Uruguay/ Patricia Gutiérrez: la vida en un carrito [Daniel Gatti]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Dic 13 21:06:13 UYST 2013


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boletín solidario de información
Correspondencia de Prensa
13 diciembre 2013
Colectivo Militante - Agenda Radical
Montevideo - Uruguay
redacción y suscripciones: germain5 en chasque.net

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Uruguay


Patricia Gutiérrez, secretaria general de la Unión de Clasificadores de Residuos Urbanos [UCRUS)

La vida en un carrito 
 
 
Daniel Gatti 
Brecha, Montevideo, 13-12-2013
http://brecha.com.uy/ 



El 1 de Mayo se levantó como asentamiento hace unos diez años sobre un pajonal que por entonces pertenecía al Banco Hipotecario, casi que en el centro mismo de Montevideo, cerca de Casavalle. Hoy viven allí alrededor de 200 familias. Muchas de las casas siguen siendo de chapa, otras de madera, pero ya hay muchas de material: en 2010 intentó tomar vuelo el Plan Juntos, que en setiembre pasado entregó sus primeras cuarenta viviendas a otras tantas familias que trabajaron en la obra ayudados por voluntarios del sunca. En el barrio -así lo llaman sus vecinos, que se niegan al apelativo de asentamiento: "es discriminatorio y estamos en otra etapa", dice uno de ellos-, hay una escuela, un jardín de infantes, un centro comunal equipado con una docena de computadoras, se proyecta un liceo y la remodelación de la cancha de fútbol.

Allí vive desde el inicio del asentamiento Patricia Gutiérrez, secretaria general de la Unión de Clasificadores de Residuos Urbanos Sólidos (ucrus). "La Pato" es también la referente del barrio, al que representa ante el Plan Juntos. "Ellos, los del Plan, querrían a alguien más manejable, que agache el lomo y yo no soy de esas", dice a Brecha. "Este es un barrio muy solidario, que tiene sus problemas, pero podés estar bastante seguro. Nos respetamos entre todos y al que no respeta hacemos que lo haga. También hacemos que nos respeten los de afuera." 

Su casa, ubicada al final de un callejón de balasto, doblando por Capitán Tula, no fue hecha a través del Plan Juntos, pero sí consiguió por su intermedio algunas ventanas, una puerta, bolsas de pórtland. "Mucho menos que lo que hubiera debido porque aunque te ayudan te tratan también con injusticia. Yo me cansé, como otros en el barrio, de denunciar que nos estaban afanando, que un capataz se llevaba hasta el alma, que quienes nos entregaban ladrillos y otros materiales facturaban como si fueran de primera y lo que aquí llegaba era de cuarta o quinta. Tengo fotos de uno de ellos transando. Pero nos decían que éramos nosotros los que robábamos. Algo sí, pero incomparable con lo otro. Incomparable. Le entregué una carta a Mujica contando todo esto, cuando estuve en la Presidencia con una delegación de la ucrus. Quedó en llamarme. Nunca nos dieron bola, pero los del Plan nos castigaron. Así es con el Estado."
 
Nacida en 1961 en Durazno, seis hijos, varios nietos (uno, Alexis, rubio de ojos claros y pelo ensortijado, cinco años, interrumpe y le tira al periodista: "te conozco de la tele, sos Francella"), morocha grande, voz grave, impositiva, Patricia Gutiérrez es recicladora desde los 16 años. "De antes de eso no te voy a contar nada, todo muy feo." Pero algo cuenta: padre borrado a poco de nacer ella; madre que la coloca de muy chica en el Consejo del Niño (abuelo del actual inau); hasta primero de liceo en el Asilo Dámaso Larrañaga donde, etiquetada como "niña rebelde", la castigaban un día sí y otro también. 
Del Consejo del Niño comenzó a fugarse a los nueve años. "Soñaba con irme por ahí, y más cuando me empezaron a encantar los bailes. Andaba en trenes, en camiones, me llevaban a cualquier lado. Así hasta que a los 14, en una de esas fugas, me fui a Durazno, a ver a mi familia." 

