Debates/ la lulización de la izquierda latinoamericana [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Jun 24 00:14:24 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 24 de junio 2014

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A l’encontre – La Breche

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Debates

La lulización de la izquierda latinoamericana

Pablo Stefanoni

Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, mayo 2014

Edición especial “Fracturas en América Latina”

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Desde fines de los años 90, América Latina viene transitando lo que a falta
de términos más precisos se ha definido como pos-neoliberalismo, y que el
presidente ecuatoriano Rafael Correa denominó “cambio de época”. Se trata,
sin duda, de una variedad de experiencias difícilmente reductibles a la
extendida clasificación de las “dos izquierdas”. Este clivaje, que Álvaro
Vargas Llosa sintetizó –apelando a metáforas maniqueas- como izquierdas
vegetarianas (Chile, Brasil, Uruguay) contra izquierdas carnívoras
(Venezuela, Bolivia, Ecuador) corre el riesgo de congelar imágenes demasiado
acotadas de procesos atravesados por una gran diversidad de pliegues y
ángulos de análisis –pero tampoco capta las convergencias entre ambas
orillas-. Problemas similares encontramos con quienes, desde la izquierda
radical, realizan la misma disección pero colocando del lado correcto a los
gobiernos revolucionarios y del negativo a los reformistas. Que
recientemente un largo artículo en The New York Times elogie la gestión
macroeconómica de Evo Morales con el término “prudente” (1), que La Nación
–“el diario de la oligarquía argentina”- titule un artículo “Bolivia da la
nota” (2) o que el programa “Dinero” de la CNN le haya entregado la “medalla
de oro” al país andino diciendo que “Bolivia está mejor desde 2005” (3)
constituyen ilustrativas advertencias tanto para los antipopulistas
furibundos como para quienes creen que en el bloque bolivariano se estaría
transitando la salida del capitalismo. Lo mismo ocurre con el interesante
proceso ecuatoriano, que combina transformaciones profundas –e incluso
refundacionales- con un nacionalismo dolarizado.

En el análisis de las experiencias de las izquierdas en el poder no puede
dejarse de lado el hecho de que esos gobiernos de cambio son precisamente
pos-neoliberales porque, si bien buscan revertir los efectos de la “larga
noche” del Consenso de Washington, se proponen recuperar el rol del Estado
en sociedades profundamente modificadas por esas reformas estructurales y
por el actual capitalismo globalizado, individualista y consumista que el
italiano Raffaele Simone ha llamado “el monstruo amable” (4), y en general
se busca evitar volver al viejo estatismo cuya crisis habilitó las
privatizaciones. En casos como Bolivia y Ecuador, los gobiernos populares
han hecho del crecimiento y la estabilidad económica una de sus banderas.
Por eso Evo Morales acumuló uno de los stocks de reservas internacionales
más altos del mundo en relación al PBI, una de las cosas que precisamente
resaltaban The New York Times y el Fondo Monetario Internacional (5). Esto,
sin duda, distingue a estas dos naciones bolivarianas de Venezuela, donde
parte de la complicada situación que atraviesa Nicolás Maduro se vincula a
un manejo de la economía con fuertes tendencias redistribuitivas pero
también derrochadoras y desinstitucionalizantes.

El fin del socialismo del siglo XXI

Después de más de una década del giro a la izquierda (quince años en
Venezuela y mocho en Bolivia y Ecuador), la “etapa heroica” ha quedado
atrás: se visualiza un amesetamiento de la integración antiliberal –por
ejemplo en el caso de la Unasur (6)- y las izquierdas han perdido el
monopolio de las banderas del cambio. Una nueva derecha, capaz de combinar
populismo securitario, liberalismo cultural y una “cara social”, ha
comenzado a desafiar al bloque pos-neoliberal en el terreno regional (por
ejemplo, mediante la eficaz instalación simbólica de la Alianza del Pacífico
como una mejor y más moderna alternativa para la región) y en los espacios
nacionales: Sergio Massa y Mauricio Macri en Argentina, Henrique Capriles en
Venezuela o Mauricio Rodas, quien acaba de ganarle al correísmo la alcaldía
de Quito, en Ecuador.

