Bangladesh/ los trapos sucios de la moda global [Albert Sales i Campos]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 3 16:19:05 UYT 2013


--------------------------------------------------------------------------------

boletín solidario de información
Correspondencia de Prensa
3 de mayo 2013
Colectivo Militante - Agenda Radical
Montevideo - Uruguay
redacción y suscripciones: germain5 en chasque.net

--------------------------------------------------------------------------------


Bangladesh

De Manchester a Bangladesh 

Los trapos sucios de la moda global 

La semana pasada más de 250 personas murieron en Bangladesh al desplomarse un edificio que albergaba a pequeñas empresas contratadas por las grandes multinacionales del sector textil. Asia y América Central son asiento de lo que en el siglo xix se llamó "capitalismo manchesteriano", caracterizado por condiciones de trabajo y de remuneración cercanas a la esclavitud. "En 2013 Manchester está en Bangladesh", dice el autor de esta nota.


Albert Sales i Campos * 
Brecha, Montevideo, 3-5-2013
http://www.brecha.com.uy/

 

El 8 de marzo de 1857 un grupo de obreras textiles recorría los barrios más ricos de Nueva York. Protestaban por sus condiciones laborales. El 8 de marzo de 1908, 146 obreras morían en un incendio provocado en la fábrica Cotton, de Nueva York. Desde entonces, el 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. A mediados del siglo xix y durante las primeras décadas del xx las trabajadoras de Estados Unidos y Europa reclamaban una jornada laboral de diez horas, permisos de maternidad y lactancia, la prohibición del trabajo infantil, el derecho a una formación profesional y a integrar un sindicato. El siglo xix dejaba acuñado el término "capitalismo manchesteriano". El prototipo de un capitalismo en estado puro, de explotación salvaje, que había caracterizado a la actividad fabril de la ciudad inglesa. 

Mientras las firmas internacionales de la moda y las grandes cadenas de distribución seducen a su clientela con la actualización constante de sus diseños y los bajos precios de sus productos, obreras de China, Marruecos, Bangladesh, Honduras o Rumania viven rodeadas de prendas de ropa que confeccionan durante más de 12 horas diarias, a cambio de salarios que apenas cubren sus necesidades más básicas.

El traspaso de la producción de ropa a países económicamente empobrecidos se aceleró en los años noventa, momento en que se consolidó un modelo de negocio caracterizado por la subcontratación de proveedores. Las grandes marcas que en el pasado producían su propia ropa pasan a ser empresas que diseñan, distribuyen y comercializan prendas fabricadas en todo el mundo, en talleres y fábricas que son propiedad de terceros. Para competir en este sistema, que externaliza los costos laborales en países con mano de obra barata, las pequeñas firmas de moda también se asocian y adoptan el mismo modelo de negocio. El gran éxito de marcas internacionales como h&m o Zara (del grupo Inditex) no se entendería sin el abaratamiento del costo de sus productos a partir de la deslocalización de buena parte del proceso de manufactura.

Deslocalizaciones 

La primera gran oleada de deslocalizaciones del sector de la confección se produjo en los setenta y tuvo como países receptores a Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Hong Kong y Túnez. La entrada de ropa barata en los mercados occidentales motivó que en 1974 se firmara el Acuerdo Multifibras (amf), que establecía un sistema de cuotas y límites. Lejos de suponer una limitación a la globalización de la moda, el amf provocó que las firmas internacionales buscaran proveedores en otros países que no estuvieran incluidos en el sistema de cuotas.

En los ochenta, una segunda oleada deslocalizadora abandonó a los "tigres asiáticos" y se desplazó a países como Sri Lanka, Filipinas, Bangladesh, Tailandia e Indonesia. Mientras América Central y México pasaron a ser áreas clave para proveer de ropa a las tiendas estadounidenses, Turquía, Túnez y Marruecos se convirtieron en los talleres de costura del mercado europeo. A finales de los noventa entraron en escena otros países productores, como Botswana, Kenia, Tanzania, Uganda, Camboya, Laos y Birmania.

