México/ de la rebelión democrática a la revolución socialista [Undad Socialista - editorial]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Dic 10 19:38:10 UYST 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 10 de diciembre 2014

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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México

De la rebelión democrática a la revolución socialista 

Unidad Socialista N° 59, editorial *

México DF, 8-12-2014

La rebelión democrática que comienza a extenderse por toda la República
proyecta un desafío al poder con grandes potencialidades de convertirse en
una auténtica protesta nacional de dimensiones inauditas. Los asesinatos de
seis personas (tres estudiantes) y los secuestros de los 43 estudiantes de
la normal rural de Ayotzinapa la noche del 26-27 de septiembre en Iguala,
fueron atrocidades que horrorizaron a todo México y al mundo entero,
convirtiéndose en la gota que derramó el vaso, la chispa en la pradera seca
que ya eran previsibles que llegarían desde hace años.

La restauración priista representada por el gobierno de Peña Nieto, con su
soberbia, con su impunidad y con su corrupción rebasó incluso las cotas de
los gobiernos priistas anteriores al año 2000. Se dió después de la docena
trágica sangrienta del PAN que con su cauda de muertes sembró con decenas de
miles de cadáveres el territorio nacional, convirtiéndolo en un gigantesco
cementerio de ciudadanos de a píe desaparecidos mexicanos y
centroamericanos.

Todo comenzó con la matanza de Tlatlaya, cuyo conocimiento público se dio
tres meses después de cometida por el Ejército, noticia que coincidió por
días con la masacre de Iguala, la cual no se pudo esconder a los medios,
potenciándose a niveles inauditos el escándalo público y la cólera
colectiva. Numerosas y grandiosas manifestaciones se escenificaron en la
ciudad de México y en decenas de ciudades del país. El horror desbordó las
fronteras y a escala mundial la impugnación al gobierno de Peña no se hizo
esperar. De Europa a América Latina, de Asia a Estados Unidos, las protestas
se multiplicaron frente a las embajadas y consulados de México en decenas de
ciudades del extranjero. El gobierno de Peña, expuesto de tal forma al nivel
internacional, descendió estrepitosamente en su prestigio frente a los
inversionistas y los medios que sólo semanas antes lo habían ensalzado como
“el salvador de México”.

La reacción del gobierno de Peña fue la peor posible. El procurador federal
Jesús Murillo Káram consideró al principio que los acontecimientos, en
especial los de Guerrero, correspondían a las autoridades locales y la PGR
se tardó una semana en atraer el caso. Lo siguiente fue un rosario de
tropiezos y actitudes que sólo mostraban la torpeza, el valemadrismo y la
total ineficacia de las autoridades en la investigación y la detención de
los autores materiales y ante todo intelectuales, así como de sus cómplices,
de los monstruosos crímenes y la dimensión que adquirió la crisis se hizo
inaudita. Para Peña y su gabineta se trataba como siempre de seguir la
política de impunidad que ha caracterizado al gobierno mexicano desde
siempre: continuar con la política de que México es un país en que los
homicidios tienen lugar sin asesinos materiales e intelectuales, las
torturas sin torturadores y la violencia sexual sin abusadores.

Precisamente cuando la ira inundaba los medios y en el metro y en las calles
sólo se hablaba de esos crímenes, estalló el otro escándalo, éste que
mostraba la corrupción colosal de Peña Nieto y de su esposa Angélica Rivera.
Ésta era supuestamente la dueña de una lujosa mansión llamada la “casa
blanca” con un costo de más de 85 millones de pesos, comprada a una compañía
constructora de obras públicas vinculada directamente con Peña Nieto desde
sus tiempos como gobernador del estado de México. Se trata de un caso
clásico de conflicto de intereses, de un botín multimillonario en juego, lo
cual hizo naturalmente que la ira popular subiera aún más en la opinión
pública.

El hartazgo de millones de mexicanos ha planteado por primera vez en décadas
que en las calles de las ciudades se escuche alto y fuerte el grito que
exige la renuncia del presidente: ¡Fuera Peña! es el clamor que surge cada
vez más generalizado.

