Revolución Rusa: Lenin o Kornilov, socialismo o capitalismo [Valério Arcary]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Oct 25 01:46:50 GMT+3 2007


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boletín informativo - red solidaria
Correspondencia de Prensa
Año V - 25 de octubre 2007
Redacción y suscripciones: germain5 en chasque.net

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1917 - Revolución Rusa - 2007

Lenin o Kornilov
 
O por qué la democracia-liberal no fue una alternativa histórica en la Revolución Rusa de 1917
 
Valério Arcary * 
 
Traducción de Ernesto Herrera - Correspondencia de Prensa


En octubre se cumplen noventa años de la revolución rusa. La efeméride ofrece la ocasión para el resurgimiento de la interpretación liberal sobre su significado: sus heraldos nos recordarán, en un ejercicio manipulado de historia contra-factual, que el siglo XX habría sido el palco de una lucha titánica de la democracia contra los totalitarismos comunista y fascista. Olvidarán, convenientemente, que sin la revolución de octubre y por tanto, la existencia de la URSS, sería muy dudoso el resultado de la lucha contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Argumentarán, solemnes, que las revoluciones serían procesos de transformación, históricamente superados: habrían sido, finalmente, terremotos convulsivos característicos de naciones con bajos niveles de educación. Descuidarán, en tanto, que la historia es un proceso abierto e ininterrumpido, que nos volvió a sorprender con revoluciones políticas, como nos recuerda la historia de los últimos años en América Latina. 
 
El siglo del encuentro de la revolución con la historia

La revolución política y social fue el fenómeno decisivo de la historia contemporánea, desplazando el lugar que, en el pasado, era ocupado por la guerra. La desigualdad social fue y continúa siendo el mayor problema de la civilización. Las revoluciones acontecen y continuarán aconteciendo porque hay injusticia y tiranía en el mundo. La disparidad de las condiciones materiales y culturales de existencia humana precipitarán, recurrentemente, crisis sociales que se convierten en crisis políticas. Cuando las crisis políticas no encuentran una solución en el límite de las relaciones sociales dominantes, se abre una situación revolucionaria. La revolución rusa de octubre no fue una excepción. Al contrario, la revolución bolchevique estableció uno de los paradigmas más longevos del siglo XX e inspiró a varias de las generaciones socialistas que vinieron después.
 
Cambios eran - y continúan - siendo necesarios. Ninguna sociedad permanece inmune a la presión por cambios. Pero, las fuerzas de la inercia histórica son proporcionales a la fuerza reaccionaria de cada época. Un atraso significativo y, muchas veces, terrible e inevitable entre el momento de la manifestación de una crisis social, y el tiempo que la sociedad precisa para que sea capaz de enfrentar los cambios que son indispensables. Las revoluciones no acontecen cuando son necesarias, sino cuando la presión por la transformación se demostró impostergable. La historia confirmó que las transformaciones pueden ocurrir por la vía de reformas, o sea, luchas que resultan en negociaciones y acuerdos transitorios que mantienen, en la esencia, el orden económico, social y política, o por la vía de revoluciones. 

Derrotas históricas, consecuencias trágicas

La vieja máxima que asegura que las revoluciones tardías son las más radicales, no dejó de confirmarse. Al final de la Primera Guerra Mundial entran en la ruina, en Europa Central y Oriental, tres imperios - el ruso, el austro-húngaro y el prusiano - que venían atravesando, sin grandes convulsiones, el siglo XIX, desde la Santa Alianza anti-republicana y el Tratado de Viena de 1815. Las formas monárquicas más o menos arcaicas de cada uno de ellos - expresión de una transición burguesa negociada bajo las cenizas de la derrota de las revoluciones democráticas de 1848 - fueron destruidas por el desenlace de la guerra, pero también, por la mayor ola revolucionaria que la historia había conocido: de Petrogrado a Budapest, de Viena a Berlín, millones de hombres y mujeres, trabajadores y soldados, atraían para su lado a sectores de las camadas medias, artistas, intelectuales y profesores, se lanzaron a la obra de destruir los viejos regimenes de opresión que los tenían aplastados en la turbulencia del genocidio que acabó consumiendo a cerca de diez millones de vidas. 
 
