Francia/ terrorismo fascista y peligro de islamofobia [Gennaro Carotenuto - Santiago Alba Rico]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ene 10 14:03:43 UYST 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 10 de enero 2015

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Francia

La matanza de Charlie Hebdo

Fascismos

Gennaro Carotenuto *

Brecha, Montevideo, 9-1-2015

http://brecha.com.uy/

Ahmed era el nombre del policía al que le dieron el tiro de gracia en la
calle los asesinos que asaltaron, en nombre del profeta Mahoma, el semanario
Charlie Hebdo este miércoles en París. Ahmed era musulmán, como sus
asesinos, como la mayoría de las víctimas en Siria y en Irak y como las
partisanas kurdas que resisten en Kobani a la ofensiva del Estado Islámico.
“Charb”, Stephane Charbonnier, el director del semanario, asesinado en
París, lo escribió hace poco en una nota: “los kurdos nos defienden a
todos”. Su muerte comprueba que ya no alcanza con los kurdos para defender a
París, Roma, Londres. Es necesario enfrentar al fascismo islámico no por el
petróleo o los intereses corporativos, sino por las mismas razones por las
cuales era necesario defender a la España republicana del fascismo en el
siglo pasado. También entonces los intereses, la duplicidad e ignominia de
las clases dirigentes europeas desempeñaron un papel decisivo para abandonar
a la II República y allanar el camino hacia la Segunda Guerra Mundial.
Entonces como ahora, con cinismo despiadado, se deja que el enemigo –y el
fascismo islámico al igual que cualquier otro fanatismo religioso es el
enemigo– resulte útil electoralmente para conservar el modelo económico sin
enfrentarlo realmente. La responsabilidad de las clases dirigentes
occidentales, que lucran con el complejo militar-industrial, es tan grave
ya, que hoy en París se combate realmente parte de esa tercera guerra
mundial evocada por Jorge Bergoglio después de que en Kobani, en Siria, se
abandonara a su suerte a las partisanas kurdas.

El acto terrorista del miércoles representa muchas cosas, entre ellas un
fragmento de una larga guerra civil en el Oriente Medio que salpica a París,
capital de un país donde ya viven casi 6 millones de musulmanes. Estamos así
en un contexto muy distinto al del 11 de setiembre de 2001. El odio, la
haine de la gran película de Mathieu Kassovitz del ya lejano 1995, escapa
hoy de los suburbios, de las cités, al centro de París, y testimonia otra
guerra civil incipiente, esta vez intraeuropea. Un proletariado local,
histórico y nuevo, lumpenizado por la agobiante crisis del modelo
neoliberal, combate contra los inmigrantes, a menudo ya ciudadanos. Acá
nacieron o acá llegaron, y se volvieron “indeseables”, o sujetos de
políticas de integración que siempre se quedaron cortas y que atestiguan ya
no un pasado colonial sino un presente y un futuro que la extrema derecha
parafascista quiere volver a declinar en un “sangre y suelo” constitutivo de
la ideología nazi. Es la extrema derecha que en Francia toma forma en el
Frente Nacional, proviene del colonialismo y de los torturadores de Argelia
y que hoy día, con Marine Le Pen, hija y heredera política de Jean Marie,
aspira a gobernar el país usando el miedo y el desprecio a los foráneos,
aunque se trate de nacidos en suelo francés. De ahí, de esos conflictos,
surgen y embarran la cancha los presuntos autores de la horrible masacre del
distrito XI de París, a pocos metros de la Plaza de la Bastilla, esa que
simboliza la entrada del mundo en la contemporaneidad. Nacieron en Francia,
en Europa, de familias de origen norafricano, acá se formaron y
–probablemente, sin por ello justificarlos– acá se sintieron excluidos y
encontraron en el yihadismo una ideología. A veces esta reacción es
presentada como una respuesta anticolonial. Pero la masacre de Charlie Hebdo
no puede ser encarada de esta forma, porque este periódico, como testimonia
su aislamiento y las críticas hasta el insulto que recibió el miércoles del
Financial Times –entre otros–, que lo trató de imbécil, no era parte del
coro que defiende la superioridad de Occidente sino el bufón o el niño que
revela que el rey está desnudo. La masacre manifiesta así otra forma de
fascismo que se explicita en el odio a la laicidad, al pensamiento crítico,
a la libertad de expresión, valores que también en Europa fueron postergados
durante los últimos 40 años de neoliberalismo.

