Brasil/ Lula, de mago a francotirador [Raúl Zibechi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jul 3 14:41:47 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 3 de julio 2015

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A l’encontre – La Breche

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Brasil

Lula, de mago a francotirador 

Lula busca despegarse de “su” Partido de los Trabajadores y del gobierno que
contribuyó a elegir, para erigirse en líder de los indignados con la
corrupción y la crisis. Si el fin del PT como alternativa de poder parece
inminente, el fantasma mayor para el progresismo es la eventualidad de que
el propio Lula sea detenido.

Raúl Zibechi

Brecha, Montevideo, 3-7-2015

http://brecha.com.uy/

Cuando Marcelo Odebrecht, presidente de la principal constructora de Brasil
y una de las 25 más grandes del mundo, fue arrestado el 19 de junio en el
marco de las investigaciones sobre corrupción en Petrobras, se encendieron
todas las alarmas en el gobierno de Dilma Rousseff, en el paralizado Partido
de los Trabajadores (PT) y en el conjunto de la izquierda brasileña. El
mensaje era claro: el próximo podía ser Lula. El ex presidente fue el
primero en advertirlo y en reconocer que su cercanía con Odebrecht, cuya
empresa le financió campañas electorales y viajes, lo colocaba
inevitablemente en la línea de mira de los investigadores.

Una semana antes, el 13 de junio, en el marco del quinto congreso del
partido, Lula formuló una dura crítica al PT. Contrastó el espíritu
militante del período fundacional, hace apenas tres décadas, con el estilo
imperante ahora. “Hoy sólo se piensa en el cargo, en el empleo, en ser
electo, y nadie trabaja de forma militante.” Agregó que sería necesaria “una
revolución interna” para atraer a la juventud.

Tres días después de que Odebrecht fuera detenido, la consultora Datafolha
reveló que en una eventual disputa electoral el senador Aécio Neves, de la
socialdemocracia y principal adversario del PT, le lleva diez puntos de
ventaja a Lula (35 a 25 por ciento). Algo así nunca había sucedido ni
entraba en los cálculos más pesimistas de los dirigentes petistas.

Lo que está ocurriendo en Brasil es mucho más que una crisis económica
aprovechada por la derecha para sacar a la izquierda del gobierno. Es la
desarticulación del proyecto de poder elaborado por Lula y su entorno, que
le rindió cuatro triunfos electorales. Ese proyecto se apoyaba en la alianza
con un sector del gran empresariado, en cuadros de la administración federal
(incluyendo la cúpula de las fuerzas armadas), de los sindicatos y del PT.
Para hacerlo posible era necesaria la expansión permanente de la economía, o
sea de las exportaciones de productos primarios y, muy en particular, la
integración de la mitad pobre del país a través del aumento de su capacidad
de consumo (la llamada “reducción de la pobreza”).

Tanto las bases materiales como las alianzas sobre las que descansó el
lulismo se han deteriorado, al punto que el colapso está cercano. Se
registra una suerte de estrangulamiento gradual del gobierno, una
desarticulación de la cadena productiva de Petrobras y un cerco judicial al
PT en medio de una situación económica delicada que llevó al gobierno a
imponer un severo ajuste fiscal que no hace más que aumentar su falta de
legitimidad. La popularidad de Dilma, que no para de caer desde que asumió
el gobierno por segunda vez, el 1 de enero, se derrumbó hasta el 10 por
ciento en las últimas mediciones.

Los problemas que enfrenta el cuarto gobierno del PT no pueden atribuirse a
los ataques que recibe de los grandes medios y de la derecha. Eso sucedió
siempre y nunca había calado tan hondo en la población, incluyendo a su
propia base social. Joaquim Palhares, director de la publicación digital
Carta Maior, asegura en un editorial que en Brasil se está “ante un proceso
de derribo del gobierno democráticamente electo”. El director del medio que
se define como “un espacio de reflexión de la intelectualidad brasileña”
explica la situación actual como fruto del “golpismo”, en el que militan la
extrema derecha estadounidense y regional, los medios y la derecha local, y
de lo que considera el principal error del PT: haber dejado intocada “la
hegemonía del aparato de comunicación en las manos de la derecha” (Carta
Maior, domingo 28).

Llama de todas maneras la atención que en el largo editorial no haya ninguna
referencia a las manifestaciones de junio de 2013, que fueron el inicio de
este proceso, al suponer un viraje radical en la política brasileña y segar
la base del lulismo. El principal intelectual del PT, Emir Sader, insiste en
los mismos tópicos, al responsabilizar de la crisis a “las ofensivas
combinadas de los medios de comunicación, sectores del poder judicial y
partidos opositores” (Alai, 15-VI-15).

