Unión Europea/las nuevas políticas neoliberales [Stephanie Treillet]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Jul 7 09:53:46 UYT 2009


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boletín solidario de información - edición internacional
Correspondencia de Prensa
Agenda Radical - Colectivo Militante
7 de julio 2009
suscripciones y redacción: germain5 en chasque.net


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Unión Europea

Sobre las nuevas políticas neoliberales

Stephanie Treillet


Contretemps, Nº 2, Francia, mayo 2009
Traducción de Josu Egireun
Viento Sur
http://www.nodo50.org/viento_sur/


La reunión del G-20 en Londres concluyó con una serie de decisiones en torno a las cuales los medios -y la mayoría de los economistas oficiales- no ahorran comentarios laudatorios: según ellos, se trataría de una verdadera ruptura con el inmovilismo manifestado por los gobiernos durante las cumbres precedentes y, sentaría las bases, de una "refundación del capitalismo". Ni más ni menos. Una expresión que resulta profundamente ambigüa: se puede entender bien como la puesta en pie de instrumentos destinados a salvar el capitalismo de su hundimiento o bien como instauración de reglas de funcionamiento del sistema totalmente nuevas. En cualquiera de los dos casos, esta visión de las cosas merece un examen crítico serio.

1. Las políticas gubernamentales de las economías dominantes cara a la crisis

Tras el desencadenamiento de la crisis de las subprime en julio de 2007, las reacciones de las autoridades monetarias y los gobiernos han pasado por tres etapas superpuestas.

De los planes de salvamento a los de reactivación. Recordemos de forma breve el encadenamiento de los hechos: la crisis de las subprime se desencadenó bajo el doble efecto del estallido de la burbuja inmobiliaria y el alza de los tipos de interés por la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED). La insolvencia de la gente deudora se tradujo en la quiebra de los agencias de crédito hipotecario que habían consentido estos préstamos y, sobre todo, en la diseminación de los denominados "activos tóxicos" en el conjunto del sistema bancario y financiero. Los mecanismos de "titulización" de los préstamos (transformación de los préstamos en activos intercambiables en los mercados financieros a través de paquetes de títulos en los que se mezclaban títulos dudosos con otros más sólidos) contribuyó, a la vez, a la diseminación de estos préstamos dudosos en todo el sistema y a su opacidad, reforzando la crisis de confianza de todos los especuladores. Estamos, pues, ante el hundimiento del mercado interbancario (los bancos dejan de prestarse dinero los unos a los otros) y una crisis de liquidez de las entidades bancarias.

En un primer momento, el dilema al que se enfrentaron los bancos centrales y, en primer lugar, el FED, fue saber si les convenía bajar los tipos de interés para evitar la quiebra de los principales bancos. No hacerlo suponía arriesgarse a una agravación de la crisis, a un hundimiento generalizado del sistema bancario y a una transmisión inmediata de la crisis a la "esfera real" de la economía: producción y empleo, tal y como se produjo en octubre de 1929, tras el crash de Wall Street. Hacerlo, conforme al papel de prestamista en última instancia que corresponde a los bancos centrales, suponía garantizar a la banca el poder seguir especulando y asumiendo riesgos excesivos con total impunidad, al tener garantizado el reflote. Los términos de este dilema han llevado a que las autoridades monetarias (y a través de ellas el poder público) hayan estado a merced de la banca y los mercados financieros y que, finalmente, bajasen los tipos de interés.

A partir de 2007, y como fruto de la internacionalización de los sistemas bancarios, la crisis se extiende de los Estados Unidos al otro lado del Atlántico. En pocos meses la crisis abarca a varios grandes bancos que quiebran (Lethman Brothers) o están al borde de la quiebra (Northern Rock, Dexia, Fortis...). A partir de ahí nos situamos ante una crisis global del crédito, planteándose el mismo dilema para los poderes públicos: dejar hundirse a los grandes bancos a riesgo de agravar la crisis o poner en pie planes de rescate, a fin de evitar quiebras comparables a la de Lethman Brothers. Es ahí donde surgen el Plan Paulson de 700 mil millones de dólares en los EEUU y el plan Brown en el Reino Unido. Las cantidades utilizadas y la naturaleza del dilema hicieron estallar el escándalo ante la mayoría de la población que empieza a sufrir las consecuencias concretas de la crisis y siente la amenaza de que la misma se agrave. El "dilema moral", para emplear el lenguaje de los economistas ortodoxos, es que los especuladores considerados como responsables del desencadenamiento de la crisis sólo pueden ganar y que cuando tienen pérdidas, es el Estado (los contribuyentes, los asalariados; es decir, quienes van a sufrir los efectos de la crisis) el que debe pagar. De ahí que el slogan "no queremos pagar vuestra crisis" se difunda a nivel de masas como una evidencia y que la necesidad de restablecer un control público sobre los circuitos financieros a través de una verdadera nacionalización de los bancos, aparezca cada vez más como la contrapartida indispensable a su rescate.

