Memoria: Santucho, a 30 años de su caída en combate [Luis Mattini y Carlos Revello]

Ernesto Herrera germain en chasque.net
Mie Jul 19 13:58:06 UYT 2006


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Boletín informativo - Red solidaria de la izquierda radical

Año III - 19 de julio 2006 - Redacción: germain en chasque.net

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Memoria

1976 - 19 de Julio de 1976 - 2006 

A 30 años de su caída en combate

La Fogata recuerda al comandante Mario Roberto Santucho

En las palabras de quien lo sucediera al frente del PRT-ERP y del compañero Carlos Revello,  periodista y antiguo militante del MLN- tupamaros

http://www.lafogata.org/


Reencuentro con Mario Roberto Santucho 

Luis Mattini  


A Mario Roberto Santucho le decían "Roby", sobrenombre que no es de mi gusto porque me suena una contracción artificial con deje anglosajón, igual que Gaby por Grabriela o Willy por Guillermo. No es cosa de nacionalismo idiota sino de sensibilidad musical. Las lenguas son en primer lugar sonido y cada una tiene su cadencia.

Intente Ud. pronunciar correctamente en inglés "Walter" junto con García y después me cuenta. .En todo caso en la militancia de los primeros años le decíamos "Cabeza Chata", o simplemente "el cabeza", no por referencia a sus ideas sino por la forma peculiar de su cráneo. En fin. por fuerza de los hechos, me resigno a llamarle Roby.

Luis Segovia, el dirigente de los metalúrgicos de Villa Constitución, dijo de él en 1975 : "Este hombre que reúne en su persona la intelectualidad de Lenin, la humildad de Ho Chi Min y la garra del Che"

Por su parte Domingo Mena, quien por lo común veía en mayor profundidad que la media, comentó ácidamente: ¿Y la garra de Lenin? Elocuente ironía que sintetizaba un gran malentendido de la época: si las garras se expresan solo con testículos cargados de pólvora. Y para ser precisos, si bien es cierto que el Roby poseía una aguda inteligencia y una notable sencillez, no eran ni la intelectualidad ni la humildad lo que lo diferenciaba de los demás.

Porque lo que no caben dudas es que Roby era diferente a todos nosotros. Cuando digo "nosotros" me refiero a un par de docenas de dirigentes de máxima responsabilidad de las organizaciones armadas. 

Benito Urteaga, Domingo Mena , Enrique Gorriarán, Mario Firmenich, Roberto Quieto, Marcos Osatinky , Luis Pujals, Mario Mendizábal, Sabino Navarro, Luis Ortolani, Carlos Germán, etc. Los he conocido y tratado a casi todos y estoy seguro que éramos hombres de mayores o menores talentos pero en todo caso más o menos parejos, Cada uno podía destacarse en algún aspecto más que el otro, pero había una media común y una impronta de época. Una generación cuyo mayor mérito fue "atreverse" y hacerse cargo de lo que considerábamos el desafío de nuestro tiempo. La generación del hacer. Característica esta en la que el Roby estaba a la cabeza. Por eso es difícil establecer en qué consistía la diferencia de Santucho con todos los demás.

No, no es sencillo describir, menos aún demostrar, qué es lo que hacia que Santucho fuera Santucho. Y más engorroso todavía para mí, que he tenido la ventaja de educarme desde niño en el rechazo a todo tipo de idolatría y desde la adolescencia - gracias a Don Enrique Giesch y a Silvio Frondizi - en un marxismo despejado del culto a la personalidad. 

Pero como al mismo tiempo tengo el privilegio de ser el sobreviviente que más tiempo ha estado a su lado en el período determinante de su vida, es que procuraré calibrar los adjetivos sobre la personalidad del fundador del ERP e intentar mostrarlo, tal cual yo lo viví.

Mi primer encuentro con Roby fue de lo más inesperado.. Los acontecimientos nacionales se precipitaban, la CGT de los Argentinos estaba en auge con Ongaro al frente y Córdoba a la vanguardia con Tosco a la cabeza. El PRT ventilaba sus asuntos en período precongreso y al mismo tiempo, sobre todo en Rosario, se desarrollaban las primeras acciones armadas urbanas, acompañando la movilización creciente del campo popular.

