Capitalismo/Prontuario: culpables, millonarios e impunes [Ramón Muñoz]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Oct 12 00:22:05 GMT+3 2008


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correspondencia de prensa - boletín solidario  
Agenda Radical
Edición internacional del Colectivo Militante
12 de octubre 2008
Redacción y suscripciones: germain5 en chasque.net

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Capitalismo/Prontuario

Culpables, millonarios e impunes

El mal hacer de una casta intocable de directivos está detrás de la crisis financiera 

 
Ramón Muñoz
El País, Madrid, 12-1-08
http://www.elpais.com/

 
"Cuando nace un brahmán, nace superior a la Tierra entera, es señor de todas las criaturas, y tiene que guardar el secreto del dharma. Todo lo que existe en el mundo es propiedad privada del brahmán. Por la alta excelencia de su nacimiento, él tiene derecho a todo. Esto es, es él quien goza, quien viste, quien da a otros, y es a través de su gracia que otros gozan", se dice en el Libro de Manu. Las leyes de Manu están contenidas en un antiguo manuscrito hindú que estableció el sistema de castas en la India hace más de dos mil años. El brahmán es la casta superior. Sólo unos elegidos pueden pertenecer a la misma y, como dice la cita, gozan de todos los derechos y su única labor es instruir en el conocimiento del mundo al resto de castas (salvo a los parias o intocables, que no gozan de ningún derecho).
Paulson, uno de los nuestros 

El capitalismo moderno ha emulado este sistema de castas. Sus brahmanes son los directivos y consejeros de las grandes corporaciones. Gozan de privilegios y prebendas por doquier: sueldos estratosféricos, planes de incentivos, vacaciones, jet privados y club de campo a costa de la empresa... Y no tienen casi ninguna responsabilidad. Si las acciones suben, ellos son los que más ganan gracias a los programas de opciones sobre acciones que premian la revalorización bursátil. Si la cotización se derrumba o incluso si las firmas quiebran y los accionistas pierden todo lo invertido, ellos también ganan. En caso de despido, cuentan con cláusulas que les aseguran indemnizaciones multimillonarias, conocidas como paracaídas de oro (golden parachute), de las que no disfrutan los trabajadores, los parias de este orden económico.

El derrumbe del sistema financiero internacional ha sacado a la luz estas colosales prerrogativas de los directivos cuya gestión ha abocado a la desaparición a firmas históricas como Lehman Brothers o Merrill Lynch. Sus arruinados accionistas y ahorradores o los trabajadores despedidos se preguntan por qué en lugar de ser reclamados por los juzgados, los ejecutivos han salido sin hacer ruido por la puerta de atrás y con las carteras llenas. Sólo las cinco mayores firmas financieras de Wall Street -Merrill Lynch, JP Morgan, Lehman Brothers, Bear Stearns y Citigroup- pagaron más de tres mil millones de dólares en los últimos cinco años a sus máximos ejecutivos, justo en el periodo en el que éstos se dedicaron a inflar las cuentas, empaquetando en fondos y otros activos opacos, préstamos incobrables que han derivado en la mayor crisis financiera de la historia.

Cuando el sistema se colapsó, las firmas siguieron siendo generosas con los causantes de la debacle. Stanley O'Neall se llevó a casa 161 millones de dólares cuando dejó Merrill Lynch; Charles Prince obtuvo 40 millones al dejar Citigroup, cifra similar a la que que obtuvo Richard S. Fuld, de Lehman.

El código marinero tampoco va con los CEO (chief excutive officer, siglas en inglés de consejero delegado). Si el barco se hunde, son los primeros en coger el salvavidas, un salvavidas de oro. La comisión de investigación de la Cámara de Representantes de Estados Unidos ha puesto al descubierto esta semana que la cúpula directiva de Lehman Brothers aprobó bonus por millones de dólares para los ejecutivos que salieran de la empresa mientras negociaban con las autoridades federales el rescate de la quiebra. Su consejero delegado, Richard Fuld, cuya actuación ha llevado a la desaparición del banco de inversión más veterano de Estados Unidos (fundado en 1850), ganaba 17.000 dólares a la hora.