Esto no significa que la izquierda no conserve posibilidades de ganar en
varios países (Evo Morales, Dilma Rousseff y Tabaré Vázquez corren hoy con
ventaja para ser reelegidos de manera consecutiva o con deley, y la propia
Michelle Bachelet derrotó por amplio margen a la derecha en diciembre
pasado). Pero lo que en algún momento se imaginó como un tránsito lineal a
algún tipo de socialismo del siglo XXI estaba más ligado al hiperactivismo
voluntarista de Hugo Chávez que a un consenso regional, y la crisis
venezolana ha dejado camino libre a un Brasil que promueve un capitalismo
desarrollista muy vinculado transnacionales. Brasil juega a la vez el rol de
“locomotora regional” y de subpotencia con sus propios intereses en el juego
global. Parte de este lugar se puede ver en el aumento de su influencia en
Cuba, donde ha incrementado notablemente su presencia económica (y política)
de la mano del aura de Lula. Si Fidel Castro era un estrecho aliado
–político y emocional- de Chávez, no es sorprendente que los más fríos
militares cubanos, que controlan los sectores estratégicos de la economía, y
la élite tecnocrática “raulista” tengan más afinidad con los brasileños,
aunque por el momento sigan dependiendo del petróleo venezolano- (7). El
diario El País, por ejempolo, informó que Lula llevó en uno de sus viajes a
La Habana al llamado “rey de la soja”, el ex gobernador de Mato Grosso
Blairo Maggi, para enseñarle a los cubanos a producir la oleaginosa con
mejor calidad (8).

Tampoco el ex sindicalista de San Pablo se privó de aconsejar –no sin una
dosis de paternalismo- al presidente venezolano: “Maduro debería intentar
disminuir el debate político para dedicarse enteramente a gobernar,
establecer una política de coalición, construir un programa mínimo y
disminuir la tensión” (9).

El consenso neodesarrollista

En todas partes, las izquierdas en el poder han combinado una ampliación de
las fronteras extractivas con un despliegue de políticas sociales en el
marco de un cierto consenso desarrollista. Ello ha habilitado una serie de
conflictos ambientales (en Argentina, Perú, Ecuador, Brasil y Bolivia) y
numerosos debates acerca de la reprimarización de las economías, la
creciente influencia china, las infraestructuras y explotaciones en áreas
protegidas (como el caso del TIPNIS en Bolivia y de Yasuní en Ecuador) y los
problemas del extractivismo en la propia integración regional (10). En el
caso argentino, brasileño y paraguayo se suma al debate la sojización, que
desde hace años ha transformado profundamente la producción agraria y la
vida rural, precisamente impulsada por la demanda asiática.

Pero este imaginario desarrollista no opera sólo en las grandes economías
regionales. Rafael Correa viene de inaugurar, con lágrimas en los ojos, la
Ciudad del Conocimiento Yachay (11). Concebida en su inicio con apoyo
surcoreano, esta “ciudad” busca fomentar la economía del talento en estrecha
alianza con varias empresas y centros de investigación del exterior. Evo
Morales, con la misma emoción –junto al vicepresidente Alvaro García Linera,
que tampoco ocultó sus lágrimas- siguió desde China el lanzamiento del
satélite boliviano Túpac Katari (TKSAT-1), en el que el Estado invirtió 300
millones de dólares; en una reciente entrevista nombró tres veces a Corea
del Sur, a la que se mira con interés en Bolivia y Ecuador.

Frente a estas ilusiones desarrollistas, han surgido algunos discursos
impugnadores con un peso político relativo. Una parte de ellos refiere a los
conflictos socioambientales realmente existentes y busca deconstruir un
“Consenso de los Commodities” que habría reemplazado al de Consenso
Washington de los años 90 (12). Otra parte, no siempre en relación directa
con la primera, enarbola el discurso del “buen vivir”, supuestamente
vinculado a las cosmovisiones indígenas, pero que debido a su carácter
demasiado genérico y “filosófico” carece de apoyo social significativo
frente a la integración vía el consumo que predomina desde Brasil hasta
Bolivia y genera la base social de los gobiernos progresistas.

Pero la duda de fondo es si estos países podrán superar la actual
dependencia de las materias primas.

¿Progresistas o populares?

En el terreno ético-moral, los nuevos gobiernos se enfrentan a otra tensión:
a menudo son más populares (y antiliberales) que progresistas. Si en
Argentina el kirchnerismo mantiene su oposición a discutir el aborto pero
avanzó de manera inédita en los derechos de las diversidades sexuales, en el
resto de la región las izquierdas en el poder se mostraron más cautelosas en
la ampliación de los derechos civiles a las diversidades sexuales.

Un ejemplo es Rafael Correa. Aunque en diciembre de 2013 se reunión con
colectivos LGBIT, en la primera cita con un mandatario ecuatoriano con ese
sector, poco despué lanzó un virulento alegato contra los “excesos de la
ideología de género”.  “De repente –dijo Correa- hay unos excesos, unos
fundamentalismos en los que se proponen cosas absurdas. Ya no es igualdad de
derechos, sino igualdad en todos los aspectos, que los hombres parezcan
mujeres y las mujeres hombres. ¡Ya basta!” (13). Fiel a su adhesión al
catolicismo, amenazó con renunciar si proseguía la discusión sobre el aborto
en su propio partido, donde varios dirigentes defienden la despenalización.
A pesar de esto, desde fines de 2012 se promueve como política de Estado la
píldora del día después en los hospitales públicos (14), dejando ver que
todos estos procesos no se resumen solamente en las declaraciones de los
líderes.