Santucho había convocado a V congreso y tres semanas antes realizabamos el plenario precongreso de la regional Buenos Aires. Llegamos al departamento de los padres del Quique Gelter en pleno Barrio Norte. y cuando subimos nos recibió Luis Pujal quien de inmediato nos entregó sendas capuchas y nos indicó, "Pasillo al fondo a la derecha". .Entré a la habitación en donde había un grupo de encapuchados preparando el temario de la reunión. Cuando esta se inició con el primer punto "Plan de fuga", como era de rigor, se produjeron chicanas al momento del recuento del armamento disponible. Varios habíamos ido desarmados porque la orientación era andar armado solo en situación operativa y no faltó un comentario irónico en el sentido de qué clase de combatientes éramos que no llevábamos ni una cortaplumas. . Alguien no lo dejó pasar y dijo que era una cuestión de línea y no de valores personales. "Si la línea es traer el armamento yo no tengo problemas de venir con una bolsa de revólveres".

Arreglados los asuntos de las credenciales congresales, dos personas fueron presentadas como miembros del Comité Central. Miguel y Rafael. El documento en discusión había sido escrito por Benito Urteaga y lo llamaban ."El mamotreto de Mariano" tenía como doscientas páginas para contestar los documentos, no menos voluminosos ni menos mamotretos, de las otras dos tendencias. Pero a la hora de pasar a la discusión, Miguel y Rafael presentaron un proyecto de apenas ocho hojas que el segundo leyó y argumentó con una elocuencia que no ahorraba modestia. Cayó mal a la mitad de los plenaristas, un poco porque no tenía nada que ver con el mamotreto, pero principalmente por el tono del disertante. Por mi parte cuestioné la forma, la falta de mandato de los delegados para considerar un proyecto no discutido por las bases como lo había sido en "mamotreto" . De todos modos este cuestionado proyecto me parecía una superación, un aproximación de guía para "pasar a las hostilidades" que por otra parte ya estaban iniciadas en los frentes de lucha. Por ello propuse postergar el congreso un par de semanas para bajar el proyecto a las bases. .Yo era relativamente nuevo en el Partido, desconocido para la mayoría de los presentes, pero el Indio Bonnet me había presentado como el delegado de la zona más "proletaria" de la regional. Con semejante certificado compensaba la desconfianza, por lo que la propuesta, como venida "de la clase", encontró eco a regañadientes favorable. Por un lado nadie quería postergar el Congreso pero por otro estaban muy fastidiados por la pedantería de Rafael.

Entonces usó de la palabra Miguel quien prácticamente no había abierto la boca. Escuché la voz norteña, pausada, arrastrando alguna erre, de un enmascarado que se ayudaba con la mano con la palma hacia arriba juntando el pulgar con los demás dedos en ademán de confianza en vez de levantar el índice amenazador. Defendió paso a paso el documento con un discurso, pedagógico, convincente y, como dirigiéndose a mi propuesta, concluyó: "La lucha de clases urge y no podemos atarnos a formalismos cuando la verdad llega por caminos imprevistos". La forma de su exposición me impresionó. Pero con los años comprendí que no era la forma, sino el contenido, no en el sentido objetivo de la racionalidad de las propuestas, sino la subjetividad de alguien que convencía porque estaba convencido. Era - como supe después - Mario Roberto Santucho.

El próximo encuentro se produjo a los pocos días ya en el V congreso y, por supuesto sin máscaras. Tenía treinta años, de cuerpo no grande pero fornido derrochando vitalidad; moreno, de cabello renegrido con un mechón rebelde que le caía sobre la frente, nariz de San Martín, ojos pequeños, oscuros y penetrantes, no obstante a veces relampagueantes a veces huidizos.

Mantenía la cortesía santiagueña despojada de melosidad por una sonrisa cálida, que trasformaba rapidamente en carcajada si la situación lo ameritaba, Consevaba la concordancia entre su lenguaje de clara dicción, preciso y económico, con los suaves modales. Sin embargo esa ambivalencia entre profundidad fuga en su mirada, me desconcertaba. 

