Argentina/ Macri al gobierno, los dueños al poder [Juan Dal Maso y Fernando Rosso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Dic 2 12:49:26 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

2 de diciembre 2015

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germain5 en chasque.net

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Argentina

Macri al gobierno, los dueños al poder

Juan Dal Maso y Fernando Rosso

Ideas de Izquierda N° 26, Buenos Aires, diciembre 2015

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A pocos días de su triunfo en la segunda vuelta de la elección presidencial,
Mauricio Macri anunció un verdadero “plan de guerra” con medidas de ajuste
de las que solo se desconoce el ritmo, pero no la profundidad [1]. Para
llevar adelante esta hoja de ruta eligió un personal político acorde:
gerentes y CEO de multinacionales y de la “patria sojera” ocuparán sus
puestos en el nuevo gabinete a partir del 10 de diciembre.

En este artículo realizamos una primera lectura del giro copernicano que
significó el triunfo de la coalición Cambiemos (PRO-UCR-CC), cómo quedan
ubicadas las principales fuerzas políticas del país, la dirigencia sindical,
las características contradictorias del voto, y planteamos algunas hipótesis
estratégicas para el movimiento obrero y la izquierda [2].

El ajustador ajustado

El triunfo de la fórmula PRO-Cambiemos fue más ajustado de lo que –para
variar– preveían todas las encuestas. Esta situación de casi empate técnico
impone objetivamente condicionamientos al nuevo gobierno y Mauricio Macri no
encuentra un escenario fácil.

Cambiemos no cuenta con mayoría en ninguna de las dos cámaras del Congreso
nacional. El Frente Para la Victoria (FPV) es primera minoría en Diputados y
mayoría en el Senado. Scioli ganó, aunque ajustadamente, en la provincia de
Buenos Aires, donde en octubre resultó electa María Eugenia Vidal. El frente
de las gobernaciones aparece diversificado: doce provincias pertenecen al
FPV, cuatro al PJ no kirchnerista, tres a los radicales, dos al PRO y tres a
otras fuerzas políticas.

En Buenos Aires el panorama tampoco es simple para Vidal y Cambiemos. El
peronismo es primera minoría en ambas cámaras de la legislatura local y
mantuvo el poder en distritos importantes del conurbano (más allá de la
caída de varios “barones” históricos), entre ellos, los dos más grandes en
términos poblacionales: La Matanza y Lomas de Zamora, además de otros de
magnitud considerable como Florencio Varela, Merlo o Berazategui.

Este resultado nacional, en principio, objetivamente le “marca la cancha” a
Macri y pone de relieve distorsionadamente la relación de fuerzas más
general, y el importante componente de rechazo a un ajuste que concentró a
“la mitad menos uno” de la población que votó en su contra, básicamente por
el cariz que tomó la campaña del FPV en el último tramo.

¿Adelante radicales?

Casi inmediatamente después de la elección quedó en evidencia que Cambiemos
es una coalición, cuya heterogeneidad constituye un potencial frente
interno, sobre todo luego de un triunfo tan ajustado y una delicada
situación económica.

La renuncia a los honores tanto como a la “lucha” de Ernesto Sanz, el
arquitecto que logró que el radicalismo se subordine al PRO en la Convención
de la UCR en Gualeguaychú, fue la primera “mini crisis” adelantada de la
coalición. La segunda, aunque no tan estridente, fue el gusto a poco que
tuvo para los centenarios boina blanca el nombramiento de cuatro ministros
en áreas periféricas del nuevo gabinete. Las células dormidas del
radicalismo que luego del desastre de la Alianza no lograron construir
referentes competitivos a nivel nacional, pero que mantiene –y con esta
elección incrementó–, cierto poder territorial, son un potencial frente de
tormenta para la nueva conducción con amplios dotes manageriales, pero
dudosas condiciones para la conducción política.

A menos de una semana de la elección, la “yihadista” combatiente de su
imaginaria guerra santa por la república perdida, Elisa Carrió, deslizó
críticas sobre el nuevo gabinete. Comenzó livianita y denunció que el
empresario del juego y dirigente del Club Boca Juniors cercano a Mauricio
Macri, Daniel Angelici, ya estaba “apretando” jueces en Tribunales.

Lejos de la armonía del “nuevo equipo”, la coalición comienza un temprano
crujir al ritmo de la rosca de la vieja política y sus métodos.

Los sospechosos de siempre

Luego de una derrota histórica, el amplio universo peronista está en estado
de deliberación, bajo estricta observancia de los “buenos modales” que lo
caracterizan.

Si bien el peronismo enfrenta un escenario complejo, la recuperación que
tuvo el FPV –alcanzando casi un empate– luego de la derrota política de
octubre, permite suponer que la tendencia hoy no es a una desbandada y a un
salto en masa hacia el macrismo (más allá de los acuerdos y pactos de
“gobernabilidad”).