En Bolivia, Evo Morales llamó a silencio a los ministros y ministras que
apoyaron la apertura del debate sobre la interrupción del embarazo. Y más
recientemente, el Parlamento aprobó un nuevo Código del Niño y la Niña que
establece que la vida comienza desde la concepción. Aunque en casos de
violación se puede solicitar a la justicia una interrupción del embarazo, el
Código introduce un nuevo candado para discutir el tema. En cuanto a
diversidad sexual, aunque se ha creado una Unidad de Despatriarcalización
dependiente del Viceministerio de Descolonización, los avances han sido muy
moderados. Sin duda, como decía una de las marchas del orgullo gay de los
2000, “Bolivia es más diversa de lo que te contaron”, es decir, la
diversidad no se agota en lo étnico-cultural. Pero el Código de Familias en
proceso de modificación sigue estableciendo para matrimonios e incluso
uniones de hecho el requisito de que los mismos sean entre un hombre y una
mujer.

En el caso ecuatoriano, la nueva Constitución sí avala las uniones civiles:
el artículo 68 reconoce “la unión estable y monogámica entre dos personas”
sin especificar el sexo (15).

En Argentina, la ley de matrimonio igualitario y la de identidad de género,
que permite cambiar de género en el documento de identidad con sólo
presentarse en el registro civil, se ubican entre las normas más avanzadas
del mundo en términos de reconocimientos de derechos. Significativamente, en
lugar de quitarle votos al gobierno, esas decisiones dieron lugar a spots de
campaña electoral. También el matrimonio igualitario se aprobó en Uruguay y
en Brasil (pero por decisión judicial, no política).

Todo  ello remite no obstante a la capacidad de movilización social: en
muchos países es mucho más fuerte la convocatoria de los grupos católicos y
evangélicos que la de los LGBTI (el tema de la expansión evangélica entre
los sectores populares sigue siendo poco abordada por las izquierdas). Y a
menudo las propias organizaciones LGBTI se encuentran divididas, actúan de
manera autorreferencial –con fuertes divisiones faccionales- y la consigna
de la lucha por el matrimonio igualitario genera divisiones internas, todo
lo cual contribuye a fortalecer a las tendencias conservadoras al interior
de los gobiernos (16).

Presente y futuro

Con luces y sombras, América Latina cambió en muchos sentidos, y las
izquierdas contribuyeron a ello. Hoy, con la experiencia venezolana en
crisis y sin capacidad de liderazgo regional, las supuestas “dos izquierdas”
parecen converger en una: con tonalidades más lulistas, como ha observado
Franklin Ramírez. De esto modo, se apuesta a un modelo de crecimiento,
regulaciones de los mercados y distribución (entre la inclusión y la
ciudadanía asistida según los casos) (17) /cambié el lugar de la nota/. El
pos-neoliberalismo tiende a uniformizarse en una vía menos antisistémica,
con más o menos profundidad de acuerdo a las reformas estructurales que cada
gobierno ha efectuado: por ejemplo Ecuador y Uruguay avanzaron en reformas
impositivas ausentes en Argentina. Los acuerdos de Evo Morales con la
burguesía de Santa Cruz pueden incluirse en esta tendencia. Y en cualquier
caso, esta deriva lulista reduce los experimentos económicos
“poscapitalistas” a un espacio marginal.

El hecho de que las nuevas derechas no tengan abiertamente en su agenda
propuestas reprivatizadoras y a veces incluso compitan con los gobiernos
progresistas por las propuestas de mayor inclusión, más allá de la
sinceridad con la que eso se exprese, da cuenta de un clima de época, que
presenta nuevos escenarios y dificultades. Para las izquierdas
nacional-populares, la posibilidad de derrota electoral está fuera de su
horizonte. El problema para los partidos que se consideran la expresión
indiscutida de la sustancia del pueblo es que “no pueden” perder, y ni
siquiera pensar en abandonar transitoriamente el poder sin leer el retroceso
como una contrarrevolución. En ese marco, cualquier  medida institucional
para asegurar la alternancia en el poder parece menor frente a las
necesidades del pueblo o de la revolución. Pero como las actuales
revoluciones (“ciudadana” en Ecuador, “bolivariana” en Venezuela,
“democrática y cultural” en Bolivia) fueron habilitadas por triunfos
electorales, también los electores podrían quitarles el respaldo. Todo ello
obliga a forzar reelecciones indefinidas. El propio Correa, después del
traspié en las recientes elecciones locales, se mostró dispuesto a rever su
decisión de no buscar otra reelección, aunque buena parte de la cúpula de
Alianza País se ha pronunciado en contra. En el caso de los gobiernos más
reformistas, se buscó resolver la continuidad con mayor institucionalidad en
los partidos y con reelecciones no consecutivas: Bachelet ya retornó al
poder, Tabaré espera su turno y Lula funciona como reserva frente a
cualquier traspié de Dilma y como posible candidato a futuro. Todo esto
demuestra que incluso en las izquierdas partidarias más institucionalizadas
no hay un nítido proceso de recambio de elites y que el peso de los líderes
es enorme: para decirlo en pocas palabras, más lulismo que petismo.