Poco duró Patricia allí. Enterada de que a su hermana le habían ofrecido un trabajo en Montevideo, decide hacerse pasar por ella. "Agarré su bolso, me presenté donde mi hermana iba a laburar, y empecé". Era la casa de los dueños de la fábrica de telas Julliard, en Martín C Martínez y Rivadavia. "Tenían más guita que los ladrones, pero a mí me hacían laburar desde las 6 de la mañana hasta las no sé cuántas. Me encargaba de dos gurisitos. Todo el día. Me acostaba cuando mis patrones lo decidían. Cuando cobré mi primer sueldo me quise morir. Me fui al Rosedal a llorar. Volví a la casa y les afané un anillo. Como era menor nadie me lo quería comprar, pero lo empeñé, y con eso me compré ropa que no sabés: pantalones patas de elefante, hot pans. Estaba divina." 

Y luego vuelta a la noria. Vaga por las calles sin saber adónde ir, se deja agarrar, entra al Consejo del Niño, se fuga del Consejo del Niño.

Dice La Pato que dos años después tuvo las primeras sensaciones de "algo así" como la libertad. "Yo sé que no quiere decir lo mismo esa palabra para unos que para otros, para los ricos que para nosotros. Pero fui encontrando la manera de vivir sin patrones. Obedecer a otros es lo que más me jode. Y la lástima: nunca soporté que me tuvieran lástima." 

Pone cara de asco, mueve las manos, se ceba el mate, ordena algo a Alexis, le grita, la llaman por el celular. Cada poco suena el celular: la gente de la ucrus, los vecinos, hijos. "Me piden consejos", dice y se levanta para hablar a solas. Vuelve y engancha: "Se la debo al carro esa libertad. Aunque no elegí el carro, no te vayas a creer. Fue por necesidad. Pero le fui agarrando el gustito".

El estreno 

Su primera salida con un carro tirado por caballos fue a los 16. No sabía muy bien para qué servía, qué hacían los clasificadores, a dónde iban. "Fui a un depósito, miré qué entregaban, y a los dos o tres días de empezar a salir entré a hacer un poquito de plata." Lo que entregaban entonces -fines de los setenta- era básicamente huesos, pan, botellas de vidrio, y sobre todo papel. El papel era lo que mejor se pagaba. "Más o menos como ahora los metales." 

"La suerte", dice, hizo que un día conociera a una señora con quien descubrió que existen "los clientes". Es decir, "gente que da cosas". La cruzó en Pocitos. La mujer salía de su edificio y la vio a Patricia, tan chica.

-Sos demasiado jovencita para andar en un carro.

-Pero me gusta el baile y no quiero robar.

-Venite el viernes.

El viernes en cuestión La Pato sale del apartamento de Pocitos cargada de ropa y de muchas otras cosas que la señora le da "para que no robara". "Le insistía mucho en que no quería robar. Ella era buena. 'Lo que estás haciendo', me dijo, 'es triste, porque estás dentro de la basura, pero es honesto'. Me inyectó fuerza para seguir, y empecé a ir todos los viernes. Primero con el carro y luego sin él, a limpiarle el patio a cambio de un billete de cinco pesos con los que me compraba de todo y me quedaba para el fin de semana. Lo que ella quería era sacarme del carro, pero no me dejé. Luego conocí a un muchachito que vivía en el Cerrito, donde yo después tendría mis dos primeros hijos. Éramos como novios, nos agarrábamos de la mano, increíble. No hacíamos nada, aunque yo tenía cosas por atrás. Le dije la verdad: que era escapada del Consejo del Niño y que trabajaba de clasificadora. Sus padres me quisieron adoptar, pero me negué. No quiero padres. Cuando quise que alguien me adoptara, mi abuela, estanciera en Durazno, fue la burocracia la que no quiso. Era estanciera pero también analfabeta, y la burocracia mandaba que los analfabetos no pudieran adoptar aunque quisieran, o algo así."

A los 20 "se junta", queda embarazada de su primera hija, y como era menor decide encerrarse en su casa hasta cumplir los 21. "La burocracia me la hubiera sacado a la nena, de seguro. Así pasé, sucuchada por meses, hasta que fui mayor." Al poco tiempo, nuevo embarazo. Del padre de esos primeros dos chicos se separa meses después de que naciera el segundo. "Me pegaba hasta que se cansaba. Casi lo mato, y marché en cana. Él tranquilo, igual que pasa ahora. Sólo van presos cuando terminan matando a alguna mujer, antes no, aunque hagas mil denuncias."

