Irak: reportaje en las entrañas de la guerra [Jon Lee Anderson]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Dic 11 10:46:52 GMT+2 2007


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boletín informativo - red solidaria
Correspondencia de Prensa
Año V - 11 de diciembre 2007
Redacción y suscripciones: germain5 en chasque.net

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Irak

Reportaje en las entrañas de la guerra (I)

Última baza en Irak


Jon Lee Anderson, desde Bagdad 


The New Yorker
http://www.newyorker.com/

El País, Madrid
http://www.elpais.com/
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia


La Estación Mixta de Seguridad Thrasher, situada en el barrio de Ghazaliya, en la zona oeste de Bagdad, está alojada en una mansión de la época de Sadam con columnas de siete metros y una fuente, hoy seca, que parece una tarta de cemento y piedra caliza. Alrededor de la mansión y otras dos casas adyacentes se han levantado muros acorazados. La estación Thrasher se estableció el pasado mes de marzo y forma parte del refuerzo de tropas diseñado por el general David Petraeus, el jefe supremo estadounidense en Irak. La decisión de sacar a las unidades de las bases de gran tamaño para trasladarlas a las estaciones mixtas de seguridad -pequeños puestos de avanzada, en las zonas más peligrosas de Bagdad- es un elemento fundamental de la estrategia contra la insurgencia de Petraeus, y Thrasher alberga en la actualidad a 100 soldados estadounidenses y unos cuantos centenares de iraquíes.

Este otoño, en la azotea de la mansión, entre sacos de arena, material de comunicaciones y aparatos de ejercicios protegidos por un toldo de francotirador, el capitán Jon Brooks, responsable de Thrasher, me señaló algunos de los puntos locales más importantes. "Se escogió este emplazamiento porque era el lugar de Ghazaliya en el que más cadáveres aparecían", explicó, mientras indicaba una extensión de hierba cercana. "Había hasta 11 cuerpos cada semana. La mayoría, brutalmente mutilados".

La mezquita de la Madre de Todas las Batallas, con su inconfundible falange de minaretes con forma de misiles Scud, está próxima. Sadam Husein se escondió en Ghazaliya durante los bombardeos estadounidenses en la primera guerra del Golfo y construyó la mezquita para mostrar su gratitud al barrio. ("En Ghazaliya había -y sigue habiendo- muchos militares retirados de la época de Sadam", dice Brooks). En abril de 2004, unos hombres armados y heridos que participaban en la batalla de Faluya se refugiaron en la mezquita. Ghazaliya limita con el borde oriental de la provincia de Anbar, el centro de la insurgencia suní, y era una puerta estratégica de entrada y salida en Bagdad para rebeldes y yihadistas extranjeros.

En una visita anterior a Ghazaliya, en diciembre de 2003, conocí a unos insurgentes en un piso franco del barrio. Me dijeron que su objetivo era matar estadounidenses. Desde entonces, con escasas excepciones, Ghazaliya había sido un área prohibida para los occidentales, incluidos los periodistas, que corrían el riesgo de ser secuestrados y asesinados. Las patrullas estadounidenses en la zona eran objeto habitual de emboscadas.

El capitán Brooks tiene 28 años, es de altura media y fornido, y lleva el pelo castaño cortado a cepillo. Desde el tejado, me indicaba el lugar en el que el sargento Robert Thrasher, en cuyo honor se dio nombre a la estación, murió asesinado por un francotirador el pasado mes de febrero. En aquel entonces, la compañía se encontraba estacionada en Camp Victory, la base estadounidense establecida a lo largo de una gran parte de Bagdad, incluido el aeropuerto. Thrasher tenía 23 años y había entrado en el ejército nada más salir del instituto.

Al principio, pese a la influencia de los insurgentes, Ghazaliya siguió siendo lo mismo que era desde hacía muchos años, un barrio de clase media de Bagdad en el que las tensiones sectarias estaban más o menos controladas. La gran mayoría de los aproximadamente 100.000 residentes estaba formada por suníes, pero, explica Brooks, "había muchos profesionales, suníes con educación universitaria, y también chiíes, y mezquitas para los dos grupos".

El barrio cambió a partir de febrero de 2006, cuando unos militantes suníes hicieron estallar una bomba en Samarra, en el santuario de Askariya, un monumento del siglo IX y uno de los lugares más sagrados para los chiíes; la violencia entre facciones se extendió a todo Irak. Las milicias chiíes, sobre todo el Ejército de Mahdi, penetraron aún más en Ghazaliya desde Shula, un barrio pobre chií que está justo al norte. La reacción de los suníes consistió en recurrir a los rebeldes más intransigentes y a los yihadistas extranjeros de Al Qaeda en Mesopotamia, lo que el Ejército de Estados Unidos llama Al Qaeda en Irak.

