Palestina/ la culpa es de las víctimas [Santiago Alba Rico]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Jul 14 18:51:54 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 14 de julio 2014

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A l’encontre – La Breche

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Palestina

La culpa es de las víctimas

Santiago Alba Rico *

Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Me disponía a escribir sobre el documental de un periodista amigo (al que
luego me referiré) cuando se ha interpuesto en mi camino la enésima imagen
del entierro de un niño palestino. ¿Por qué tantas imágenes de entierros de
niños palestinos? Podría pensarse en la respuesta más fácil: porque Israel
mata muchos niños palestinos. Y podría pensarse también, por tanto, que
estas imágenes publicadas por los medios de comunicación constituyen una
poderosa herramienta de denuncia de los crímenes sufridos por la población
de Palestina desde hace sesenta años a manos del ejército israelí.

No sé. Puede que se trate de un exceso de suspicacia, pero me sorprende la
insistencia en asociar mediáticamente el destino de los palestinos -y de los
árabes en general- a estas imágenes de ceremonias funerarias colectivas.
Cuando matan a un niño en España (pienso, por ejemplo, en la trágicamente
célebre Asunta) ningún periódico publica imágenes de su cadáver ni tampoco
de su entierro. De manera espontánea se buscan imágenes del niño vivo,
sonriente, lleno de vida, lo que permite calibrar mejor el dolor de los
supervivientes y el horror de la acción cometida. De los niños palestinos
muertos -de los palestinos y árabes en general- no vemos nunca imágenes de
cuando estaban vivos y se asemejaban a nosotros. Sólo aparecen después de
muertos y sólo como muertos. Con independencia de si hay más o menos
premeditación en esta práctica periodística, lo cierto es que los niños
palestinos -los árabes en general- sólo comparecen ante nuestra vista cuando
los van a enterrar. Los entierros árabes tienen una fuerte dimensión
colectiva y, cuando se trata de niños asesinados, un inevitable y
comprensible componente emocional. Como además, y al contrario que en la
tradición cristiana, el cadáver no está alojado en un ataúd sino que es
sostenido por los parientes envuelto en un lienzo, la ceremonia, llena de
ira, adquiere a los ojos de un occidental un tono exótico y exhibicionista.

El entierro de un niño palestino -de los árabes en general- sugieren
mediáticamente, en efecto, dos ilusiones paradójicas: exotismo y violencia.
El exotismo de una cultura exhibicionista que no oculta sus muertos y la
violencia de una cultura fuertemente colectiva que exige siempre venganza.
Como nunca vemos niños palestinos vivos jugando al balón o abrazando a sus
madres o comiéndose un helado, la recurrencia de la imagen del entierro
impone en la opinión pública la idea del culto a la muerte y del desprecio
violento por la vida. En definitiva, cuando matan, pero también cuando se
les mata (lo que es mucho más frecuente) los palestinos son asociados a la
violencia y la muerte, lo que explica en parte la naturalidad con que
aceptamos su asesinato, menospreciamos el dolor de sus padres y hasta
aplaudimos la barbarie de sus asesinos. Por una terrorífica paradoja
asentada en siglos de orientalismo y décadas de islamofobia, las imágenes de
entierros de niños palestinos, en lugar de mostrarnos el dolor de un pueblo
y la ignominia de Israel, parecen justificar la violencia de que han sido
objeto como si se la hubiesen auto-infligido o se la hubieran infligido sus
coléricos parientes, y desde luego vienen a desactivar todo movimiento de
empatía por nuestra parte. Por eso -pido desde aquí a los medios de
comunicación- cuantos más palestinos mate Israel más deberían los
periodistas buscar y ofrecer imágenes de palestinos vivos: la muerte sólo
nos afecta cuando “conocemos” a la víctima; es decir, si la víctima jugaba
al fútbol, se dormía en clase de matemáticas y soñaba con ser de mayor
astronauta o bombero. Cuando ofrecemos imágenes de entierros de niños
palestinos, ocurre que, antes de que lo haga Israel, nosotros ya les hemos
robado la vida. Así es muy fácil matarlos, así estamos casi autorizando a
Israel a que siga matándolos.

