colega mexicano, el psicólogo juez Carranza cuándo este le remite el libro de su
trabajo con el “desmemoriado”.<BR><BR>El hombre sin nombre seguirá protegido por
el dictador y sus acólitos. Su silencio vale oro. De ahí que en los veinte años
de internamiento una comisión dirigida desde México por el agente secreto Kupper
se ocupe de “vigilar” a Mercader, de costear su defensa y de hacerle la vida lo
más confortable posible en Lecumberri. El preso especial dedicará su tiempo a la
lectura, al estudio y la formación personal. Electrotecnia e historia son sus
materias preferidas. Tiene la celda forrada de libros y comparte prisión con el
artista Siqueiros, liberado pronto por la intervención de Pablo Neruda, y con
los escritores Álvaro Mutis, José Agustín y William Burroughs. En algún sentido
sigue permaneciendo mudo pese a las palizas continuas, aunque muy pronto
conseguirá fama en la cárcel por una razón esta sí heroica. Se encarga de
alfabetizar a más de mil presos de lo que se derivará, en alguna medida, una
nueva identidad para el asesino. Recibirá el sobrenombre de El Santo. Así es
como los reclusos llaman al oculto agente. Lo dijo la actriz Sara Montiel cuando
lo visitó en Lecumberri y supo contarlo: “Mató a Trotsky pero malo no era”. Para
un estalinista convencido como Mercader el mote de los presos resultaba irónico.
Su hazaña solidaria se extenderá por todo el país y será el mismo presidente de
la República mexicana quien entrará en prisión a condecorarlo por su labor
humanitaria.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En el ecuador de su condena se descubre, al fin, la
identidad del preso, para desgracia de su familia catalana que cierra filas ante
tan terrible noticia. ¿Un catalán, de buena cuna? Pocos quieren creerlo. Alguno
que otro artista e intelectual de izquierda se atreve a visitarlo. Su madre,
Caridad Mercader, con un gran sentido de culpabilidad (llora mucho su desgracia
en la URSS) se presenta en México y explica al agente Kupper que tiene un plan
perfecto para liberar a su hijo. Los agentes no quieren ni oir hablar de ello,
pues años antes la red mexicana se ha quitado de encima, entre otros descreídos
de la causa estalinista, a Modotti. A Caridad Mercader haciendo de las suyas, en
México, los súbditos del Kremlin no la soportan y van a ocasionarle un fortuito
accidente de coche del que la buscada víctima sale ilesa, si bien fracasará el
proyecto de huida de su hijo. “Marimandona”, le reprochará Ramón, por meter las
narices donde no la llaman.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo que nadie espera de este preso desmemoriado es que
estando en el temido Palacio Negro se enamore, esta vez probablemente sin
estrategia previa, de una bailaría folklórica llamada Roquelia, hija de aquella
cocinera que la red soviético-mexicana ha contratado para ocuparse de su comida.
Mercader ya entra y sale de la cárcel con la discreción de un invitado a
prisionero. Por supuesto, su silencio no tiene precio. Y cautivo o libre sabe
muy bien que es hombre sentenciado pese a ser (lo dijo en secreto) el comunista
más leal a Stalin de todos los comunistas conocidos y por conocer. <BR><BR>“He
cometido un crimen y debo pagar por ello”, es uno de sus dos pensamientos clave.
El otro: su convicción de que el atentado contra Trotsky obedeció a un crimen
político, un acto de guerra propio de la época que le tocó vivir.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Este Mercader reaparecido, caída ya su careta de Mornard,
tiene cuarenta y siete años cuando, una vez cumplidos los veinte de condena,
sale discretamente de Lecumberri y corre a Moscú junto con su esposa Roquelia.