Cristina Fernández y Daniel Scioli pueden ser considerados “la madre y el
padre de la derrota” respectivamente, pero están entre los dirigentes con
peso nacional en el peronismo, y la votación obtenida por el FPV en segunda
vuelta es considerada por muchos analistas como un aval a varios aspectos de
los últimos 12 años de gobiernos kirchneristas.

Scioli, por su parte, consiguió el voto de casi un 50 % de la población y
dentro del peronismo se valora que este logro fue no solo contra Macri, sino
contra el “fuego amigo” disparado por el kirchnerismo durante gran parte de
la campaña (y en última instancia, durante los últimos años). También es una
realidad que hay una disputa con los nuevos renovadores “internos” (Juan
Manuel Urtubey de Salta, Maurice Closs de Misiones o Florencio Randazzo) y
“externos” (José Manuel de la Sota y el mismo Sergio Massa).

Uno de los que mostró de forma paradójica su poder de fuego en estas
elecciones y que siempre transitó las fronteras del peronismo más
rabiosamente opositor fue el cordobés De la Sota. Pese a que su tierra fue
arrasada por la “ola amarilla” y que habilitó a figuras secundarias de su
gobierno para que se sumaran a la gestión del PRO, quiere mantenerse en la
pelea por el peronismo.

Lo destacado es que todos se postulan para competir dentro del espacio
peronista que conserva una porción significativa de poder. En última
instancia, para decirlo metafóricamente: Macri sigue siendo “su límite”. No
por una cuestión de principios, sino básicamente porque Macri fue el límite
para casi el 50 % de la sociedad. Y un gran porcentaje que lo votó lo hizo
creyéndose la operación de que “Mauricio” ya no era “Macri” (un ajustador
serial), así como una parte de los votantes de Scioli creyó en su operación
demagógica y que “Daniel” ya no era “Scioli”.

El triunfo del PRO no actuó como una aspiradora hacia el peronismo, lo que
no quita que haya pactos y acuerdos de todo tipo y color, empezando por la
misma Cristina Fernández que le donó un ministro (Lino Barañao) a la nueva
administración y mandó a sus funcionarios a colaborar ordenadamente con la
transición.

Esa es la tendencia actual, pero como la derrota fue inédita (y el peronismo
perdió su bastión en la PBA) no pueden descartarse rupturas, quiebres y una
división en varias tendencias.

La columna invertebrada

La otra pata del poder real peronista, la burocracia sindical, también pasa
por momentos de realineamientos íntimamente relacionados con la
reconfiguración del peronismo “político”, combinados con sus propios
intereses.

Hugo Moyano fue quien subió algo sus acciones porque apostó, aunque no
abiertamente, por Mauricio Macri. La mayoría del resto de los dirigentes
sindicales se había jugado por Scioli y salieron derrotados. Aunque en los
primeros días posbalotaje, Macri se encargó se desairar a Moyano y demoró un
encuentro que habían anunciado. Pero más allá de sus internas, la realidad
es que mientras se prepara el ajuste más anunciado de la historia argentina,
y cuando el país burgués está exultante por el nuevo gobierno y delibera en
torno a su aplicación, la burocracia sindical mantiene el quietismo hacia el
gran público y negocia sus intereses de casta tras bambalinas.

La primera pulseada que tuvo repercusión fue por la presunta negativa del
movimiento sindical a aceptar a Jorge Lawson como ministro de Trabajo (un
hombre apoyado por la empresa Arcor), puesto que terminó ocupando el hijo de
un viejo colaboracionista de la dictadura militar y menemista fanático
(Jorge Triaca), que tuvo más consenso entre algunos dirigentes sindicales
burocráticos.

Sin embargo, más allá de la disputa política por la “silla eléctrica” que
representa la cartera de Trabajo en tiempos de ajuste, la verdadera
negociación pasa por otros ámbitos. Para Hugo Moyano, por la Secretaría de
Transporte, donde no pudo imponer en la cúpula un hombre propio que
garantice sus negocios y busca colocar a enviados fieles en las segundas
líneas. Y para el conjunto del aparato sindical, la querella se libra por la
Superintendencia de Servicios de Salud, el organismo que administra los
fondos de las Obras Sociales.

Cuando el ajuste todavía no pasó de la fase de los anuncios, la burocracia
sindical ya se desliza hacia la “estrategia” clásica que es parte de su
costumbre y que llevaron hasta el final durante el menemismo: frente a
tiempos adversos, privilegiar sus propios intereses materiales.