Implosión 

Además de ser una de las mayores empresas de América Latina, la constructora
Odebrecht mantiene estrechos lazos con el PT y con Lula. No sólo es la
encargada de muchas obras en América del Sur que forman parte del plan
Iniciativa para la Integración de la Región Sudamericana (Iirsa), sino que
es la principal responsable de la mayoría de las obras de infraestructura
para los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro en 2016, como la Villa, el
Parque Olímpico y el Puerto Maravilla, en la bahía de Guanabara, entre las
más emblemáticas.

Cuando Lula firmó la Estrategia Nacional de Defensa, en 2007, que proponía
la creación de un potente complejo industrial-militar, Odebrecht decidió
participar en el negocio a través de Odebrecht Defensa y Seguridad, creada
dos años después. La “translatina” juega un papel clave en el área de
defensa, a la par de la aeronáutica Embraer. En 2011 Odebrecht compró la
empresa Mectron, líder en la fabricación de misiles y productos de alta
tecnología para el mercado aeroespacial.

Pero el paso clave fue la firma, en mayo de 2010, de un acuerdo con la
European Aeronautic Defence and Space Company (Eads), empresa de la UE hoy
parte de Airbus, para la fabricación de submarinos. Se trata de la segunda
corporación del mundo en el campo de la defensa, con la que Odebrecht creó
la sociedad Itaguaí Construcciones Navales, que levantó un astillero y una
base para submarinos. En este momento se están construyendo tres submarinos
convencionales, de los cuatro previstos, y el primer submarino nuclear.

El acuerdo con Eads contempla una amplia transferencia de tecnología, con lo
que Odebrecht se sitúa en el corazón del mayor programa de defensa de
Brasil. En efecto, al Programa de Desarrollo de Submarinos (Prosub) le
corresponde la defensa de la plataforma marítima brasileña, donde se
albergan las principales reservas de petróleo descubiertas en el mundo en la
última década. Si alguien quisiera dinamitar la estrategia de defensa de una
de las principales potencias emergentes, debería colocar a Odebrecht en la
mira. Tal vez algo de eso esté sucediendo.

Odebrecht es la principal empresa privada integrada al proyecto del PT, pero
no la única. La mayor parte de las constructoras (Camargo Correa, Andrade
Gutierres, Oas, entre otras) juegan un papel destacado en el proyecto
encabezado por Lula. Las cuatro citadas emplean a 523 mil personas en el
mundo, y sólo Odebrecht factura el doble que el Pbi de Uruguay.

Dicho de otro modo: sin el concurso de las constructoras (a las que deben
sumarse la propia Petrobras, la minera Vale, las cárnicas y siderúrgicas),
un proyecto de desarrollo de Brasil como nación independiente no tiene
viabilidad. O dicho de un tercer modo: si para frenar el ascenso de China la
Casa Blanca pergeñó el “pivote hacia Asia”, desplazando hacia esa región
importantes fuerzas armadas, y ante el ascenso de Rusia generó situaciones
de inestabilidad como el golpe en Ucrania, ante Brasil parece haber optado
por la estrategia de la implosión, habida cuenta de la calidad y variedad de
aliados que la superpotencia tiene en ese país.

Sin embargo, de ahí a considerar que cualquier movilización social le hace
el juego a la derecha, como sostiene buena parte de los dirigentes del PT,
media un abismo. Precisamente el gran problema del oficialismo consiste en
su incapacidad para leer correctamente las demandas de junio de 2013, que
pueden ser sintetizadas en mejor calidad de vida (y de servicios), o sea, la
necesidad de ir más allá de la inclusión vía mercado y consumo, para obtener
derechos plenos. Algo que no se consigue sin tocar privilegios, cosa que
nunca entró en los cálculos de Lula y su partido.

Crisis del lulismo

Una contradicción fundamental atraviesa al proyecto lulista. Luego de una
década virtuosa, signada por el crecimiento económico mundial, altos precios
de los commodities, fuerte crecimiento de los países emergentes, factores
que constituyeron un modelo de desarrollo basado en el consenso entre
capital y trabajo, se suceden grandes manifestaciones protagonizadas por
jóvenes que piden más. Superadas las facetas más dramáticas de la miseria y
el hambre, surgen nuevas demandas “por izquierda”. Pero apenas inauguró su
segundo gobierno, Dilma se propuso calmar al capital a través de un duro
ajuste fiscal que ataca buena parte de las conquistas de la década anterior.

Esa contradicción le está permitiendo a la derecha (desde la mediática hasta
la evangélica) capitalizar el descontento contra el gobierno. Con el ajuste
fiscal el PT arriesga perder una base social laboriosamente construida, que
se había mantenido fiel al partido durante las dos décadas anteriores de
derrotas y represiones. Ni los tres fracasos electorales de Lula como
candidato a la presidencia, ni la represión del período neoliberal,
consiguieron dispersar a ese sector de la sociedad como lo está haciendo el
ajuste de Dilma. “No es un fracaso, es un agotamiento, pues el lulismo
proporcionó ganancias reales a la mayoría de los brasileños durante más de
una década”, destaca Felipe Amin Filomeno, economista y sociólogo por la
Universidad Johns Hopkins (IHUOnline, 25-VI-15).