"Antes de Samarra había extremistas suníes en la zona. Sin embargo, después, empezó a predominar Al Qaeda en Irak", dice el capitán Brooks. "Tenían escuadrones de la muerte. Escogían sistemáticamente a personas en función de la situación de sus casas o sus relaciones. Les torturaban de forma brutal, les mataban y arrojaban sus cuerpos". Las familias chiíes y muchas suníes -las que tenían el dinero necesario- huyeron del barrio. A comienzos de este año, el sur de Ghazaliya estaba, en la práctica, bajo el control de Al Qaeda en Mesopotamia, mientras que la parte norte sufría el acoso de milicianos chiíes. "Veinte dólares y una tarjeta telefónica podían hacer que te colocaran un IED", cuenta el capitán Brooks; IED son las siglas en inglés de Dispositivos Explosivos Improvisados, los causantes de la mayoría de las muertes de soldados estadounidenses en Irak. "La gente se dio cuenta de que había abierto las puertas a algo que no podía controlar".

El presidente Bush, después de obtener la dimisión del secretario de Defensa Donald Rumsfeld en noviembre, dio a su nuevo equipo de guerra -el secretario de Defensa Robert Gates y el general Petraeus- la oportunidad de cambiar de estrategia en Irak, y en febrero se puso en marcha el refuerzo. El plan requería 30.000 soldados más; se calcula que, en realidad, esa cifra ha ascendido a unos 50.000. Se abrieron en Bagdad 34 estaciones mixtas de seguridad, tres de ellas en Ghazaliya: la primera, Casino, en el norte del barrio; la segunda, Thrasher, en el suroeste, y la última, Maverick, creada el pasado mes de mayo en el sureste.

Brooks me indica una gran casa con las ventanas rotas, enfrente de la base. Sus hombres la llaman la Casa de las Rondas de Botes de Metralla, porque, cuando estaban instalándose, les dispararon unos francotiradores desde su interior, y ellos respondieron arrojando unos cuantos proyectiles de carro de combate. "Ya no nos disparan", dice. Los hombres de Brooks empezaron a patrullar de forma intensiva por el día y a hacer incursiones agresivas de noche. William Bushnell, un sargento de su compañía, murió durante una de esas patrullas en el mes de abril. En épocas anteriores, su unidad regresaba a Camp Victory, con todas sus defensas, después de recorrer Ghazaliya.

Con el refuerzo, los norteamericanos se convirtieron en una presencia permanente en el barrio. Después de su instalación, el Ejército estadounidense construyó 30 kilómetros de muros de cemento en la zona, para separar a los residentes chiíes y suníes y para establecer perímetros seguros. Brooks explica que todo lo que ha logrado hacer su unidad ha sido gracias a sus colegas de la estación Casino, que consiguió mantener a los milicianos chiíes de Shulla apartados del barrio.

A mediados de verano, la violencia se había apaciguado bastante en Ghazaliya. Este otoño, cuando estaba de pie en el tejado de la estación Thrasher, de noche, podía ver alguna que otra explosión a lo lejos, bolas de fuego que iluminaban por un momento las calles. Pero, en general, las explosiones eran tan distantes que ni siquiera podía oírlas. El número de cadáveres abandonados en el barrio ha disminuido drásticamente, "prácticamente a cero, a los niveles anteriores a Samarra", dice Brooks. Su compañía no ha perdido a ningún hombre más. Cuando Petraeus habló ante el Congreso en septiembre, citó Ghazaliya como ejemplo de los avances que estaba haciendo el ejército en Irak.

La nueva estrategia pretende además preparar el terreno para que las fuerzas de seguridad iraquíes sustituyan a las norteamericanas, y en todas las Estaciones Mixtas de Seguridad, tal como sugiere el nombre, participan estadounidenses e iraquíes. No obstante, no todos los iraquíes pertenecen a las fuerzas oficiales y gubernamentales. Con la ayuda de Estados Unidos, varios centenares de voluntarios armados suníes están empezando a asumir funciones de policía, bajo el nombre de Guardianes de Ghazaliya. Este tipo de fuerzas suníes que cuentan con la aprobación estadounidense ha empezado a surgir en todas partes. Muchos de sus miembros, para desolación de algunos chiíes, son antiguos rebeldes. Un oficial de uno de los principales partidos políticos chiíes me decía: "Algunos de esos grupos armados eran, hasta ayer, fuerzas hostiles que atacaban al Gobierno iraquí, a las fuerzas de la Coalición y a cualquiera que tuviera algo que ver con el Gobierno. Se les consideraba terroristas. ¿Qué ha pasado?".

Es una pregunta que oigo muchas veces en Irak. El coronel J. B. Burton es un hombre grandullón y bienhumorado que está al mando de la Brigada Dagger del Primero de Infantería, encargada de cubrir la mayor parte del noroeste de Bagdad, con 14 estaciones de seguridad, entre ellas, las tres de Ghazaliya. "Lo primero que hicimos fue preguntarnos: ¿qué es lo que está facilitando la entrada de Al Qaeda en una zona habitada por árabes laicos moderados?", se interroga. La respuesta, dice, era el miedo a las milicias chiíes. "Creo que estamos en un momento en el que cada vez hay más posibilidades de traer a gente deseosa de trabajar para encontrar una solución. El secreto está en hablar con la gente. Qué demonios, no es tan distinto de Tullahoma, Tennessee, que es mi pueblo. Es cuestión de sentarse en el porche trasero a tomar té, oír a los grillos y hablar". Y prosigue: "¿Hablamos con personas que han disparado contra soldados estadounidenses? ¡Por supuesto que sí! Porque todos luchamos contra un enemigo común: Al Qaeda".