Los gremios estatales en general, y los de la provincia de Buenos Aires en
particular, están alertas ante la eventualidad de la falta de pago y en
ebullición por las negociaciones paritarias hacia el año que viene. En los
sindicatos docentes (donde existen varias seccionales dirigidas por la
izquierda y que inaugurarán junto a los bancarios la ronda de paritarias),
el alerta es generalizado. Sin embargo, tampoco aquí las conducciones están
a la cabeza de organizar seriamente la resistencia y denunciar el ajuste que
ya empezó.

Ideología y política

En el número anterior de Ideas de Izquierda analizamos las responsabilidades
del kirchnerismo en el triunfo político que había obtenido Macri en octubre
[3]. No obstante, la llegada por primera vez en la historia argentina de un
partido de derecha al gobierno por la vía electoral merece una reflexión
sobre el componente y las contradicciones ideológico-políticas de sus bases
sociales. Sobre la estructura e historia del “mundo PRO” se habla en otro
artículo de este número de IdZ [4].

El resultado del balotaje confirmó que hay una parte considerable de la
sociedad que de manera trasversal fue convencida de la “razón neoliberal”
(una derrota ideológica de alcance mundial). Es decir, que posee una especie
de “ética protestante” compuesta por valores del esfuerzo individual como
única vía para el “progreso”. Esta ideología no fue combatida realmente
durante los años kirchneristas (más allá del relato y las “batallas
culturales”), incluso en algunos aspectos fue reforzada (el consumismo, la
división de trabajadores y “pobres”). Es trasversal porque atraviesa a
fracciones de todas las clases sociales, y tiene una fuerte impronta también
en franjas de trabajadores, incluidos precarios, así como pequeños
cuentapropistas u otros sectores sociales subalternos.

En este aspecto, las lecturas facilistas que ven el triunfo de Macri como el
producto exclusivo de un “voto castigo” sin componentes ideológicos muestran
una llamativa superficialidad. Si bien es verdad, como hemos repetido en
muchas ocasiones, que el ascenso del macrismo es producto de los límites del
proyecto “nacional y popular”, el agotamiento del “modelo” económico y los
errores políticos, no se pueden negar los aspectos reaccionarios, políticos
e ideológicos que tiene el voto a una derecha, por más “moderna y nueva” que
se presente. Un componente que estaba también entre los apoyos a Scioli,
sobre todo antes de que virara 180 grados en su discurso de campaña.

No obstante esto, sería una parcialidad sostener que este punto de vista es
“hegemónico” en la sociedad argentina. Su propio límite se demuestra en la
“moderación” del discurso de Macri, corrido hacia el centro. Pero a la vez,
también existieron contradicciones en los apoyos que logró Scioli. El
carácter de demagogia desbocada “antiajuste” que el candidato del FPV llevó
adelante, sobre todo en la última etapa de la campaña (cuando la mayoría
decide su voto), implicó que una gran parte lo respaldara para rechazar a la
derecha y evitar el ajuste. El oficialismo hizo discursivamente la campaña
más “populista” de las realizadas por el kirchnerismo en los últimos
tiempos. Habló persistentemente contra el ajuste, contra el “mercado”, y
repitió hasta el cansancio la palabra “trabajadores” (cuando los sujetos del
kirchnerismo fueron siempre esa entelequia a la que llamaban “juventud” o
los “pobres”).

Los sectores sociales en los que se dividió la votación representaron grosso
modo una diversificación más “clasista” que en otras elecciones: el grueso
de los trabajadores y sectores populares votaron al FPV y las clases medias
y medias altas (la zona núcleo sojera) apoyó a Cambiemos. Esto no quiere
decir que no haya habido cruces: sectores medios, obreros o “pobres” que
votaron al PRO. O que en provincias como Córdoba u otras del interior del
país, el factor del “bonapartismo de caja” que aplicó a latigazos fiscales
el kirchnerismo, no haya influido en el rechazo al gobierno. Pero en sus
núcleos esenciales esa división se notó más en estas elecciones y se refleja
claramente si se observa cómo queda coloreado el mapa nacional.

La campaña “del miedo” (al ajuste) logró recuperar para el oficialismo una
parte considerable de los votos de Sergio Massa, y no dejó de ser a su
manera un reconocimiento de los ejes esenciales de la campaña de Nicolás del
Caño y el Frente Izquierda; con el detalle de que el candidato oficialista
depositó toda la responsabilidad de un eventual ajuste en Macri, ocultando
que con matices también era parte de su hoja de ruta.

Como elemento global, hay que tener en cuenta que el sistema de balotaje
genera por su propia naturaleza un apoyo relativamente ficticio a los
candidatos en pugna. Induce fuertemente a optar por alguna forma de “mal
menor”, trampa en la que cayeron incluso muchos de los votantes del FIT, por
lo cual el voto en blanco fue bajo. Sin embargo, esto a la vez implica que
el “apoyo” alcanzado tanto por Scioli como por Macri fue muy condicionado, y
estuvo marcado por el “rechazo a” antes que por el hecho de que el candidato
haya cautivado o enamorado con su propuesta.