Pese a ser reverenciados por diarios financieros como The Financial Times o The Wall Street Journal como prototipo de eficiencia y seriedad, su comportamiento caprichoso se asemeja más bien al de los divos del pop o los artistas de Hollywood. James Cayne, el máximo responsable de Bear Stearns, se marchó a un torneo de bridge mientras colapsaban dos fondos de inversión que provocaron finalmente la desaparición de la quinta entidad financiera de Estados Unidos. ¡Ni siquiera encendía el móvil!

Angelo Mozilo, responsable de la quiebra del banco hipotecario Countrywide, consideraba una inexplicable afrenta personal que el consejo de administración le pidiera explicaciones acerca de los viajes de su esposa en el jet privado de la compañía, que le pagó 360 millones de dólares en los últimos cinco años.

La cultura del jet es consustancial a los CEO. Martin Sullivan, consejero delegado de AIG hasta que la aseguradora fue rescatada de la quiebra con fondos públicos por la Administración de Bush, gastó el año pasado 322.000 dólares en viajes privados o de vacaciones en el reactor de la empresa. Su colega Stanley O'Neal, presidente de Merrill Lynch, cargó gastos de avión y coche para uso particular por 357.000 dólares en 2007. Abandonó la compañía, hoy en manos de Bank of America, tras sufrir las mayores pérdidas de su historia, en octubre del año pasado, llevándose 161 millones de dólares bajo el brazo.

La constitución de ese modelo de dirección de las grandes compañías que otorga plenos poderes y remuneraciones desmesuradas a un grupo limitado de ejecutivos, no sujetos a ningún control efectivo ni a responsabilidad por su gestión, no es reciente.

Comenzó a fraguarse en los años ochenta y noventa, pero se ha consolidado completamente en lo que llevamos de siglo. Los datos no dejan lugar a dudas sobre la desigualdad laboral en la que se mueven estos asalariados de oro: en 1976, la remuneración media de los máximos ejecutivos de las corporaciones estadounidenses era 36 veces superior al sueldo medio de un trabajador de la empresa; en 1989, era 71 veces, y en 2007, cada directivo recibió 275 veces más que la retribución que sus trabajadores, según las cifras de The Institute for Policy Studies and United for a Fair Economy. Este mismo informe revela que entre 1996 y 2006 las retribuciones de los consejeros delegados crecieron un 45%, cuando el sueldo medio del trabajador estadounidense aumentó sólo un 7%.

Lo más sangrante de ese abismo salarial entre gestores y gestionados es que los emolumentos de los directivos poco o nada tienen que ver en muchos casos con los resultados de la empresa que dirigen, a diferencia de lo que ocurre con los trabajadores que, ante la menor dificultad, sólo les queda el camino de la moderación salarial, cuando no directamente del despido.

El consejo de administración de General Motors acordó en marzo pasado elevar el sueldo del presidente de la compañía automovilística, Rick Wagoner, hasta 2,2 millones de dólares, la misma base salarial que tenía antes de 2006, cuando se le recortó el salario dentro del plan de ajuste de costes que puso en marcha la compañía. El consejo acordó también otorgarle bonus y opciones sobre acciones por más de 10 millones de dólares, pese a que la firma de Detroit presentó en 2007 las mayores pérdidas de su historia que motivaron un plan de recorte laboral que afectó a 74.000 empleados, que se irán a la calle sin bonus ni planes de opciones. A los accionistas no le van mejor las cosas. Los títulos alcanzaron esta semana el nivel de 1950.

En materia de despidos, Wagoner ha superado de lejos a su antecesor en el cargo, Roger Smith, a quien el controvertido director de cine Michael Moore le dedicó su documental Roger & me en 1989, cuando cerró la planta de GM de su localidad natal, Flint (Michigan), dejando en el paro a 30.000 trabajadores.

Moore, que a lo largo de toda la filmación intentó sin éxito hablar con Smith, tendría aún más difícil charlar con Wagoner. La casta superior del neocapitalismo, como los brahmanes indios, no tiene que dar cuentas a nadie: ni periodistas, ni jueces, ni gobiernos, ni accionistas, ni impositores, ni contribuyentes. Para tapar los agujeros que ha causado su desastrosa gestión, los Estados han anunciado planes de inyección de fondos públicos por más de un billón y medio de euros que, en último término, saldrán del bolsillo de los contribuyentes.