Comienza entonces su prisión dorada. En la Unión Soviética es recibido con todos
los honores y condecorado con la más alta distinción de su país de asilo, la de
Héroe de la URSS y también la medalla de Stalin. Y pese a que el nombre que le
han adjudicado sea otro, el festejo se celebrará, es claro, en la más estricta
intimidad y anonimato. Tampoco, allá, en tierra extraña, nadie debe estar al
corriente del motivo de tal altísima distinción que permitirá a Mercader moverse
por la capital moscovita con todos los privilegios posibles. Todos salvo uno: La
libertad de ser él mismo. Hasta el día de su muerte, e incluso años después de
ser enterrado se le conocerá como Ramón Paulovich López. Marca de la casa: la
que obliga a los agentes a disfrazarse de continuo desde que años atrás, durante
la primera visita del joven Stalin a la vieja Europa, cuando llega a Viena con
pasaporte griego, decide vestirse de mujer para ejemplo y figura de sus
funcionarios especialísimos del futuro. <BR><BR>¿Le importaba a Mercader tener
que ser siempre otro? No, especialmente. En Moscú lee con voracidad. Escribe
páginas y más páginas en los libros de la Historia del Partido Comunista Español
y escucha música. Pasa el tiempo. Se aburre. Sueña con escapar. Le duele en el
alma, en esos largos años que vivirá en la URSS junto a su mujer e hijos
adoptados, la decepción y desencanto del sistema soviético, el tedio que siente
Roquelia, el suyo propio, las purgas que padecerán sus colegas espías, incluido
su padrastro Eitingon, la formación de los hijos, las traiciones, el desengaño
por los presidentes posteriores, Kruchev y Breznev (a éste último lo detesta) y
por encima de todo la lejanía del mar de su país de origen: Cataluña. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Mercader quiere irse. Una conocida de Roquelia, hija de
republicano español y vecina de la casa, va tomando confianza con la familia. La
amistad crece. Comparte con Mercader la grisura del sistema y la jaula de oro en
la que el héroe vive de sol a sol. Un buen día, ella se informa sobre la llegada
de Fidel Castro a la Unión Soviética (27 de abril de 1963). Conocedor de que
durante la famosa visita la amiga y vecina va a trabajar como intérprete del
Presidente cubano, Ramón se atreve a pedirle: “Trata de decirle a Fidel que
quiero ir a vivir a Cuba y que le agradecería como un favor que tuviera la
amabilidad de invitarme”. Tampoco parece que esta misión pueda ser viable. Pero
el destino vuelve a “ayudarle” y Castro acepta de inmediato la propuesta. Los
rusos, por su lado, tampoco se aferran a la idea de mantener a perpetuidad a su
asesino extraño. Más bien les molesta tener a este héroe desmemoriado campando
por sus fueros. En Moscú fue siempre un personaje a quien no gustaba enseñarlo
en público. Lo admiraban y temían al mismo tiempo.“Soy una patata caliente para
todo el mundo”, dice de sí mismo a la amiga y única apuntadora de confidencias.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>Nada más cierto. El viaje de Mercader a Cuba requiere ser
organizado despacio como es norma de los países del rincón Este de aquel mundo.
Roquelia y los hijos viajarán primero. La amiga del matrimonio, los
seguirá de inmediato. También ha aceptado un trabajo en La Habana, único paraíso
que algunos latinos de la URSS pueden permitirse. Mercader, sin embargo, debe
quedarse en Moscú a fin de ultimar trámites de salida y recibir, según fecha
sabiamente programada, otro premio honorífico que el 9 de mayo de 1964 sus
camaradas de la KGB le hacen como regalo de despedida. El regalo consiste en un
reloj de pulsera que Ramón López ata de inmediato a su muñeca, si bien, con tan
mala suerte que, unas semanas más tarde, estando todavía solo en Moscú, el
agente especial se siente enfermo, y es ingresado con el pulmón obstruido por un
derrame. Mercader ha cumplido 51 años. El diagnóstico del resultado de las
pruebas en el hospital moscovita no parece del todo claro. Varios especialistas,
amigos de la familia, sospechan que es cáncer pero nunca realizan análisis ni
biopsia. Su padrastro Eitingon lo visita en el hospital y al salir lanza a Luis
Mercader, hermano de Ramón, la lapidaria frase: “Algo le deben haber hecho. ¿No
lo habrán envenenado?”<BR><BR>¿Qué clase de enfermedad? Mercader quiere conocer
el nombre pero es difícil responder claramente estas preguntas si el agente está
“tocado y hundido”, una patata caliente. Así que cuando viaja a La Habana
descenderá del avión herido de muerte. Sospecha la gravedad de su estado pero,
terco en su silencio, el hombre sombra se aviene a trabajar como asesor de Fidel
Castro. ¿Es creíble? Del trabajo que Mercader hace en Cuba para el Presidente
Castro se ignora todo. Posiblemente asesora poca cosa o apenas nada. Mientras lo
permite su enfermedad se presenta a diario a un edificio del Gobierno. Por
supuesto, va acompañado de un escolta. Se mueve solo. Sin amigos. Y el único
extranjero que consiguió estar con él en la isla caribeña fue un sobrino suyo,
pariente lejano mío, que viajó ex profeso para visitarlo.<BR><BR>El escritor
Cabrera Infante cuenta que cuando él y otros intelectuales se enteraron de la
presencia Mercader en La Habana fueron a ver a su dirigente para reprocharle tal
invitación. Castro les contesto que había dado la autorización “a pedido de una
nación amiga” a la que debía “favores”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El cáncer ha ido minando su cuerpo y son semanales las
visitas al hospital cubano. La amiga leal, una de las pocas sino la única que
nuestro agente puede permitirse, lo acompaña y ayuda en todo lo necesario.