La misión de su brigada, dice Burton, es "derrotar a Al Qaeda y llevar a cabo la transición a las autoridades iraquíes, y ésa es una operación muy amplia, que incluye desde combatir el terrorismo hasta arreglar alcantarillas". Que se alcancen o no esos objetivos dependerá, en última instancia, de los avances políticos hacia la reconciliación nacional entre los iraquíes, asegura Burton. "Disponemos de una ventana muy estrecha y tenemos que tomar varias decisiones importantes. La dirección que emprenda Irak dependerá de lo que hagamos".

En Thrasher, el capitán Brooks me dice: "La palabra que está ahora de moda es sostenibilidad. Hemos aprendido de la experiencia; para tener un desarrollo sostenible necesitamos seguridad. Si conseguimos contar con una fuerza de seguridad local capaz de hacer el trabajo, podremos volver a casa".

Ghazaliya no es la única zona de Irak en la que ha cambiado el panorama. En mi visita anterior al país, hace 10 meses, la violencia parecía incontrolable: secuestros en masa y asesinatos que se producían a plena luz del día. Casi todos los iraquíes a los que conocí contaban, resentidos, que los estadounidenses y los líderes políticos iraquíes vivían a resguardo en la zona verde mientras el caos reinaba a su alrededor.

Según el Pentágono, en febrero, la guerra costó la vida a casi 2.000 civiles iraquíes; en octubre fueron menos de mil. Como ocurre con todas las estadísticas sobre el número de muertes en Irak, son cifras discutidas, pero nadie niega que la violencia ha amainado de forma considerable en el país. Las muertes de soldados estadounidenses también se han reducido enormemente, desde un máximo de 126 en mayo, con la intensificación del refuerzo, hasta 38 el mes pasado. Por ahora, al menos, parece que el refuerzo está sirviendo de algo.

En cierto sentido, el refuerzo ha consistido en una selección de emergencia hecha con retraso. Se han ocupado de algunos de los barrios suníes más peligrosos de Bagdad, como Ghazaliya y Amiriya, mientras que gran parte de la provincia de Diyala, que se extiende desde el noreste de Bagdad hasta la frontera con Irán, y Kirkuk, que ha pasado a ser un punto peligroso por las reivindicaciones kurdas sobre la ciudad y su petróleo, siguen siendo horribles campos de batalla. El 29 de octubre, el mismo día que se encontraron los cuerpos decapitados de 20 hombres en las afueras de Baquba, en Diyala, un terrorista suicida que iba en bicicleta mató a 29 policías en dicha ciudad.

Y no hay todavía ninguna presencia significativa de tropas estadounidenses en barriadas chiíes de Bagdad como Ciudad Sáder y Shula, controladas por milicianos chiíes. Muchos de ellos aseguran ser miembros del Ejército de Mahdi, dirigido por Múqtada al Sáder, que, con su política suicida y su empleo táctico de la violencia, ha mantenido constantemente desconcertados a los estrategas del Pentágono. En realidad, en buena medida, los analistas atribuyen la reciente disminución de las bajas civiles en Irak, más que al refuerzo, a la decisión que tomó Al Sáder en agosto de ordenar al Ejército de Mahdi -considerado responsable de gran parte de los asesinatos sectarios de suníes a manos de chiíes en Bagdad y sus alrededores- que congelara sus actividades durante seis meses. El propósito de Al Sáder era evitar que hubiera una escalada tras un tiroteo de dos días de duración entre Mahdi y otra milicia chií y reafirmar el control sobre sus hombres.

Además, el refuerzo coincidió con el llamado despertar suní, la decisión de varias tribus Anbar de aliarse con los estadounidenses y luchar contra Al Qaeda en Mesopotamia; un paso que el plan de Petraeus no había previsto. Desde entonces se les han unido suníes de otras áreas, aunque también hay muchos que no han querido; Al Qaeda en Mesopotamia sigue en activo, y todavía hay yihadistas extranjeros en el país.

El 13 de septiembre, Abu Risha, el dirigente tribal suní considerado catalizador de la alianza, y con el que el presidente George Bush se había entrevistado 10 días antes en Anbar, murió asesinado. Abu Risha era un personaje influyente y carismático, y, aunque su hermano se apresuró a ocupar su puesto, casi todos los iraquíes con los que he hablado creen que su muerte ha sido una grave pérdida y se preguntan cuánto sobrevivirá el hermano. No obstante, existe la esperanza de que sea posible acabar neutralizando a Al Qaeda y, de esa forma, se elimine, por lo menos, un aspecto pernicioso de esta guerra de tantas facetas.

El refuerzo, el despertar suní y la paralización de Al Sáder, combinados, han contribuido a estabilizar las zonas más problemáticas de la capital y Anbar; no está claro si será posible ampliar -ni siquiera mantener- esa ventaja con menos tropas, pero sí que el envío de más soldados, por sí solo, no va a servir para ganar la guerra. Y no está previsto enviar más tropas; al contrario, el presidente Bush ha prometido retirar, antes de julio, un número de soldados casi igual al empleado en el refuerzo. El futuro de Irak, por el momento, está en el aire. Lo mejor que se puede decir es, tal vez, que Estados Unidos ha comprado o ha tomado prestado cierto margen de maniobra. Pero eso ha tenido costes, algunos más visibles que otros.