Llegados a este punto, ¿se puede decir que los bancos centrales y los gobiernos han sorteado los errores cometidos en 1929; a saber, el dejar que el desencadenamiento espontáneo de la crisis lleve al hundimiento general? Si bien este hundimiento no ha tenido lugar, las medidas adoptadas, a pesar de su amplitud, no han logrado evitar la generalización mundial de la crisis, ni su gravedad, ni su transmisión de la esfera financiera a la real, sobre todo a través del hundimiento del crédito a las empresas (crédito crunch). Desde 2008, mes a mes, se vienen destruyendo decenas e incluso centenas de miles de puestos de trabajo a lo largo y ancho del mundo. Por su parte, la OIT y la OCDE prevén tasas de crecimiento negativo (en torno al 2%) para el 2009 en los países industrializados, nos descartando a futuro el riesgo de una deflación.

Es en este momento cuando se ponen en marcha los planes de reactivación o, lo que se conoce, como la tercera etapa de las políticas económicas. El plan lanzado por Obama prevé un gasto de 600 mil millones de dólares, es decir, el 5% del PIB, a través de reducciones fiscales (un 30%), del incremento del gasto público para la construcción y renovación de infraestructuras (carreteras, escuelas, promoción de energías renovables...) , de la ayuda social indirecta, mediante la prolongación de los subsidios al desempleo, y de ayudas a los diferentes Estados para la financiación del Medicaid (seguro sanitario para la gente sin recursos). Por su parte, el FED, ha reducido la tasa de interés referencial a cero: el dinero no cuesta nada en los Estados Unidos, pero sin efecto alguno porque el país está en una situación en la que la demanda de crédito para los hogares y las empresas es muy débil.

Los planes impulsados por los diferentes gobiernos europeos son, comparativamente, mucho menos ambiciosos. El Reino Unido-como Estados Unidos- opta por un impulso del consumo mediante la reducción en 2,5 puntos del IVA hasta finales de 2009, mientras Francia y Alemania privilegian la ayuda a las inversiones, sobre todo privadas. No hay prevista ninguna medida para restaurar o, cuanto menos, garantizar el poder de compra. El Plan Sarkozy, cifrado en 26 mil millones de euros, no es sino una recapitulación, modificando el calendario, de gastos ya previstos bajo la forma de ayudas orientadas a diferentes sectores de actividad (pymes, etc.). Un proyecto que no supera el 1% del PIB.

Por consiguiente, estamos ante planes que, desde el punto de vista de su eficacia a través del desarrollo presupuestario, son totalmente insuficientes. Por otra parte, se trata de planes que no afectan al reparto de las rentas, tanto en lo que respecta al reparto primario como a la redistribución fiscal. Merkel, en Alemania, incluye una reducción de impuestos de 18 mil millones en su plan de reactivación de 50 mil millones para dos años.

Las dificultades para coordinar políticas. De ahora en adelante y aún cuando el comunicado final del G-20 se caracterice por su triunfalismo (sobre todo porque todo el mundo esperaba que de allí no saldría nada), parece que las diferentes burguesías nacionales no logran acordar una estrategia común de cara a la crisis. La Unión Europea ha dado pruebas de su impotencia debido a las características de su construcción y al contenido de los diferentes tratados. La independencia del Banco Central Europeo le prohibe financiar los déficit presupuestarios de los distintos países y no existe un presupuesto federa ni una fiscalidad común que permita un reactivación a escala europea. Por eso fue rechazada la propuesta del Reino Unido de una reducción concertada del IVA. En este panorama la única opción posible era una coordinación de los planes de reactivación de los diferentes países, pero no hay instrumentos que lo permitan, sino todo lo contrario. Porque esta opción choca con el "pacto de estabilidad" presupuestaria que limita los déficit públicos al 3% del PIB con la obligación de volver al equilibrio presupuestario. En la práctica, cada Gobierno de la Unión Europea ha puesto en pie su propio plan, sin coordinación alguna, más allá del consenso común que, en estas circunstancias excepcionales, da por bueno sobrepasar el pacto de estabilidad, que la crisis ha mostrado insostenible.