Nunca pude determinar si era una manifestación de timidez o una inconsciente toma de distancia con el interlocutor. Quizás ambas cosas. Porque la timidez se eclipsaba con su envidiable seguridad expresada en todos los casos con extrema sencillez.

Debo detenerme en este aspecto porque ha sido el que más condicionó mi relación personal con él. Porque en efecto, asumí a Santucho sin reservas como el jefe indiscutido, sin perjuicio de discutirle matices de la política o contenidos ideológicos parciales de algún aspecto. Desde mi punto de vista era un hombre de una aguda inteligencia, pero era imposible saber cuanto amplio sería su espíritu debido a que dirigía sin distracción toda sus energías solo a aquello que él consideraba útil a la revolución y quizás más que a la revolución, a su instrumento: el partido. . Hay que recalcar esto, la dificultad no pasaba por la concentración a la revolución, porque eso fue el rasgo guevarista de la época, mi dificultad consistía en que yo creía ver en otros compañeros mayor sensibilidad para extender en calidad y cantidad las cosas "útiles a la revolución" y este vacío no facilitaba una relación que transformara la franca camaradería - como la que disfrutábamos - en amistad. Desde luego, no puedo juzgar cuanto de estrechez tendría y tiene mi pretendida amplitud. Pero en todo caso lo sentía así y mi enigma era comprender en qué consistía la ascendencia del Roby sobre nosotros. Porque esa superioridad yo la sentía más con el cuerpo que con la cabeza y esto dicho en sentido lato y puesto a prueba.

En efecto, lo ocurrido durante la realización del Comité Central en Moreno en el año 1976, - hecho que se relata en otras páginas - es ilustrativo. Cuando se dió la orden de retirada yo salí junto a Roby como estaba planificado, precedidos de un combatiente con FAL que abría camino. Empezamos a correr, dejando el hombre del FAL que nos cubría, en medio del tiroteo y mi único sentimiento era que Santucho pudiera retirarse ileso. Por eso me adelanté para destrabar la tranquera y me detuve a esperar que pasara consciente que podían empezar a disparar desde ese lado. Literalmente puse mi cuerpo delante del suyo. Cuando hube comprobado que subía al Torino expropiado junto con Carrizo al volante y protegido por el FAL sentí que habíamos ganado la mitad de la batalla. 

Sólo a partir de allí me concentré en ponerme a salvo. Y desde luego tengo edad suficiente como para no contar esto como una pretendida hazaña personal, hago énfasis en un acto del cuerpo. Jamás mi mente racional y antiidólatra, hubiera propiciado la consigna "la vida por Santucho".

Volvamos al Congreso. Después de arrojar , en un acto de salud intelectual, el "mamotreto de Mariano" al Río Paraná, se iniciaron las deliberaciones bajo la presidencia de Luis Pujal y Enrique Gorriarán. Allí el contraste entre Santucho y buena parte de los oradores fue mayor. Rafaél, nombre de guerra del célebre José Baxter, exponía en lenguaje florido aderezado con gestos dramáticos, como si hubiera sido el General Giap después de Dien Bien Phu, El gringo Menna atronaba con su vozarron que compensaba su corta estatura con un discurso convincente y sustancioso. Daba gusto escucharlo. . El indio Bonnet parecía el rubio Menelao declarando la guerra a Aquiles, también con una notable claridad de exposición y Luis Ortolani gastaba una energía arrolladora y gran precisión conceptual en sus argumentaciones. El negro Mauro ( Carlos Germán de Córdoba) en cambio, arengaba a gusto mirando como de "de rabo de ojo a un costado" con ese porte tanguero del barrio de San Vicente, citando al "camarada Mao", rebatido a la vasca por Benito Urteaga. Por supuesto yo puse mi parte en mi estilo que otros juzgarán, centrando en cuestiones de ética revolucionaria, hasta que de pronto el Cuervo, envidiable asador, tocó zafarrancho de almuerzo en una parrilla de bogas, bagres y hasta un pequeño dorado, bautizada con vino de la costa, solo un poco mejor que el actual tetrabrik. Todo un símbolo de la austeridad del PRT, el congreso se estaba financiando con un asalto a un tren en el que se habían obtenido varios millones de pesos y se almorzaba bagres o asados de tira más cerca de la falda que del lomo y con vino común. La voracidad de los congresales era propia de una treintena de jóvenes pletóricos de entusiasmo con el estímulo del aire de la Islas Lechiguanas, pero aún así el apetito del futuro comandante era difícil de empardar.