Y lo peor es que esta forma de fascismo es útil a la extrema derecha, para
la cual todo musulmán es un potencial terrorista. Los terroristas de París
forman parte de fuerzas especiales, equipadas, entrenadas, veteranos
experimentados probablemente en Irak o Siria.

No se le escapa a nadie que es el sistema democrático el objeto de los
ataques en Europa. Pero tampoco se le escapa a nadie que el enemigo
islamista favorece un proyecto autoritario que –frente al quiebre económico
y ético del modelo neoliberal– utiliza la islamofobia y el racismo para
recortar libertades y derechos en un continuo estado de emergencia. El
terrorismo es la cara odiosa y visible de la guerra de supervivencia que se
combate en las periferias. El migrante, musulmán y no, es el enemigo al que
las clases dirigentes apuntan en el momento de la tala sistemática de los
derechos y los servicios sociales necesarios tanto para los locales como
para la plena integración de los migrantes. Las clases dominantes, que no
quieren volver a pagar, como hicieron en la posguerra frente a una izquierda
sólida, se valen del odio xenófobo para reducir o negar la atención en
salud, educación, derechos ciudadanos, que costó casi dos siglos de luchas
al movimiento obrero y que se están evaporando en unos pocos años. Y se
valen de los medios de comunicación para culpar y demonizar a los
inmigrantes, en particular a los musulmanes, señalándolos como un enemigo
externo.

Sin embargo, Europa, entendida como civilización y no como una entidad
económica, sólo tiene sentido si es capaz de garantizar las libertades y los
derechos de todos aquellos que la han elegido como su casa, sean de la
religión que fueren. Hoy a Francia se la somete a una falsa elección entre
el emir Al Baghdadi y la dureza racista de Marine Le Pen, como dos caras de
un mismo extremismo que la induzcan a seguir soportando el modelo. Una
opción alternativa existe, y es continuar apostando a la integración, a los
derechos para todos y todas, con respeto, con laicismo y progreso, y al
mismo tiempo repudiar el modelo económico que, pisoteando los derechos de
todos, contribuye a crear monstruos. 

* Corresponsal de Brecha en Roma. 

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Lo más peligroso es la islamofobia

Santiago Alba Rico 

Rebelión 

http://www.rebelion.org/

El atentado fascista en París contra la redacción del semanario Charlie
Hebdo, que ha arrebatado la vida a 12 personas, entre ellas a los cuatro
dibujantes Charb, Cabú, Wolinsky y Tignous, deja una doble o triple
sensación de horror, pues está agravada por una especie de eco amargo y
sucio y por una sombra de amenaza inminente y general. Está sin duda el
horror de la matanza misma por parte de unos asesinos que, con independencia
de sus móviles ideológicos, se han situado a sí mismos al margen de toda
ética común y por eso mismo fuera de todo marco religioso, en su sentido más
estricto y preciso.

Pero está también el horror de que sus víctimas se dedicaran a escribir y a
dibujar. No es que uno no pueda hacer daño escribiendo y dibujando
-enseguida hablaremos de esto-; es que escribir y dibujar son tareas que una
larga tradición histórica compartida sitúa en el extremo opuesto de la
violencia; si se trata además de la sátira y el humor, nadie nos parece más
protegido que el que nos hace reír. En términos humanos, siempre es más
grave matar a un bufón que a un rey porque el bufón dice lo que todos
queremos oír -aunque sea improcedente o incluso hiperbólico- mientras que
los reyes sólo hablan de sí mismos y de su poder. El que mata a un bufón, al
que hemos encomendado el decir libre y general, mata a la humanidad misma.
También por eso los asesinos de París son fascistas. Sólo los fascistas
matan bufones. Sólo los fascistas creen que hay objetos no hilarantes o no
ridiculizables. Sólo los fascistas matan para imponer seriedad.