Esta falta de coherencia de las políticas entre las diferentes economías de la Unión Europea indica, sobre todo, que no todos los países sufren la crisis de la misma manera y con la misma intensidad. Así, las situaciones de España y el Reino Unido presentan grandes analogías con la de Estados Unidos, con un crecimiento -previo a la crisis- muy condicionado por el boom inmobiliario y de la construcción (España) y del sector financiero (en el Reino Unido). Y, en ambos casos, con un consumo sostenido a base de un fuerte endeudamiento de los hogares. En la mayoría de los países de Europa continental -sobre todo, en Francia- donde el índice de ahorro es, por el contrario, elevado, la crisis industrial, especialmente en el sector del automóvil, existente antes de los efectos contagiosos de la crisis del sistema bancario estadounidense.

Estas divergencias se han manifestado a la hora de definir los objetivo para la reunión del G-20 y son reveladores de los diferentes grados de interdependencia entre las economías imperialistas y las emergentes. Antes de la crisis, la economía de los Estados Unidos era el tractor de la economía mundial. Pero este edificio ha revelado su enorme fragilidad al estar basado en un endeudamiento masivo de todas los estratos sociales y especialmente de los trabajadores y trabajadoras -incluso de los más pobres , ya que esa era la única forma de mantener el consumo.

Los excedentes comerciales de determinados países industrializados (Alemania, Japon) y, sobre todo, de los llamados países emergentes (China y economías del sudeste asiático) o petroleros (países del Golfo), aseguraban la financiación de este crecimiento mediante la compra de títulos en dólares y, especialmente, de bonos del Tesoro americano. A cambio, la importación de productos manufacturados para el consumo norteamericano aseguraba un crecimiento sostenido a las exportaciones de los países emergentes, comenzando por China.

Hoy en día, lo paradójico es que el motor de este crecimiento (el endeudamiento de los hogares estadounidenses) no da para más y que no hay solución de recambio. La hipótesis de un desacople en la economía mundial, tal y como pensaban hace un tiempo algunos economistas -a saber, el que una o varias economías, de países industrializados o emergentes, estuvieran en condiciones de tomar el relevo de la estadounidense- está fuera de lugar. China, por ejemplo, no lo podría hacer porque el dinamismo de su crecimiento depende enteramente de su capacidad exportadora, sobre todo en dirección a los Estados Unidos, que ahora mismo se encuentra al ralentí debido a la recesión y a la contracción del mercado de este país. Esta es la razón que explica por qué los países excedentarios continúan financiando el déficit corriente de los Estados Unidos mediante la compra de títulos en dólares a pesar de la debilidad de esta moneda. Dejar de hacerlo conllevaría a una devaluación brutal de su cartera de préstamos y, al hundir a los Estados Unidos en una recesión fuerte, acelerarían su propia crisis.

En el contexto actual, al igual que en el período previo al desencadenamiento de la crisis, la debilidad del dólar en relación a las otras monedas, concede un margen de maniobra para la reactivación de la economía americana en detrimento de las exportaciones de su socios comerciales, fundamentalmente los europeos. Así que una vez más, nos encontramos ante una fuga hacia delante. Los Estados Unidos, cuanto menos a corto plazo, disponen de medios para poner en marcha la reactivación de la economía sin poner en cuestión su modelo de crecimiento, pero sólo lo harán en cuanto no sean lo únicos a tirar del carro, a fin de que las economías europeas no se beneficien del mismo sin coste alguno. En contrapartida, han anunciado su rechazo total de cualquier regulación, por mínima que sea, de los mercados financieros que podrían poner en cuestión la financiación de ese crecimiento. En el lado opuesto, y para hacer frente acuna opinión pública ofendida, los gobiernos francés y alemán, tratan de compensar su rechazo a los aumentos salariales mediante el alarde de una voluntad de regulación y limitación de las rentas financieras más escandalosas.

