México/ Ayotzinapa, la cantera de los profesores rebeldes [Juan Diego Quesada]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Oct 9 13:31:32 UYST 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 9 de octubre 2014

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México

Ayotzinapa, la  cantera de los profesores rebeldes

Los estudiantes de magisterio de Guerrero, como las víctimas de Iguala,
tienen una tradición contestataria y de lucha social en un estado pobre y
campesino

Juan Diego Quesada,  Ayotzinapa, 8-10-2014

El País, Madrid, 8-10-2014

http://internacional.elpais.com/

Los estudiantes que pretenden ingresar en la escuela de magisterio de
Ayotzinapa tienen que aprobar un examen y someterse a una evaluación
económica familiar. En el expediente de acceso del alumno Bernardo Flores,
hijo de un campesino, constaron dos propiedades: una casa de adobe con techo
de lámina y una yegua vieja. El chico cumplió el requisito de pobreza y las
ganas de ser profesor en una de las comunidades rurales desperdigadas por
las montañas lo convirtieron en un alumno ejemplar. El Cochi, como le
apodan, está desaparecido junto a otros 42 estudiantes desde que hace 12
días fueran secuestrados por la policía municipal de Iguala, un cuerpo
controlado por el crimen organizado mexicano.

La escuela de Ayotzinapa se encuentra a un lado de una carretera secundaria,
a tres horas de la Ciudad de México. Los estudiantes, provenientes en su
mayoría de familias que cultivan maíz y frijol, estudian y duermen en
habitaciones compartidas. Las decisiones de régimen interno se toman en
asambleas donde se vota a mano alzada y predomina el lenguaje
revolucionario. En los murales de los pasillos se reivindica la lucha obrera
y campesina. “Cuna de la conciencia social”, reza un cartel en la entrada.
La situación de pobreza, violencia y corrupción política del Estado de
Guerrero, en el suroeste de México, es el caldo de cultivo ideal para crear
generaciones de jóvenes muy ideologizados que rechazan el sistema.

El viernes 26 de septiembre, unos 100 normalistas [estudiantes de
magisterio] de primer y segundo año partieron en dos autobuses rumbo a
Iguala, a poco más de 100 kilómetros en carretera. Los estudiantes tienen
por costumbre apropiarse de autobuses y conductores para que estos los
trasladen a su antojo. “Tenemos la potestad de poner esos vehículos al
servicio del pueblo”, dice un integrante del comité dirigente de la escuela.
Ese día fueron a la estación de Iguala para hacerse con tres autobuses más y
en cuanto enfilaron la carretera que debía sacarlos de la ciudad fueron
interceptados por la policía municipal. Los estudiantes del camión que iba a
la cabeza bajaron para pedirles a los agentes que despejaran el camino y los
dejaran ir en paz. “Entre varios intentamos mover el coche de policía que
plantaron allí y fue cuando nos chingaron”, relata uno de los estudiantes
presentes. Los agentes abrieron fuego en ese momento matando a dos e
hiriendo en la cabeza a un tercero. Más de 40 fueron detenidos —como el caso
de El Cochi— y otros tantos lograron huir por los cerros. La purga no había
hecho más que empezar.

Un chico rapado, señal de que es de primer año, fue testigo del primer
balazo a sangre fría de los policías: “Le dispararon a un compañero a muy
poca distancia. La bala le entró por la mandíbula. Se le hinchó toda la
cara. Estaba irreconocible. Siguieron soltando cartucho y tuvimos que huir
como pudimos. Nos rodeaban con camionetas, policías y también vi gente de
civil”. Parte de la noche la pasó oculto en la casa de una mujer que le dio
cobijo y, al alba, se presentó con otros compañeros en comisaría para
reclamar a los que se habían llevado. “Cállate, cabrón. No estés de
preguntón”, le soltó un agente cuando insistió. José, como ha pedido que se
le llame, fue después al servicio médico forense para reconocer a uno de los
fallecidos. El cadáver del alumno estaba sin cara: le habían arrancado la
piel con un cúter y le habían sacado los ojos.

El domingo por la tarde, los familiares de los desaparecidos, hombres en
alpargatas y mujeres con niños en el regazo, decidieron en una asamblea
movilizarse ante “la pasividad de los políticos”. “Tienen que devolverlos
vivos”, conviene uno. “La culpa es del gobernador de Guerrero”, añade otro.
“Hay que dar un golpe de Estado”, agrega un tercero. Están convencidos de
que los 28 cadáveres encontrados en un cerro de Iguala por las autoridades
—tras la confesión de un policía— no son los de sus hijos. Unos antropólogos
argentinos trabajan en la identificación de los cuerpos junto a los forenses
mexicanos.

El historial de lucha de los alumnos de Ayotzinapa es extenso. En diciembre
de 2011 fueron asesinados dos alumnos que protestaban en una carretera. Dos
inmensos retratos de sus caras —mártires de la lucha social— ocupan una de
las fachadas principales de la escuela. Esta escuela ha sido a veces un
semillero de guerrilleros, fiel a la tradición regional de levantarse en
armas. Unos metros más allá de los retratos, un altar con un Cristo y un San
Judas Tadeo vela por los desaparecidos.

El padre de El Cochi, al enterarse de que había desaparecido su hijo, dejó a
un lado la azada y viajó desde su comunidad cinco horas hasta llegar a la
escuela. En un informe de la fiscalía consta que el carné electoral del
estudiante fue encontrado manchado de sangre en el suelo de uno de los
autobuses tiroteado. Nadie se lo ha devuelto y nadie parece saber dónde está
esa prueba. El agricultor dice tener el presentimiento de que su hijo está
vivo. Se lo imagina pasando hambre y miedo en un cuartucho donde los
secuestradores lo tienen escondido. Pero vivo al fin y al cabo. Quiere
corroborarlo con los demás: “¿Usted también cree que está bien?”

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