Donde las revoluciones democráticas de 1848 fueron derrotadas por las viejas monarquías - fortalecidas en la época de la restauración de 1815 - como en Alemania prusiana y en el Imperio de los Habsburgos,  la tarea de poner fin a la guerra se unió a la proclamación de la República, pero las fuerzas sociales que impusieron, por los métodos de la revolución, a la derrota del gobierno - el proletariado y los campesinos arruinados que constituían la mayoría del ejército - no se conformaron solamente con la libertades democráticas, se lanzaron en el vértigo de la conquista del poder con sus esperanzas socialistas. 
 
Las revoluciones atrasadas de Europa Central y Oriental se transformaron en revoluciones proletarias pioneras al final de la Primera Guerra Mundial, pero con la excepción de Rusia, fueron desbaratadas. Las derrotas históricas, con todo, tienen consecuencias trágicas y duraderas. El costo histórico, para los alemanes, de la derrota de sus jacobinos en 1848 fue el militarismo nacionalista del II Reich, el imperialismo del Kaiser, y la Primera Guerra Mundial. El precio que la nación alemana pagó por la derrota de su proletariado - el triunfo del nazismo, la Segunda Guerra y los seis millones de vidas de la juventud alemana - fue todavía mayor. 
 
Dictadura del proletariado o dictadura fascista
 
Donde las formas tiránicas del Estado se revelaron más rígidas, como en Rusia, la revolución democrática se radicalizó, muy rápidamente, en revolución socialista, confirmando que las revoluciones no pueden ser comprendidas solamente por la tareas que se proponen resolver, y menos todavía por sus resultados, pero, sobre todo, por los sujetos sociales, o clases, que tuvieran la audacia de hacerlas, y por los sujetos políticos, o partidos, que fueron capaces de dirigirlas. El sustitucionismo histórico - de una clase por otra - y la centralidad de la política - con la reducción de los márgenes de improvisar liderazgos - se demuestran como llaves de explicación de los procesos revolucionarios contemporáneos. 
 
No fue la burguesía rusa que se lanzó a la insurrección para derribar el Estado semi-feudal de los Romanov en febrero de 1917, pero fue ella quien impidió al gobierno provisorio del Príncipe Lyov de hacer la paz por separado con Alemania: los capitalistas rusos se demostraron frágiles para, por un lado, romper con sus socios europeos, y por otro, para garantizar su dominación a través de métodos electorales en la República que nacía por las manos de la insurrección proletaria y popular. No fue la burguesía quien mandó a sus hijos a las trincheras de la guerra para ser masacrados, sino que ella fue apoyaba a Kerensky, cuando este insistía en lanzar a los campesinos en ofensivas suicidas sobre el ejército alemán.
 
La presión de Londres y París exigía el mantenimiento del frente oriental, pero la presión de un proletariado poderoso y combativo - proporcionalmente a una burguesía con poco "instinto de poder" por su sumisión a la monarquía - exigía el fin de la guerra; las fuerzas más fuertes de la izquierda socialista - mencheviques y esseristas - se recusaban a asumir el poder solos, porque no querían romper con la burguesía, mientras que los bolcheviques - minoritarios hasta septiembre - se recusaban a colaborar con el gobierno de colaboración de clases y romper con las reivindicaciones populares. Cuando Kerensky perdió el apoyo de las clases populares, la burguesía rusa apeló al general Kornilov para resolver con las armas, lo que no podía ser resuelto con argumentos. La hora de la Asamblea Constituyente había pasado. La burguesía rusa perdió la paciencia con Kerensky y rompió con la democracia, dos meses antes que el proletariado perdiera la paciencia con sus líderes, y recurriera a una segunda insurrección para terminar con la guerra. 

El fracaso del putch selló el destino de la burguesía rusa. El proletariado y los soldados encontraron en los bolcheviques, en las horas terribles de agosto, al partido dispuesto a defender con la vida las libertades conquistadas en febrero. Sin el apoyo de la burguesía y sin apoyo de las masas, suspendido en el aire, el gobierno de Kerensky - y sus aliados reformistas - buscó socorro en el pre-parlamento, pero la legitimidad de la democracia directa de los soviets superaba a la representación indirecta de cualquier asamblea: el tiempo de las negociaciones con la Entente se había agotado, la oportunidad histórica para la república burguesa se había perdido. Ya era tarde. 
 
