[Gcap-mujeres] En Bolivia se define el continente, Isabel Rauber

Luisa Cruz chluisa en gmail.com
Mar Sep 16 06:17:13 GMT+3 2008


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Pasado, presente y futuro de las democracias latinoamericanas
En Bolivia se define el continente

Isabel Rauber

ALAI AMLATINA, 15/09/2008, Buenos Aires.-  Mirando el mundo, pero
particularizando en nuestras tierras y deteniéndonos en la situación de
Bolivia, se hace evidente que –tal como están  las democracias resultan
cuando menos insuficientes para contener, expresar y proyectar la
participación madura y creciente de la ciudadanía, en el entendido
 supuestamente aceptado y vigente  de que la condición ciudadana es
universal. Y es esta una de las definiciones/decisiones con las que la
democracia debe ponerse a tono en este siglo.

¿Democracia de quiénes y para quiénes? ¿Todos tienen realmente los mismos
derechos a ejercer la ciudadanía? ¿Pueden los pueblos realmente decidir
democráticamente sus destinos, mejorar sus condiciones de vida y
convivencia? ¿Hay un contrato social capaz de sustentar estas aspiraciones?

Recorriendo los territorios políticos del continente, rápidamente se detecta
que los paradigmas democráticos, tal vez por ser escasamente practicados,
evidencian sus grandes flaquezas, algunas de ellas, por su desembozada
orientación de clase a favor de los poderosos, otras –además de eso  por su
notable obsolescencia social y cultural. Esto habla de la urgente necesidad
de actualizar/cambiar el contrato social (político, económico y cultural),
que sustenta nuestras sociedades.

Si centramos las reflexiones en la realidad boliviana actual ello es
incuestionable, pero a la vez se instala fuertemente una interrogante: ¿Hay
posibilidades?, ¿Existe un interés colectivo en construir un mundo
civilizado, que habla –mínimante- de compartir, de repartir y reclama
tolerancia, o los poderosos de siempre -quitándose la máscara- adoptarán una
vez más la violencia, la exclusión, la mordaza y la muerte como basamento
social de sus lujos y avaricias?

Se trata de una disyuntiva de vida y de modos de vida. Y está en juego hoy
en las calles y campos de Bolivia y  con ellos , en todos nuestros
territorios. Es asunto de tiempos y acontecimientos. Bolivia evidencia que
la opción dictatorial travestida en los golpes "cívicos" expresión
concentrada del egoísmo y la intolerancia extremos de los poderosos, busca
re-instalarse como opción política (y económica) en tierras
latino-americanas, contando  una vez más  con la intervención de la mano
amiga ("agenda positiva") del poder de los "americanos".

La democracia representativa tiene entre sus fundamentos el voto de las
mayorías. Cuando esto funciona bien para los intereses de las minorías en el
poder (y del poder), estas no levantan ninguna objeción. Cuando –rara vez
por cierto- ocurre lo contrario, la máscara y el discurso universalista
desaparece y aflora sin tapujos el contenido de clase de la democracia que
soportan y sustentan. Para ellos no hay principios democráticos generales,
sino solo aquellos que les permiten defender y extender sus intereses.
Cuando no es así, no dudan en boicotear la democracia, pisotearla,
secuestrarla y matarla, al tiempo que lo hacen también con la ciudadanía que
la defiende. Esto es lo que mostró hace 35 años el golpe a Allende, en
Chile, y lo que hoy muestra crudamente la realidad boliviana. No es de
extrañar por tanto que los grandes medios de comunicación –funcionales a los
poderosos- se empeñen en distorsionar los hechos y en vez de hablar
claramente de sedición contra las instituciones, de abierto irrespeto a la
democracia y la constitución por parte de los golpistas, hablen de un
conflicto entre "dos bandos".

Pero no hay "dos bandos". Existe un gobierno legítimo y un sector social de
inadaptados sediciosos antidemocráticos, incluyendo gobiernos
departamentales, que no quieren atenerse a las normas democráticas, y que
 conscientes de que se les acabó la fiesta macabra del saqueo, la
explotación, el robo y la humillación , en inocultable estado de
desesperación, transforman su intolerancia en violencia y destrucción
desembozada. El detonante no ha sido ni el "bono dignidad" para los
ancianos, ni las falsas identidades regionales que clamarían por un
separatismo, sino una intoxicación impotente de racismo y clasismo profundos
que explotaron descontrolados luego del aplastante resultado del referéndum
revocatorio, al cual se opusieron precisamente porque ni ellos mismos se
creían las mentiras que producían a través de sus medios cuando afirmaban
que Evo no tenía apoyo ni legitimidad. Su intolerancia, irrespeto a las
instituciones y a la democracia estallan tanto cuando pretender insultar al
Presidente Evo acusándolo de indio, como cuando desconocen los resultados
electorales por la pertenencia étnica de los votantes. Basta de pretextos:
el problema es el entrecruzamiento de intereses de clase y prejuicios
raciales. Para los blancones del poder el voto indígena y pobre no vale,
excepto cuando se les subordina, y tampoco vale la democracia, salvo cuando
es para ellos. De ahí también el rechazo a aceptar el referéndum por la
nueva constitución. Porque de aprobarse –lo más probable-, tendrían que
aceptar no solo la legitimidad del voto indígena y pobre (mayoría) que la
aprobará, sino el que estos sectores y actores puedan estar directamente
representados y participando de la toma de decisiones. Y eso ya supera sus
"sentimientos" y declamaciones democráticos, y pone fin a toda finta de
tolerancia.