Reanudada la sesión tomó la palabra Santucho. Al principio su rostro era Buda. Su dicción muy clara , aunque sin la fluidez y los recursos de la retórica de los otros oradores. Arrastraba para destacar las palabras que hacían énfasis en las ideas y uno sentía como "entraba en la voluntad de los demás como el cuchillo en la manteca", si se me permite parafrasear a Neruda. Santucho persuadía, convencía. Y no convencía porque era el que más sabía, si de conocimientos adquiridos se tratase, convencía porque era el que más creía. En mi larga vida militante solo conocí alguien que le superaba en esa fascinante capacidad de seducir y persuadir, aunque con un don para la oratoria y una personalidad totalmente opuesta, Fidel Castro.

Sería por demás aburrido e inútil recordar los ejes de las argumentaciones. No era cuestión de razonabilidad. Todos los discursos estaban preñados de racionalidad y arengas y, a su manera, cada uno era válido, porque en el fondo no había una "verdad objetiva" que dilucidar, un camino conocido que seguir, sino discutir una apuesta, inventar, e inventarnos nosotros mismos. Tampoco era resultado de la retórica, pues Santucho comparado con varios de los presentes no era un orador fluído y sonoro. 

 Cierto es que el Roby tenía su "barra", los tucumanos, delegación numerosa que, salvo Clarisa Laplacé, parecía hacer del silencio un culto proletario y rumiaba una fuerte desconfianza hacia Baxter y, por otro lado, los rosarinos, heterogéneos y más proclives a la acción que al debate. 

Pero la delegación de Córdoba era un tanque ruso que disparaba con toda la munición de la verborragia mediterránea. Buenos Aires no se le quedaba atrás y para ambos grupos, incluído el que esto escribe, Santucho a la sazón todavía no se había convertido en "el comandante". Era uno más pero ya con algo más.

Al poco tiempo del golpe de estado de 1976, en plena orgía del horror de los secuestros y las desapariciones, la represión capturó a su tres hijas preadolescentes junto con su cuñada en una casa del Gran Buenos Aires. En la cabecera de la mesa del Buró Político Santucho presidía la sesión tal vez más difícil de su vida. Estábamos a la espera de Eduardo Merbillá que realizaba una intensa y muy peligrosa investigación sobre el posible paradero de las niñas y la tía y, sobre todo, las intenciones de los militares. .Sabíamos que las posibilidades de la imaginación no podrían superar a la realidad. Todos pensábamos un intento de extorsión y era necesario discutir los pasos a seguir. Ninguno se atrevía a decir lo que pensaba, las posibles variables eran tantas. Repasábamos monótonamente los hechos hasta donde se conocian con palabras medidas por miedo a decir alguna trivialidad. 