En cualquier caso, las izquierdas enfrentan hoy el desafío de pensar nuevas
agendas para profundizar los cambios: la referencia a la larga noche
neoliberal resulta cada vez menos eficaz en la medida en que las
generaciones más jóvenes no la vivieron y las otras comenzaron a olvidarla y
a plantear demandas vinculadas a los nuevos problemas. Brasil vive
precisamente esas tensiones, con un PT más estatalizado y anquilosado y una
nueva generación que plantea nuevas reivindicaciones en relación al espacio
público, la educación, el ambiente, el transporte o los gastos de la Copa
del Mundo, en medio de una desaceleración de la economía. En Bolivia, los
nuevos sectores incluidos en el consumo pronto serán indígenas de una
naturaleza diferente a los antiguos excluidos por el capital étnico de la
blanquitud de la piel. El caso uruguayo merece aún más análisis, con su
combinación de audaces medidas societales (legalización del aborto y de la
marihuana) y políticas económicas más bien convencionales y pro-inversión
extranjera.

En síntesis: a diferencia de los primeros años, donde la oposición era
fácilmente asimilable al ancien régime neoliberal, hoy el destino de las
izquierdas se juega en su creatividad, su apertura a las nuevas formas de
hacer política y su capacidad para mantener la estabilidad y el crecimiento.
Y no menos importante, en su habilidad para evitar que la bandera del cambio
les sea arrebatada por una derecha posmoderna con nuevas caras, discursos
renovados y candidatos más jóvenes y más entrenados para desplegar sus
campañas en los escenarios pos-neoliberales pavimentados por las propias
izquierdas.

Notas

1) William Neuman, “Turnabout in Bolivia as Economy Rises From Instability”,
New York Times, 16/2/2014.

2) Rubén Guillemí, “Bolivia da la nota: ya es uno de los países más pujantes
de la región”, La Nación, 13/4/2014

3) http://www.economiayfinanzas.gob.bo/index.php?opcion=com_media
<http://www.economiayfinanzas.gob.bo/index.php?opcion=com_media&ver=video&id
_item=100&categoria=31&idcm=761>
&ver=video&id_item=100&categoria=31&idcm=761

4) José Fernández Vega, “El monstruo amable Nuevas visiones sobre la derecha
y la izquierda”, Nueva Sociedad, Nº 244, marzo-abril de 2013.

5) Las reservas internacionales ya superan el 50% del PBI.

6) Ver: Nicolás Comini y Alejandro Frenkel: “Una Unasur de baja intensidad.
Modelos en pugna y desaceleración del proceso”, Nueva Sociedad, Nº 250,
marzo-abril, 2014.

7) “Necesitamos reducir el papel del Estado en la sociedad, y no soy del Tea
Party por decir eso”, señaló hace poco un ex diplomático, y aun consejero
del gobierno.

8) Juan Arias, “El sueño secreto de Lula con Cuba”, El País, 6/3/2014.

9) El Universal, Caracas, 8/4/2014.

10) Eduardo “Izquierda y progresismo: Dos actitudes ante el mundo Gudynas”,
El Desacuerdo, La Paz, 17/4/2014.

11) Soraya Constante, “Ecuador inaugura su ‘Silicon Valley’”, El País,
6/4/2014

12) Maristella Svampa, «Consenso de los Commodities» y lenguajes de
valoración en América Latina”, Nueva Sociedad, Nº 244, marzo-abril de 2013.

13) Noticias eclesiales, 11/1/2014.
http://www.eclesiales.org/noticia.php?id=002097

14) “Ministerio de Salud de Ecuador entregará la pastilla del día después de
forma gratuita”, El Universo, Quito, 26/3/2013

15) “Doce parejas homosexuales legalizaron su unión de hecho en Ecuador”,
Sentido G, 2/7/2010.

16) Sobre las estrategias en la lucha de las organizaciones LGBT y las
tensiones al interior de los movimientos, ver: Bruno Bimbi, Matrimonio
igualitario, Planeta, Buenos Aires, 2010.

17) Franklin Ramírez, “La confluencia post-neoliberal”, mimeo, 2014.

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