Pero hay un tercer elemento de horror que tiene que ver menos con el acto
que con sus consecuencias. Ahora mismo -lo confieso- es el que más miedo me
da. Y es urgente advertir de lo que nos jugamos. Lo urgente no es impedir un
crimen que ya no podemos impedir; ni tampoco condenar asqueados a los
asesinos. Eso es normal y decente, pero no urgente. Tampoco, claro,
espumajear contra el islam. Al contrario. Lo verdaderamente urgente es
alertar contra la islamofobia, precisamente para evitar lo que los asesinos
quieren -y están ya consiguiendo- provocar: la identificación ontológica
entre el islam y el fascismo criminal. La gran eficacia de la violencia
extrema tiene que ver con el hecho de que borra el pasado, el cual no puede
ser evocado sin justificar de alguna manera el crimen; tiene que ver con el
hecho de que la violencia es actualidad pura, y la actualidad pura está
siempre preñada del peor futuro imaginable. Los asesinos de París sabían muy
bien en qué contexto estaban perpetrando su infamia y qué efectos iban a
producir.

El problema del fascismo y de su violencia actualizadora es que se trata
siempre de una respuesta. El fascismo está siempre respondiendo; todo
fascismo se alimenta de su legitimación reactiva en un marco social e
ideológico en el que todo es respuesta y todo es, por tanto, fascismo. El
contexto europeo (pensemos en la Alemania anti-islámica de estos días) es la
de un fascismo rampante. En Francia concretamente este fascismo blanco y
laico tiene algunos valedores intelectuales de mucho prestigio que, a la
sombra del Frente Nacional de Le Pen, llevan calentando el ambiente desde
púlpitos privilegiados a partir del presupuesto, enunciado con falso
empirismo y autoridad mediática, de que el islam mismo es un peligro para
Francia. Pensemos, por ejemplo, en la última novela del gran escritor
Houellebecq, Sumisión (traducción literal del término árabe “islam”), en la
que un partido islamista gana al Frente Nacional las elecciones de 2021 e
impone la “charia” en la patria de Las Luces. O pensemos en el gran éxito de
las obras del ultraderechista Renaud Camus y del periodista político del
diario Le Figaro Eric Zemour. El primero es autor de Le grand remplacement,
donde se sostiene la tesis de que el pueblo francés está siendo
“reemplazado” por otro, en este caso -obviamente- compuesto de musulmanes
extraños a la historia de Francia. El segundo, por su parte, ha escrito El
suicidio francés, un gran éxito de ventas que rehabilita al general Petain y
describe la decadencia del Estado-Nación, amenazado por la traición de las
élites y por la inmigración. Hace unos días en Le Monde el escritor Edwy
Plenel se refería a estas obras como depositarias de una “ideología asesina”
que “está preparando Francia y Europa para una guerra”: una guerra civil-
dice- “de Francia y Europa contra ellas mismas, contra una parte de sus
pueblos, contra esos hombres, esas mujeres, esos niños que viven y trabajan
aquí y que, a través de las armas del prejuicio y la ignorancia, han sido
previamente construidos como extranjeros en razón de su nacimiento, su
apariencia o sus creencias”.

Este es el fascismo que estaba ya presente en Francia y que ahora
“reacciona” -puro presente- frente a la “reacción” -pura actualidad asesina-
de los islamistas fascistas de París. Da mucho miedo pensar que a las 7 de
la tarde, mientras escribo estas líneas, el trending topic mundial en
twitter, tras el tranquilizador y emocionante “yo soy Charlie”, es el
terrorífico “matar a todos los musulmanes”. La islamofobia tiene tanto
fundamento empírico -ni más ni menos- que el islamismo yihadista; los dos,
en efecto, son fascismos reactivos que se activan recíprocamente, incapaces
de hacer esas distinciones que caracterizan la ética, la civilización y el
derecho: entre niños y adultos, entre civiles y militares, entre bufones y
reyes, entre individuos y comunidades. “Matad a todos los infieles” es
contestado y precedido por “matad a todos los musulmanes”. Pero hay una
diferencia. Mientras que se exige a todos los musulmanes del mundo que
condenen la atrocidad de París y todos los dirigentes políticos y religiosos
del mundo musulmán condenan sin excepción lo ocurrido, el “matad a todos los
musulmanes” es justificado de algún modo por intelectuales y políticos que
legitiman con su autoridad institucional y mediática la criminalización de
cinco millones de franceses musulmanes (y de millones más en toda Europa).
Esa es la diferencia -lo sabemos históricamente- entre el totalitarismo y el
delirio marginal: que el totalitarismo es delirio naturalizado,
institucionalizado, compartido al mismo tiempo por la sociedad y por el
poder. Si recordamos además que la mayor parte de las víctimas del fascismo
yihadista en el mundo son también musulmanas -y no occidentales- deberíamos
quizás medir mejor nuestro sentido de la responsabilidad y de la
solidaridad. Pinzados entre dos fascismos reactivos, los perdedores son los
de siempre: los inmigrantes, los izquierdistas, los bufones, las poblaciones
de los países colonizados. Una de las víctimas de los islamistas, por
cierto, era policía, se llamaba Ahmed Mrabet y era musulmán.