Pero contémoslo de nuevo. Al final de la Segunda Guerra Mundial se producen
en Europa tres acontecimientos que aún determinan nuestra historia presente.
El primero, durante los famosos Procesos de Nuremberg, tiene que ver con la
legalización de facto de los bombardeos aéreos. Mientras que, en efecto, se
declara para siempre abominable el modelo Auschwitz -la deshumanización y
exterminio horizontal del otro- se autoriza o al menos se proclama aceptable
el modelo Hiroshima, que es el de los vencedores. Desde 1945 hasta nuestros
días, la deshumanización y exterminio vertical del otro se asume como
rutinaria o como no penalizable: al día siguiente de la liberación de los
nazis, la Francia colonial bombardeaba Argelia y Siria y hemos seguido con
eso todos los días sin excepción durante setenta años: ahora mismo
bombardean los drones estadounidenses Pakistán o Yemen, los aviones de
Bachar Al-Assad a su propio pueblo y los F-16 de Israel a los palestinos de
Gaza. Todos esos bombardeos nos impresionan tanto como una tormenta de
verano y, desde luego, mucho menos que una cuchillada en el metro.

El segundo acontecimiento tiene que ver con el fracaso de un plan europeo
para exterminar a todos los judíos de Europa. Ese plan se llamaba nazismo y
costó millones de muertos, judíos y no judíos. Fue felizmente -justamente-
condenado en Nuremberg como un crimen abominable contra el conjunto de la
Humanidad.

El tercer acontecimiento tiene que ver, por el contrario, con el éxito de un
plan europeo para expulsar a todos los judíos de Europa. Ese plan se llamaba
sionismo y logró su propósito con la colaboración del antisemitismo europeo
que comprendió las ventajas de librarse de los judíos, como llevaba siglos
queriendo hacer, mientras utilizaba sus servicios en los territorios del
ex-imperio otomano. El sionismo fue y sigue siendo un plan europeo, no
judío, de colonización del mundo árabe (así lo presentó Theodor Herzl al
gobierno inglés de la época) desarrollado con la colaboración de las clases
dirigentes europeas y árabes y en detrimento de todos los pueblos de la
zona. Paradójicamente, tras siglos de persecución, los judíos sólo fueron
reconocidos como europeos cuando salieron de Europa y en la medida en que se
comportaron y comportan como europeos: es decir, como sionistas. El sionismo
es el paradójico triunfo del asimilacionismo a costa de los palestinos y de
los propios judíos, explotados o perseguidos por una ideología que los
quiere obligar a identificarse con un proyecto abiertamente racista y
criminal.

Pues bien, lo más singular es que, de estos tres acontecimientos, el único
que parece conmover hoy a gobiernos y opiniones públicas es el único que la
historia ha dejado atrás y que es muy improbable que se repita: me refiero
al exterminio nazi. Mientras que el ‘holocausto judío’ nos conmueve y
horroriza -muy justamente- como si siguiese produciéndose y debiéramos
evitarlo, los cotidianos asesinatos desde el aire (de EEUU, el régimen sirio
o Israel) y la ocupación sionista de Palestina, que están realmente
ocurriendo y que deberíamos evitar, nos dejan bastante indiferentes. Los
nuevos bombardeos sobre Gaza, que cuando escribo estas líneas han matado ya
a setenta palestinos, incluidos niños y mujeres, son aceptables para los
europeos porque son bombardeos, sí, y además porque el sionismo, como plan
europeo que es desde sus orígenes, cuenta con el apoyo de los gobiernos de
Europa y de buena parte de sus medios de comunicación, que alimentan la
propaganda sionista orientada a convertir a los nuevos ‘judíos’ (‘los judíos
de los judíos’, como dice Khoury) en herederos de los nazis; es decir, que
convierte a los verdugos en víctimas y a las víctimas en verdugos. Con tanto
éxito que hasta los entierros de los niños palestinos asesinados por el
ejército israelí acaban pareciéndonos “agresiones antisemitas” contra
Israel.