Pero si alguien piensa que, ante este derrumbe general de la economía, los CEO han entonado el mea culpa y optado por la austeridad, está muy equivocado. Los máximos directivos de AIG se fueron a pasar un fin de semana a Monarch Beach, un exclusivo hotel de California en el que las habitaciones valen 800 euros por noche, para celebrar que el Tesoro estadounidense les había salvado de la quiebra inyectando 85.000 millones de euros de fondos públicos. Según se puso de manifiesto esta semana en la Comisión de la Cámara de Representantes, los ejecutivos de la que fuera la mayor aseguradora estadounidense se gastaron más de 440.000 dólares, incluyendo "manicura, tratamientos faciales, pedicuras y masajes", a costa de los contribuyentes. "Es tan básico como el salario, ya que supone recompensar el trabajo", se justificó el portavoz de AIG, Nicholas Ashoo.

"Sólo cuando la marea se retira, sabes quién nadaba desnudo". Warren Buffet, el financiero estadounidense y el más rico del planeta, suele repetir esta frase para describir la ceguera de accionistas y reguladores respecto a los directivos que gobiernan las empresas a su antojo y con total opacidad, de forma que nadie pueda conocer hasta su marcha la verdadera situación de las cuentas.

El consejo de Washington Mutual, la entidad bancaria que llegó a liderar la concesión de hipotecas en Estados Unidos, modificó en febrero los planes de bonos para sus máximos directivos de forma que pudieran cobrar esos pluses sin tener en consideración el índice de impagados en el negocio hipotecario del banco cuando éste ya se había disparado hasta extremos inadmisibles. Dos meses después, la compañía era adquirida a precio de saldo por un grupo de fondos de inversión. Los directivos cobraron sus bonos al salir de la empresa, al tiempo que 3.000 empleados eran despedidos. El consejero delegado, Kerry Killinger, alegó que de 2006 a 2007 se había bajado el sueldo un 21% hasta los 14,4 millones de dólares.

Un consuelo escaso para los accionistas que habían visto esfumarse más de un 90% de su inversión y que, pese a sus pérdidas, tuvieron que abonar 20 millones de dólares al gran Killinger, causante de su ruina, cuando finalmente decidieron echarle en septiembre pasado. Jean-Paul Votron, consejero delegado de Fortis, cobró un 15% más en 2007. Se le premiaba así por la compra de ABN Amro por 72.000 millones de euros. El banco holandés resultó estar infectado por los activos basados en las hipotecas subprime y llevó a la quiebra a Fortis, que ha tenido que ser rescatado por los Estados de Bélgica, Luxemburgo y Holanda.

La comisión de investigación del Congreso también destapó que Fuld autorizó pagos de 20 millones de dólares a dos directivos de Lehman cuatro días antes de que la firma se declarara en bancarrota.

El experto Graef Cristal, que dirige una revista online dedicada a analizar las compensaciones de los ejecutivos, considera que el fenómeno de la crisis de las hipotecas subprime o basura se explica en gran parte por el sistema de remuneraciones instaurado por los bancos de inversión estadounidenses a sus ejecutivos, a quienes reparten el 50% de sus beneficios, más que ningún otro sector.

Los empleados de los mayores cinco bancos de inversión percibieron 66.000 millones de dólares en 2007, de ellos, 39.000 millones en bonus. Esta cifra arroja una retribución media de 353.089 dólares por empleado, según Bloomberg. Como su sueldo dependía directamente de lo que ganara la empresa, hincharon artificialmente las cuentas, comercializando piramidalmente fondos u otros instrumentos financieros respaldados por los ahora llamados activos tóxicos.

"En Wall Street como en Hollywood, los beneficios tienden a venir en grandes paquetes y todos quieren un trozo. Da igual que se trate de la película Caballero Oscuro (la última de Batman) o de una gran fusión, quien tiene el poder de llevar a la gente al cine o de cerrar un acuerdo puede ganar lo que quiera", dice Cristal.

