[Gcap-mujeres] Emergencia en El Salvador: Miradas
Luisa Cruz Hefti
chluisa en gmail.com
Mie Oct 26 04:34:04 UYST 2011
- - - Servicio Informativo "Alai-amlatina" - - -
Emergencia en El Salvador:
Miradas
Carlos Ayala Ramírez
ALAI AMLATINA, 25/10/2011.- En el contexto de la reciente emergencia
nacional por las intensas y constantes lluvias que cayeron sobre El
Salvador, el obispo auxiliar, monseñor Gregorio Rosa Chávez, hizo una
exhortación a ver al país desde tres perspectivas o miradas: la mirada a la
realidad de inhumana pobreza; la mirada a la respuesta que como país se ha
dado a la emergencia; y la mirada a la triple vulnerabilidad que caracteriza
a la sociedad salvadoreña: económica, social y ecológica. Estas miradas se
pueden hacer a partir de documentos que presentan sendos diagnósticos
técnicos (uno reciente, por ejemplo, es el Estado de la Región 2010);
también podemos recurrir a los analistas e investigadores que tienen por
vocación propia el conocimiento de la realidad económica, social, política,
ecológica, etc. Menos recomendable son las miradas que sobre estos temas
tienen los políticos, en las cuales prevalece el interés particular sobre el
general, lo ideológico sobre los datos de la realidad, el “rollo” político
sobre el análisis serio.
Pero hay una mirada que no suele estar en la opinión publicada en los medios
(recordemos, de paso, que opinión publicada no es necesariamente lo mismo
que opinión pública, por mucho que se pretenda identificarlas: la opinión
pública, en principio, forma parte de la sociedad civil y no de la sociedad
política, mientras que la opinión publicada suele ser la de los grupos de
interés con mayor poder económico, social, mediático, etc.). ¿De qué mirada
hablamos? Nos referimos a la que hace el ciudadano común; para el caso que
nos ocupa, el ciudadano que ha salido más afectado por esta calamidad
nacional, el mismo que está afectado por la calamidad estructural de la
exclusión social. ¿Qué expresan estas miradas? Veamos algunas recogidas
entre la población del bajo Lempa.
María Jesús Marinero, 72 años: “Mire, mis hijos todos murieron en la guerra,
solo tengo nietos, somos seis por todos. Yo vine a vivir a esta zona después
de la guerra. Aquí encontramos vivienda y trabajamos la tierra. Esta vez
tuvimos que salir de las casas porque el agua se metió por todos lados; acá
en el albergue al menos estamos en lo seco. Andar solo en el agua se pelan
los pies, salen hongos, y luego nos cuesta caminar. Mi principal pedido es
que nos ayuden a arreglar las casas. En mi caso, una parte ya no sirve
porque las láminas se reventaron. El arreglo de la casa tiene que ser
primero”.
Leopoldo Romero, 23 años: “Yo nací en Tierra Blanca, pero mis padres se
trasladaron a este lugar. A los 14 años me fui para el Norte. Estuve casi
siete años viviendo allá, en Miami, pero me deportaron hace dos años más o
menos. Durante las descargas de agua, yo me quedé cuidando los animales,
aguantando el agua por cuatro noches. Mire como tengo los pies, con hongos y
mazamorra, inflamados. Le hicimos frente a las llenas que eran cada vez más
fuertes. Logré que los animales no se ahogaran, pero la milpa sí se perdió.
Antes de las lluvias estábamos contentos porque pensamos que la cosecha
estaba lograda, pero hoy que las vemos son un desastre, se pudrieron”.
María Antonia Hernández, 60 años: “Yo vivo en la comunidad del Presidio
Liberado. Los potreros y las plantaciones se llenaron de agua y todo se
arruinó. Perdí dos manzanas de maíz que las iba a utilizar para alimentar al
ganado, también unas gallinas, hay varios animales muertos en los potreros.
Fíjese que yo el primer día estuve en un albergue, pero me salí porque unos
bolos estaban amenazando a uno de mis hijos. En esos lugares hay muchos
problemas, prefiero quedarme en mi casa, aunque ande con el agua hasta la
cintura. En estos días he tenido que dormir con las botas puestas, al estilo
militar. El problema más grave de aquí sigue siendo la borda: está rota en
varios tramos. Eso lo hemos venido diciendo desde hace años y no se hace
nada”.
Rosa Ivania Cortez, 22 años: “Aquí lo que más afecta cada invierno no es
tanto la lluvia, sino las descargas que se hacen en la presa del río Lempa.
Si hubiera bordas adecuadas, viviríamos una vida tranquila; mientras eso no
ocurra, seguimos con el peligro entre nosotros. Cada año se pierde la
mazorca, se mueren animales, se arruinan nuestras casas, pero logramos
salvar nuestras vidas. En eso sí hemos aprendido que es mejor prevenir que
lamentar, aunque algunas personas todavía se arriesgan por cuidar sus
cositas. Ahora tendremos que esperar por lo menos tres meses para que la
tierra se seque y poder comenzar la siembra de verano. De momento, tendremos
que comprar el maíz que necesitamos”.
Joel de Jesús Merino, 24 años: “Pasamos una desgracia: se rompió la borda y
por eso se inundó todo. Unos salieron a los albergues y otros nos quedamos
en las casas; es difícil dejar las cosas que nos han costado tanto: una
cama, unas gallinas, la ropa… Yo perdí una manzana de milpa que sembré para
la comida de la familia. Ahora tengo que hacer un esfuerzo para cultivar en
verano, en el mes de febrero. Los víveres que nos han traído de diferentes
partes nos ayudan más de lo que se imagina, nos sacan del apuro. Gracias a
la ayuda solidaria salimos con la necesidad del día; ha sido una gran
bendición. Las semanas que siguen ya es otra cosa, que puede resultar más
crítica”.
Presentación Carrillo, 58 años: “Uno de los problemas que tuvimos es con la
instalación de los albergues; no están debidamente acondicionados. Una de
las promesas del anterior presidente de CEL fue la construcción de albergues
permanentes, que reunieran todas las condiciones de seguridad, higiene,
salud, alimentación y otras necesidades. Hemos intentado hablar con el nuevo
presidente para tratar de nuevo el tema, pero no ha sido posible. Una vez
que pase la emergencia, hay que exigir el cumplimiento de esa promesa”.
¿Qué ponen de manifiesto estas miradas? Revelan, en principio, una historia
de sufrimiento, exclusión social y penurias; pero también una práctica de
resistencia organizativa que los hace pueblo en el sentido estricto del
término. Y desde una perspectiva teórica, revelan que la pobreza en la que
vive un buen número de familias salvadoreñas no es un infortunio ni un
destino, sino una condición histórica que puede y debe ser transformada.
Reflejan también un modo que se está haciendo habitual entre la ciudadanía
para responder al desastre: con actitudes organizativas, solidarias y
compasivas. Muestran, además, la necesidad no solo de mitigar el impacto de
los desastres ecológicos, sino de buscar estrategias de Estado para
enfrentar con más profundidad las vulnerabilidades estructurales. Una vez
más constatamos la importancia de una de las intuiciones fundamentales de
Ignacio Ellacuría: “Son las mayorías y su realidad objetiva el lugar
adecuado para apreciar la verdad o falsedad del sistema social vigente”.
- Carlos Ayala Ramírez es director de Radio YSUCA (El Salvador)
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