Pero más allá de estos matices formales, todos se guían por la misma lógica.

La eficacia limitada de estas políticas. Aún cuando, como se ha visto, los gobiernos y las autoridades monetarias han llegado a evitar un hundimiento en cadena del sistema bancario, actualmente se encuentran totalmente impotentes ante la profundización de una crisis que parece difícil de frenar; claro está, dentro de los límites que ellos mismos se han dado.

Los mecanismos que han conducido al estallido de la crisis de subprime han mostrado que en el capitalismo neoliberal, la esfera financiera funciona, como lo explica Dominique Philon, como una carrera de persecución en una relación dialéctica entre tentativas de regulación e innovación financiera.

De ese modo, instrumentos que en un principio estaban destinados a limitar la adopción de riesgos, se transforman en elementos especulativos que refuerzan la toma de riesgos. Este es el caso de los mercados a plazo cuya función es permitir a quien interviene en ellos de cubrirse contra variaciones futuras de precios y, tal y como lo vimos durante la primavera de 2008, refuerzan los movimientos especulativos de las materias primas agrícolas y mineras en el mercado mundial. También es el caso de la titulización : fue presentada -se ha visto- como un instrumento para evitar que los riesgos de determinados préstamos recayeran sobre un número reducido de prestamistas y, en realidad, esta figura ha sido utilizada por la banca para esquivar la regulación preventiva establecida por el comité de Basilea y el Banco de Regulación Internacional (BRI) a finales de los 90 como consecuencia de la crisis asiática de 1997-98 y por la que se impuso, en principio, la norma de no superar. en los créditos concedidos, un ratio en relación a los fondos propios de las entidades. Pues bien, la titularización se lo permite, al poder desembarazarse de préstamos dudosos y eliminarlos de los balances contables.

A través de estos ejemplos, se ve que se han realizado regulaciones parciales, bien sea a través de llamamientos dirigidos a la autodisciplina de las instituciones financieras -como, en un principio, lo preveían las decisiones del G20 -, o mediante la imposición de sanciones, si bien a partir de umbrales muy débiles y con una falta total de voluntad política para aplicarlos. Y todo ello, sin tocar en lo más mínimo el funcionamiento global del sistema. Pero la lógica de los mercados financieros hace que estos dispositivos sean evitados y lleguen a ser inoperantes, ofreciendo nuevas oportunidades a la especulación.

En lo que respecta al ámbito de la economía real, el desfase entre la gravedad y la duración probable de la recesión, y la debilidad de los planes de reactivación es patente. Ocurre como si los gobiernos continuaran creyendo que esta es una coyuntura pasajera a pesar de haber admitido que han pecado de optimismo en ocasiones anteriores. Es por eso que las medidas adoptadas tienen un tufo rutinario y no abordan, ni de lejos ni de cerca, las causas profundas de la crisis. Sin embargo, ésto no es a causa de la ceguera de los representantes de las clases dominantes, sino, fundamentalmente, por la imposibilidad que tienen de introducir políticas que aborden los problemas de raiz en el funcionamiento del sistema.

2. La nueva situación del capitalismo neoliberal

Esta crisis es global (tanto en su sentido geográfico como sectorial), y estructural. Y, contrariamente a las crisis precedentes, es, también, multidimensional, en el sentido de que no sólo se trata de una crisis financiera, económica y social, sino también, ecológica. Deja patente el carácter insostenible, a medio plazo, del modo de producción capitalista en lo que a la preservación de las condiciones de vida de la humanidad se refiere. En este sentido la crisis actual es diferente a las que, de manera recurrente, ha conocido el capitalismo neoliberal a partir de los años 80: crisis bursatil de 1987 en Nueva York, crisis japonesa de los 90, crisis del peso mejicano en el 94, crisis asiática del 97-98, o la crisis de la "nueva economía" en 2001, entre otras.

