Argentina/ Macri: discurso poshegemónico y nuevo "cesarismo" [Fernando Rosso - Juan Dal Masso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Dic 12 12:59:19 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

12 de diciembre 2015

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germain5 en chasque.net

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Argentina

Mauricio Macri: discurso poshegemónico y nuevo “cesarismo”

Reflexiones preliminares sobre el significado de la nueva narrativa oficial.

Fernando Rosso y Juan Dal Maso

La Izquierda Diario, Buenos Aires, 12-12-2015

http://www.laizquierdadiario.com/

“La hegemonía no existe, ni nunca ha existido. Vivimos en tiempos
poshegemónicos y cínicos; nadie parece estar demasiado convencido por
ideologías que alguna vez parecieron fundamentales para asegurar el orden
social”.

Con esa frase inicia el investigador canadiense John Beasley-Murray el texto
de su libro Poshegemonía. Teoría política y América Latina, publicado en
2010 por la editorial Paidós.

Beasley-Murray parte de una versión “vulgarizada” de la teoría de la
hegemonía de Antonio Gramsci a la que identifica con el consenso, mientras
que propone una teoría de la “poshegemonía” basada en tres ideas: hábito,
afecto y multitud (concepto este último que reemplaza la noción de clase).

Dentro de estas coordenadas, estaríamos viviendo en tiempos en los que
existen formas de constitución de las subjetividades por parte de un poder
que se ejerce menos desde una ideología con base consensual que desde una
dominación “biopolítica”. Una dominación basada en el hecho de que el Estado
permea de manera creciente la vida cotidiana, mientras se verifica un
“declive de la sociedad civil”.

En este contexto, Beasley-Murray realiza una crítica bastante eficaz de la
teoría de Ernesto Laclau y señala que su concepción de la hegemonía y el
populismo en definitiva es una teoría de la eminencia del Estado respecto de
las clases subalternas y los movimientos sociales. Crítica que puede
aplicarse a su vez a la estadolatría que marcó tan a fuego los doce últimos
años de la vida política argentina.

Si bien el trabajo es de conjunto cuestionable desde muchos puntos de vista,
ofrece algunas claves para comprender el discurso descafeinado del flamante
presidente Mauricio Macri y más en general el tipo de relaciones
Estado-Sociedad, Dirigentes-Dirigidos, Gestores-Consumidores, que vocea el
nuevo gobierno. Una forma de esconder detrás de la opacidad de un discurso
“buena onda”, una guerra social del Capital contra el Trabajo.

Hegemonía débil y poshegemonía

El kirchnerismo fue, a su manera, “laclausiano”. Frente a una “multitud” que
se había expresado en 2001 (bloque social heterogéneo en un contexto de
retroceso y debilidad estructural de la clase obrera), buscó recomponer la
autoridad del Estado, al mismo tiempo que moldear un sujeto colectivo que a
medida que se retiraba de las calles se identificaba como el “pueblo”, en
los marcos del acceso al consumo y de un discurso que desde arriba se
proponía como supuesto articulador de las demandas insatisfechas.

Como señalábamos en otro lugar, a lo máximo que puede aspirar este tipo de
estrategia política es a una “hegemonía débil”. Manteniendo a la clase
trabajadora en una posición subalterna desde el punto de vista político e
instrumental desde el punto de vista social, chocó con sus propios límites
de clase y, paradoja del “populismo”, facilitó el camino al ascenso de la
“nueva derecha”.

El nuevo presidente sale a evangelizar con la Biblia opuesta: No hay que
confrontar, hay que dialogar, tenemos que unirnos todos, te lo digo a Vos.
Un discurso que hace de la “desideologización” la clave de su propia marca
ideológica.

Con mucha voluntad y haciendo mucha fuerza, puede descartarse en un 99,99%
que Macri sea lector de Beasley-Murray.

Sin embargo, podemos decir igualmente que su discurso tiene aristas
“poshegemónicas”: busca moldear desde el Estado la subjetividad de sus
gobernados de forma tal que abandonen crecientemente cualquier
identificación colectiva (no tan sólo como clase, sino que ni siquiera como
pueblo) y cualquier acción contenciosa o conflictual encarada
colectivamente. El sujeto de su discurso no es la clase ni el pueblo, ni la
multitud; es una suma de individuos, ante todo consumidores dedicados a la
vida privada, en una recomposición “no confrontativa” de los hábitos y de
los afectos.

Aquí entra en juego el último componente “poshegemónico” del discurso
macrista: el cinismo, o mejor dicho, la apuesta por el cinismo. Es decir, la
apuesta por que la continuidad del consumo o la promesa de que un horizonte
de consumo mayor para el futuro, permita sostener y justificar los ajustes
en tiempo presente.

