Uruguay/ el infierno de las "colonias psiquiátricas" [Redacción - Paula Barquetos - Testimonios]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Abr 5 13:12:20 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 5 de abril 2015

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A l’encontre – La Breche

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Uruguay

El infierno de las “colonias psiquiátricas”

Para el progresismo, la instalación del Sistema Nacional Integrado de Salud
(SNIS) durante el primer mandato de Tabaré Vázquez (2000-2005), ha sido uno
de los “principales logros programáticos”. Más todavía. En cierta ocasión,
el ex ministro Daniel Olesker (Partido Socialista), llegó a calificar la
“reforma de la salud” como una medida de “carácter estructural” y
“proto-socialista”. Una estafa más. Aunque no para las  Instituciones de
Asistencia Médico Colectivas (IAMC), entidades “sin fines de lucro que
brindan servicios integrales de salud”. O sea, las empresas médicas privadas
que, además de sus propios negocios en el “mercado de la salud”, se
benefician de una millonaria subvención del Estado por vía del SNIS.

Mientras tanto, los centros de Salud Pública y el Hospital de Clínicas
(Universidad de la República) están en pleno colapso. Allí se atiende la
población “más carenciada”. Es decir, la más precarizada y empobrecida.
Faltan medicamentos, camas, camillas, enfermeros, médicos, ambulancias. La
mugre se amontona en baños y corredores. Los alimentos se descomponen en
depósitos malolientes. El destrato a pacientes y familiares es moneda
corriente. Aunque son las “colonias psiquiátricas” quienes padecen con mayor
gravedad las consecuencias de una crisis sanitaria imposible de esconder.

Martes 27 de marzo. Un paciente septuagenario es atacado por una jauría de
perros salvajes en la cocina de la Colonia Etchepare (departamento de San
José). Murió en la madrugada del sábado 28. Casi al mismo tiempo otros dos
internados, un hombre y una mujer, eran atacados por otro grupo de perros.
Según funcionarios y familiares, los animales “controlan” diversas áreas y
se mueven con total libertad adentro de la Colonia Etchepare. La mayor parte
de los enfermos padece minusvalías y eso los hace un “blanco fácil” de los
animales. Los directores de la Colonia y otros funcionarios se trasladan en
auto para evitar ser mordidos.

La Colonia Etchepare tiene unos 450 internos con patologías psiquiátricas de
distinto tipo. Frente a ese establecimiento se encuentra la Colonia Santín
Carlos Rossi, también “especializada en salud mental”; allí hay unos 350
pacientes. Ambos centros están instalados sobre predios de unas 50 hectáreas
con intransitable forestación que cubre casi todo el terreno. Desde hace una
año una cuadrilla militar se ocupa de limpiar el monte. En diferentes
ocasiones se hallaron cadáveres de pacientes. Ningún funcionario había
notado su ausencia.

Tras conocerse la muerte del paciente de 70 años (que llevaba muchos años
internado) y la situación de abandono de otros, la jueza penal Viviana
Granese, intimó a las autoridades de ASSE (Administración de los Servicios
de Salud del Estado) “retirar todos los perros de las colonias”, y
“trasladar a los pacientes de ciertos pabellones", porque “se encuentran en
grave estado de vulnerabilidad, en el entendido de que se encuentran
gravemente afectados y desprotegidos sus derechos humanos fundamentales,
como ser: su vida, su integridad física, su salud, su higiene y su bienestar
in totum". Lamentablemente, habrá que esperar. Falta infraestructura, dicen
los burócratas progresistas. El calvario de los “enfermos mentales” y sus
familias continuará como si nada hubiese ocurrido. La nota y los testimonios
que siguen, dan cuenta del infierno que son las “colonias psiquiátricas”
bajo la “reforma proto-socialista” del Frente Amplio, (Redacción de
Correspondencia de Prensa)

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Vivir en una Colonia Psiquiátrica

Vidas rotas dentro de la Etchepare

Paula Barquetos

El País, Montevideo, 5-4-2015

http://www.elpais.com.uy/

Tres mujeres llegan a la Colonia Etchepare el viernes 3 de mañana. El portón
está abierto. Recibe a las visitas un guardia. "¿A quién quieren ver?",
pregunta. "A Lourdes Etelvina Espiga", responde Delia Almeida, una de las
tres mujeres, que es su madre.

El hombre no entiende bien el nombre pero no le importa. "¿A qué pabellón
quieren ir?", continúa. "Al 26", contesta ella, y le extiende su cédula de
identidad. Las otras dos mujeres hacen lo mismo pero el guardia dice que
"con una sola alcanza".

Una calle interna con jardines a los costados conduce a los pabellones.
Algunos efectivos militares están cortando el pasto. A un lado aparece una
casa con un cartel de Antel.

Del otro, otra construcción vieja donde ha estacionado una ambulancia. El
primer pabellón al que se llega, después de haber caminado unos 100 metros,
es el 26. En el frente hay algunos internos apoyados sobre la pared o
sentados en el zócalo. Rossana, de camisón y chancletas pero con la cartera
puesta, da una bienvenida efusiva, con abrazo y beso. Otras residentes del
pabellón se apuran para conversar con las visitantes. En eso aparece
Etelvina, como le llama su mamá. Camina como si le costara pisar el suelo,
dando pequeños saltos.