Esta situación debe obligarnos a plantear la estrategia que debe seguirse en
los próximos días, semanas, meses. La cuestión debe ser entendida: Peña es
el presidente pero no se representa a él mismo, es el encargado de manejar
políticamente los intereses estatales de una oligarquía capitalista en el
poder que constituye un sector de la clase social dominante, la burguesía
mexicana, así como de sus socios imperialistas tutelares mayores, en
especial los de Estados Unidos. La crisis es tan grande que en los círculos
más altos de los capitalistas se discute ya la cuestión: ¿cuáles son los
riesgos de dejar a Peña en Los Pinos y cuáles los de quitarlo? Si los
primeros son muy grandes, los propios capitalistas, los políticos del PRIAN
y sus aliados en los medios (TV, radio, publicaciones) pueden ellos mismos
quitarlo pero para colocar inmediatamente a otro de su misma calaña. Estamos
frente a la necesidad de echar abajo no a un hombre por importante que sea
como lo es el presidente de la República, sino a un sistema socioeconómico,
un régimen que está más que mil veces demostrado que es absolutamente
impermeable a verdaderas reformas capaces de hacerlo menos represivo, menos
corrupto, menos depredador, menos criminal pues éstas son las
características esenciales del capitalismo dependiente que prevalece en
nuestro país. Si se va Peña para que venga otro como él o peor ¿cuál será la
ganancia? Ninguna.

La estrategia del actual movimiento es la de un curso independiente,
democrático y revolucionario que forje un movimiento de masas amplísimo, sin
exclusión de nadie que luche lealmente por la transformación radical de
México, en el cual los trabajadores accedan a su papel de fuerza central de
la oposición anticapitalista. Sin la fuerza masiva esencial de los
trabajadores de México ningún cambio sustancial será realmente posible. Es
por ello que la tarea estratégica a corto plazo de los activistas y las
fuerzas que se consideran socialistas y de vanguardia revolucionaria debe
ser ir a los sindicatos, ir al encuentro de la fuerza todavía potencial de
los trabajadores que en su surgimiento rebelde es la única capaz de
derribar, junto con todo el pueblo oprimido, al régimen criminal del PRIAN y
sus aliados del PRD.

Fuera Peña y todos los partidos del Congreso de la Unión. Fuera Peña y sus
patrocinadores los grandes capitalistas. Fuera Peña y sus leyes y reformas
hambreadoras, desnacionalizadoras y antidemocráticas. Fuera Peña y abajo el
secreto bancario. Fuera Peña y expropiación y expulsión de los negocios
imperialistas que devastan la economía y el medio ambiente. Fuera Peña y los
gobiernos del PRI, del PAN y del PRD.

Nuestro objetivo para la liberación e independencia nacional del pueblo
oprimido y explotado de México no será posible más que con la instauración
de un gobierno de los trabajadores, un gobierno que se apoye en los obreros,
los trabajadores de todos los servicios de educación, de salud, de los
bancos y demás sectores comerciales, los campesinos y los indígenas.

Es sólo con un gobierno de los trabajadores basado en sus organizaciones de
todo tipo (consejos, comités, partidos, ligas, sindicatos, etc.) que podrá
ser posible elegir un auténtico nuevo Congreso o Asamblea Nacional
constituyente que represente verdaderamente a los 120 millones de mexicanos
y mexicanas que han luchado desde siempre porque exista la democracia en
México.

Estos días se cumplen 100 años de la entrada y la ocupación de la Ciudad de
México por los ejércitos libertadores de campesinos y trabajadores del norte
encabezados por Pancho Villa y del sur encabezados por Emiliano Zapata. Hace
100 años las fuerzas de los campesinos y sus aliados trabajadores urbanos
derrotaron a la facción de Carranza, un clásico dirigente “democrático
burgués” que nunca escondió sus sentimientos antiproletarios y
anticampesinos pero que después se recuperó y logró impedir el surgimiento
de un gobierno de los obreros y campesinos de México. Fue esa corriente
carrancista-obregonista la que se impuso finalmente después de la caída de
las dictaduras de Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. Con ellos y sus
sucesores se formó y constituyó el partido único de facto que culminó en el
PRI, un partido que impuso su sistema dictatorial al pueblo trabajador de
México en la mayor parte del siglo XX.

Cien años después de estas circunstancias no podemos olvidar sus enseñanzas
y por tanto luchar por culminar el proceso de la actual rebelión democrática
en una revolución socialista cuya meta sea ahora sí un gobierno de los
trabajadores, el único que puede transformar radicalmente a México en un
país verdaderamente democrático, independiente, igualitario, feminista e
internacionalista. 

* Publicación de la Liga de Unidad Socialista (LUS).

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