Palabras, trincheras, decretos

Una de las cuestiones que empobrecen los análisis de la hegemonía como
reductible a mero consenso y por ende a la crítica "poshegemónica" que se
deriva de este tipo de lectura, es el desconocimiento de que la sociedad no
se sostiene por un discurso al que la gente simplemente presta apoyo (o no),
sino por un “sistema de trincheras” anclado en las relaciones sociales que
combinan consenso, coerción y coacción en una relación compleja entre Estado
y sociedad.

En este sentido, el pensamiento “poshegemónico” (de izquierda o de derecha)
tiene el problema de haberle creído a Laclau sin percatarse de su “picardía
peronista”: cantaba loas al giro lingüístico y a Lacan para hacer el
peronismo más digerible para los ambientes intelectuales europeos, pero
sabía que la única verdad (o por lo menos una parte muy importante de ella)
es la realidad de los aparatos y las fuerzas materiales: PJ, policía y
sindicatos estatalizados y totalitarios.

Ese es precisamente el límite para un discurso “poshegemónico” como el de
Macri, que persigue por otra parte, objetivos de un craso materialismo
vulgar: bajar significativamente el costo laboral (o sea los salarios) para
que la economía vuelva a ser competitiva. “Va a estar bueno” recomponer los
hábitos y los afectos con un 40% menos de sueldo en el bolsillo. Una predica
el amor mientras se apresta para la guerra.

En el marco político inmediato en el cual su éxito tuvo un gran componente
de “consenso negativo” (contra el kirchnerismo en general y el cristinismo
en particular) y además los vientos de la economía mundial “cambiaron” para
venirse de frente sobre el país y la región.

Por eso, Macri no sólo apela al cinismo del individuo consumidor sino que
practica el suyo propio.

Habla de consensos y acuerdos, pero se apresta a gobernar con uno de los
instrumentos preferidos del “populismo” saliente: los Decretos de Necesidad
y Urgencia. Esto es, sin convocar al Congreso. El republicanismo no demoró
un día en volverse “bonapartista” para intentar salir de la crisis con un
plan ajustador que no admite el mínimo riesgo del “juego democrático”. Ahí
el discurso “poshegemónico” se transforma en un cesarismo “blanco” de buenos
modales consensuales para la imagen de la videopolítica, pero de latigazos
por decreto para las cuestiones sustanciales.

Una vez más, Laboratorio Argentina

En resumen, si la hegemonía kirchnerista fue una “hegemonía débil”, la
“poshegemonía” del macrismo es un discurso vacío.

El camino recorrido de la crisis a la restauración se manifestó en el
discurso político ideológico con la construcción por el “populismo” de un
sujeto “pueblo” (juventud y “pobres”) cuya estrategia fue “desagregar” a la
clase obrera como posible eje de su propia hegemonía. El nuevo líder Macri
pretende llevar esto hasta el final y desagregar al “pueblo” para atomizarlo
en una suma de ciudadanos-consumidores. Del “proyecto” a la “revolución de
la alegría”, cuya garantía son los líderes mesiánicos. Lo que algunos ya no
dudan en llamar el “primer partido del siglo XXI” (PRO), junto al primer
movimiento restaurador de la pos-crisis (Kirchnerismo) -como separados al
nacer-, tienen en común la misma marca de fábrica de la democracia argentina
del siglo XX: la irresistible tentación bonapartista o la insoportable
levedad de la república. En la semicolonia argentina, las estructuras
supervivientes del siglo XX se ríen a carcajadas de las modas posmodernas
del siglo XXI.

¿Puede funcionar? No se puede descartar, depende de muchas cuestiones, pero
sobretodo de la sobrevida de la economía a golpes de nueva hipoteca gracias
al gobierno market-friendly. De hecho, está funcionando en la coyuntura en
amplios sectores de las capas medias e incluso de clase trabajadora, que
ponen expectativas en Macri contrapuestas entre sí y respecto de sus propios
intereses.

Sin embargo, que el discurso de Macri sea más “poshegemónico” que
“hegemónico” (como era el de Menem) es a su vez un cierto homenaje a una
relación de fuerzas sociales: no obstante sus divisiones y debilidades, a
pesar de estar pésimamente representada por la burocracia sindical, la clase
trabajadora argentina es una muralla contra la que no conviene chocar de
frente.

Este elemento es el que posiblemente termine de resolver las tensiones entre
el discurso “acuerdista” de Macri, sus objetivos políticos y económicos
ofensivos y los medios bonapartistas con que se propone lograrlos.

De este laberinto tan argentino, Macri quiere salir “por arriba”, pero corre
el riesgo de ascender y quedar a la deriva en la estratósfera. Cuando más
alta es la pena, más ruido puede hacer al caer.

La narrativa de manual de autoayuda “poshegemónico” combinada con los
métodos de cesarismo blanco; aplicados a la Argentina contenciosa, conforman
un experimento social a cielo abierto lleno de interrogantes inquietantes.
Las esquinas peligrosas de la historia pueden hacer que el “cambio” se
estrelle con la “continuidad” y como suele suceder en la arisca sociedad
argentina todos los planetas se alineen para que “parezca un accidente”.

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