El engranaje de la revolución permanente empujaba a los sujetos sociales interesados en el fin inmediato de la guerra - la mayoría del ejército y de los trabajadores - hacia una segunda revolución y operaba a favor de los bolcheviques que, en el espacio de pocos meses, vieron como se agigantaba su influencia. El proletariado y los campesinos precisaron los meses que separaban febrero de octubre, para perder las ilusiones en el gobierno provisorio - donde los partidos en que depositaban sus esperanzas, mencheviques y esseristas, eran incapaces de garantizar la paz, la tierra y el pan - y entregar su confianza a los soviets donde el liderazgo de Lenin y Trotsky se afirmaba.

Martov, líder de los mencheviques internacionalistas y Kautsky, líder de la socialdemocracia alemana, insistirán en los años siguientes, que la insurrección de octubre había sido una aventura voluntarista. Sería más razonable, en tanto, concluir que una duda bolchevique en octubre, o su derrota en la guerra civil entre 1918-1920, habría llevado al poder - apoyado por las democracias de Washington y Londres - a un fascismo ruso, y nadie quisiera imaginar lo que podría haber sido un "Hitler" en el Kremlin. 
 
Revolución europea y contra-revolución fascista

Once años después del fin de la Primera Guerra Mundial, cuando se precipitó la crisis catastrófica de 1929, ya era claro que la alternativa colocada delante de aquellas naciones era, tan solamente, entre un gobierno de los soviets o una dictadura fascista, pero la revolución socialista, paradójicamente, acabó triunfando apenas en el más atrasado de los viejos imperios europeos. La ola revolucionaria que sacudió al continente al final de la guerra - iniciada en 1917 con la caída del Zar, y derrotada en Alemania en 1923 - fue los suficientemente fuerte para bloquear la violencia sin cuartel - una guerra "total" contra la dictadura del proletariado como el joven Winston Churchill llegó a defender - y preservar la joven República de los trabajadores por algunos años, pero insuficiente para impedir su aislamiento internacional.
 
En la secuencia de la crisis de 1929, una segunda ola revolucionaria golpeó la dominación capitalista hasta sus cimientos, teniendo como epicentro, por primera vez,  una onda que unió a Europa del Mediterráneo con la lucha en Europa Central y más de una vez, el destino de la revolución mundial fue depositado sobre los hombros de la clase obrera alemana. La fuerza y coraje de los trabajadores germánicos fueron en vano: sus organizaciones dirigentes se demostraron incapaces de la más elemental unidad delante del peligro nazista, y su derrota abrió el camino para que Franco triunfase en las trincheras de la Guerra Civil española.
 
En la historia, lo que no avanza, tiente a retroceder. La primera onda de la revolución mundial obtuvo la mayor victoria del movimiento obrero - la existencia de la URSS - pero, al diferir para el futuro la hora de los combates decisivos en Berlín, permitiendo así la reconstrucción del capitalismo alemán bajo las ordenes de Hitler, favoreció las condiciones que terminaron resultando en la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, en la invasión de los ejércitos nazistas hasta las puertas de Petrogrado. Se colocó en riesgo mortal, en 1941, todo lo que se había conquistado en 1917. La derrota de la revolución alemana en 1923, estuvo en la raíz del aislamiento internacional que favoreció el proceso de burocratización de la URSS, y la victoria de la fracción de Stalin dentro de la III Internacional. La derrota de la revolución alemana en 1923, invirtió la relación de fuerzas entre revolución y contra-revolución en toda Europa y amenazó la propia existencia de la URSS. En 1942, el mapa de Europa era dominado por el Imperio nazista. Pero, sin la revolución de Octubre, sería impensable la movilización que permitió la derrota del ejército alemán en Stalingrado, el inicio del colapso del nazi-fascismo, una victoria sobre la barbarie sin la cual la segunda mitad del siglo XX sería impensable.