Con nosotros estaba Edgardo Enriquez, dirigente del MIR de Chile, un hombre de cultivada sensibilidad ética y estética, quien más tarde nos manifestaría francamente impresionado ante el temple de Santucho. "¡Coño! este hombre es la personificación el ERP". Pero posiblemente en Edgardo primaba el relato épico , las narraciones con que los protagonistas de la historia suelen aturdirse para darse coraje en su propia obra: . Las madres criollas ofrendando sus hijos a la patria naciente, Stalin respondiendo a Hitler "No canjeo un soldado por un general" cuando el nazi le ofreció la vida de su hijo prisionero a cambio de un general alemán. El General falangista Moscardó defensor del Alcázar de Toledo rechazando la extorsión de los asturianos y diciendo a su hijo, al otro lado del hilo teléfonico en manos del enemigo. ¡Grita Viva España! La madre del mambise cubano que recibe la noticia que su hijo está prisionero de los gachupines y lo niega. "Si está prisionero no es mi hijo". El informante aclara: " - Pero no chica, es que está herido." -¡Ah, entonces sí es mi hijo!" Alicientes acumulados, retransmitidos en cánticos de guerra, que funcionan de modo parecido al fragor de la batalla que impiden ver los ojos del soldado enemigo y explican por qué hombres normales puedan dar muerte a otros hombres normales. Sin embargo, qué diferencia leer esas historias en los libros, volcadas a la tela o en el movimiento de la pantalla del cine, con vivir ahi, presente, al Roby padre de tres niñas, que ya habían perdido a su madre en los fusilamientos de Trelew . Ahí estaba el padre enfrentado al Comandante Santucho , en silencio, su mirada detenida en ese intermedio entre la profundidad y la fuga que yo creía captar. Nos miraba a todos sin parecer ver a nadie, Su rostro no decía nada. La tensión extrema entre el padre y el jefe y quizás como nunca uno percibía su estatura de Jefe, eso que lo hacía diferente. Y uno intentaba meterse en él, ayudarle, pero era inescrutable. Solo los cambios en los tonos del moreno de su cara ofrecía alguna señal de lo que pasaba dentro de su alma. ¿Tonos?. No precisamente, tal vez más que el color fuera la tesitura de la piel. 

Emanaba ese imponderable del mármol esculpido por Rodín, como si la piel no pudiera ya contener más la energía del cuerpo y una inconmesurable tristeza no encontraba siquiera el consuelo de la catarata de lágrimas. 

Y yo lo creía percibir en esa especie de punto intermedio entre la profundidad y la fuga de su mirada. Y hoy me doy cuenta, sin haberlo sabido en aquel entonces, que ese era el Santucho por el cual poníamos el cuerpo sin vacilar. Porque no era el todopoderoso sino el que podía actuar a pesar de todo.

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En memoria de Mario Roberto Santucho 

Carlos Revello 


Las generaciones de precursores del movimiento revolucionario en América Latina presentan -para los historiadores- ciertos problemas. Era tal la presión por el cambio social y el ritmo que la situación política demandaba que los dirigentes y las ideas se renovaban unos y otras. Cambios que, en tiempos pacíficos, llevan generaciones enteras. La solución de problemas teóricos y prácticos, la respuesta a las tácticas del enemigo, el afinamiento de las respuestas nacionales a los problemas del cambio, están en la base de todas estas mutaciones. La teoría de que las revoluciones eran exportadas se demuestra completamente falsa. Si los partidos comunistas hubieran estado a la altura de las circunstancias y no en un seguidismo estéril y mecánico la historia hubiera sido bien otra. Que las revoluciones son las locomotoras de la historia se aplica perfectamente en el caso latinoamericano. 

Mario Roberto Santucho es uno de esos precursores en la Argentina, pero su acción y su obra lo trasciende y tiene importancia y referencia para toda América Latina. Nació el 12 de agosto de 1936, murió, en combate, el 19 de julio de 1976. Tenía 40 años de edad. Hasta el día de hoy una parte inmensa de la documentación sobre su vida está oculta. De la misma manera sus restos físicos no tienen sepultura legal y sólo se sabe que los paladines de la democracia, los hombres del uniforme, los supuestos caballeros honorables, no se conformaron con la muerte de un adversario sino que se ensañaron con los restos físicos, como los cobardes sin honor que siempre han sido. Reclaman aún sus hijos los restos. 

El silencio oficial -la terca voluntad de los oficiales superiores, todos con escuela de Estado Mayor- les responde. 

¿Qué es lo que motiva estos odios, tanta irracionalidad, la absoluta incapacidad de los mandos superiores de actuar profesionalmente? -El odio de clase. 

Los mismos militares que son capaces de rendirse como lo hicieron en las Malvinas o de tomar prisioneros con respeto a las normas de la guerra, son capaces de la caballerosidad con los extranjeros (que antes fueron amos), pero incapaces del más mínimo respeto con sus compatriotas que los enfrentan con las armas en la mano. La caballerosidad, en nuestras guerras civiles, siempre ha estado por el lado de los insurrectos, los otros, los hombres del entorchado, se han comportado siempre como bestias. Y como bestias que se olvidaron de los manuales y de las convenciones deberán ser juzgados cuando el momento llegue. Por criminales de guerra. 