Los últimos países elegidos de la periferia se caracterizan además por un patrón común: están fuertemente endeudados con la banca privada, con el Fondo Monetario Internacional (fmi) y el Banco Mundial (bm), que les han impuesto planes de ajuste orientados a la exportación y la mejora de la competitividad. Es decir, a una mayor explotación. La industria de la moda, además, impide el desarrollo: se les encarga a estos países la parte con menor valor añadido del mercado legal, se les impone un sistema de acuerdos internacionales donde siempre son los débiles, y el movimiento obrero debe enfrentarse constantemente a la amenaza de la deslocalización.

Esclavitud textil. Desde mediados de los noventa numerosas plataformas y organizaciones sociales vienen denunciando la explotación laboral y haciendo frente al silencio mediático que rodea el negocio de la confección textil bajo la globalización. A pesar de los más de 25 años de trabajo de redes consolidadas, como la Campaña Ropa Limpia Internacional, y de "compromisos" públicos de las grandes firmas internacionales (como reacción frente a las denuncias en su contra), hoy se siguen encontrando las mismas situaciones que en los noventa.

La amenaza constante de cierre y de deslocalizaciones y la debilidad de los movimientos obreros en los países productores siguen contribuyendo a que la realidad escondida tras el glamur que nos venden deportistas de elite, modelos y diseñadores se quede en Marruecos, en China o Bangladesh. Las prácticas de compra de las marcas, derivadas del modelo de producción, consumo y comercio internacional, se encuentran en la raíz de las condiciones de trabajo y de vida de las trabajadoras.

Para las personas que trabajan en la industria de la confección global, cobrar un salario que permita cubrir sus necesidades con un mínimo de dignidad se ha convertido en su mayor preocupación. Es un sector que tradicionalmente se caracteriza por condiciones pésimas y unas de las retribuciones salariales más bajas del mundo, con consecuencias directas que se derivan de ello: largas jornadas de trabajo, desestructuración familiar, asunción de deudas impagables, malnutrición de niños y adultos y, en definitiva, unos costos incuantificables en forma de sufrimiento humano. Todo ello vulnerando derechos fundamentales.

Casi todos los países tienen establecidos salarios mínimos legales, pero con el fin de atraer la inversión extranjera, los gobiernos fijan los mínimos muy por debajo de los niveles de subsistencia. En consecuencia, en algunos países los salarios mínimos no alcanzan los umbrales de pobreza absoluta internacionalmente aceptados. En Bangladesh no llega a un dólar diario, y en India, Sri Lanka, Vietnam, Pakistán y Camboya se sitúa entre los dos y los cuatro dólares diarios. 

La carestía de la vida se ha agravado, además, en un contexto de subida de precios de los productos básicos que ha mermado el poder adquisitivo, más aun cuando buena parte de los salarios está destinada a la alimentación. Una mujer de Indonesia que trabajaba para un proveedor de Nike, Reebok y Walmart comentaba en una entrevista realizada en 2009: "Hay aumentos del salario mínimo, pero el costo de la vida aumenta más rápido. Para empeorar la situación, desde hace poco, la empresa ya no nos subvenciona el transporte ni la comida". En Bangalore, India, hay un sistema trianual de revisión salarial, pero el salario real ha disminuido un 10 por ciento en los últimos 15 años. En Tailandia, los salarios aumentaron únicamente 18 bath (38 céntimos de euro) entre 1997 y 2005. En Vietnam y China los sueldos estuvieron congelados durante más de una década.

La peor situación, en este sentido, es la de Bangladesh. El producto bruto interno crece a un ritmo de 5 por ciento desde 1990, según el Banco Mundial, y el país se ha convertido en el tercer exportador internacional de ropa. Hay allí más de 4 mil fábricas de ropa y confección donde trabajan más de 3 millones de personas, la gran mayoría mujeres. El elemento clave de este crecimiento ha sido la gran disponibilidad de mano de obra extremadamente barata debido a la pobreza y la escasa regulación de los derechos laborales.