La ‘asimilación’ triunfante y paradójica de los sionistas europeos (en
Palestina) nos impide columbrar la verdad bajo los trajes de Armani y los
equipos de fútbol en la Champions League: que a quien realmente se asemeja
Israel, por su ideología y sus prácticas, es al Estado Islámico de Iraq y
Levante, hoy ya Califato yihadista en Oriente Próximo. Mientras Europa y
EEUU no lo comprendan y sigan apoyando a Israel no habrá paz ni democracia
ni justicia en esta región del mundo; mientras nuestros medios de
comunicación no traten igual a Israel y al EIIL no habrá ni paz ni justicia
ni democracia en la región.

Entre tanto, los nuevos viejos bombardeos de Israel expresan también las
dificultades en que se encuentra y las amenazas que entraña para todos.
Frente a la reconciliación en ciernes entre Hamas y Fatah, y con el objeto
de impedirla, frente al pragmático distanciamiento relativo de EEUU y la UE
y con el objeto de reducirlo, Israel ha tocado la única tecla que sabe
pulsar: la de la violencia y la muerte. Le funciona. Sabe que funciona. Cada
vez que están a punto de cambiar las cosas, cuando surgen nuevas propuestas
o se introducen elementos nuevos en las relaciones de fuerza, Israel recurre
a los bombardeos, que actualizan -como un programa informático- todos los
datos, devolviéndolos a su vieja simplicidad original: Israel mata y
occidente cierra filas. Mientras los EEUU y Europa no le fuercen nada
cambiará en Oriente Próximo e Israel seguirá respondiendo a cada nueva
coyuntura con destrucción de casas y vidas palestinas. Pero atención: si
EEUU y Europa forzaran a Israel, la respuesta de Israel podría ser aún más
violenta y destructiva. El elemento ideológico y fanático del sionismo
convierte a Israel, como a EIIL, en la fuerza más irracional, imprevisible y
potencialmente peligrosa (¡Con bombas atómicas!) de la región.

No olvido el documental de mi amigo Gabriele del Grande, enorme periodista
italiano que lleva años ocupándose de las víctimas de las políticas
migratorias europeas y que ha cubierto en los últimos años, desde el
compromiso informativo y humano, la guerra de Siria. Su documental, Io sto
con la sposa, que cierra esta semana la campaña de financiación mediante
crowdfunding, es algo así como una narración performativa, pues narra una
historia al mismo tiempo que la historia misma se realiza como denuncia
política y acto militante de desobediencia civil. Del Grande y el poeta
sirio palestino Khaled Soliman Al-Nassery ayudan a cinco palestinos y sirios
que han desembarcado en Lampedusa huyendo de la guerra a llegar hasta
Suecia. Para ello escenifican una falsa boda cuyo cortejo recorre en coche
Italia, Francia, Alemania y Dinamarca, en un viaje en definitiva ‘ilegal’
que denuncia la política de fronteras y descubre asimismo otra Europa
posible en la que la solidaridad y la valentía son la cara incusa de la
indiferencia con que contemplamos el mundo árabe (y el mundo no europeo en
general). Io sto con la sposa, en resumen, introduce el efecto inverso al de
la imagen del entierro del niño palestino arriba analizado: palestinos y
sirios vivos cantan, se besan, recitan y hablan de sí mismos y de sus
muertos -que reviven por ello-, iluminando así la ferocidad de todos los
verdugos y la complicidad de una Europa hipócrita que se llena la boca de
democracia y derechos humanos mientras alimenta o permite guerras en todas
partes y cierra las fronteras a sus víctimas. Es así, haciendo cosas juntos,
entre vivos indignados y dolidos, como se evitarán los futuros bombardeos
sobreGaza (o sobre Alepo) o, al menos, se evitará dar la razón a los que
matan y quitar la humanidad, antes de que los maten, a los que mueren.

* Santiago Alba Rico es filósofo y columnista.

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