Unos días antes de que el general Petraeus testificara ante el Congreso, me entrevisté con el jeque Zaidan al Awad, un destacado dirigente tribal suní de Anbar. La última vez que le había visto, en 2004, no hacía más que vociferar palabras hostiles contra Estados Unidos, y no ocultaba en absoluto su identificación con la "resistencia", como llamaba al núcleo duro de los rebeldes suníes. El jeque Zaidan era un fugitivo, al que los estadounidenses consideraban sospechoso de patrocinar la insurgencia, y vivía un exilio voluntario en Jordania. Sin embargo, cuando hablé con él de nuevo este otoño, en un apartamento de Ammán, Zaidan me dijo que se había reunido hacía poco, de manera informal, con militares y miembros de los servicios de inteligencia norteamericanos, porque aprobaba lo que están haciendo ahora: permitir que los miembros de las tribus suníes se encarguen de ser su propia policía.

Le pregunté qué tipo de acuerdo era el que había desembocado en el despertar suní. "No es un acuerdo", me contestó, irritado. "La gente se ha dado cuenta de que nuestra suerte está ligada a la de los americanos, y la suya, a la nuestra. Su éxito en Irak dependerá de Anbar. Siempre lo hemos dicho. Se ha perdido tiempo. Estados Unidos estaba perdido, pero por fin se ha despertado; ahora sabe lo que hace. Por primera vez, está haciendo lo que debe".

Zaidan dijo que las tribus suníes de Anbar ya no sienten la necesidad de vengarse con sangre de las fuerzas estadounidenses. "Ya nos hemos vengado", afirmó. "Somos nosotros quienes les hemos hecho arrastrarse y ahora somos los que les ayudamos a levantarse". Y añadió: "Cuando Anbar esté tranquilo, debemos hacernos con el control de Bagdad, y lo haremos". Tendrá que haber mucha más lucha antes de poder arrebatar la capital a los chiíes, dijo. "Los anbaríes se encargarán de la limpieza. Lo que el mundo entero no supo hacer en Anbar, nosotros lo hemos conseguido de la noche a la mañana. Bagdad será mucho más fácil".

Da la impresión de que muchos de los actores en Irak están, como Zaidan, tomando posiciones para la próxima batalla. Aunque los chiíes han lanzado advertencias sobre las intenciones de los suníes, los estadounidenses hablan, sobre todo, del Ejército de Mahdi y su presunto patrocinador, Irán, país al que Petraeus acusa de librar una "guerra por delegación" en Irak; también se hacen referencias despectivas a Al Qaeda como fuerza que ya está agotada.

Así habla el coronel Burton: "Combatir contra Al Qaeda es relativamente fácil. No hay más que luchar contra ellos, impedirles el acceso". El Ejército de Mahdi, dice, "es más difícil". Según todas las fuentes, el Ejército de Mahdi y otras milicias se han introducido en las fuerzas de seguridad iraquíes, y el partido de Al Sáder es socio ocasional en el Gobierno de coalición del primer ministro, Nuri al Maliki, de predominio chií. "Hemos empezado a investigar las fuerzas de seguridad iraquíes y a sus dirigentes, así como a miembros del Gobierno iraquí", explica Burton. (Un caso notable de participación oficial en los asesinatos entre facciones es el del ex viceministro de sanidad y el jefe de seguridad del ministerio. En febrero, estos dos hombres, que son chiíes y leales a Múqtada al Sáder, fueron detenidos por organizar el asesinato de cientos de suníes en los hospitales de Bagdad: pacientes, familiares y personal médico).

El coronel Burton, que se refiere al Ejército de Mahdi con las siglas de su nombre en árabe, Jaish al Mahdi, continúa: "Yo hablo con algunos de esos tipos de JAM. Tengo contacto por correo electrónico con algunos de ellos. Hace poco, un jeque de JAM en Jadamiya me dijo que, si dejaba en libertad a tres de sus hombres, no habría más agresiones contra soldados estadounidenses allí". Burton levanta las cejas.

El hecho de que las autoridades chiíes controlen numerosos servicios del Gobierno significa que hay una gran discriminación institucional contra las comunidades suníes. Por ejemplo, cuando estaba en Ghazaliya, los residentes se quejaban de que recibían la mitad de luz que una zona chií vecina. Los estadounidenses hacen mucho politiqueo para calmar la situación, pero no es fácil. "En el lado chií, hay un montón de dinero en circulación y los servicios esenciales funcionan muy bien", dice Burton. "En el lado suní, las cosas no van tan bien".