¿Hemos reflexionado alguna vez sobre ese aparente comportamiento mecánico? Cómo era posible que los civiles en armas, que aprendieron sus rudimentos militares en los ejércitos, de su breve pasada por ellos, tomaran el espiritu de la caballerosidad y del respeto al enemigo vencido? ¿Cómo es posible que los militares de escuela, lo olvidaran? Hay algo que tiene que ver con la esencia humana, que perdura más entre los civiles y que es más fuerte que el odio hacia el enemigo. Que sabe distiguir entre adversario vencido y sus derechos humanos. 

Todo militante, todo hombre o mujer honesto, dispuesto a impulsar un cambio social, por una sociedad más humana y más justa, deberá tener presente este antecedente que nos viene desde los mismos albores de nuestra historia. "No escatime sangre de gauchos -decía epistolarmente Sarmiento- es lo único que tienen de humano". Y aquellos pensamientos atroces, bestiales, fueron formulados como teoría a una práctica que viene desde antes de 1811. Son el acerbo de la denominada historiografía liberal argentina, lo que algunos denominan "El Eje, Mayo-Caseros". Practicaron -todos estos "civilizadores" los Pueyrredones, los Soler, los García, los Alvear, Lavalle, Mitre, el gacetillero Sarmiento y muchos otros que vinieron después- como método constante el asesinato de sus enemigos, la violación de sus mujeres, la violencia contra las familias (ni la madre de Quiroga se salvó de que la pasearan en cadenas, como una fiera). Y esa tradición se cultiva en las escuelas militares, en los cursos, en los Estados Mayores. Videla y toda la patota de atorrantes de uniforme han mamado en esa escuela. Los poquísimos oficiales que reconocen estas vergüenzas deben saber que son sus propios compañeros de promoción las bestias y que cualquier regeneración pasa por reconocer los hechos, condenar moralmente los excesos y someter los individuos a la justica por los previstos penales en los que han incurrido. Y debería ser agravante, la circunstancia, de que los delitos los practicaran con sus propios compatriotas. 

Y en cambio, cuánta nobleza en los caudillos populares, los "bárbaros", empezando por el primero de todos ellos, nuestro oriental: Don José Gervasio Artigas!!! De ellos viene el "Clemencia para los vencidos" de lo que se olvidaron en la Banda Oriental, los denominados Tenientes de Artigas, esa liga miserable de masones, que la juega a distribuir analisis entre la izquierda, a ver si "cazan", cuando los cambios lleguen. 

El revisionismo histórico, que en el Río de la Plata tiene a Luis Alberto de Herrera como precursor reconocido por todos, se ha encargado muy mucho de levantar a aquellos héroes que luchaban defendiendo las provincias, sus producciones, el trabajo humano que en ellas se generaba y la sociedad civil a la que la actividad económica daba lugar. Los liberales de entonces, eran los neo-liberales de ahora. La misma raza maldita del sometimiento y del vasallaje. Absolutamente los mismos cipayos al servicio entonces de Inglaterra, hoy de los Estados Unidos y mañana de cualquier extranjero. 

Mario Roberto Santucho viene, en la Argentina, desde ese mismo interior. Donde entre el pueblo, al lado de la historia oficial que se enseña en los manuales escolares, vive en la memoria popular la otra historia, la que oficialmente no se reconoce nunca. La que es tabú, herejía y está proscripta. El indigenismo es parte de ese caudal y a él estuvo ligado Santucho en sus primeros años. Pero también el radicalismo. Cualquier análisis del origen político familiar de los principales jefes y responsables de lo que después será el PRT-ERP lo muestra. 

¿Y lo moderno, lo que produce la sociedad industrial? -También está presente en el pensamiento socialista del cual el trotsquismo es una parte. Pero atención: el trotsquismo de la lucha y de la resistencia, no el trotsquismo del aparatismo, de la paja teórica y de los caudillejos y maniobreros con pretensiones de Gran Bonete. El del "vasco" Bengochea, el de Luis Pujal, el de Pedro Bonet, el de Lionel MacDonald, el de Clarisa Lea Place, el de Eduardo Raul Merbilhaá, porque en el Río de la Plata no somos tantos que no nos conozcamos bien. Ni las palabras de homenaje nos brotan de las circunstancias. Son más bien gritos que nos vienen del corazón (el "soronca" como decimos los orientales). 