Los salarios más bajos del mundo conviven con una alta inflación, que genera un rápido empobrecimiento de los obreros y las obreras. El salario mínimo legal estuvo congelado desde 1994 hasta 2006, mientras la inflación registró tasas del 4 y el 5 por ciento anuales. El incremento del salario mínimo de 930 a 1.662,5 taka mensuales (unos 18 euros), en 2006, fue el resultado de manifestaciones multitudinarias y de una ola de revueltas urbanas que recibieron una fuerte represión policial. La triplicación del precio del arroz registrada en 2008 inutilizó, sin embargo, el incremento de 2006 y generó una nueva ola de movilizaciones fuertemente reprimida. En 2010 el gobierno fijó un salario mínimo de 3 mil taka (unos 32 euros) mensuales. Las movilizaciones de obreros y obreras no han parado, pero la represión tampoco. Doble impacto tiene ésta sobre las mujeres trabajadoras, que son las que sufren las peores consecuencias, según la oit: "Salarios bajos, más horas de trabajo, frecuentemente temporal y en negro, prolongando aun más sus largas jornadas laborales".

Agotamiento

Las jornadas de la industria de la confección se alargan hasta las 12 o 14 horas diarias. Algunos fabricantes incluso encadenan varios turnos en momentos de mucho trabajo o para hacer frente a plazos de entrega muy cortos. Las trabajadoras no pueden negarse porque su salario base no es suficiente para cubrir las necesidades más elementales y para mantener una familia. Extorsionadas por la pobreza, las trabajadoras aceptan la sobreexplotación, ven dañada su salud y pierden la posibilidad de formarse, de educar a los hijos, de alcanzar una vida digna.

Tras años trabajando en habitaciones pequeñas, mal iluminadas, sin ventilación, respirando polvo y partículas en suspensión, y en posiciones corporales inadecuadas mantenidas durante muchas horas, sufren fatiga visual y lesiones y desarrollan numerosas enfermedades, sin tener seguro médico ni cobertura o subsidio por baja.

La investigación realizada por la Campaña Ropa Limpia en Tánger en 2011 mostraba cómo en Marruecos -donde la mayor parte de las firmas españolas tienen fábricas proveedoras- lo común es que las obreras trabajen más de 55 horas semanales, excediendo de forma sistemática el límite legal del país. Otra investigación realizada en Bangladesh, India, Tailandia y Camboya en 2008, centrada en fábricas proveedoras de grandes cadenas de distribución, como Lidl, Aldi, Tesco, Walmart y Carrefour, apuntaba que las jornadas laborales raramente eran inferiores a las diez horas diarias en semanas de trabajo de seis días.

Represión sindical y nuevas formas de lucha

En muchos de los países productores de ropa los gobiernos restringen, dificultan e incluso prohíben los sindicatos independientes y la negociación colectiva, todo ello en un contexto de sobreexplotación laboral. Los empresarios, a su vez, recurren si es necesario a la intimidación, los despidos, las listas negras, y a menudo a la violencia física. Es práctica extendida la creación de listas compartidas donde figuran sindicalistas.

Pero las trabajadoras buscan maneras de organizarse y luchar para mejorar sus condiciones. La Federación Sindical Internacional de Trabajadores/as del Textil, la Confección y el Cuero cuenta con 217 organizaciones afiliadas de 110 países. El contexto internacional ha limitado mucho el poder de negociación de los sindicatos. El empresariado local dispone de márgenes impuestos muy estrechos para aceptar salarios más altos y está sometido a fuertes presiones de las firmas internacionales. Ante la posibilidad de perder sus beneficios, traslada la presión a los trabajadores. Y la amenaza de la deslocalización y del cierre de los centros de trabajo opera como el argumento más utilizado para fomentar la desmovilización.

En Bangladesh, los pequeños avances salariales logrados se han conseguido en un contexto de brutal represión gubernamental y empresarial. En enero de 2007 se decretó el estado de excepción, que ha intensificado las limitaciones a las libertades de reunión y de expresión y ha dado cobertura a la persecución, detención y tortura de cientos de activistas y líderes sindicales. La Campaña Ropa Limpia ha impulsado diversas acciones de solidaridad internacional con las personas detenidas, en especial con los miembros del Centro de Solidaridad con los Trabajadores y Trabajadoras de Bangladesh Aminul Islam y Kalpona Arkter, que en agosto de 2010 fueron encarcelados y torturados durante 30 días debido a las denuncias de varios empresarios propietarios de fábricas proveedoras de empresas como WalMart, Carrefour o h&m. Aunque los dos fueron liberados, el 10 de abril de 2012 Aminul Islam apareció muerto con signos de tortura.