Una crisis estructural. Para comprender por qué las medidas que se están adoptando son ineficaces, es preciso remitirse a lo que ha sido el funcionamiento del capitalismo neoliberal desde principios de los años 80, porque es en esta época cuando las políticas económicas de los países dominantes abandonan el objetivo de incremento del PIB y mantenimiento del empleo por el objetivo prioritario de luchar contra la inflación. En efecto, la inflación favorece a los deudores (en los "treinta gloriosos" a las empresas cuyas inversiones se realizaban en base a un fuerte endeudamiento), penalizando a los acreedores que van a ser los que, en adelante, van a dictar las políticas económicas.

De ese modo, el cambio que se opera en la modalidad de financiación de las grandes empresas (pasando de un financiamiento intermediado por la banca a un financiamiento directo a través de los títulos financieros) concede todo el poder a los que detentan el capital. En las empresas se pasa a la "dictadura de los accionistas" y sus exigencias de garantice beneficios mínimos del 15% sobre las inversiones; y, en el ámbito macro-económico, a la puesta en pie de políticas monetarias restrictivas, mediante la desfiscalización de las rentas financieras y la contención salarial que, en poco tiempo, se combinan con procesos de liberalización y desreglamentación de todos los mercados (del comercio internacional, de los mercados financieros y del mercado laboral) y tentativas de desmantelamiento de los sistemas de protección social y de los servicios públicos.

Estos cambios estructurales alcanzaron sus objetivos de manera formidable, en la medida que en todos los paises industrializados lograron reducir la parte salarial en el valor añadido del orden del 10% en los últimos veinte años (situándolos en una tasa históricamente muy débil) y restablecer, correlativamente, la tasa de beneficio de las empresas, que casi no tiene precedente en su amplitud y duración.

En estas condiciones, ¿cómo surge una crisis tan grave? Retomamos aquí el análisis de Michel Husson (Pur capitalisme, éditions page-deux, 2008) que avanza dos propuestas fundamentales para comprender la especificidad del capitalismo neoliberal: la inflación de la burbuja financiera tiene, por una parte, raíces reales y, por otra parte, es perfectamente funcional en relación al funcionamiento del capitalismo neoliberal.

La primera idea se basa en la constatación de que el capitalismo en su fase neoliberal, al asegurar el incremento de la tasa de beneficio, no ha resuelto más que una de sus dos contradicciones fundamentales, dado que, por otra parte, no ha asegurado la realización de toda esa plusvalía. Es decir, no ha asegurado un mercado para todas las mercancías producidas y tampoco ha comprendido que la inmensa mayoría de la población en los países industrializados es asalariada y que ha sido la contracción de los salarios más que los incrementos rápidos de la productividad del trabajo, quien ha asegurado el gran incremento de los beneficios.

A partir de ahí se observa un desfase (históricamente inédito) entre la importancia de la tasa de beneficio y la debilidad de la tasa de reinversión y de crecimiento. Las finanzas sirve para cubrir este desfase a través de una utilización diversificada de los beneficios no reinvertidos: distribución de dividendos, inversión en acciones de la propia empresa para incrementar su valor en bolsa, etc. Estos beneficios se convierten, también, en la base de la "tercera demanda" que, si bien de forma limitada, trata de contrarrestar la debilidad de la demanda salarial. Así pues, es fácil comprender por qué las finanzas no pueden ser vistas ni como una deriva, ni como un "exceso", ni como un tumor parasitario sobre un cuerpo sano (el capitalismo "productivo") sino como la condición misma del funcionamiento del neoliberalismo, que busca desembarazarse de todas las barreras para imponer las condiciones que le permitan la máxima explotación de la población asalariada.

En estas condiciones, la vacuidad de los discursos actuales sobre la "moralización" y la "regulación" del capitalismo resulta patente en dos sentidos: En primer lugar, porque -y a pesar de que sea una evidencia nunca está de más repetirlo- la cuestión de la moralización del capitalismo está fuera de lugar. El capitalismo no tiene nada que ver con la "moral" o la "ética"; y tampoco se puede decir, como se lee en determinados textos críticos, que no es inmoral (aunque sus consecuencias lo sean hasta el límite) y que los capitalistas no son "cínicos" y "ávidos de beneficio".