Santucho, por méritos propios, fue el artífice principal de aquella organización política. Y en los meses previos a su muerte, la figura más importante entre los jefes revolucionarios argentinos. 

¿Como medir, la vocación revolucionaria que sembraba entre los militantes de su organización? -No la medirán nunca las palabras -ni las nuestras ni las de otros- las mide el enemigo. Para los militantes del PRT-ERP había solamente exterminio. El enemigo sabía perfectamente bien que eran completamente irrecuperables, que habían atado su vida completamente a la revolución socialista en la Argentina. Era el mayor compromiso de todos aquellos: los que murieron y los que -por azar- salvaron sus vidas. 

Mucho más habría para decir de este precursor, de este combatiente, de este jefe destacado. Está el tema de la unidad con las otras corrientes del movimiento popular, la creación de la JCR, los militantes chilenos y uruguayos que cayeron en la Compañía del Monte, el tema del paralelo con Raul Sendic. Inclusive el tema de la desviación militarista final, que en más de un aspecto es paradójico y que exige un análisis. 

Terminemos sin embargo estas notas recordatorias con las palabras de un adversario, del general Fausto González, publicadas en el libro de María Seoane "Todo o nada". 

"Santucho era uno de los enemigos más notorios, más representativos, más tenaces. En cómo terminó esa historia se pueden ver otros elementos: los dirigentes montoneros en su mayoría escaparon del país. Los del ERP murieron combatiendo. Esto, marca dos filosofías diferentes: en cuanto Montoneros ve que ha fracasado su intento busca una salida hacia el exterior. Hay gente del ERP que también salió del país, pero Santucho muere acá, en su ley. Su obsesión no le permitía ver que todo estaba perdido. Eso sí, era un producto de esta sociedad. Virtuosos o equivocados, todos ellos fueron un producto de la Argentina, como Rosas, Urquiza, Sarmiento. A la larga, dentro de muchos años, Santucho será entendido como un producto del país como lo fue Alejandro Lanusse. A lo mejor, fue mucho más representativo de la sociedad argentina Santucho que el Che Guevara. Más aferrado a su tierra, aunque estaba equivocado, dados los problemas del país, y por la situación internacional, Santucho buscó la salida de la revolución. Entonces despreció la democracia (¡?) fue antisistema. Veo improbable -porque estaba menos contagiado por el poder económico que Firmenich- que Santucho hubiera aceptado un indulto. Era más militar en ese sentido, tenía que morir peleando. Era como un héroe de la tragedia griega. Curioso, porque a pesar de estar el ERP en contra de los fascistas, su acción también derivó en un viva la muerte. Y a partir de 1974 comenzó una lucha a muerte de ambos lados. La salida política estuvo ausente y triunfó la lógica de la violencia y perdió la Nación porque desangra a una generación y a las FF.AA. 

La muerte de Santucho fue sólo un acontecimiento porque existía el convencimiento de que él era sólo la cabeza de un núcleo que iba a seguir accionando Y justamente uno de los errores de las FF.AA. en esta guerra, que fue fundamentalmente política, por el poder, fue quedarse con la derrota militar de un sector y no establecer un pacto político con las otras fuerzas de la sociedad. Por eso las consecuencias posteriores. Y el momento de sentarse con todas las fuerzas políticas para discutir qué hacer con la Nación fue 1974, pero no se hizo. En 1976 ya fue tarde" 

Son palabras del enemigo -con todo lo que esto conlleva- pero también Mitre escribió sobre su contemporáneo Artigas, su particular enemigo, palabras que -palabra más, concepto menos- han soportado la prueba del tiempo. 

El resto, lo que falta, el verdadero homenaje, lo escribirá la gente trabajadora argentina, cuando derrote definitivamente a los parásitos que la explotan. 
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