El araña

El segundo marido de La Pato era ladrón profesional. Así decía él cuando le preguntaban a qué se dedicaba: "ladrón". "Cada cual hacía lo suyo, él robaba y yo salía con el carro. Estuvo varias veces preso. Un hombre excelente. Reconoció a mis dos primeros hijos y tuve cuatro con él. Repartía lo que conseguía, ayudaba a todo el mundo. Porque pasa eso, ¿viste? Los ricos se indignan porque los pobres roban, pero ellos son incapaces de dar nada a nadie. Y además también roban, y cómo, pero no les pasa nada. Da odio."

Con ese segundo marido se asientan en los alrededores de Aparicio Saravia. "Compré una casa, grande, de material, donde pasé lo mejor de mi vida. Llegamos a tener como cien chanchos, porque por aquel tiempo ser clasificador daba y mi marido traía lo suyo. Estuve con mi marido 19 años y ocho meses. Era débil de cabeza, y se la terminaron llenando unos amigotes. Ellos tenían dos o tres mujeres, quiso hacer lo mismo y perdió."

Cuenta Augusto "Chacho" Andrés, un anarco veterano que entrevistó a Gutiérrez hace un par de años, que al hombre lo llamaban "El Araña", y que la prensa lo presentaba como el sucesor de "El Sátiro", "el rey de los escaladores y de los robos tipo alpinista, que se decía eran sin violencia. El Araña fue su sucesor, pero desapareció rápidamente de los noticieros."

Andrés le preguntó a Gutiérrez qué había pasado con él: "Lo agarraron, lo hicieron pelota y le empaquetaron una rapiña con agravantes".

La política

A los 24, la política "le llega" a La Pato. O lo que ella entiende por tal: la picardía (dice:"llegué por picardía a la política"), el clientelismo, el acomodo.

En "una joda de un gran bailongo, en Larrañaga y Burgues", Patricia conoce al dirigente colorado Ángel Fachinetti y a su esposa: "Buena gente, buen corazón". El contacto se hace asiduo. "Mi abuela era de ir por los clubes colorados de Durazno, y a mí se me hacía como familiar darme con uno de ellos". La Pato le había dicho a Andrés: "Los ricos heredan casas y plata. Los pobres un cuadro de fútbol y un partido político". 
A la herencia había que darle forma.

Le dice Patricia cierto día a Fachinetti: 

-Y si pongo mi grupo de clasificadores a tu servicio para lo que vos quieras, ¿qué saco? 

-¿Qué querés?

-Necesito algunas cosas, pero quiero vivir con mi carro. No quiero bajarme del carro nunca. 
-Pero hay trabajos lindos.

-Sí, pero que me vengan a mandar por un sueldo de miseria, ni loca. Por eso es que no tengo trabajo fijo: no me manda nadie. Ni nadie me pule.
Fachinetti decía que La Pato era un diamante en bruto al que había que pulir.

Una tarde cae por el asentamiento una banda colorada a ver a La Pato. Fachinetti, pero también Luis Hierro López, Óscar Magurno, y varios más. 
-Viniste con escolta, Ángel. Acá es tranquilo.

-Era para ver si podíamos poner un cartelito.

-Se pagan.

Patricia tenía deudas con ute y Antel. "Cuando me pongan a cero los contadores pongo los carteles", les dice. La deuda se pagó y el cartel se instaló, "bien lindo, grandote, de chapa". Al tiempo, la barra colorada aumenta la apuesta y le pide a Patricia que organice algunas reuniones para "hacer conocimiento con la gente". 

A lo que respondió: "Eso vale más. Yo ya tengo arregladas mis cosas. Somos 280, 300 familias, y hay carradas de gurises".

No pasaron ni tres días que desde los depósitos de La Española comenzaron a caer por el asentamiento camas de hospital, frazadas, sábanas, almohadas. "Seis camiones. La gente vio cómo yo sacaba para mí lo mínimo y hacía cosas por el barrio. Conseguía atención médica, sillas de rueda, que los chicos pudieran ir a los juegos del parque Rodó. Los políticos no podían creer que yo no quisiera nada más para mí. La felicidad de todos estos gurises, les decía yo. Ángel era buen tipo y creo que se conmovía."

Dice Patricia que en el barrio los colorados se llevaron sus buenos votos gracias a su trabajo, pero que nunca fue de arriba. "Los cinco años que estuvo Sanguinetti de presidente después de los milicos nos traían de todo, hasta el querosén. Los lunes a nosotros, el miércoles al Marconi y los viernes a Casavalle, porque yo pedía para todos." A un militante blanco del barrio ("carne y uña conmigo"), La Pato lo incitó a imitarla, y llegaron a colocar carteles casi que uno al lado del otro: uno colorado, el otro blanco.