La nueva estrategia, como la mayoría de las estrategias anteriores empleadas en Irak, tiene el inconveniente de que son los estadounidenses los que la han impuesto. Muchos políticos chiíes del Gobierno iraquí están indignados por las decisiones norteamericanas de amurallar barrios de Bagdad y reclutar y armar, sin consultarles, a organizaciones de voluntarios suníes. Hay temores de que lo que está haciendo Estados Unidos sea armar una nueva serie de milicias que van a debilitar la autoridad del frágil Gobierno de coalición. Quizá ése era uno de los objetivos. Irak, con 170.000 soldados estadounidenses en su suelo, no es un país soberano, y Estados Unidos utiliza su poder militar para determinar el panorama político iraquí. Al reforzar a los suníes, Estados Unidos ha obligado al Gobierno de Maliki a incorporar a más suníes a las fuerzas de seguridad, un paso hacia la reconciliación nacional.

Los partidos políticos y las milicias chiíes están tan relacionados entre sí que no parece probable un equivalente al despertar suní; seguramente haría falta una escisión en la comunidad chií, una guerra civil dentro de la guerra civil. Irán también sería un factor importante. Dados los supuestos vínculos de Al Sáder con los partidarios de la línea dura en Irán, y dada la creciente hostilidad entre Irán y Estados Unidos, es prácticamente imposible prever los próximos pasos que vaya a dar el clérigo. Ya existe un conflicto encubierto entre iraníes y estadounidenses. Irán ha intervenido en Irak mediante la ayuda económica y militar a las milicias chiíes y, de forma más directa, con el envío de agentes y funcionarios. Los líderes chiíes de Irak tienen desde hace mucho tiempo estrechos lazos con Irán, país en el que vivieron exiliados en la época de Sadam, y tanto ellos como los kurdos han intentado, sin ningún éxito visible, que haya una mayor cooperación entre Irán y Estados Unidos en materia de seguridad en Irak. Mientras tanto, muchos suníes desconfían de cualquier trato con Irán y muestran su hostilidad sin reservas.

El jeque Zaidan ofrece su visión de una posible escalada del conflicto en Irak que beneficiaría a los suníes: "Creo que Estados Unidos podría iniciar una guerra civil entre chiíes en el sur, en el que los norteamericanos apoyarían a los chiíes árabes, las tribus, e Irán, a los chiíes persas". Dice que sería la oportunidad para los estadounidenses de "descabezar el Gobierno de Irán y sus milicias en Irak". Los suníes, sugiere, podrían contribuir a esta lucha.

La probabilidad de lo que apunta Zaidan depende, en gran medida, de cómo decidan abordar los iraníes, los estadounidenses y los chiíes de Irak la disputa que mantienen por la hegemonía. Los moderados quizá puedan hacer de intermediarios para lograr un acuerdo. Pero las opiniones de Zaidan las comparten muchos en la comunidad suní, donde las posiciones extremistas todavía tienen mucha fuerza.

En un control policial de Ghazaliya, hablo con un guardián de Ghazaliya, un suní de 26 años que se identifica como oficial Ahmed. Me dice que, en su opinión, una purga de chiíes para expulsarles del poder en Bagdad, tal como propone Zaidan, es una buena idea. Cuando le pregunto cómo es posible que su barrio haya pasado de ser un bastión de la insurgencia a ser un modelo de cooperación, su respuesta es vaga. "Cuando empezaron a actuar los Guardianes de Ghazaliya, los terroristas desaparecieron", afirma. "Ahora no sabemos dónde están". Cuenta que durante los combates estuvo en otro sitio, y cuando volvió ya había terminado todo.

La versión del pasado reciente que me da el joven guardián -que él se limitó a mantenerse a cubierto hasta que pasaran las cosas- me parece poco convincente. En la mayoría de las conversaciones que he tenido con los iraquíes que colaboran con los estadounidenses, me resulta imposible averiguar sus motivos. Los norteamericanos, sin duda por la acuciante necesidad de implantar una seguridad mayor, de poder retirar tropas, parecen demasiado dispuestos a creerse lo que les cuentan sus nuevos aliados. 

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Reportaje en las entrañas de la guerra (II)


10 muertos por cada dedo de mi hermano
 
El chií Amar prometió matar a 100 hombres por el asesinato de Jafaar 


Jon Lee Anderson, desde Bagdad



Por casualidad, un iraquí al que conozco bien había empezado a trabajar para los estadounidenses en una base que se encuentra bajo la jurisdicción del coronel J. B. Burton. Le llamaré Karim. Es chií y vive en un barrio de Bagdad en el que hay gran mezcla, justo al este de Ghazaliya. Karim me contó que él y un amigo suyo, al que llamaré Amar (también he cambiado otros nombres que aparecen en su relato), han dado pistas para más de 40 redadas de los estadounidenses, con el resultado de varias docenas de terroristas capturados.

Según dice Karim, al principio recibió con gran satisfacción al Ejército de Mahdi, porque proporcionaba cierta protección contra los extremistas suníes. Sin embargo, la milicia se transformó en una especie de mafia que extorsiona dinero y secuestra y asesina a sus vecinos, tanto chiíes como suníes. Los hombres del Ejército de Mahdi en su zona consideran a Karim y Amar sus amigos y no tienen ni idea de que se dedican a delatarlos. Pero Karim dice que no sólo engaña al Ejército de Mahdi, sino también a los norteamericanos.

