EEUU/ lo que presencié en Ferguson fue espantoso [Errin Whack]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 18 11:38:40 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 18 de agosto 2014

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Estados Unidos

¿Esto es EEUU?: Lo que presencié en Ferguson fue espantoso

Errin Whack * 

http://fusion.net/

Traducción de Sin Permiso

Todavía me parece increíble lo que pasó hace apenas unas pocas horas. Yo
andaba tratando de evitar que me alcanzara una nube de gas lacrimógeno que
invadía una urbanización de bellos jardines en el corazón de los Estados
Unidos, mientras que unos policías lanzaban a mi amigo y colega, el
periodista Wesley Lowery, contra una máquina de venta de refrescos, y luego
lo detuvieron cerca de allí.  

Yo vine a Ferguson, Missouri, como parte de mi trabajo para Fusion, buscando
respuestas tras la muerte de un adolescente afroamericano por las balas de
un policía. Desde que llegué he procurado comprender algo de la dinámica
entre la comunidad y las autoridades locales, esperando que cualquier
perspicacia obtenida me sirva para explicar la tragedia.   

Esta noche fui testigo material de dicha dinámica.

Una de mis fuentes me invitó a que me reuniera con él en su vecindario, a
pocos minutos de la tienda QuikTrip, ya quemada y saqueada, donde decenas de
jóvenes, en su mayoría afroamericanos, se han reunido cada noche para
protestar de manera pacífica la muerte de Michael Brown Jr. El sitio no es
muy lejos de donde Brown murió acribillado por balas la noche del sábado
pasado. Cada noche han ocurrido altercados con la policía en áreas aledañas.

Una hora antes le había enviado un mensaje de texto a Wesley, quien trabaja
para el diario Washington Post, para averiguar si se encontraba bien. Me
respondió diciéndome que estaba muy cerca en un McDonald’s. Intercambiamos
algunas bromas y luego me dirigí hacia Ferguson.

Mi experiencia cubriendo noticias durante los últimos 12 años me han
enseñado a no estacionar el vehículo cerca del acontecimiento; de modo que
estacioné a unas cuadras y me fui a pie hasta el lugar de la protesta. Me
encontré con una escena surreal: música religiosa a todo volumen desde un
altoparlante cerca de unas mujeres que rezaban; un grupo de jóvenes bailando
y cantando; y una muchedumbre muy molesta, en su mayoría jóvenes
afroamericanos, burlándose de los policías que bloqueaban el otro extremo de
la calle.

La imagen de cualquier persona afroamericana retando a la autoridad es algo
raro. Aún más extraño es ver a la policía con cascos puestos, portando armas
semiautomáticas, cargando escudos y delante de vehículos blindados. Todo
esto estaba pasando a pocos metros de la pequeña urbanización digna de verse
en una tarjeta postal típica de lo que es el corazón de los Estados Unidos.

“¿Qué defienden ustedes?” preguntaba un manifestante.

“Ellos no quieren pelear; ellos quieren disparar”, decía otro.

“Mie#$% de cobardes”, dice un tercero.

Los policías se mantuvieron silenciosos mientras la muchedumbre desataba su
frustrada diatriba. Pero sus acciones pronto servirían para expresar más que
palabras.

A medida en que se acercaba la puesta del sol apareció un helicóptero sobre
el lugar y la atmósfera se tornó cada vez más tensa. Los policías
vociferaban mediante un megáfono, dando órdenes a los manifestantes: “Favor
retírense de los vehículos. Mantengan una protesta pacífica. Necesitan
alejarse del vehículo más allá de los 25 pies. Aléjense, ¡AHORA!”

Uno de los policías se encaramó sobre uno de los dos vehículos blindados y
apuntó su fusil hacia la muchedumbre, poniendo al grupo en la mira del
fusil. Tomé una foto con mi iPhone y sentí escalofríos al pensar que este
hombre podía disparar contra alguien más tarde.

De las decenas de policías alineados contra los manifestantes, sólo tres
eran afroamericanos.

El resto, apenas visibles tras su equipamiento anti-motín, parecían ser
blancos. Uno de los policías aguantaba la correa que frenaba a un perro
pastor alemán.

En Ferguson, casi el 70% de los residentes son afroamericanos y más o menos
el 30% son blancos, según los datos más recientes del Censo. La composición
racial de la muchedumbre era más bien 9:1 afroamericanos a blancos. Pero los
afroamericanos forman sólo el 6 por ciento de la fuerza policial.