Para ir al patio y sentarse a conversar hay que atravesar el comedor. Allí
una mujer está tirada en el piso, agarrada de un banco con una mano, como
queriendo levantarse pero sin hacer movimientos. Otros toman mate y miran la
televisión. Alguien se orinó encima y dejó un charco en el piso. Una
enfermera pregunta quiénes son las visitantes y se conforma con la respuesta
"familiares y amigas".

Afuera, el sol está fuerte pero corre aire. Etelvina y sus visitantes buscan
sombra debajo de una malla negra. El patio luce casi nuevo. Hay mesas y
bancos de ladrillo y hormigón, todos pintados de blanco, y también un
parrillero sin estrenar. El 26 es uno de los cuatro pabellones que ASSE
logró refaccionar en los últimos años. Allí duermen 40 mujeres. En total son
15 los pabellones en uso, pero el fallo judicial que se precipitó por la
muerte de un paciente determinó el cierre de tres pabellones por las malas
condiciones edilicias y "vulneración de los derechos humanos" de los allí
residentes (ver aparte) .

Cuando se sienta y ve a su mamá frente a frente, Etelvina se vuelve a poner
de pie, se acerca a ella y en silencio, en un gesto de amor, le acomoda el
pelo por unos segundos. Se lo corre para atrás de los hombros, se lo
acaricia e intenta alisarlo. Delia no dice nada, permanece seria.

Hace poco más de un año que Etelvina, de 32 años, entró a la Colonia
Etchepare. Cuenta su mamá que fue un martes de Carnaval en el que su hija
había ido a buscar bizcochos para el mate como todas las mañanas. En la
panadería la interceptó un policía y le dijo que tenía orden de un juez de
llevársela. Y se la llevó.

Durante los primeros tres meses Delia no pudo ir a visitarla porque no tenía
dinero para viajar desde Nueva Palmira, donde vive, a San José, donde
internaron a su hija. Hace 20 años cantaba y tocaba la guitarra en shows
callejeros y ferias, pero luego enviudó y todo se complicó. Ahora se gana la
vida lavando ropa ajena, aunque a veces tiene muy pocos pedidos.

Cuando por fin juntó los pesos y la vio en la colonia por primera vez, se
sentaron en un banco como en el que conversan ahora, Etelvina se le acurrucó
en la falda y ambas lloraron por un rato largo.

Pimienta blanca

La vida de Etelvina contada por su madre es una tragedia que empieza a sus
nueve años de edad. Un día, al salir de la escuela con moña, cartera y todo,
la secuestró un hombre joven. La tuvo 17 días encadenada en un garaje.
Cuando la encontraron no contó nada, pero unos años después reveló que esta
persona la había violado varias veces. Después de ese episodio Etelvina no
volvió a ser la niña de conducta y rendimiento perfectos que era. Dejó la
escuela y también dejó de dormir en su casa.

En cambio, siguió viendo a ese hombre que, según su madre, "le arruinó la
vida para siempre". Andaba en bandita con él y otros amigos, se drogaba y
llegaron incluso a copar la casa de Delia, que tuvo que denunciarlos a la
Policía.

A los 18 años nació el primer hijo de ambos. Cuatro años después quedó
embarazada otra vez, pero él estaba seguro de que no era suyo, entonces le
pegó duro y la revoleó contra el piso. Etelvina estuvo en CTI, casi se muere
pero se salvó, y la niña que llevaba en el vientre también.

La historia solo empeora porque en un momento a Etelvina se le despertó una
esquizofrenia. Salía a caminar de noche sola y con frecuencia dormía en las
calles del centro de Nueva Palmira. A veces Delia salía a buscarla por ahí
con esperanzas de rescatarla. Dice que el padre de sus nietos se abusaba de
la debilidad de Etelvina y la obligaba a vender pasta base haciéndole creer
que era pimienta blanca. Dice, también, que ese hombre al que llama
"psicópata" (pero que hoy tiene la tenencia de los niños) estuvo preso más
de una vez.

Etelvina empezó a frecuentar el hospital. Tenía internaciones cortas, de dos
o tres días, y le daban el alta después de compensarla. Hasta que un día un
juez entendió que la solución era la internación permanente. "Me dijeron que
es una enfermedad que no tiene cura. Entonces, ¿para qué la tienen
encerrada?", se pregunta esta señora de 70 años con una mezcla de ingenuidad
y sentido común.

Delia intenta visitarla los lunes porque es el día que va el psiquiatra
tratante pero, aun así, no tiene información sobre el avance o retroceso de
la enfermedad. A veces hace el esfuerzo de ir un lunes y le dicen que el
médico faltó.

Lo que sí ve es que a su hija se le empezó a hinchar la panza. Nunca nadie
del personal de la Etchepare le informó nada, pero ella sospecha está segura
que su niña, la menor de siete, está embarazada y que es fruto de una
violación. A diferencia de otras pacientes, ella no tiene novio ahí adentro.
Y no salió ni una vez de la colonia desde que la ingresaron.