Amar es amigo de Karim de toda la vida. Hace tres meses, Amar y su hermano mayor, Jafaar, iban en la furgoneta de un amigo, Sayeed, cuando un grupo de hombres armados les hicieron detenerse. Amar reconoció que eran miembros del Ejército de Mahdi y supuso que iban a saludarlos. Cuando Sayeed frenó, el vehículo recibió una lluvia de disparos. Amar se agachó todo lo que pudo, mientras los pistoleros vaciaban sus Kalashnikovs. Salió ileso, pero Jafaar y Sayeed murieron.

Esa noche, Amar le dijo a Karim que, en el depósito de cadáveres, había jurado por el cadáver de su hermano que se vengaría. Prometió matar a cien hombres de Mahdi, 10 por cada uno de los dedos de Jafaar. Su madre, Um Jafaar, estaba de acuerdo, y le pidió a Karim que ayudara a su hijo. Él aceptó.

Su primera preocupación era asegurarse de que los milicianos de Mahdi no sospechasen de ellos. Durante el entierro de Jafaar, dieron grandes voces en contra de una tribu suní que vivía cerca. Pronto se corrió la voz de que los familiares y amigos de Jafaar culpaban de su muerte a los suníes.

Además, Karim y Amar decidieron que sería más fácil cometer los asesinatos si se ganaban la confianza de los estadounidenses. Karim fue a una base militar próxima y habló con un capitán. "Le dije al capitán: 'Si me ayuda, le ayudo. Amo mi país y a mis vecinos. Los Mahdi han matado a muchos amigos míos, y también a soldados americanos. Quiero cooperar'". Karim le dio al capitán los nombres de dos de los hombres que habían matado a Jafaar. El capitán respondió que, si les detenían, Karim cobraría algo de dinero. Él se negó: "Si cojo el dinero, eso me convierte en espía, y yo soy un caballero, no un espía".

Karim puso al capitán en contacto con Amar, que encaminó a los soldados estadounidenses hacia las casas en las que se encontraban los dos pistoleros. La operación fue todo un éxito. "Encontraron muchos fusiles y pistolas", explica Karim. "Los detuvieron, investigaron y quedaron convencidos de lo que eran: unos asesinos. Uno era joven, 15 ó 16, y había matado a cinco o seis personas. Estaba empezando. Ahora está en Bucca", un campo de prisioneros de EE UU en el sur de Irak.

"Entonces empezamos a matar", dice Karim. Su primera víctima fue el padre del pistolero más joven. Cuando le pregunté si el padre había tenido algo que ver con el asesinato de Jafaar, se quedó desconcertado, y dijo que no, pero que había sido agente de los servicios de espionaje con Sadam y que seguramente también había matado a alguien (en las vendettas tribales de Irak, es frecuente considerar a los familiares varones como blancos legítimos). Ahora, el padre era taxista. Karim le dijo a la hermana de Amar que, cuando le viera salir de su casa, le hiciera señas para parar y pidiera que le llevase hasta un almacén a las afueras de un barrio suní. "Amar y yo le seguimos", cuenta. "Ella se bajó y cruzó la calle. Yo le indiqué a Amar: 'Ahora".

Amar se colocó con su coche delante del taxista. "Amar se bajó del coche y le disparó en el rostro. Yo había puesto en la pistola, una SIG Sauer, cinco balas dum-dum y cuatro normales. Con una dum-dum basta para matar a un hombre. Le dije que no disparase más que cuatro y dejara alguna de reserva, por si acaso, pero utilizó todas". (Según Karim, Amar se disculpó después. "Dijo: 'Lo siento, no pude evitarlo, me volví loco").

Luego fueron a ver a un jeque suní al que conocía Karim, cuyo hermano estaba con los insurgentes. El hermano y sus hombres secuestraron a seis milicianos de Mahdi, entre ellos cuatro del grupo que había matado a Jafaar. Les llevaron a una casa en Mansur, una zona suní, a la que acudieron Karim y Amar. "Estaban atados y llevaban la cabeza tapada. Amar les dio una paliza excesiva; yo no", dice Karim. "Fingimos ser muyahidines suníes. Les dijimos: 'Si nos contáis la verdad os soltaremos, pero si no, os mataremos'. Por supuesto, era mentira".

Los hombres explicaron que su objetivo había sido Sayeed; Jafaar tuvo la mala suerte de estar en el coche. "Dijeron que habían matado a Sayeed porque era miembro de Badr", la rama militar del Consejo Supremo Islámico de Irak, un gran rival del Ejército de Mahdi, "y porque colaboraba con los americanos. Pero no es verdad. Le mataron porque era rico y no respetaba al Ejército de Mahdi. Tenían envidia".

Karim dice que él se fue antes de que acabara el interrogatorio, y que no habló con Amar hasta el día siguiente. "Cuando le vi, me dio un beso. Me dijo: 'He dejado tres cuerpos junto a las vías del tren y dos en la calle del Canal, para que se los lleven al depósito'".

"Repliqué: '¿Y el sexto, dónde está?' Amar me explicó: 'Se lo llevó el hermano del jeque, porque cree que mató a su primo".

Los asesinatos prosiguieron. Al cabo de 15 días, fueron a ver a Um Jafaar, la madre de Amar. "Le conté quién estaba muerto y quién en la cárcel. Se alegró mucho", dice Karim. "Luego dijo: '¿Queréis verme completamente consolada?" Um Jafaar les pidió que le llevaran fragmentos de los cuerpos de los hombres muertos. Amar hizo lo que le había pedido.