Regimenes democrático-liberales y pacto social 

Al final de la Segunda Guerra Mundial, los proletariados francés e italiano llevaron la batalla final contra el nazi-fascismo al lado de los pueblos de los Balcanes, pero, al contrario de Yugoslavia y Albania, donde el capitalismo fue derrocado, en París y Roma se establecieron regimenes democrático-liberales, en tanto en Madrid y Lisboa las dictaduras de Franco y Salazar fueron apoyadas por Estados Unidos, y se perpetuaron hasta los años `70. La consolidación de los regimenes democrático-liberales en Europa Occidental, en los treinta años siguientes, sólo fue posible bajo las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, y en función de la ola revolucionaria que derrotó al nazi-fascismo. 
 
Las burguesías norteamericana y europea tomaron lecciones del período histórico anterior: los métodos de la reacción - o concertación - podían ser menos costosos que los métodos de la contra-revolución. No fue el vigor económico del capitalismo que permitió la negociación del pacto social de pos-guerra, sino, fundamentalmente, al revés. En rigor, el crecimiento económico bajo el capitalismo no fue nunca causa suficiente de distribución del ingreso o, menos todavía, factor suficiente para la extensión universal de los derechos sociales. Así como las revoluciones ocurrirán donde los cambios por reformas fueron postergados, la conquista de reformas fue posible después que las clases dominantes comprendieron que era mejor negociar concesiones, de que tener que enfrentar revoluciones. La explicación para la relativa prosperidad de las sociedades de los Estados centrales, en los treinta años entre 1945 y la primera crisis mundial en 1973/74, reposó más en factores político-sociales, o sea, la lucha de clases, de que económicos o tecnológicos. 
 
La disminución de las desigualdades sólo ocurre, históricamente, por medio de las negociaciones cuando la combinación, hasta hoy muy excepcional, de alarma delante de la posibilidad de una revolución social y desarrollo económico, lleva al capital a hacer concesiones al trabajo. El capital nunca cede reformas al movimiento de los trabajadores, ano ser cuando se siente amenazado. Así como la integración de los partidos comunistas a los regimenes democráticos burgueses fue un factor  de contención de la protesta social, evitando la precipitación de situaciones revolucionarias, la existencia de la URSS y las circunstancias de la Guerra Fría fueron un factor que presionó en el sentido de reformas en Europa. Las conquistas del pacto social de pos-guerra en el Occidente europeo - pleno empleo, y universalización de la salud, educación, etc. - sería inexplicable, en tanto, sin la revolución de octubre. 
 
Inversamente, donde el peligro de revoluciones ha sido superado - por ejemplo, los fascismos ibéricos - las reformas no vinieron. Cuando, finalmente las dictaduras cayeron, primero en Lisboa en 1974, bajo el impacto de la guerra anti-colonial en Africa y, después en Madrid, en función de la nueva situación europea abierta por el Mayo francés de 1968, el costo histórico que sus pueblos sufrieron por causa de las dictaduras seniles, se revela devastador: en Portugal, millares de vidas sacrificadas en vano, en la tentativa históricamente condenada, de preservar un Imperio obsoleto; en España, el oscurantismo cultural de una generación y de una tal decadencia económica y atraso en relación a los países europeos, que llevó a la emigración en masa de la juventud. 

La revolución dejó su obra incompleta delante del futuro
 
La revolución portuguesa confirmó, una vez más, el padrón histórico: sin la presión de la disposición revolucionaria de la lucha de los trabajadores y sus aliados, no se conquistan ni siquiera reformas. Pero, las revoluciones abortadas dejan por el camino, sin solucionar, problemas que la generación siguiente tendrá que enfrentar en condiciones todavía más adversas.

Así como al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la onda revolucionaria europea anti-nazi llevó al desmoronamiento del régimen de Vichy, no fue lo suficiente para liberar a las colonias, como Argelia y Vietnam y, por eso, la juventud francesa fue a morir en vano, por millares. La onda revolucionaria conjunta de la revolución anti-colonial en Africa - la resistencia de los Movimientos de Liberación Nacional en Angola, Guinea-Cabo Verde y Mozambique - y de la revolución democrática en la metrópoli, fue suficiente para derrumbar el régimen fascista, e hizo temblar con tal intensidad la dominación burguesa en Portugal, que despertó al proletariado del Estado español, pero sucumbió ante los regimenes democráticos-liberales improvisados después de la derrota del 25 de noviembre en Lisboa, y del Pacto de la Moncloa en Madrid, con el socorro de Londres, París, Berlín, intermediado por Estados Unidos.