El embarazo es evidente, pero Etelvina no parece verlo. Dice que como
engordó tuvieron que darle ropa nueva. Cuenta que hace un tiempo le duele
"la boca del estómago" y por eso se saltea algunas comidas. Rossana, la que
anda de camisón y cartera, en un arranque de astucia le dice a su amiga
Etelvina que se le metió un bicho por adentro de la camisa holgada y así
logra levantársela. Por unos segundos, la innegable panza de embarazo queda
a la vista. Parece de cinco o seis meses.

Cuenta Etelvina que hace un tiempo los internos del pabellón 29 donde hay
"gente brava y violadores" entraron al dormitorio del 26 y "violaron
gurisas". "A mí no me pasó nada, me salvé. No me tocaron", asegura Etelvina
a El País. "Pero a Albita sí, se la llevaron al campo". Albita, que está a
su lado haciendo como que le cambia los pañales a un bebé de plástico, tiene
una parálisis facial severa pero se hace entender: "Me taparon la boca. Me
bajaron la bombacha".

Ahora Delia, impulsada por una vecina que la aconseja, planea pedirle a uno
de sus hijos, que vive en Argentina pero está de paso en Uruguay, que vaya a
la colonia y que exija saber si Etelvina está embarazada. Por ahora no le da
el alma para pensar en la criatura.

Yo soy libre

"Me quiero ir. Extraño a los gurises. Quiero estar con mi familia. No quiero
que ellos vengan porque acá hay mucho degenerado. Ese comentario de que yo
ando con drogas es mentira, no me gusta. El médico me dice andate cuando
quieras pero sola no puedo porque tengo una valija. ¿Qué pasa que no me
sueltan? Yo soy libre. ¿Por qué no me dan el alta? ¿Por qué, si viene mi
mamá, no me puede llevar? ¡Es mi madre!".

Etelvina está desesperada por hablar con el médico y concretar su salida de
la colonia. Cuenta que Margarita, una de sus hermanas, fue a verla y le dijo
que podría llevársela a su casa. Delia asiente con la cabeza dando por buena
la versión.

En la Etchepare solo come, duerme, toma mate y fuma. A veces sale a caminar
pero poco. La comida es buena pero es siempre la misma, dice. Asegura que
hay una enfermera que es "atrevida", que la "maltrata" y que le tira baldes
de agua para obligarla a bañarse.

"Sáquenme de acá. El médico me quiere dar una inyección para matarme. No sé
por qué me quiere matar, si yo no he hecho nada", dice Etelvina, e insiste:
"Me quiero ir, sáquenme de acá".

Embarazos, noviazgos, denuncias de abuso y fugas

Carlos Grecco tenía 72 años y estaba desde los 18 en la Colonia Etchepare.
Murió el miércoles 25 por las mordeduras que sufrió de una jauría de perros.
Otros dos pacientes resultaron heridos ese día. Esto tiene un único
antecedente en 2001, cuando también falleció un hombre en condiciones
similares. Lo que sí es frecuente son las fugas. Una funcionaria cuyo nombre
pidió preservar dijo a El País que el único control que se ejerce sobre los
pacientes consiste en contarlos cada algunas horas. La mayoría del tiempo se
los deja caminar por los campos de las colonias, que tienen un tejido
perimetral fácilmente evitable. "Ha pasado que se fugan y aparezcan muertos.
Se lleva un registro de las muertes, pero no lo conozco", afirmó. La
funcionaria dijo que es común que los pacientes se ennovien y tengan
relaciones sexuales durante el día, pero afirmó que de noche cada uno duerme
en su cama. Así es que hubo internas embarazadas. También hubo denuncias de
abuso sexual de parte de funcionarios a internas, aunque nunca se pudo
corroborar. El País intentó comunicarse con autoridades de ASSE pero desde
ese organismo dijeron que recién la semana que viene se habilitarán
entrevistas y recorridas.

Cambio del modelo asilar: cuestión de derechos

En 1984 se anunció la creación de un Plan de Salud Mental. Sus objetivos
eran la "potenciación del primer nivel de atención", la "creación y
desarrollo de unidades de salud mental en hospitales generales" y la
"inclusión de los nuevos modelos de asistencia", con la "voluntad de superar
el modelo asilar".

En 2012 se cumplieron 100 años de las colonias. Si bien hay voces a favor de
cerrarlas, aún no hay unanimidad entre autoridades y especialistas.

Para el psiquiatra Ricardo Acuña, que estudió la historia de la salud mental
en Uruguay, la gravedad de que no se haya concretado el cambio reside en los
derechos humanos de los pacientes. Acuña se pregunta: "¿Qué tanto se ha
afectado a los cerca de 1.000 residentes en todos estos años? ¿Cuántos de
ellos sufrieron un proceso regresivo provocado por la propia
institucionalización que profundiza los déficits de la patología? ¿Qué
habría pasado si hubieran sido sometidos a tratamientos de recuperación,
estímulo e inclusión social, como se hace en algunas partes del mundo con
programas especiales? ¿Cuánto pesa el estigma de la enfermedad mental?

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