La exclusión tiene un origen y contenido clasista y racista, y también se
expresa y actúa en lo político. Intereses de clases, racismo, modos de
representación e institucionalidad están estrechamente unidos. Es saludable
tener presente que el "descubrimiento", la conquista (exterminio) y
colonización de América se hizo en función de la acumulación originaria del
capital, y luego se afianzó para mantener y aumentar las ganancias, los
privilegios y el poderío de los conquistadores y sus herederos en el poder.

En Bolivia queda evidenciado que los poderosos han utilizado y utilizan la
democracia como sistema de dominación y no como derecho humano ciudadano
pleno, porque nunca incluyeron a los derechos políticos ciudadanos como
parte de los derechos humanos, ni a estos como fundamento de la democracia,
ni consideraron a los indígenas seres humanos, menos entonces los
reconocerán dentro de su pequeño espectro de derechos civiles (civilizados).

Pero las limitaciones de la democracia no empiezan ni terminan en Bolivia.
La pugna de intereses, y su distorsión y castración en función de los
poderosos, hace aguas y perfora lo discursivo abstracto en todas las
latitudes. Y esto habla –mínimamente- de la necesidad de abrir el debate
acerca de la democracia a toda la ciudadanía.

Anquilosadas en su fidelidad a un mundo basado en la hegemonía de una clase
sobre el conjunto de la sociedad, las democracias se desarrollaron para las
élites y el mercado. En virtud de ello  legalizando, sustentando y
profundizando la exclusión, la explotación y todas las miserias que ello
conlleva ,  las democracias abren cíclicamente el camino a las discordias y
enfrentamientos fratricidas violentos, en los ámbitos nacionales, regionales
y continentales. Es obligación moral para con la supervivencia humana,
apostar a cambios sociales (económicos, políticos y culturales) profundos,
incluyendo –obviamente- los relacionados con la democracia. Y esto implica,
entre múltiples cuestiones, actualizar/cambiar las bases del contrato social
que la sustenta, es decir, el propio contrato social. Hay que actualizar,
renovar, cambiar los fundamentos jurídicos, económicos, sociales, políticos
y culturales para que efectivamente, todos los ciudadanos sean iguales, no
solo ante la ley, sino ante la vida y en la vida (pública y privada).

Los actuales sucesos de Bolivia demuestran –por si hiciera falta-, que no se
puede seguir escondiendo la basura debajo de la alfombra, haciendo como que.
Urge debatir acerca del tipo de sociedad, el tipo de país, de gobierno, de
Estado y el tipo de democracia que necesitamos para construir un modo de
vida basado en la convivencia en paz entre todos y todas. Y esto no puede
limitarse a las agendas sectoriales o a los vaivenes oportunistas de un
partido u otro. Es vital convocar/comprometer en ello a la ciudadanía toda,
sin distingos ni exclusiones de ninguna índole.

Un debate de esa magnitud, para ser efectivo y sostenible, reclama desterrar
la intolerancia, reconocer las diferencias activas, es decir, el conflicto
que suscitan, como fuente de dinamismo, de vida. Pueden abrirse entonces
tiempos en que la política, retomando su vertiente aristotélica, se
manifieste como capacidad y derecho ciudadano pleno a expresar las opiniones
y propuestas, haciendo del conflicto el vehículo del debate, los diálogos y
la búsqueda de consensos. Volverá entonces la política, plenamente, al
terreno de la vida civil ciudadana, abriendo las puertas al florecimiento de
la inteligencia e imaginación colectivos, propios de los inagotables anhelos
humanos de perfeccionamiento y superación.

Un mundo de paz reclama sociedades que se constituyan y se asienten sobre la
base de la justicia y la equidad sociales (económicas, culturales,
políticas), el pluralismo, la tolerancia  y el respeto a los derechos
humanos en todos los órdenes y ámbitos de la vida humana. El egoísmo, la
exclusión, la unicidad, la violencia y la búsqueda de ganancia sobre la base
de la explotación humana como sustrato del orden social son valores propios
de una civilización agotada junto con el siglo XX. Sostenerlos y pretender
justificar su supervivencia en el siglo XXI, resulta culturalmente tan
retrógrado como el medioevo lo fue para la república.

Hacernos cargo de la experiencia y la cultura de la humanidad, implica
apostar a la paz social en los ámbitos local, regional, continental y
mundial. Esto reclama hoy imperiosamente hacer efectivo el respeto a las
diferencias, a la existencia de diversas culturas, identidades, miradas y
modos de vida, conjugándolos en un nuevo contrato social sobre cuya base se
construya una sociedad (Estado) plural, multi e intercultural, que haga de
los principios democráticos del derecho a ser y vivir diferente, la base
para la construcción de una democracia plural con significación efectiva
para todos y todas.
Es lo que reclama -por disímiles vías- la humanidad conciente en el siglo
XXI. Y es lo que está en juego y se dirime hoy en Bolivia.

- Isabel Rauber es doctora en Filosofía. Estudiosa de los movimientos
sociales latinoamericanos.
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