Sierra Leona/ la vida después del ébola [José Naranjo]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Vie Ago 15 00:03:58 UYT 2014
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Correspondencia de Prensa
boletín informativo – 15 de agosto 2014
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Sierra Leona
La vida de Foday después del ébola
Cuatro de cada 10 enfermos superan la infección pero afrontan el estigma en
sus comunidades
Ya casi nadie come monos, murciélagos o ratas que antes cazaban en el bosque
José Naranjo, desde Sierra Leona
El País, Madrid, 15-8-2014
http://sociedad.elpais.com/
Foday Nallo, de 42 años, está preocupado por su campo de arroz, allá en
Segbwema (Sierra Leona). Es la época de lluvias y es importante que vaya a
arrancar las malas hierbas, porque si no perderá la cosecha de este año.
“Una semana para recuperarme y luego al campo”, dice con media sonrisa nada
más salir del centro de aislamiento para pacientes de ébola de Kailahun.
Durante las dos semanas que ha permanecido ingresado, nadie ha ido a
trabajar la tierra por él. Nueve miembros de su familia se contagiaron de la
enfermedad, entre ellos su mujer, que sigue dentro. Cuatro murieron. Pero
Foday lo ha superado. Muestra orgulloso la última prueba negativa que le han
hecho y el certificado que acredita que está curado. Por fin. Esta es la
cara B del ébola, su rostro más amable, la historia de los que logran
curarse.
Atrás quedan los días difíciles. El primero en enfermar fue su hermano
Ibrahim, enfermero. Fue a mediados de julio. Durante una semana lo
atendieron y cuidaron y, cuando finalmente murió, lavaron su cadáver, lo
amortajaron y lo velaron durante tres días hasta que le dieron sepultura.
Nada sabían entonces de la epidemia. “A los pocos días empecé a sentirme
mal, tenía mucha fiebre y me dolía la cabeza. Me costaba hasta beber agua”,
asegura. Una ambulancia lo trasladó desde Segbwema hasta el centro de
aislamiento. La primera prueba confirmó que se trataba de ébola, el mal que
a buen seguro se había llevado a su hermano.
Esos días, otros ocho miembros de la familia corrieron la misma suerte. La
mujer de su hermano, dos de sus hijos y la esposa de uno de ellos, otro
hermano más llamado Idrissa, su propia mujer, un cuñado y una sobrina. Nueve
en total. Todos con vómitos, dolores y fiebre de hasta 40 grados. “Apenas
podía moverme, me dolía todo el cuerpo, no sabía si iba a sobrevivir. Si lo
he conseguido es gracias a los médicos y enfermeras, que me han atendido en
todo momento. Sólo puedo estar agradecido a Dios y a estas personas que han
venido a ayudarnos”, dice mientras viajamos en el coche de Médicos sin
Fronteras hacia Segbwema.
Le acompaña la estadounidense Emily Veltus, responsable de Promoción de la
Salud de la organización que lleva un mes en Kailahun recorriendo los
municipios y pueblos más remotos explicando a la gente qué es el ébola y
cómo enfrentarse a él. A nuestro paso, los niños y la mayoría de los adultos
nos saludan con la mano en alto y una sonrisa. “La actitud ha cambiado
radicalmente. Al principio notábamos su rechazo, pero ahora nos aceptan y
saben que estamos aquí para luchar contra la enfermedad”, explica. “Nos
encontramos con rumores de todo tipo, que en el centro les inyectábamos
cosas para matarlos, que los fumigábamos con veneno, que manipulábamos las
pruebas para encerrarlos y asesinarlos, pero esa hostilidad, que en Guinea
por ejemplo provocó que nos atacaran, ha desaparecido y su percepción ha
cambiado”.
El equipo de 300 trabajadores comunitarios locales que Médicos Sin Fronteras
ha ido formando ha contribuido a este cambio, no sin algunos problemas de
comprensión. “Al principio queríamos explicárselo todo, como que esta
enfermedad se llama así porque surgió en un pueblo situado junto al río
Ébola, en Congo. Pero algunos interpretaban que había que huir de los ríos,
porque el virus viajaba por ellos. Me di cuenta de que los mensajes tenían
que ser directos y claros, sin mucha retórica”, explica Veltus mientras
recorremos el camino hasta el pueblo de Foday. Aquí y allá, árboles de
cacao, mangos enormes, palmeras, arrozales, cafetales, plataneras y gente
que viene y va en sus tareas cotidianas. El verde lo domina todo.
La primera parada es en el Ayuntamiento. El presidente de comunidad rural,
James Fafia, recibe a Foday con un apretón de manos. “Estábamos muy
preocupados por él, cuando se lo llevaron tenía un aspecto terrible”,
asegura. Sólo de este pueblo han enfermado 12 personas. “Claro que tenemos
miedo”, asegura el líder local. “Estamos tomando todas las precauciones y
nos lavamos las manos en todo momento. Pero ver que no todo el mundo muere,
como ahora Foday, nos da esperanzas”. En los pueblos están cambiando los
hábitos lentamente. Por ejemplo, ya casi nadie por aquí come monos,
murciélagos o ratas que antes cazaban en el bosque, un complemento
nutricional del que, según los científicos, procede este mal que ahora
diezma los pueblos de la región.
Casi nadie se acerca demasiado a Foday, al menos de momento. Le saludan, le
sonríen, pero a cierta distancia. Pocos le estrechan la mano, como ha hecho
James. Durante un tiempo tendrá que vivir con un cierto estigma que, sin
embargo, se diluye a la misma velocidad con la que avanza la información
sobre la epidemia y los sanados. Cuatro de cada diez de los que contraen la
enfermedad, vuelven a casa. “Aquí también notamos el cambio”, dice Emilly,
“aunque el trabajo a realizar sigue siendo enorme. Hemos visto cómo se
estigmatiza a pueblos enteros”. Segbwema es un ejemplo. Mucha gente de otros
pueblos no quiere ni pasar por aquí estos días. El miedo, una vez más.
Al fin, llegamos a la casa. Un enjambre de niños rodea a Foday cuando baja
del coche. Sus hijas Mabuinda y Musi, de 8 y 13 años, quedaron al cuidado de
la madre de su esposa, mientras que Hawa, la mayor, está en la ciudad de
Kenema. Pero allí están, contentos de verle, sus amigos y vecinos. Están
Adama, Mussa y Cheickh. Y también Francis, superviviente como él a la que el
ébola ha dejado viuda con un niño de dos meses; y Jeena, que debe rondar los
80, de tan buena madera que la enfermedad no pudo con ella; y la pequeña
Aissanatu, de sólo ocho años y que también tuvo que sufrir la pesadilla del
ébola, pero que podrá contar, durante toda su vida, que un día pudo burlar a
la muerte que vino a por ella. Son los supervivientes. La cara feliz de esta
trágica historia.
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