Contra esta insultante impunidad se han alzado voces desde el ámbito ciudadano y sindical. Curiosamente, la reacción de los dirigentes políticos ha sido más bien tibia. El presidente George W. Bush, empujado por los congresistas del Partido Republicano que veían peligrar su escaño por el clamor popular, se vio forzado a aceptar que los directivos de las firmas rescatadas por su plan de 700.000 millones de euros renunciaran a recibir las indemnizaciones pactadas, propuesta que se incluyó en la reforma del plan tras ser rechazado por la Cámara de Representantes. Así ha sucedido en el caso de AIG, o las financieras inmobiliarias Fannie Mae y Freddie Mac, cuyos presidentes cesados no hicieron valer sus cláusulas de indemnización.

La Oficina Federal de Investigación (FBI) ha abierto una investigación en 26 empresas en busca de posibles irregularidades contables. Y en la Cámara de Representantes se ha constituido una comisión de investigación por la que están pasando los principales responsables del derrumbe.

En Europa, por el momento, sólo meras declaraciones. La canciller alemana Angela Merkel conminó a los directivos de Hypo Real Estate, rescatado de la bancarrota por un grupo de bancos y el Estado, a que respondan con su patrimonio personal. El Gobierno francés obligó a Axel Miller, consejero delegado del banco franco-belga Dexia, a renunciar a la indemnización de más de tres millones de euros que le correspondían según su contrato por dejar ese cargo. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, puso como primera condición para participar en el rescate de la entidad financiera que ninguno de los directivos recibiera indemnizaciones extraordinarias.

Fuera de declaraciones admonitorias y la moralina para electores, ningún país ha anunciado cambios en la legislación para limitar los sueldos de los directivos o definir mejor sus responsabilidades en caso de quiebra.

Todos los intentos por limitar los emolumentos de los ejecutivos han resultado en vano. A mediados de los ochenta, hubo una fiebre de fusiones. Los reguladores advirtieron que muchas de esas operaciones no respondían a ninguna estrategia empresarial sino a las indemnizaciones que recibían los directivos que cerraban los acuerdos. Por eso, impusieron en Estados Unidos un impuesto sobre todas las indemnizaciones que excedieran tres veces el salario anual de los directivos. La única consecuencia fue que los ejecutivos cerraron cláusulas para que las compañías se hicieran cargo de esa tasa. En 1992, la Securities Exchange Commission (SEC), que vigila los mercados bursátiles en Estados Unidos, obligó a las empresas a informar de los emolumentos de sus directivos. No sólo no se avergonzaron de revelar sus ganancias anuales, sino que las han multiplicado por cuatro.

Un año después se intentó poner coto a los sueldos estratosféricos, limitando las deducciones fiscales a un millón de dólares. Se hizo una excepción para las recompensas no dinerarias. Como consecuencia se dispararon las remuneraciones en opciones sobre acciones. Y ya se ha convertido en una moda entre los presidentes de las corporaciones ganar un dólar al año. Los presidentes de Yahoo!, Apple y Google están en ese club. En 2006, ganaron sólo un dólar como salario base. ¡Y millones de dólares en opciones y bonos!

Los gobiernos piden sacrificios a ahorradores, accionistas y trabajadores para salir al rescate de bancos y aseguradoras a costa de miles de millones de las arcas públicas. Y los culpables de este saqueo no sólo no son reclamados por la justicia, sino generosamente recompensados. Es como si a los asaltantes del tren de Glasgow les estuviera esperando el jefe de Scotland Yard en la estación de Londres para colgarles una medalla. Su botín fue de 60 millones de euros (al cambio actual) y se le llamó el robo del siglo. ¿Cómo llamaremos a las hazañas de los villanos de Wall Street?

Paulson, uno de los nuestros

El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Henry Paulson, es, hoy por hoy, lo más parecido a un mesías. Le han encomendado salvar el sistema capitalista mediante un plan de inyección de fondos por 700.000 millones de dólares, medio billón de euros, es decir, la mitad del producto interior español. Debe limpiar unas entidades que conoce a la perfección puesto que en 2006, cuando fue fichado por George W. Bush para dirigir el Tesoro, era presidente de Goldman Sachs, el banco de inversión donde desarrolló su carrera durante 40 años.

Cuando dejó la firma, Paulson atesoraba una fortuna de alrededor de 500 millones de dólares, fundamentalmente en acciones, que vendió con fuertes plusvalías. Como secretario del Tesoro, ha tenido que adoptar medidas como el rescate de AIG o Fannie, pero no quiso intervenir en favor de sus antiguos competidores como Bear Stearns o Lehman Brothers, comprados por otras entidades bancarias.