"A un hombre le cortó la oreja cuando todavía estaba vivo", cuenta Karim. "Pero te juro que Amar no ha matado nunca a nadie que fuera inocente".

Dice que Amar ha matado a 18 ó 20 hombres. "Al cabo de un tiempo, le dije a Amar que parase. Mi mujer también estaba muy enfadada conmigo. A mí no me gustaba hacer eso, pero era nuestro deber. Teníamos que matar a esos hombres, porque ellos estaban matando demasiado. Con las muertes de algunos de ellos, mis vecinos se alegraron; a veces, hasta los propios hombres de Mahdi".

Karim menciona al capitán estadounidense con el que trabaja Amar. "Amar es amigo del capitán, pero él no está enterado de esto". Y añade: "Amar era amigo de los Mahdi, verdadero amigo. Y te voy a ser sincero. Si no hubieran matado a Jafaar, seguiría siéndolo".

Amar le dijo a Karim que no dejaría de matar hasta que alcanzase su objetivo de cien víctimas. "Ahora tiene ansia de matar", dice Karim. "A veces creo que quizá se ha vuelto un poco loco".

En días sucesivos, confirmo que Amar está trabajando con el ejército estadounidense; también oigo que le da empleo un gran contratista militar privado. El caso de Amar subraya uno de los numerosos peligros que supone librar una guerra en una tierra cuya lengua y cultura son incomprensibles para la mayoría de los soldados. El ejército de EE UU puede hacer poca cosa sin la ayuda de aliados locales en todos los niveles, desde colaboradores como Amar hasta dirigentes políticos. Paradójicamente, las redadas perfectamente provistas de los estadounidenses son los momentos que más dejan al descubierto su vulnerabilidad en Irak. Los norteamericanos siempre van acompañados de sus espectrales Terps. A menudo actúan en función de chivatazos cuyas fuentes no están claras, sin saber qué hay detrás de ellos. Entre los iraquíes que he conocido que trabajan con los estadounidenses, los motivos parecen variar entre los pecuniarios -trabajo y un buen salario- y los patrióticos, o una mezcla de ambos. Ahora bien, en gran medida, su lealtad a la hora de la verdad es algo que está por demostrar.

La furia asesina de Amar no representa quizá ese tipo de problema para el ejército estadounidense, suponiendo que todas sus víctimas sean verdaderamente "malas". En las guerras, matar adquiere una especie de lógica perversa y, a veces, puede llegar a considerarse parte de la solución. El coronel Burton me dice con toda claridad que, cuando oyó que en la zona bajo su mando habían "liquidado", como dice él, a un líder tristemente famoso de la milicia chií, no lo lamentó en absoluto: "Si está muerto, significa que una gran zona que estaba dominada por él se ha librado de su control". No obstante, reconoce que el asesinato del líder chií desató una serie de venganzas entre facciones y hubo que dictar el toque de queda en el barrio. (Según me enteré más tarde, al líder de la milicia le mató el mismo hombre que ayudó a Amar a secuestrar a seis de sus víctimas, los seis hombres a los que torturó antes de matarlos).

En otro momento, le digo al coronel Burton que he oído hablar de que algunos iraquíes que colaboran con Estados Unidos llevan a cabo asesinatos por venganza. Me responde: "Voy a intentar ser claro: sé que trabajamos con personas que han suministrado información que ha permitido la captura de criminales y alijos de armas. También nos han llamado y nos han dicho que sabían dónde podíamos encontrar los restos de personas a las que buscábamos. En Irak hay una forma de justicia que es tradicional, pero hacemos todo lo posible para adelantarnos".

Las venganzas tribales son una característica esencial de la guerra de Irak desde que comenzó. La historia de Amar puede ser peculiar por la amplitud de sus ambiciones -un centenar de hombres a cambio de su hermano-, pero ese tipo de crímenes es corriente. Al menos parte del ímpetu inicial de la insurgencia iraquí surgió en la primavera de 2003, cuando unos soldados estadounidenses en Faluya dispararon y mataron a 17 manifestantes y varios familiares de los muertos quisieron vengarse mediante el asesinato de norteamericanos. En las familias tribales, suele ser la matriarca la que empuja a la vendetta, tal como hizo la madre de Amar.

Um Jafaar es una anciana muy guapa. Cuando llego a su casa, acompañado de Karim, viste una abaya (una túnica) negra, y veo que tiene tatuajes tribales en la barbilla y las manos. Me invita a sentarme en el sofá y se sienta en un sillón cercano. Las tres hijas pequeñas de Jafaar nos observan. Cuando le pregunto si desea venganza por la muerte de su hijo, se levanta de la silla, se aproxima y me besa en la cabeza.

"Sí, quiero venganza", dice. "Soy una madre que perdió a su hijo por nada". Empieza a llorar con sollozos desgarradores. Cuando se recobra, Um Jafaar señala a sus nietas. "Fíjese, no tienen padre", dice. "¿Por qué?"