El problema de fondo es que cuando algo se agota, nada menos que un modelo
de desarrollo, no se puede seguir adelante poniendo parches. Es todo un
período el que toca a su fin. Según Filomeno, lo que podría salvar las cosas
sería un nuevo ciclo de reformas (tributaria y agraria, entre las más
destacadas) y una onda de crecimiento global. Ninguna de las dos parece que
vayan a suceder en el corto plazo.

A escala doméstica, se suma un hecho que no hace más que agravar las cosas.
La gobernabilidad lulista se basaba en un amplio acuerdo entre partidos que
se denominó “presidencialismo de coalición”, que sumaba más de una decena de
partidos, la mayoría de ellos de centroderecha, como el Pmdb. Pero esa
coalición está hecha añicos y es poco probable que iniciativas importantes
del gobierno pasen por el parlamento más derechista de las últimas décadas.

Si el idilio con los partidos que formaron la base de apoyo del gobierno
está roto, la sintonía con los empresarios está fracturada, más allá de los
escándalos de corrupción. Paul Singer, secretario de Economía Solidaria en
el Ministerio de Trabajo, destaca: “Hay una parte importantísima de la clase
dominante, que nunca fue del PT ni de izquierda, con la que tenemos
intereses en común. Para nosotros, del Partido de los Trabajadores, tener
una industria creciendo sería importante. Por el contrario, esa industria
está en proceso de contracción” (Carta Maior, 26-VI-15).

En efecto, la competencia china está encogiendo la que fuera la quinta
industria del mundo. Ese solo hecho le crea al PT problemas con los
trabajadores, un sector clave de su base social, y además con su aliado
industrial. Pero los sucesivos gobiernos brasileños no han sabido reaccionar
frente a la competencia china, ante la cual deberían gravar las
importaciones provenientes de ese país, aun corriendo el riesgo de debilitar
una de sus principales alianzas en el escenario geopolítico.

En síntesis: problemas con los partidos aliados, con su base social popular
y empresarial, y demandas insatisfechas de la nueva clase media que no sabe
cómo canalizar, generaron las condiciones para una ofensiva de la derecha y
los medios que encuentra a Lula (como símbolo de un proyecto de poder) sin
capacidad de respuesta.

Con la magia no alcanza 

La esperanza de quienes sueñan con un tercer mandato de Lula gira en torno a
la construcción de una fórmula del tipo “unidad popular”, como la que
plantea el español Podemos, que por lo menos no arrastre con el desprestigio
que tienen los partidos políticos. En opinión de Singer, “debería crearse un
frente en el que lo fundamental no serían los parlamentarios sino los
movimientos sociales. Sería una forma para que el PT y sus aliados hicieran
las políticas que la población está pidiendo”.

El despegue de Lula respecto del PT y del gobierno parece indicar que ese es
el camino elegido. El analista de la edición brasileña de El País, Juan
Arias, señala que “está naciendo una oposición nueva que no es la oposición
institucional de los partidos, sino de la sociedad y de las calles” (El
País, 25-VI-15). Parece evidente que la experiencia social que llevó a la
creación de Podemos y del griego Syriza es una clave de lectura incluso en
los grandes medios. Según esta interpretación, Lula podría volver a la
oposición para encabezar el malestar social, para “ponerse al frente de la
nueva protesta social para metabolizarla, presentándose como su líder”.

Pero las cosas no son tan sencillas. Los millones de brasileños que ganaron
las calles en junio de 2013 en 355 ciudades del país sufrieron la brutalidad
policial en carne propia, y con su presencia en la calle desnudaron la
realidad del poder. En una palabra, se politizaron. Esa politización puede
ser canalizada de diversas formas y, en efecto, una parte de la llamada
“nueva clase media” puede seguir los pasos de los pastores evangelistas más
reaccionarios. Otra parte, como ya quedó en evidencia, sigue en las calles o
aprovecha la menor oportunidad para retomar las manifestaciones. Saben que
la corrupción atraviesa a todos los partidos, que se robaron entre 2.000 y
3.000 millones de dólares de las arcas de la estatal Petrobras.

Esas multitudes, aun aquellos que volvieron a sus casas y nunca más salieron
a las calles, no son arcilla blanda en manos de ilusionistas o de políticos
habilidosos. Ni siquiera la magia de Lula puede hacerlos olvidar lo que
aprendieron en junio de 2013: que para mejorar su situación necesitan pelear
para reducir la desigualdad, en uno de los países más desiguales del mundo.

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