Frente a mercados laborales salvajes que esclavizan a las legiones de obreras procedentes de zonas rurales en profunda crisis, aumentan los movimientos de obreras que exploran nuevas formas organizativas y que se apoyan en la solidaridad internacional para abrir brechas de resistencia. Al mismo tiempo, y quizás en parte porque los sindicatos marginan sistemáticamente a las mujeres y no logran tener una presencia relevante en un sector tan feminizado como el de la confección, crecen las organizaciones localizadas en los barrios, agrupando a trabajadoras que no comparten necesariamente su lugar de empleo pero sí situaciones laborales y personales. La colaboración entre este tipo de movimientos y las campañas internacionales, que trasladan a las consumidoras y a los consumidores la realidad de los centros de producción, es una vía de presión a las marcas internacionales que ha permitido conseguir numerosas victorias en casos puntuales de represión sindical en muchos países productores de ropa. 

El historial de los gigantes del textil

Los incendios y hundimientos en las fábricas de ropa de Bangladesh se han cobrado centenares de muertes en los últimos años. Los costos que se ahorran inversores y grandes firmas produciendo en Bangladesh no son sólo los salariales. La inversión en seguridad y en la mejora de las instalaciones es mínima y no existe control alguno sobre el deterioro de las estructuras o la construcción de nuevas naves o el crecimiento vertical de los edificios donde se alojan los talleres y las fábricas. 

Uno de los casos de hundimiento con más repercusión internacional, y que fue el detonante de que se iniciara una línea de trabajo entre movimientos internacionales por los derechos laborales, fue el de la fábrica Spectrum, en las afueras de Dhaka. En 2002 el propietario de la fábrica decidió añadir un piso al edificio de cuatro plantas. Unos días antes del derrumbe las trabajadoras advirtieron algunas grietas en las paredes de la quinta planta, y el 11 de abril de 2005 a la una de la madrugada todo el edificio se cayó. El accidente causó la muerte de 64 personas y heridas a 70, aunque la inmensa mayoría de ellas acababan su jornada "oficial" a las seis de la tarde. Spectrum trabajaba para las empresas KardstadtQuelle, Steilmann, New Yorker, Kirsten Mode y Bluhmod, New Wave Group, Scapino, Cotton Group, Solo Invest, Carrefour, así como para el grupo Inditex. Las organizaciones de trabajadoras pidieron a estas grandes empresas que se implicaran en la creación de un fondo de compensación para las víctimas y sus familias. Se tardó ocho meses en recibir las primeras compensaciones para afrontar los gastos médicos. Los hogares de las personas fallecidas recibieron unos mil euros de la Asociación de Productores y Exportadores de Ropa de Bangladesh, y algunas de las familias de las heridas lograron cobrar 266 euros por decisión de los tribunales laborales. 

En la historia reciente de la industrialización bengalí ya se acumulaban otros muchos desastres antes de Spectrum. Y después de éste las muertes han seguido contándose por centenares. Las grandes empresas de la moda aseguran que realizan auditorías periódicas en sus factorías proveedoras, en las que se incluye un apartado sobre seguridad laboral, pero lo cierto es que detrás de cada desastre hay marcas internacionales implicadas. En marzo de 2012 el grupo propietario de las marcas Calvin Klein y Tommy Hilfiger, parte implicada en algunos de los accidentes más relevantes, firmó un memorando de entendimiento con los sindicatos de Bangladesh, la Campaña Ropa Limpia y grupos de defensa de los derechos laborales activos en el país, para prevenir futuros accidentes laborales masivos. Tras meses de presiones y conversaciones, Tchibo también firmó en el otoño boreal de 2012. Pequeños avances en un sector en el que la explotación laboral y los abusos son estructurales.

* Sociólogo y politólogo catalán, activista de la Campaña Ropa Limpia, integrada por decenas de asociaciones civiles. Brecha tomó esta nota de la revista española Diagonal, por convenio. 
--------------------------------------------------------------------------------




------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20130503/e7932854/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa