Gaza/ los niños sin rostro: cómo la televisión muestra la brutalidad israelí [Robert Fisk]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ago 1 13:05:13 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 1° de agosto 2014

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Gaza

Los niños sin rostro 

Cómo las televisiones muestran los ataques

Robert Fisk      

The Independent 

http://www.independent.co.uk/

Página/12, Buenos Aires, 23-7-2014

 <http://www.pagina12.com.ar/> http://www.pagina12.com.ar/

Morir es una cosa, que lo conviertan en un borrón es otra cosa. El borrón es
la extraña “nube” mística que los productores pusilánimes de televisión
colocan sobre la imagen de un rostro humano muerto. Ellos no están
preocupados porque los israelíes se quejen de que la cara de un palestino
muerto demuestra la brutalidad israelí. Ni porque la cara de un israelí
muerto convertirá en bestia al palestino que lo mató. No. Están preocupados
por la Oficina de Comunicaciones. Están preocupados por las reglas. Están
preocupados por el buen gusto –algo que estos tipos de la tevé conocen
bien–, porque tienen miedo de que alguien grite si ve en las noticias a un
verdadero humano muerto. En primer lugar, vamos a dejar de lado todas las
excusas habituales. Sí, acepto que hay una pornografía del morbo. Llega un
punto, tal vez –aunque, que yo sepa, esto nunca se demostró–, donde la
repetida visión de carnicería humana puede llevar a otros a cometer actos de
gran crueldad. Y llega un punto en que filmar un cadáver terriblemente
mutilado muestra –vamos a usar la palabra, sólo una vez– una falta de
respeto por los muertos. Del mismo modo que cuando cerramos la tapa de un
ataúd, llega un punto en que debemos bajar la cámara.

Pero yo no creo que sea por eso que se borronean los rostros de los muertos.
Creo que una cultura rastrera y cobarde de evitar la muerte en televisión se
está adueñando de los jóvenes insípidos que deciden lo que debemos y no
debemos ver de la guerra, una práctica que tiene implicaciones políticas muy
graves.

Porque ahora estamos llegando a un punto en el que los niños muertos de Gaza
–olvidemos las mujeres y los hombres, por un momento– no tienen rostros. Un
cuerpo pequeño se puede mostrar, pero su cara –la imagen misma de su alma,
sobre todo si no está dañado por las heridas que causaron la muerte del
cuerpo– debe ser cruelmente borroneada por una burbuja científica, entonces
matamos al niño una segunda vez. Permítanme explicar.

Cuando están vivos, los niños pueden ser filmados. Se pueden mostrar en la
televisión. Si están heridos –siempre que las lesiones no sean demasiado
terribles– se nos permite verlos en su sufrimiento. A nosotros, como
naciones, no nos importan mucho, por supuesto. De ahí nuestra negativa, por
ejemplo, a intervenir en el baño de sangre de Gaza. Podemos sentir piedad
por ellos –podemos llorar por ellos– pero no los respetamos. Si lo
hiciéramos, estaríamos indignados por sus muertes. Pero una vez que estén
muertos, debemos mostrarles un respeto que nunca les demostramos cuando
estaban vivos. Se debe mantener la privacidad de su asesinato protegiendo
sus rostros.

Al Jazeera mostró a un lloroso padre palestino llevando a su bebé recién
muerta a un cementerio de Gaza. Tenía el pelo negro y rizado y la cara de
una niña gentil, muerta como si estuviera durmiendo, la inocencia hecha
carne, un ángel a quien –todos nosotros– habíamos matado. Pero la mayoría de
los canales de televisión del Reino Unido –y en la bbc se han convertido en
expertos en esta censura– destruyeron su rostro con un borrón gris. Nuestros
maestros de televisión nos permitieron ver su pelo rizado negro. Pero debajo
del pelo estaba ese asqueroso borrón. Y a medida que era trasladada la niña,
el borrón se movía junto con su cara. Era un insulto al padre y a la niña.

¿No la había llevado en sus brazos –en público, hasta el cementerio– para
mostrarnos el grado de su pérdida? ¿Acaso no quería que viéramos la cara del
ángel que acababa de morir? Por supuesto que quería. Pero los tramposos de
la televisión británica –cobardes, temerosos de sus propios maestros–
decidieron que no se debe permitir a este padre mostrar la magnitud de su
pérdida. Tuvieron que desfigurar a su hija con esa mancha repugnante.
Convirtieron a una niña en una muñeca sin rostro.

Esto no tiene nada que ver con la demanda ¡oh-tan-moral! de la Oficina de
Comunicaciones de que el público nunca debe ver el “punto de la muerte”
–aunque ha mostrado a una palestina de Gaza muriendo en la sala de
operaciones en un documental de televisión de 1992, y constantemente se nos
muestran replays de periodistas de televisión en Bagdad a los que se les
dispara a muerte desde un helicóptero de Estados Unidos–. Y no tiene nada
que ver con el “buen gusto”, sea lo que fuere. Personalmente, creo que la
visión de las armas israelíes o los cohetes de Hamas es de un mal gusto
repugnante –son, después de todo, los dealers de la muerte, ¿no es así?–,
pero no, la televisión absorbe estas escenas terribles. Debemos verlos. No
hay problema. Las armas son buenas. Los cuerpos son malos. Oh, qué guerra
encantadora.

Sé que muchos de mis colegas de la televisión están furiosos por esta
censura de la muerte. “Ridículo, absurdo y cada vez peor”, fue como mi viejo
compañero Alex Thomson, de Channel Four, reaccionó cuando lo llamé para
hablar de ésta, la más potente de la autocensura de la semana pasada.
Recordó cómo los teleespectadores británicos pudieron ver al personal médico
recogiendo partes de cuerpos de la estación de autobuses de Oxford Street,
en Belfast, el Viernes Sangriento de Irlanda del Norte. Esto, por supuesto,
hizo hincapié en la maldad del ira. E históricamente no somos en absoluto
aprensivos acerca de mostrar a los muertos. Los documentales todavía
muestran a las excavadoras del ejército británico colmadas de miles de
cadáveres de judíos desnudos en fosas comunes en el campo de concentración
de Belsen en 1945. Estos últimos seis meses hemos televisado miles de
imágenes de soldados muertos –desfigurados, mutilados, pudriéndose– en
documentales de gran alcance sobre la guerra de 1914-18. ¿Hay un límite de
tiempo a la muerte, como lo hay en los crímenes de guerra?

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