¿Laboratorio Argentina? Hipótesis para un nuevo fin de ciclo

Por estos días proliferan los análisis que comparan el actual “fin de ciclo”
con otros momentos similares de la historia argentina. Desde el tercer
gobierno peronista que culmina en el plan conocido como “Rodrigazo”, hasta
el fin del gobierno de Raúl Alfonsín o la caída de la Alianza de Fernando de
la Rúa.

En el terreno económico, se reiteran problemas clásicos de un país
semicolonial (“restricción externa”, inflación, el reclamo empresario por la
“competitividad”, etc.).

Desde el punto de vista político y de la lucha de clases, hay una variedad
de elementos que constituyen la situación actual como sumamente original,
teniendo en cuenta los fuertes límites que tiene toda comparación.

Si tomamos en cuenta el grado de recomposición de la fuerza social de la
clase obrera, hay una gran diferencia con los ciclos anteriores
posdictadura, como el alfonsinista y el aliancista (continuidad del
menemismo): la clase trabajadora arribó a esos acontecimientos con derrotas
en su historia reciente. La debacle todavía “fresca” del genocidio y la
derrota de Malvinas, en un caso, y la división impuesta por la noche
neoliberal en el otro. La izquierda reflejaba más o menos mecánicamente ese
retroceso e  impasse del movimiento obrero, que además tenía un carácter
internacional.

En la actualidad, el grado de recomposición de la fuerza de la clase obrera
se emparenta mucho más con el de mediados de la década del ‘70 (aunque luego
del neoliberalismo existen serias divisiones y debilidades estructurales).
Pero si miramos desde el punto de vista de la lucha de clases, podríamos
remontarnos a mediados de los ‘60, antes del Cordobazo: múltiples
experiencias de lucha, desde tomas de fábricas hasta huelgas duras por
sector y algunas huelgas nacionales, potencial cambio de ubicación política
del movimiento estudiantil en la escena nacional, ubicación
“colaboracionista” de la burocracia sindical, aunque todavía bajos niveles
de “radicalización”. Y hasta un peronismo (al que el tiempo no le ha pasado
en vano), fuera del poder con una fracción que amenaza pasar a la
“resistencia”.

Como dato distintivo de estos tiempos, se presenta la emergencia y
consolidación de la izquierda “dura” tanto en los sindicatos (especialmente
el PTS), como desde 2013 en el escenario político nacional con el Frente de
Izquierda y de los Trabajadores. El FIT cuenta un bloque de cuatro diputados
naciones, legisladores provinciales y concejales en las provincias más
importantes del país.

Todos estos elementos, en el marco de la crisis económica internacional, en
un contexto de fin del ciclo del alza de los precios de las commodities que
afecta especialmente a América Latina. Estos factores, sumados al
surgimiento de un nuevo gobierno de derecha, constituyen una combinación
peculiar, que hace de la situación argentina un laboratorio potencial de la
protesta obrera, como en 2001 se habló del “laboratorio Argentina” respecto
de las luchas “populares” caracterizadas por el autonomismo. La posibilidad
de un nuevo ciclo de luchas obreras que tome la forma de un auge no puede
descartarse de ninguna manera, por el contrario, está en el genoma del nuevo
gobierno y sus medidas económicas en ciernes. En este contexto, la lucha por
desarrollar una práctica antiburocrática consecuente en los sindicatos para
retomar el camino del gran ensayo general de insurgencia obrera, que tuvo su
cenit en las Coordinadoras Interfabriles y las grandes acciones de masas de
mediados de los ‘70, cobrará nueva actualidad.

Los “tambores de guerra” que hace repicar la nueva coalición gobernante
encontrarán a esa fuerza social y a su expresión política de avanzada en la
resistencia que reabrirá un escenario más agudo de lucha de clases. Se
colocará nuevamente sobre el tapete una pregunta clásica y urgente, ¿quién
pagará la crisis? Nuestra apuesta y nuestro desafío es que esta vez la
paguen los capitalistas.

Notas

1. Ver en este mismo número: “La economía de la alegría” de Lucía Ortega y
Esteban Mercatante.

2. En La Izquierda Diario (izquierdadiario.com) hay una amplia cobertura de
la transición, así como diversos análisis sobre la derrota del kirchnerismo,
el nuevo gobierno, la situación económica y del movimiento obrero.

3. Fernando Rosso, Eduardo Castilla y Esteban Mercatante, “No tan distintos.
Balotaje y voto en blanco”, IdZ 25, noviembre 2015.

4. Ver este mismo número: “¿Por qué triunfó la rebelión de los CEO?” de
Paula Varela y Gastón Gutiérrez.

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