Centroamérica/ ruta a EEUU: la violencia que devora a la población migrante [Agus Morales]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 25 12:54:22 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 25 de agosto 2014

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A l’encontre – La Breche

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Centroamérica

Crónica de un drama 

Al norte

La ruta a Estados Unidos, plagada de obstáculos y violencia, devora a la
población migrante que atraviesa México

Agus Morales

Médicos Sin Fronteras, México 

http://www.msf.mx/web/

Faltan unos minutos para que Byron Solares, un guatemalteco que quiere
alcanzar Estados Unidos, pierda el conocimiento. Su vida está a punto de
cambiar por completo. Va a bordo de La Bestia, el tren de mercancías
mexicano al que cada año suben decenas de miles de migrantes
centroamericanos. Perseguido por unos delincuentes que pretende asaltarlo,
Byron brinca de vagón en vagón, escapa del peligro deslizándose por el lomo
de acero del animal, busca refugio en sus imperfecciones metálicas. En plena
huida, el tren da una sacudida: se estira y se encoge. Byron se desequilibra
y cae de La Bestia.

"En el impacto, se me fue tibia y peroné. Fue en 2009. Como era el día de
Navidad, no había doctor de turno", cuenta Byron, que ahora tiene 34 años.
Despojado de sus pertenencias, el guatemalteco fue trasladado a su país. La
memoria de aquel invierno es borrosa: estuvo veinte días en coma. El
despertar fue cruel. "Al verme como estaba no quería vivir. Me operaron de
la panza, de los brazos… Perdí mal la pierna porque me dejaron demasiado
tarde para poderme operar, y ya me había agarrado una infección. Me dijo el
doctor que si no me amputaba podía morir".

Cuatro años y medio después, Byron volvió al camino. Su estado físico no fue
un impedimento. Cruzó la frontera guatemalteca y llegó a Tapachula, ya en
territorio mexicano. Fue acogido en el albergue de Jesús el Buen Pastor,
donde tiene lugar la conversación. "Esta vez me pienso quedar aquí en
México", dice sentado en una silla de ruedas. "Ahora espero volver a caminar
pero con una parte que no es de mi cuerpo. No queda otra". Pronto se le
colocará una prótesis.

¿Vale la pena perseguir el sueño americano? Un flujo anual de unas 300.000
personas, según varios estudios, entra cada año en México con el objetivo de
cruzar la frontera con Estados Unidos o, en menor número, quedarse en el
país azteca. La mayoría son de Honduras, El Salvador y Guatemala. No hay
cálculos oficiales y por ello la magnitud del fenómeno y de la crisis
humanitaria es difícil de concretar. Viajan de forma precaria, sobre todo
los que se suben a La Bestia. Se encaraman al techo del tren, a la
intemperie, o se colocan entre vagones, expuestos a las organizaciones
criminales que planean asaltos y robos.

Mujeres y niños

Aunque el perfil tipo del migrante es varón centroamericano de entre 18 y 25
años, cada vez se ven más mujeres, familias y niños sin acompañamiento en el
camino. Ellas deben sobrevivir a todo tipo de peligros. A lo largo de la
ruta, pueden ser víctimas de redes de tráfico de personas, así como de
agentes estatales y de elementos de organizaciones criminales que
secuestran, roban, asaltan y extorsionan. Llevan tan asumido que pueden
sufrir episodios de violencia sexual que algunas de ellas usan inyecciones
anticonceptivas antes de partir.

En las vías de Lechería (centro de México), descansa por unos minutos la
hondureña Raquel Julieth Hernandes, de 19 años. Bajo la sombra de un árbol,
cuenta que dejó a su hijo con su madre y se decidió a emprender el camino
hacia Estados Unidos. Nada más entrar en México, se detuvo en Tapachula,
donde trabajó un tiempo como vendedora de comida. El dinero que ganó lo
perdió en seguida. "Me asaltaron, me golpearon, estuve como quince días
grave", relata. Al verla enferma, un grupo de hondureños se interesó por
ella. "No me podían ni levantar, me prendí en fiebre casi como quince días,
no comía. Me golpearon, me asaltaron, me quitaron todo", dice la joven,
insomne y ojerosa tras varias semanas de travesía. Ahora duda entre hacer un
alto o seguir hasta la frontera.