Me cuenta que lleva los fragmentos de los cuerpos de las víctimas de Amar, envueltos en tela, a la tumba de su hijo en la ciudad santa de Nayaf, y los entierra allí. "Hablo con mi hijo, le digo: 'Mira, estos trozos son de quienes te mataron, me he vengado'". Traza un círculo horizontal con la mano y prosigue: "Los pongo alrededor de la tumba. Hasta ahora, he llevado una mano, un ojo, una nuez, dedos de la mano y del pie, orejas y narices" (Karim ha contado que la mano apestó la casa durante días). Le pregunto a cuántos hombres de Mahdi ha matado Amar. "No sé: ¿Dieciocho, veinte? Pero mi corazón sigue sangrando. Aunque los matemos a todos, nada me consolará", asegura.

"Los americanos los cogen y los meten en la cárcel", sigue Um Jafaar. "Pero ésa no es la solución, ¡hay que matarlos!" Se vuelve hacia mí: "Dígale a los soldados americanos que estoy dispuesta a luchar con ellos contra el Jaish al Mahdi. Soy mujer, pero estoy dispuesta. Cuando vengan aquí, sacrificaremos todo por ustedes, porque ustedes no han matado a mi hijo. Rezo por los americanos -aunque sean cristianos y judíos- y al profeta Mahoma para que les proteja".

Hace unos días, me cuenta Um Jafaar, estuvo en el funeral de un soldado del Ejército de Mahdi y se enteró de que uno de sus camaradas había jurado vengarle: Dijo: "Si antes les decapitaba cortándoles el cuello, ahora lo haré cortándoles a la altura de la boca", y hace un gesto para mostrar cómo.

Suena el teléfono móvil de Karim. Contesta y empieza a hablar en árabe. Después me dice que era Amar, que estaba por ahí con una patrulla estadounidense. "Han cogido a dos del Jaish al Mahdi, y los Terps de los americanos están obligándoles a bailar a punta de pistola", se ríe. Pregunto a Karim si puedo hablar con Amar. Me dice que ya verá.

Varios días después de conocer a Um Jafaar, Karim organiza un encuentro con Amar. Es un hombre de treinta y tantos años, con la cabeza afeitada, un rostro carnoso y desigual y un bigote frondoso. Tiene un aire inquietantemente sereno, y me resulta difícil mantenerle la mirada mucho tiempo.

Amar habla en tono monocorde y con naturalidad. "Jafaar tenía diez dedos; cada uno de sus dedos valía lo mismo que diez tipos del Jaish al Mahdi", explica. "Así que decidí vengarme en cien de ellos. Hasta ahora, me he vengado en veinte".

¿Cuenta a los que ha ayudado a que capturen los estadounidenses?, le pregunto.

Amar niega con la cabeza. "Algunos están en la cárcel", dice. "Si les dejan en libertad, les mataré. Si no, mataré a sus hermanos o sus padres. Hoy tengo a uno en mente". Karim y él hablan un momento en árabe. Karim se vuelve hacia mí y me dice: "Sí, ese hombre se lo merece. Ha matado a unas 300 personas en Bagdad".

Amar habla de un barrio próximo. "A casi todos los cojo y los mato allí", dice. "Está a dos minutos de Hay al Adil, un barrio suní. Los de Jaish al Mahdi creen que la gente de Hay al Adil es la que está matándolos", sonríe con languidez. "Vienen conmigo porque son amigos. Confían en mí, esos de Jaish al Mahdi". También cuenta que invita a los hombres de Mahdi a un almacén de su propiedad "para comer, beber, o hacer carreras de pichones. Me invento cosas distintas". Una vez allí, introduce alguna droga en su té o sobre los dátiles que les ofrece. "Se duermen y entonces les doy un disparo en la cabeza". A veces, les degüella.

"Los americanos son demasiado honorables, limpios", dice. "Tienen que matar a esos tipos. Son gente sucia. En cualquier caso, si ellos no los matan, lo hago yo. Pero, como ayudo a los americanos a detenerlos, eso hace que no sospechen de mí".

Antes de la muerte de Jafaar, Amar tenía sus faltas: la bebida, las mujeres. En su búsqueda de venganza, se ha acercado a Dios, y eso, dice, es lo que le permite seguir adelante. "Dios quiere que mate a esa gente. Matar gatos está haram, pero matar a los de Jaish al Mahdi está bien," dice. "Han estrangulado a honrados suníes ante mis ojos. Y yo no creo que haya diferencias entre los suníes y yo; me indigna todo eso. Los Mahdi no son como antes; ahora matan a chiíes y a suníes sin razón alguna. Si voy al infierno, estaré a gusto, porque me habré vengado". Añade: "Sinceramente, creo que sólo dormí mal después del primero, porque antes no había matado nunca. Después, empezó a parecerme normal".

La semana pasada, volví a hablar con Karim. Me dijo que había pasado algo, que ahora hay motivos para creer que el Ejército de Mahdi se ha enterado de que Amar tiene que ver con los asesinatos. Karim le está animando a que se vaya de Bagdad, al menos durante un tiempo. Si no lo hace, hay muchas probabilidades de que se convierta en un blanco. Pero, por ahora, Amar se limita a llevar una vida discreta.

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