Ahora no le va a quedar más remedio que administrar las firmas donde trabajan sus colegas. De hecho, el equipo encargado de gestionar esos fondos estará integrado sobre todo por ejecutivos de Wall Street, incluyendo los de Goldman. Y es que, Paulson, aunque quiera salvar los ahorros del norteamericano medio, no deja de ser uno de los suyos. 
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Paracaídas dorados para premiar el fracaso


Los gestores de las firmas de Wall Street se aseguraron generosas indemnizaciones 


Ramón Muñoz 

Los ciudadanos de McAllen, una ciudad tejana en la frontera del río Bravo con México, vivían felices en 2006. Casi todos inmigrantes mexicanos, habían cumplido el sueño americano. Al calor del acuerdo de libre comercio de su país de origen con Estados Unidos, su municipio había crecido como la espuma. Cientos de familias pudieron acceder a una vivienda en propiedad. Los bancos no pedían muchas garantías para conceder los préstamos. Los ilusionados habitantes de McAllen no sabían que, en realidad, no habían comprado casas sino hipotecas subprime, y que sus títulos de propiedad serían empaquetados y vendidos por todo el planeta en forma de fondos de inversión y otros derivados financieros por las principales firmas de Wall Street.

Corcóstegui, del Santander, batió el récord mundial al recibir 108 millones

En 2007 comenzaron los problemas. Muchos trabajadores dejaron de pagar la hipoteca. Hoy McAllen es el municipio estadounidense con mayor índice de hipotecas basura. Garantías, un 26% del total. Sus humildes peticionarios y los responsables de los bancos que decidieron concederles las hipotecas y titulizarlos van camino de acabar con el sistema financiero mundial.

La diferencia es que los inmigrantes chicanos de McAllen apenas ganaban mil dólares mensuales, mientras que los ejecutivos de Wall Street se embolsaban esos mil dólares pero por cada hora de trabajo. Unos perdieron su trabajo y vivienda; los otros se marcharon a casa con indemnizaciones multimillonarias. Según la cadena de televisión norteamericana CNBC, sólo los 12 altos ejecutivos que dirigieron a la gran banca estadounidense en las vísperas y durante el hundimiento de Wall Street vieron premiado su fracaso con unos paracaídas dorados de alrededor de quinientos millones de dólares.

Stanley O'Neal, que se convirtió es el número uno de esta lista, recibió 161 millones de dólares como gratificación de despedida, después de que la entidad financiera registrara pérdidas por importe de 7.777 millones de dólares. No obstante, su sucesor en el cargo, John Thain, le superó en pericia al negociar un contrato blindado de 200 millones de dólares para él y los dos antiguos ejecutivos de Goldman Sachs que reclutó para que le acompañaran en caso de despido o de recorte de sus funciones.
Charles Prince, presidente de Citigroup, cobró 105 millones de dólares pese a que su salida se produjo una vez que el banco anunció depreciaciones de activos por 11.000 millones. Asimismo, Angelo Mozillo, tras 40 años en la hipotecaria Countrywide, percibió 56 millones de dólares.

Otros ilustres beneficiarios han sido Kerry Killinger y Alan Fishman, de Washington Mutual (44 y 19 millones de dólares, respectivamente, como gratificación de despido); Ken Thompson, de Wachovia (42 millones); Richard Fuld, de Lehman (24 millones); Richard Syron y Daniel Mudd, ambos dirigentes de Freddie Mac (16 y 8 millones de dólares, respectivamente), y James Cayne, de Bear Stearns (13 millones de dólares).

En España, los máximos ejecutivos también se han apuntado a la moda. De hecho, el ex consejero delegado del Banco Santander, Ángel Corcóstegui, batió un récord mundial al cobrar en 2002 un total de 108 millones de euros por dejar el banco. José María Amusátegui, ex copresidente de la entidad tras la fusión con el Central Hispano, se llevó 56 millones de euros en 2001. Peter Erskine, consejero delegado de la compañía de telefonía móvil O2, adquirida por Telefónica, se embolsó más de treinta millones. Alfonso Cortina, ex presidente de Repsol se llevó 19,50 millones y Manuel Pizarro dejó la presidencia de Endesa con 12 millones bajo el brazo.