Tanto en Lechería, donde se halla Raquel Julieth, como en otros puntos del
estado de México, es habitual ver no solo a mujeres sino a grupos de
adolescentes, algunos menores de edad, cambiándose de tren de mercancías. Se
alojan en albergues o descansan apenas unas horas en las vías antes de
proseguir con la ruta. Es difícil darles asistencia médica, pero MSF intenta
hacerlo con las clínicas móviles. "El migrante tiene un objetivo claro:
llegar a la frontera. Él depende de las rutas del tren. Siempre que pasa, el
migrante intenta agarrarlo en marcha, a la carrera", cuenta Juan Manuel
López, logista de la organización.

La cifra de menores de edad en el camino sigue creciendo. Entre los
pacientes atendidos por MSF en la ruta centro-sur, un 9% son menores. "Se
presentan niños acompañados de su familia, normalmente no van solos",
precisa el psicólogo Miguel Gil. "Ellos lo viven bien diferente, tienen una
noción del tiempo más clara que los adultos, se aprenden el camino y los
lugares de memoria", apunta. Pero eso no quiere decir que sean ajenos al
sufrimiento. El camino cobra un peaje a todos, pequeños y adultos. "Solo las
personas que se han subido al tren pueden conocer esa ansiedad, esa energía
que se siente allá. Nada más oír el tren cómo raspa las vías es como para
ponerse de los nervios. Hay trenes que hacen más de 24 horas con
temperaturas altísimas o lluvias. Los migrantes vienen emocional y
físicamente maltratados", reflexiona el psicólogo.

Desprotección legal

La polémica por la mayor presencia de menores en la ruta pone en solfa las
políticas migratorias regionales, especialmente crueles con los sectores más
vulnerables. Y más si se tiene en cuenta que los flujos de población siguen
transformándose y cada vez responden menos al patrón clásico de la migración
económica. La violencia en Centroamérica, ejercida fundamentalmente por las
maras en forma de extorsiones y amenazas, está forzando a miles de personas
a huir.

Solo a corte de ejemplo, el 42% de los migrantes salvadoreños atendidos por
MSF y el 32% de los hondureños expusieron algún motivo relacionado con la
violencia como factor determinante en su decisión de migrar. Aunque sobre el
papel ya se contempla la posibilidad de pedir asilo tanto en México como en
Estados Unidos, esta población acostumbra a ser tratada como migrante y los
procesos de solicitud de estatus de refugiado implican demoras y son
insuficientes para cubrir las necesidades de los centroamericanos.

Otro trámite que haría más fácil la vida de los migrantes es agilizar la
concesión de la visa humanitaria en México, que normalmente es solicitada
por los que sufren violencia en tránsito, un fenómeno al alza. La
naturalidad con la que los mismos migrantes asumen los episodios violentos
ilustra el nivel de inseguridad al que hacen frente. Antes de iniciar el
viaje, el 26% de los pacientes de MSF creía que iba a ser víctima de la
violencia con toda seguridad, frente a un 45% que lo consideraba posible y
un 29% que lo descartaba. En los puntos del sur y el centro de México donde
trabaja MSF esta asunción se convierte en realidad: seis de cada diez
migrantes dicen haber sufrido episodios de violencia. Y eso teniendo en
cuenta que aún les queda por delante toda la ruta hasta la frontera con
Estados Unidos.