Del yihadismo fascista no espero sino fanatismo, violencia y muerte. Me
repugna, pero me da menos miedo que la reacción que precede -valga la
paradoja einsteiniana- a sus crímenes. El “matad a todos los musulmanes”
está de algún modo justificado por los intelectuales que “preparan la guerra
civil europea” y por los propios políticos que responden a los crímenes con
discursos populistas religiosos laicos. Cuando Hollande y Sarkozy hablan de
“un atentado a los valores sagrados de Francia” para referirse a la libertad
de expresión, están razonando del mismo modo que los asesinos de los
redactores del Charlie Hebdo. No acepto que un francés me diga que defender
los valores de Francia implica necesariamente defender la libertad de
expresión. Por muy laica que se pretenda, esa lógica es siempre religiosa.
No hay que defender Francia; hay que defender la libertad de expresión.
Porque defender los valores de Francia es quizás defender la revolución
francesa, pero también Termidor; es defender la Comuna, pero también los
fusilamientos de Thiers; es defender a Zola, pero también al tribunal que
condenó a Dreyfus; es defender a Simone Weil y René Char, pero también el
colaboracionismo de Vichy; es defender a Sartre, pero también las torturas
de la OAS y el genocidio colonial; es defender mayo del 68, pero también los
bombardeos de Argel, Damasco, Indochina y más recientemente Libia y Mali. Es
defender ahora, frente al fascismo islamista, la igualdad ante la ley, la
democracia, la libertad de expresión, la tolerancia y la ética, pero también
defender la destrucción de todo eso en nombre de los valores de Francia. Da
mucho miedo oír hablar de “los valores de Francia”, “de la grandeza de
Francia”, de ”la defensa de Francia”. O defendemos la libertad de expresión
o defendemos los valores de Francia. Defender la libertad de expresión -y la
igualdad, la fraternidad y la libertad- es defender a la humanidad entera,
viva donde viva y crea en el dios que crea. La frase de “los valores de
Francia” pronunciada por Le Pen, Hollande, Sarkozy o Renaud Camus no se
distingue en nada de la frase “los valores del islam” pronunciada por Abu
Bakr Al-Baghdadi. Son en realidad el mismo discurso frente a frente,
legitimado por su propia reacción asesina, que bombardea inocentes en un
lado y ametralla inocentes en el otro. Pierden los de siempre, los que
pierden cuando dos fascismos no dejan en medio ni el más pequeño resquicio
para el derecho, la ética y la democracia: los de abajo, los de al lado, los
pequeños, los sensatos. De eso sabemos mucho en Europa, cuyos grandes
“valores” produjeron el colonialismo, el nazismo, el estalinismo, el
sionismo y el bombardeo humanitario.

Mal empieza 2015. En 1953, “refugiado” en Francia, el gran escritor negro
Richard Wright escribía contra el fascismo que “temía que las instituciones
democráticas y abiertas no sean más que un intervalo sentimental que preceda
al establecimiento de regímenes incluso más bárbaros, absolutistas y
pospolíticos”. Protegernos del fascismo islamista es proteger nuestras
instituciones abiertas y democráticas -o lo que queda de ellas- del fascismo
europeo. La islamofobia fascista, en Europa y en las “colonias”, es la gran
fábrica de islamistas fascistas y una y otro son incompatibles con el
derecho y la democracia, los únicos principios -que no “valores”- que
podrían aún salvarnos. Buena parte de nuestras élites políticas e
intelectuales están más bien interesadas en todo lo contrario.

Descansen en paz nuestros alegres y valientes compañeros bufones del Charlie
Hebdo. Y que nadie en su nombre levante la mano contra un musulmán ni contra
el derecho y la ética comunes. Esa sí sería la verdadera 

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