James Cayne: No molesten al campeón de bridge durante la partida

En julio del año pasado, los inversores de Bear Stearns comenzaron a reclamar el dinero de dos fondos de alto riesgo destapando los problemas de liquidez de la firma. Mientras sus ejecutivos negociaban una solución a la desesperada, su consejero delegado, James Cayne, estaba jugando un torneo de bridge en Nashville, a cientos de kilómetros de distancia. No cogía el móvil ni aceptaba e-mails. Y tan sólo accedía a comunicarse una vez al día por conferencia telefónica.

En los 10 meses posteriores a esa crisis, el quinto mayor banco de inversión de EE UU ha pasado de valer más de 21.000 millones de dólares a poco más de 200 millones, precio al que fue adquirido por JPMorgan en marzo pasado. Cayne se llevó 38 millones, a los que habría que sumar los 60 millones por la venta de sus acciones. No está mal para un antiguo vendedor de fotocopiadoras.

Stanley O'Neal: De símbolo de la negritud a icono de la avaricia

Stanley O'Neal, de 57 años, fue uno de los primeros despidos de oro por la crisis de las hipotecas. Dejó Merrill Lynch hace un año y no podría prever que la firma que le aupó al Olimpo de Wall Street desaparecería ahogada en deudas.

Cuando le echaron, O'Neal era el segundo ejecutivo mejor pagado de las firmas de inversión. En su caso, tenía doble mérito, puesto que había llegado a ese puesto con mucho esfuerzo. Hijo de un jornalero negro de Alabama, logró estudiar gracias a una beca que le concedió la General Motors, en una de cuyas cadenas de montaje trabajó en su juventud.

Presidente de Merrill desde 2002, simbolizaba el ascenso social de la población negra. Pese a hundir la firma de inversión, que acabó siendo adquirida por Bank of America, no perdonó ni un solo dólar de la indemnización de 160 millones. Y es que la avaricia no entiende de razas.

Charles O. Prince: Despidos para ahorrar costes y pagar mi bonus

En abril del año pasado, el presidente de Citigroup, Charles O. Prince, anunció el despido de 17.000 empleados y el traslado de otros 9.500 puestos de trabajo a países con menos costes.

Prince prometió a los analistas e inversores que ahorraría 10.000 millones en costes. Por eso, había dado orden a sus directivos de eliminar todos los costes organizativos que "no aporten nada a nuestra capacidad de dar un servicio eficiente a la clientela". Es decir, de presentarle una lista negra de trabajadores prescindibles.

Sus medidas no surtieron el efecto deseado y la acción siguió cayendo. El 4 de noviembre Prince no tuvo más remedio que dimitir. Entre los recortes de coste no había incluido el de su indemnización. Cobró 105 millones de dólares. Una buena recompensa por hinchar el balance de la firma con activos tóxicos por valor de más de 11.000 millones de dólares. 

Martin J. Sullivan: Un caballero inglés con sentido del riesgo

Martin J. Sullivan era todo un lord inglés. En 2007 fue nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico. Su flema inglesa no le impedía gobernar el mayor grupo asegurador del mundo, American International Group (AIG), con espíritu aventurero.

Desde que tomó las riendas de la firma en 2006, se metió de lleno en productos financieros como los credit default swaps, seguros que protegen a los clientes ante la posible quiebra de empresas donde tuvieran inversiones. En 2007 se multiplicaron las quiebras y a AIG le costó miles de millones de dólares.

Sullivan dejó AIG en junio pasado llevándose 22 millones de dólares, pese a causar un agujero contable que tuvo que tapar la Reserva Federal inyectando 85.000 millones de dinero público. Tuvo suerte. Su sucesor en el cargo, Robert Willumstad, también destituido, ha tenido que renunciar a la indemnización. 

Kerry Killinger: Un hombre sincero para sembrar el pánico

Washington Mutual (WaMu), la mayor compañía de ahorros y préstamos de EE UU, despidió el pasado mes de septiembre a Kerry Killinger tras 18 años en la compañía. Su política de apostar por las hipotecas subprime causó a la empresa 6.300 millones de pérdidas durante los tres últimos trimestres y la caída del 90% del valor de las acciones en el último año.