Tampoco hay que menospreciar el impacto psicológico que tiene el camino en
los migrantes. Cada movimiento significa arriesgar. Lo que pasa a tu
alrededor te puede pasar a ti. "El tren venía largo y de repente paró
-recuerda Yenny Guardado, una salvadoreña de 26 años-. Mi esposo dijo: `Eso
no es nada bueno`. Se oían unas motos, abordaron el tren y empezaron a
llorar mujeres. Nos pusimos la mochila. Estaba nerviosa, temblaba. Muchos
traían machete, algunos querían ahuyentar a los ladrones y hacían ruido.
Pero todo pasó y el tren siguió su camino".

Yenny ya no aguanta más. Se halla en Ixtepec, una de las primeras paradas en
la ruta de la costa pacífica, pero no quiere seguir. Ha pedido que la
devuelvan a su país: en unas horas el Grupo Beta, que vela por la protección
de la población migrante, vendrá a recogerla al albergue del padre Solalinde
para iniciar el proceso de repatriación. "Yo nunca pensé que el camino era
así. Hay mujeres que vienen con el mismo objetivo, llegar a Estados Unidos,
pero también son pocas las que deciden continuar. Imagínate, vas con esa
ilusión, con ese sueño, y el camino te quita tu vida. No vale la pena dejar
tus hijos solos por perseguir un sueño", expone la salvadoreña, que había
dejado sus dos hijas atrás. Ahora volverá con ellas y su marido seguirá
subiendo solo. El asalto al tren y las historias que le han narrado las
mujeres que ha conocido en el camino le han convencido de que debe regresar.
"Tengo una amiga que venía siendo abusada por la persona que la traía, por
el guía. Se regresa, igual que yo. No puede continuar", explica.

La dictadura del tren

En el camino, las vías parecen el río a partir del cual se activa la vida
cotidiana. Yenny ya lo sabe. El tren, con sus salidas y llegadas, dicta los
tiempos: mantiene en vela a los viajeros, los obliga a interminables
esperas, descarrila, se retrasa, avanza a toda velocidad y no quiere que
nadie duerma a sus lomos. Es difícil pegar ojo. Todo el mundo está pendiente
de su marcha arrolladora: por los vagones y las vías circulan rumores y
leyendas sobre las últimas desgracias ocurridas a bordo de la máquina. El
miedo, la violencia y el desgaste físico y mental tejen una telaraña
emocional que atrapa a todo el que se acerca.

José Armando Pineda, un salvadoreño de 62 años, está esperando ansioso para
subirse a La Bestia en Tierra Blanca (estado de Veracruz). "Un muchacho de
16 años que venía en el tren con nosotros se cayó y el tren le cortó el pie
de aquí. Ahora le pondrán una prótesis. Es muy riesgoso", dice. El paso de
un tren de mercancías, que va en otra dirección, interrumpe momentáneamente
la charla. Todo el mundo alza los ojos para seguir el rumbo del animal de
acero. Cuando la locomotora se aleja, José Armando se arranca: "A mí me
gusta. Es bonito… ". Pero este viaje, ¿no le da miedo? "No es fácil, tiene
mucho riesgo", reconoce el salvadoreño, que en seguida cambia el discurso y
se pone la mano de visera para divisar el horizonte ferroviario: "Me acabo
de ir a bañar, ya me siento con más agilidad. Estoy listo para dar el
salto".

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La salud de los migrantes

El Médicos Sin Fronteras trabaja en México en el ámbito de la migración
desde 2011, con la atención puesta en dar respuesta a la situación de
violencia que sufren los centroamericanos en su tránsito por el país. En
Ixtepec, la organización humanitaria tiene un consultorio y brinda atención
psicológica. Los equipos de MSF también trabajan en Tierra Blanca y
Huehuetoca (salud mental), y en Lechería y Bojay con clínicas móviles.
Durante 2013, los equipos realizaron 11.323 consultas médicas y de salud
mental a la población migrante centroamericana en tránsito por México. 1.389
pacientes fueron atendidos por traumatismo y otros 837 fueron atendidos en
las consultas individuales de salud mental.

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