Este curso de la historia - revoluciones abortadas y estabilización de los regimenes democrático-liberales que garantizan la perpetuación del capitalismo se repitió esta vez en América Latina, en el inicio de los años `80, cuando el impacto del agotamiento de las dictaduras militares - surgidas, en los años `60, como respuesta de la contrarrevolución a la victoria de la revolución cubana - producido por el choque económico por la deuda externa, la derrota de la dictadura argentina en la Malvinas, y la resistencia del proletariado brasilero, argentino y uruguayo. Otra vez, volvió a presentarse el desafío de las revoluciones democráticas y antiimperialistas: aceptar los límites políticos y sociales que las burguesías dependientes exigían para la concertación de regímenes democrático-coloniales - la conservación del lugar semi-colonial de estas naciones en el mercado mundial - o ir más allá, desafiando el orden capitalista en el Cono Sur.

Las movilizaciones que derrotaron a Galtieri en Buenos Aires en 1982, a la dictadura uruguaya en 1983-1984, y a Figueiredo en Brasil en 1984, fueron de masas y enormes, lo bastante para conquistar las libertades democráticas para que los trabajadores se pudieran reorganizar y resistir a los planes de sobre-explotación de Alfonsín, Sanguinetti y Sarney, pero no fueron suficientes para derrotar los planes de estabilización de los regímenes democrático-liberales. En conclusión: la dinámica de la decadencia económico-social del continente no fue revertida y la recolonización avanzó. 

La alternativa de octubre: capitalismo o socialismo
 
El balance que la historia dejó parece irrefutable: si hasta Alemania, la más desarrollada y educada de las naciones europeas no escapó de la dictadura nazista, sería superficial y hasta, tal vez, ingenuo, imaginar a la atrasada Rusia semi-asiática consolidando un régimen democrático-liberal al final de la Primera Guerra Mundial. Son variadas las razones que explican esa imposibilidad en Rusia, al contrario de lo que aconteció, posteriormente, en Europa del Mediterráneo en 1945, en Portugal y España entre 1975 y 1978, o en América Latina entre 1982 y 1985.
 
En las condiciones después de la caída del Zar, en febrero, la burguesía no estaba dispuesta a romper sus relaciones con Londres y París e iniciar un proceso de paz por separado con Berlín, pero, sin la paz, la burguesía no podía imaginar la convocatoria de las elecciones para la Asamblea Constituyente. Al llegar más de medio siglo atrasada al proceso de industrialización, y al haberse insertado en el sistema internacional como potencia semi-periférica - imperialista en relación a sus colonias en el Cáucaso y en Asia, pero sub-metrópoli en relación a Francia e Inglaterra - la burguesía rusa se había asociado a los capitales extranjeros para financiar la implantación de su parque industrial. 

La consolidación de una democracia-liberal, presuponía la convocatoria de elecciones en una situación en que la legitimidad de la voluntad popular había encontrado su representación en los soviets, donde el principal partido burgués, el Kadete, no tenía expresión. La fuerza del proletariado en movimiento imponía una fuerte presencia de los partidos socialistas moderados, mencheviques y esseristas, en los variados gobiernos provisorios, pero, así como Miliukov no estaba dispuesto a romper con la Entente, estos partidos no estaban dispuestos a romper con la burguesía, llevando primero al Príncipe Lyov, y después a Kerensky, al impasse crítico. Al exigir de las masas que hicieron la revolución contra el Zar para liberarse de la guerra, que prolongasen la guerra para conseguir la Constituyente (y la promesa secular de tierra, liberación nacional para los ucranianos, bálticos, caucasianos y asiáticos), sucesivas crisis políticas se fueron precipitando vertiginosamente hasta la crisis revolucionaria, después de la derrota del golpe de Kornilov. 