Después de unos minutos, el sol se ocultó tras los árboles y me preparé para
el inminente enfrentamiento. La policía local había estado tratando de
disuadir contra las protestas después del anochecer, y yo ya sabía que una
confrontación sería muy probable.

Gran parte de mi carrera como periodista ha sido escribiendo sobre derechos
civiles; muchas veces escribí sobre los eventos de las décadas del 50 y del
60. Algunas de las escenas que presencié anoche no se diferenciaban mucho de
las cosas que he descrito en historias de aquella época ya remota. Me sentí
como si que estuviera en una película.

Tal como si la puesta del sol fuera un reloj, se oyó el estallido de un
botellazo entre la muchedumbre. Pronto se oyó retumbar la voz de la policía:
“Esto ya no es una protesta pacífica. Necesitan dispersarse ya.” Casi
simultáneamente, y antes de que nadie pudiese salir de la zona, la policía
empezó a lanzar bombas lacrimógenas hacia la muchedumbre.

Empezamos a correr. En otras ocasiones había respirado gas pimienta y no
tenía ganas de repetir la experiencia. El gas se extendía rápidamente, más
rápido de lo que podíamos correr. Me empezaron a arder los ojos y la nariz.
Me di más prisa. 

Resultó ser más difícil dispersarse de los que yo esperaba. Con muy pocas
opciones para conseguir una ruta de escape, nos metimos por un parque para
llegar al vecindario donde vive la persona que me sirve de fuente. Nos
fuimos a pie hasta su casa y esperamos allí hasta que el disturbio
disminuyera.

Después de más de una hora nos atrevimos a salir para regresar al automóvil.
El olor a gas lacrimógeno se sentía levemente en el vecindario, al no estar
tan lejos. Pero antes de que pudiésemos salir del vecindario el olor se hizo
más fuerte. Había caído una bomba lacrimógena en la calle dentro de la
urbanización—lejos de cualquier protesta. El cielo todavía lucía encendido
por el humo. En la distancia cercana estallaban bombas lacrimógenas y
granadas de aturdimiento. Nos devolvimos hacia la casa.

Más temprano esa misma noche, antes de dirigirme hacia este vecindario,
había asistido a una rueda de prensa convocada por Jon Belmar, el Jefe de
Policía del Condado de San Luis. Cuando le preguntaron sobre el uso del gas
lacrimógeno por parte de sus policías, Belmar les dijo a  los reporteros que
él no había “encontrado otros medios que fueran efectivos para dispersar a
la gente”.

Belmar descartó la idea del toque de queda, diciendo que la gente sin ley
“no va a prestar atención a eso”.

Pero claramente esto era un toque de queda de facto que no distinguía entre
aquellos que viven sin ley y los residentes que obedecen las leyes. Parecía
que la policía tuviera al vecindario sitiado y que yo no podría salir de
allí.

Pero sabía que al fin y al cabo yo podría salir, a diferencia de los
residentes de esta comunidad, quienes han tenido que aguantar estas
condiciones durante los últimos cuatro días. Ya se me hacía más fácil ver
por qué los residentes desconfían de los policías a quienes se les ha
designado servir y proteger a su comunidad. Aquí no existe la buena
voluntad.

Permanecí sintiéndome agitada mientras esperaba salir del vecindario. Me
enteré de que las cosas iban peor para Wesley. Lo habían arrestado en aquel
McDonald’s; aunque pronto fue puesto en libertad, el incidente parecía ser
prueba adicional de que el departamento de policía operaba de manera
inconsulta e injusta. Durante el proceso, dos periodistas fueron detenidos
de manera injusta, junto con otros ciudadanos que no pudieron salir del
restaurante con la rapidez que exigían los policías.

Después de otra hora más, decidimos intentar de nuevo salir del vecindario.
Al acercarnos a la entrada de la urbanización, una muralla de luces azules
nos bloqueaba la salida. Cuando tratamos de pasar, los policías nos dijeron
que esperáramos mientras que ellos atendían una situación. Después de más o
menos 15 minutos el cruce quedó abierto y por fin pudimos llegar hasta el
auto y salir de allí.

Me quedé pensando, cómo es posible que ciudadanos de Estados Unidos pudiesen
ser tratados de esta manera. Cómo tal maltrato será como un puñetazo para
una comunidad que sufre en carne viva la muerte de uno de los suyos. Me
alejé de ese vecindario rápidamente, ansiosa de alejarme de la fealdad de lo
que acababa de presenciar. 

* Errin Whack es periodista de la cadena de noticias Fusion.

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