Una vez más, las frases de Marx en el Manifiesto del Partido Comunista no han perdido nada de actualidad: "La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario. Donde quiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Ha desgarrado sin piedad las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus 'superiores naturales' para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel 'pago al contado'. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal".
Históricamente el capitalismo es portador de esta liberación de toda moral desde su principio fundador. Dicho de otro modo, la acumulación de capital no puede funcionar más que siendo ilimitada y en su funcionamiento no puede haber un elemento auto-limitativo. Por lo que, también, resulta ilusorio hablar de un "capitalismo verde".

Y así llegamos al segundo argumento que, en este contexto, hace referencia a la libertad total de los mercados financieros. Para el G-20 resulta del todo imposible prohibir los paraísos fiscales, suprimir el secreto bancario o poner límites a la libre circulación de capitales (garantizada, tanto en el artículo 56 del Tratado de Lisboa como por el artículo 48 que prevé el "libre establecimiento de las instituciones financieras".) Es por eso que hace 10 años, cuando la creación de ATTAC, ningún gobierno -ni siquiera los socialdemócratas- consideraron seriamente la posibilidad de implantar la "tasa Tobin". Sin embargo, podrían haber considerado, que la misma constituía una solución racional al desorden de los mercados (que, precisamente, era el objetivo del Keynesiano Tobin desde los años 70). En el contexto del capitalismo neoliberal, eso hubiera significado una puesta en cuestión insoportable de la libertad total del capitalismo. No es por azar, en fin, que ninguno de los gobiernos socialdemócratas que han ocupado el poder en la Unión Europea a finales de los 90, haya realizado el mínimo esfuerzo por diseñar la reactivación europea o una construcción alternativa a la Europa neoliberal.

¿Tiene salida el capitalismo neoliberal? Se puede hablar de la crisis del capitalismo neoliberal en el sentido de que ha llegado a su agotamiento. La crisis ha puesto de manifiesto la ausencia de autorregulación y la incapacidad de los mercados financieros a asegurar una asignación óptima de las finanzas y una limitación de los riesgos; pero, más allá de eso, la crisis, gracias a los mecanismos de financiarización, es, como hemos visto, el resultado de una fuga hacia adelante permanente en el intento de dar solución a las contradicciones internas del modelo de acumulación y de reparto de las rentas que engendra.

Ahora bien, salir de esta fase neoliberal mediante una verdadera refundación, comparable a la implantación de la regulación keynesiana tras los años 30 en los Estados Unidos o la ruptura con la misma en los 80, parece poco probable. Por el momento, las clases dominantes no tienen modelo alternativo.

Ciertamente, se puede pensar en un aggiornamento. El capitalismo neoliberal está en un momento crucial y es más o menos cierto que va a implantar algún cambio en su funcionamiento a través de lsa modificaciones técnicas de las reglas de juego de los sistemas bancario y financiero. Estamos asistiendo a rupturas significativas con determinados dogmas. Los Estados van a continuar utilizando numerosos instrumentos de intervención, inimaginables apenas hace dos años, y pueden llegar a "nacionalizaciones" parciales o totales (pero provisionales y sin ningún poder de decisión) de los establecimientos bancarios o financieros. Tampoco podemos descartar totalmente un giro proteccionista, aunque el G20 lo haya descartado oficialmente.

Pero no hay y no habrá ninguna ruptura con los principales pilares del funcionamiento de este sistema: la libertad absoluta de la circulación de capitales y una reparo entre salarios-capital desfavorable para los salarios, que crecerán menos que el incremento de la productividad del trabajo. Todo ello sobre un escenario de fondo en el que se pone en competencia a todos los trabajadores y trabajadoras de todos los países entre sí y en el que se intenta mercantilizar todas las actividades de todos los sectores de la sociedad. Lo hemos visto ya; en los planes de reactivación, no tenemos ninguna medida en favor de las y los asalariados y las empresas van a aprovechar la oportunidad de la crisis para restablecer sus condiciones de rentabilidad (despedir gente). Y, en lo que respecta a los presupuestos públicos, van a estar condicionados por las cantidades puestas para reflotar los bancos, que se va a traducir en la reducción del gasto público.

Para ir más lejos en el análisis es necesario no dejarse llevar por el uso abusivo del término neoliberal y tratar de comprender las razones de ser del paradigma keynesiano-fordista de los años 50 a los 80 y la naturaleza particular del Estado neoliberal.