El padre Cacho, que trabajaba con los clasificadores en los asentamientos de Aparicio Saravia, se indignaba. 

-India -así me llamaba él, India-, tenés que dejar de hacer esto, es indigno, tenés que cambiar la cabeza, organizarte con otros, conseguir las cosas de otra manera.

-Pero padre, yo estoy organizada, tengo a mi gente. Si esto no lo hago yo va a hacerlo otro, y no tenemos otra forma de que nos den bola.

La relación de Patricia con los colorados llegó hasta la presidencia de Jorge Batlle. "El viejo nos arruinó a todos, fue un desastre. También me afectó la muerte de Fachinetti, en 2004. Después no quise más nada." 

¿Nunca con los frenteamplistas? "La verdad que no. Demasiado amarretes. Y también tienen sus jodas. Sólo Mujica me atrajo un tiempo. Algunas cosas hizo, pero me decepcionó."

La Unión

La crisis les cambió la cabeza a muchos, piensa La Pato. Dejó de haber humildad, compañerismo, compasión. Pero algo de esa tríada ella encontró en plena crisis, en 2002, cuando se formó la ucrus. "Mucho se lo debemos a Jorge Hernández", un veterano trotskista (hoy anda por los 87 años), que hizo de la sindicalización de los clasificadores su leitmotiv. Fue Hernández quien convenció a un grupo de ellos, que estaban ocupando la planta de Felipe Cardozo en conflicto con la Intendencia, primero de modificar una medida de lucha. "Estaban encadenados hacía una semana, pero no tenían perspectivas de lograr nada. Hernández les dijo que por qué no cruzaban la calle y cortaban el paso de los camiones que transportaban la basura. Lo miraron con altanería, lo torearon mal. Pero intervine yo en su apoyo y salimos a cortar la calle. Vinieron los Coraceros, dieron palo, pero la Intendencia tuvo que negociar. El tipo se ganó la confianza, nos explicó qué era un sindicato, las ventajas de la unión entre todos los clasificadores, de luchar por formalizarnos y mejorar las condiciones de trabajo y de vida." Con la Ucrus Gutiérrez viajó a Brasil para conocer el modo de organización de sus colegas y experiencias como las de las plantas de clasificación de residuos. "Las propusimos a la Intendencia, pero nos dijeron que estábamos locos, que eran carísimas. Ahora dicen que van a hacer cuatro. Me corto las venas si en este período llegan a hacer una. Tampoco quieren en serio que nos cooperativicemos." 

Desconfía de todo. Discute también las cifras que la im da sobre el total de clasificadores. "Dicen que somos cada vez menos, que 750 abandonaron los carritos para trabajar en la construcción. Verso. Mi hijo de 20 años hizo el curso, salvó con 12, acá en el barrio está levantando su casa, la mía y las de otros vecinos y no consiguió nada. No nos dan laburo."

La Pato dice que su vida la pasó en "el requeche" y que en el requeche quiere seguir. "Lo que me molesta es que nos digan hurgadores. Hurgadores son los chanchos. Pero sí somos requecheros, juntamos cosas, las clasificamos."

Dice que sus hijos no, y menos sus nietos, que para ellos pretende otra cosa. "Me ayudan cuando vengo con el carro, apartan lo que traigo. Mi nieto Alexis separa las botellas blancas de las verdes. Le pongo los bolsos bien abiertos para que tire las botellas, separa las tapitas de las botellas, las pisa. Lo hace jugando."

A Augusto Andrés una hija de La Pato, Sandy, le contó que "salía" con su madre de acompañante. "Buscaba pedazos de torta o postres para comer y la vieja me puteaba." Mirando a Patricia, Andrés le susurra: "era trabajo infantil". "¡¿Qué te pasa?! Con mi marido en cana, ¿qué querías que hiciera con los guachos? ¿Que los regalara? En invierno los abrigaba bien y allá salíamos. Para los guachos tenía mucho de aventura."

Patricia se dice "guerrillera y dura", pero también está "cansada". "Creo que a veces la gente necesita, más que comer, un abrazo, un aliento, y no hay quien lo dé. Hoy por hoy no hay, ni siquiera las iglesias. Nos lo robaron y no sabemos quién. Yo al menos no lo sé. Antes era otra cosa, y no soy tan vieja." 
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