También ella ha aprendido a callar pero, por fortuna para la memoria histórica,
es más joven que Ramón y calla menos. Y dará su testimonio riguroso, casi
clandestino, de la vida cotidiana del héroe soviético durante los quince años de
la tercera vida de Mercader, ahora Ramon López, nacido en Moscú.<BR><BR>No
existe ningún diagnostico exacto de los últimos años de vida de Mercader a pesar
de ser atendido en las mejores clínicas moscovitas y por la mejor clínica de La
Habana. Corre la sospecha de que Mercader fue envenenado antes de salir de
Rusia. El temido veneno colocado, en esta ocasión, en un reloj de pulsera. Nadie
quiere ni puede certificarlo. Pero todos dudan. Nadie se atreve a hablar
claramente. </DIV>
<DIV align=justify><BR>En 1977, en plena transición española, Ramón Mercader,
sentenciado y casi moribundo, el agente secreto más importante de la Unión
Soviética, Héroe absoluto declarado por Stalin, solicita a Santiago Carrillo su
deseo de morir en Cataluña, en el pueblo de veraneo de su infancia. El
Secretario General del Partido Comunista de España, el hombre que también tuvo
muchas vidas y mucho que guardar dentro del armario, le da una respuesta
malévola, sobre todo viniendo de él. “De acuerdo”, le dice, “te doy permiso si a
modo de arrepentimiento escribes una confesión completa de las actividades
realizadas a los largo de tu vida y de quién te dio la orden del asesinato”.
<BR><BR>Agente honorífico como, pese a todo, nuestro héroe sigue siendo,
Mercader rechaza categórico la oferta envenenada de su colega respondiéndole que
él “nunca traicionará a los suyos”. Considera la propuesta una deslealtad a la
organización para la que ha trabajado teniendo en cuenta, además, que muchos
agentes de aquella operación siguen vivos en la URSS.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La condición del Zorro Rojo clama al cielo. El hombre al
que se le reprocha no haber dado nunca una explicación sincera de los hechos
desgraciados de Paracuellos (purgas y asesinatos), y cuya responsabilidad está
demostrada, exige un mea culpa y la confesión de la verdad al héroe, colega y
camarada responsable de un solo asesinato. <BR><BR>Abandonar Moscú para regresar
a Barcelona “ni que sea barriendo calles”, fue un sueño que sólo consiguió
realizar a medias. Ramón morirá en La Habana un 19 de octubre de 1978 sin dejar
prueba alguna de arrepentimiento por haber matado a León Trotsky. Sin embargo,
sí lo lamentó a su manera. Comentó en más de una ocasión que había sido
utilizado. A un amigo que lo conoció bien, en un momento de melancolía le dijo:
“Lo de Trotsky fue una acción justa en su tiempo pero jamás volvería a matar a
otro hombre pese a que también existieran motivos ideológicos para hacerlo”. El
también llamado “brazo armado de Stalin” tenía una personalidad que dará todavía
para mucha tinta. Prefiero fiarme de él. Del hombre que supo guardar un secreto
a costa de perder su identidad, su vida, su verdad histórica y todo ello para no
traicionar a la Bestia que sus camaradas habían alabado durante tanto tiempo. Y
a la que, por cierto, Mercader nunca conoció personalmente.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>León Trotsky en el cine y la
literatura</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify>Son innumerables los libros que han abordado la vida de León
Trotsky. La de Ramón Mercader, en cambio -cuya biografía permanece atada a la
muerte del líder revolucionario soviético-ha sido eje de un puñado de novelas,
relatos, películas o documentales que no terminan de agotar los enigmas de su
vida. En el cine, la primera aproximación histórica vino de la mano del director
Joseph Losey que en 1972 estrenó El asesinato de Trotsky , con Alain Delon
(Mercader) y Richard Burton (Trotsky). En 1996, una película-documental,
dirigida por José Luis López Linares y Javier Rioyo, Asaltar los cielos, rescató
una vez más la historia personal del asesino de Trotsky, aunque el eje está
puesto en su madre, Claridad Mercader.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La escritora catalana Nuria Amat, autora del texto y la
investigación que acompañan estas páginas, publicó en 2011 su novela Amor y
guerra (Planeta), centrada en la historia de Mercader y un triángulo amoroso,
secretos históricos y mucha intriga familiar. Un par de años antes, en 2009, el
cubano Leonardo Padura dio a conocer su premiada novela El hombre que amaba a
los perros (Tusquets), que narra la relación de Mercader con su madre, así como
el largo exilio de Trotsky hasta su asesinato en México, donde las vidas del
asesino y su víctima terminan entrelazándose. Otro español, Jorge Semprún, había
publicado en 1969 La segunda muerte de Ramón Mercader, un thriller político que
ese mismo año obtuvo el premio Fémina, pero que por motivos de censura no pudo
ser reeditada en su país sino hasta 1978.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Varios autores argentinos también se han sentido atraídos
por la figura de Trotsky o por el atentado que le provocó la muerte. Dos textos
que Héctor Tizón publicó en su libro de ensayos No es posible callar (Taurus,
2004) , se refieren a Ramón Mercader. Otros escritores como Tununa Mercado,
Andrés Rivera, Martín Kohan, Noé Jitrik o Sylvia Molloy, han hecho referencia a
Trotsky en sus obras.
<HR>
<BR> <BR> </FONT></DIV></BODY></HTML>