Contrariamente a una opinión muy extendida, el Estado no ha dejado nunca de estar presente e intervenir en el capitalismo neoliberal, según fórmulas renovadas que se pueden resumir en el término "gobernanza" para las que, en ocasiones, la Unión Europea ha ejercido de laboratorio. No estamos, ni de lejos, ante un Estado inexistente o un Estado mínimo.

En efecto, históricamente el mercado jamás ha funcionado sin Estado. Desde los orígenes del capitalismo, es el Estado quien ha asegurado la creación de un mercado de trabajo, la defensa de la propiedad privada, el sometimiento del proletariado y, más tarde, la defensa de la competencia entre las propias empresas (leyes anti-truts). En las economías contemporáneas, a pesar de lo que se diga, existe una fuerte intervención del Estado (las tasas impositivas no bajan mas que ligeramente a pesar de todos los esfuerzos) porque la inversión privada tiene necesidad de infraestructuras, de formación de la mano de obra, etc. Además, a partir de la ruptura neoliberal, son los Estados quienes han organizado la desregulación y la puesta en pié de nuevas normas para el mercado (directivas de la Unión Europea para la liberalización de los servicios, negociaciones de la OMC). Por tanto, la impotencia de los Estados es una petraña. ¡No existe ningún rodillo comprensor del liberalismo! Existe, por el contrario, un Estado al servicio de los mercados, que impulsa a tope la competencia entre las y los trabajadores. Y cada Estado hace lo mismo al servicio de su propia burguesía.

A través de todas las contrarreformas liberales, el Estado, que no ha disminuido significativamente, ha visto transformadas cualitativamente sus funciones en relación a la reproducción del capital: en el terreno de la fiscalidad, de los servicios públicos, de la reproducción de la fuerza de trabajo, etc. Se ha pasado de un Estado productor, planificador, redistribuidor a un Estado regulador. Esta función reguladora aparece en las políticas de subrogación de los servicios públicos, las políticas laborales (a través de dispositivos workfare -condicionar el subsidio del desempleo a desempeñar alguna actividad de servicio público-, la RSA en Francia...) y en toda la filosofía contenida en la Estrategia de Lisboa, consistente en poner todos los sistemas de formación y las políticas sociales al servicio de las empresas.

A contrario del período precedente, el Estado keynesiano o fordista y eso que los neoclásicos llaman la "represión de las finanzas" (control estricto de la Bolsa) no ha constituido, como se dice a menudo, un "compromiso" entre el capital y el trabajo. A lo mucho, ha supuesto una transacción, provisional e inestable, impuesta por un movimiento obrero que disponía de una relación de fuerzas muy favorable. Al final, con dispositivos (el salario social, la extensión de servicios públicos) que el capital jamás ha aceptado y que ahora trata de desmantelar. Por lo tanto, a fecha de hoy, no hay para la burguesía un paradigma alternativo coherente al modelo neoliberal.

Ciertamente, se podría imaginar una salida abstracta de la crisis en el marco del sistema capitalista en la que sus elementos esenciales serían una verdadera re-reglamentación de las finanzas y una progresión de los salarios que asegure una expansión del mercado orientado a una mejor satisfación de las necesidades sociales. Pero tal evolución no será aceptada de forma espontánea por las clases dirigentes, ni siquiera por una fracción de ellas. No lo será salvo como último recurso frente a movimientos sociales fuertes.

Desde esa óptica, el programa más coherente del que dispone la burguesía es el de Sarkozy, que continúa imponiendo a marchas forzadas todo tipo de contrarreformas junto al incremento de las medidas represivas contra el movimiento obrero.

Por lo tanto, resulta fundamental mantenerse firmes en los dos frentes de lucha: las medidas drásticas contra los mercados financieros (su prohibición y no su limitación) son inseparables de una puesta en cuestión radical del actual reparto de la riqueza.

En este contexto, la mayoría de las luchas llamadas antiliberales presentan un carácter transitorio y una dinámica anticapitalista. Resulta vano intentar establecer un compartimento estanco entre antiliberalismo y anticapitalismo. Este objetivo puede convertirse en un objetivo para la mayoría de la población a condición de despojarlo de su carácter propagandístico y articularlo a través de objetivos concretos como, por ejemplo, los diferentes puntos de ruptura posible con la Europa Liberal.

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