Durante su última presentación de resultados ante la prensa y los analistas, Killinger no se cortó para anunciar que las pérdidas para el conjunto del año serían de 19.000 millones de dólares, sembrando el pánico de miles de pequeños ahorradores que habían depositado en la entidad un total de 143.000 millones de dólares.
El sincero Killinger no renunció a los 44 millones que le correspondían por su contrato blindado. Días después, JPMorgan Chase compró activos de WaMu por 1.900 millones.

Angelo Mozilo: Mis amigos, mi mujer y mis senadores, primero

Si se hiciera una serie de televisión sobre los directivos que causaron la crisis, Mozilo debería tener un papel protagonista. Su biografía reúne todos los requisitos: orígenes humildes (hijo de un carnicero), envuelto en escándalos de tráfico de influencias y, sobre todo, una avaricia sin límites rayana en la mezquindad.

A sus 68 años, el presidente de Countrywide Financial, el principal prestamista hipotecario estadounidense, había anunciado su retiro en 2006. Pero en plena burbuja inmobiliaria decidió prolongar su estancia en la compañía, durante tres años más. Consideraba que su salario era bajo. Sólo había cobrado 200 millones de dólares en cuatro años. Así que contrató a una empresa asesora para que renegociará su contrato. No sólo lo consiguió sino que cargó los honorarios de su asesor a la propia Countrywide.

La empresa corría también con los gastos de un club de campo y dos clubes de golf de los que su sexagenario presidente era socio. Aún así, Mozilo se sentía maltratado porque el consejo le pidió explicaciones por el hecho de que viajara con su esposa en el jet privado de la empresa. "No es justo ni sabio exigir que mi mujer use un vuelo comercial".

Mozilo era generoso con sus amigos, siempre que pagara la empresa. Medió directamente para conseguir hipotecas a bajo interés para políticos y hombres de negocios, entre ellos, dos senadores demócratas: James Johnson, asesor de campaña de Barack Obama, y Franklin Raines, un alto cargo bajo la Administración Clinton.

Countrywide fue adquirida por Bank of America en julio pasado tras sufrir pérdidas de 704 millones de dólares y caer un 80% en Bolsa. Mozilo se fue a casa con 56 millones de dólares en efectivo y 140 millones si se suman las opciones. 

Richard S. Fuld: 17.000 dólares a la hora por acabar con 150 años de historia

Richard S. Fuld, de 62 años, era el ejecutivo más veterano de Wall Street. Apodado El Gorila por su aspecto de descargador de muelles y sus bruscos modales, entró en Lehman Brothers en 1969 y alcanzó la presidencia en 1994. Entre sus logros está el de ser el último presidente de la firma de inversión más antigua de Wall Street, ya que Lehman, fundada en 1850, se declaró en quiebra el pasado 15 de septiembre.

El periodista de The New York Times Nicholas Kristof le concedió el premio simbólico Michael Eisner Award al peor ejecutivo del año, tras calcular que Fuld ganaba 17.000 dólares a la hora. Pero dos años antes, Barrons, el semanario económico más prestigioso de EE UU, le otorgó el galardón de directivo más reputado.

Cuando compareció esta semana ante la comisión de investigación del Congreso de EE UU, Fuld afirmó que se fue de Lehman con un dolor que sentiría el resto de su vida. No se marchó únicamente con dolor; se llevó también una indemnización de 53 millones de dólares, a los que habría que sumar los 480 millones que ha ganado desde el año 2000. "También he perdido yo; pude vender todas mis acciones y no lo hice", se excusó ante la comisión, tras echar la culpa de la crisis a los periodistas.

Geoffrey Raymond, un artista neoyorquino, pintó un retrato de Fuld y lo dejó a las puertas de la sede de Lehman, en Times Square. Los brokers de la firma, a los que no permitía quitarse nunca el traje y la corbata, le dejaron perlas como "sanguijuela", "chulo" o "nos jodiste". Fuld no comprará su pintura porque tiene gustos más exquisitos. Su mujer, Kathy Fuld, vicepresidenta del Museo de Arte Moderno de Nueva York, acaba de vender su colección de arte expresionista por 20 millones de dólares. Tal vez la familia Fuld tenga también problemas de liquidez. 

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