Sin embargo, retrospectivamente, queda la cuestión de saber por qué la primera mitad del siglo XX fue tan diferente a la segunda mitad: por qué las burguesías europeas se lanzaron a la aventura de resolver su disputas manu militari en 1914, en lugar de articular una división compartida y, en gran medida, complementaria del mercado mundial como Estados Unidos lo consiguió después de 1945. O por qué la burguesía alemana no dudó en recurrir a Hitler ante el peligro de la revolución alemana, mientras que las burguesías francesa e italiana lograron, después de 1945, consolidar sus repúblicas democrático-presidencial y parlamentaria, a pesar de tener que enfrentar a dos proletariados tan o más poderosos que el proletariado ruso de Petrogrado o Moscú. 
 
La respuesta a estas preguntas nos remite, indefectiblemente, a la revolución de Octubre, porque el mundo, tal cual lo conocieron las últimas cuatro generaciones, sería inexplicable sin la victoria bolchevique de 1917. El primero y más importante factor a ser considerado, es que la revolución rusa demostró que el movimiento obrero moderno era una clase suficientemente fuerte - objetiva y subjetivamente - para arrastrar tras de sí la voluntad de la mayoría de la nación y triunfar en la lucha por el poder. Antes de Octubre, la única revolución proletaria había sido la efímera experiencia de la Comuna de París de 1871. Después de la revolución rusa,  la política mundial ya no podría ser considerada, solamente, como una disputa de posiciones de fuerza entre Estados imperialistas en el sistema internacional.
 
La existencia de la URSS, en tanto el régimen de la dictadura revolucionaria internacionalista mantuvo el compromiso de incentivar la revolución mundial, pasó a ser una amenaza a la preservación del capitalismo. La lucha de clases pasó a un grado más elevado de intensidad, y el movimiento socialista internacional adquirió el estatuto de un protagonista de primera línea, capaz de desestabilizar la dominación burguesa en las metrópolis imperiales y de apoyar política y materialmente, la resistencia de los pueblos oprimidos en naciones coloniales y semi-coloniales. 
 
La victoria de Octubre fue, con todo, también, efímera. Tal como habían previsto Lenin y Trotsky, se reveló imposible un proceso de transición al socialismo sin una victoria de la revolución alemana. Las condiciones de aislamiento y atraso ruso, explican el avance de la reacción interna que acabó dando un salto en cualidad y degenerando en un proceso de contra-revolución burocrática. 

 Sería imposible explicar el triunfo de la revolución de Octubre 1917, sin considerar las secuelas de la Primera Guerra Mundial y la fragilidad del sistema de Estados en Europa: al final, Alemania ansiaba una paz por separado y la consiguió. Por la misma razón, sería muy difícil explicar la decisión de Mao y de la dirección del PC de China, de llevar la guerra contra Chiang Kai Chef en 1949, hasta el final, sin considerar el cuadro de las relaciones de fuerzas en el sistema internacional de Estados después de la entrada del Ejército Rojo en Berlín. Sería, también, imposible comprender la decisión de Fidel Castro, hasta entonces un líder nacionalista, de no aceptar los ultimatuns norteamericanos en 1961, sin considerar que la perspectiva de alineamiento con la URSS ofrecía un bloque de alianzas en el sistema internacional de Estados. En una palabra, Octubre fue la revolución que cambió el mundo. 

 
* Militante del Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) de Brasil. Historiador y miembro del consejo editorial de la revista marxista Outubro. Autor de "O encontro da revoluçao com a Historia. Socialismo como projeto na tradiçao marxista". (El encuentro de la revolución con la Historia. Socialismo como proyecto en la tradición marxista). Editorial Sundermann y Xama editores, Sao Paulo, 2006. Artículo publicado en el sitio web del PSTU: http://www.pstu.org.br/

 
Referencias bibliográficas

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FURET, François. O passado de uma ilusão. São Paulo: Siciliano, 1995.
HOBSBAWM, Eric. Era dos extremos: o breve século XX, 1914-1991. São Paulo: Companhia das Letras, 1996.
TROTSKY, Leon. Historia de la revolución rusa. Bogotá: Pluma, 1982.

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