Debates/ actualizar y diferenciar el enfoque marxista del Estado [Alain Bihr]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Jul 8 00:05:29 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo –  8 de julio 2015

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A l’encontre – La Breche

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Debates

Actualizar y diferenciar el enfoque marxista del Estado

Alain Bihr *

Conferencia pronunciada en el Foro Internacional “El capitalismo tardío, su
fisonomía socio-política en los albores del siglo XXI”, 20-22 de mayo de
2015, Lausana, Suiza.

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

En su obra más destacada, El capitalismo tardío, cuya edición original data
de 1972/1, Ernest Mandel (1923-1995) desarrolla un análisis magistral de la
fase de desarrollo del capitalismo que siguió a la gran crisis estructural
de los años treinta del siglo pasado. En su conjunto, la obra muestra la
riqueza de la tradición marxista clásica en la que se sitúa, pero también
algunas de sus limitaciones. Estas aparecen en particular en el capítulo XV
del libro, titulado El Estado en la era del capitalismo tardío/2. En él se
plantea, en efecto, un análisis del Estado de carácter básicamente
funcionalista en su enfoque tanto del Estado capitalista en general como de
las diferentes formas que adopta en el curso de las sucesivas fases de
desarrollo del modo de producción capitalista.

Introducción

Mi intervención en este foro, organizado con motivo del vigésimo aniversario
de la muerte de Ernest Mandel, tiene por objeto poner de manifiesto tanto
las limitaciones generales de dicho análisis funcionalista como las
omisiones a que conduce en la presentación de El Estado en la era del
capitalismo tardío y más allá, en la fase actual de su desarrollo. Las
restricciones impuestas a esta intervención, sin embargo, me obligan a
formular unas tesis cuyo desarrollo argumentativo únicamente podré esbozar
en esta ocasión.

1. Un análisis básicamente funcionalista del Estado capitalista

El capítulo que dedica Mandel a El Estado en la era del capitalismo tardío,
relativamente corto (de tan solo una veintena de páginas), se estructura del
modo siguiente. Tras un breve análisis de lo que es el Estado en general, la
exposición avanza de manera cronológica, pasando revista a las
características del Estado capitalista durante las fases sucesivas de
desarrollo del capitalismo: el periodo de nacimiento del capitalismo (el
Estado absolutista), el periodo del capitalismo de la competencia (el Estado
liberal), el periodo del llamado capitalismo monopolista, antes de detenerse
más en las especificidades del Estado del capitalismo tardío.

1.1. Lo que me llamó la atención de inmediato al leer este capítulo es el
carácter estricta, exclusiva y casi obsesivamente funcionalista del mismo.
Este aparece en primer lugar en el breve análisis que desarrolla Mandel del
Estado en general. En las dos páginas que ocupa (375 a 377), el término
“función” se repite veinte veces. Este tic de escritura no se debe en
absoluto al azar, sino que obedece a la definición que propone Mandel del
Estado en general con que comienza el capítulo: “El Estado es un producto de
la división social del trabajo. Surgió como un resultado de la creciente
autonomía de ciertas actividades superestructurales, mediadas con la
producción material, cuyo papel era sostener una estructura de clases y unas
relaciones de producción” (página 461).

Así, para Mandel, el Estado se define en su conjunto por su función en el
seno de una sociedad dividida en clases (mantener las condiciones de
dominación), función que determina la autonomización de determinadas
estructuras superestructurales y su mediación con la producción material. Es
más, la especificidad de la teoría marxista del Estado consiste para Mandel
en su comprensión específica de las funciones del Estado en general, y más
concretamente en el hecho de que explica por qué estas funciones se ejercen
en forma de separación entre sociedad y Estado: “El punto de partida de la
teoría del Estado de Marx es su distinción fundamental entre el Estado y la
sociedad; en otras palabras, el discernimiento de que las funciones
realizadas por el Estado no tienen que ser necesariamente transferidas a un
aparato separado de la masa de los miembros de la sociedad, salvo en
condiciones históricamente determinadas y específicas. Es esta tesis la que
la separa de todas las demás teorías sobre el origen, la función y el futuro
del Estado” (página 461). Estas líneas indican hasta qué punto el Estado se
reduce para Mandel a sus funciones y la originalidad de la teoría marxista
del Estado consiste, para él, en sus funciones en las condiciones de una
sociedad dividida en clases.

Para completar su análisis del Estado en general, Mandel no tiene más que
detallar sus principales funciones constitutivas, que según él son las tres
siguientes:

· “Proveer aquellas condiciones generales de producción que no pueden
asegurarse por medio de las actividades privadas de los miembros de la clase
dominante” (página 461);

· “Reprimir cualquier amenaza al modo de producción prevaleciente por parte
de las clases dominadas y de algunos sectores particulares de las clases
dominantes […]” (página 462);

· “Integrar a las clases dominadas para asegurar que la ideología dominante
de la sociedad siga siendo la de la clase gobernante y que en consecuencia
las clases explotadas acepten su propia explotación sin el ejercicio
inmediato de la represión contra ellas […]” (página 462).

De este modo, Mandel relaciona toda la actividad del Estado y todo su
aparato con sus funciones principales.

1.2. En segundo lugar, el carácter funcionalista del análisis del Estado
propuesto por Mandel se pone de manifiesto asimismo en el resto del
capítulo. No solo consiste básicamente en mostrar cómo se han presentado las
funciones generales del Estado (transformadas, modificadas) en las distintas
épocas o fases del devenir histórico del capitalismo; o cómo se han
complementado con funciones específicas, propias del Estado capitalista o de
una fase histórica de su desarrollo. No obstante, el funcionalismo se
traduce también y sobre todo en el hecho de que Mandel pasa del análisis de
las funciones del Estado en general a las del Estado capitalista en
particular, a las diferentes fases de su desarrollo, sin ninguna solución de
continuidad.

En efecto, según Mandel, para definir y analizar el Estado capitalista es
condición necesaria y suficiente demostrar cómo declina éste, de alguna
manera, las funciones del Estado en general antes señaladas; y esto es lo
que hace él por su parte. Con ello pasa por alto completamente las marcadas
peculiaridades que imprimen las relaciones de producción capitalistas en la
forma del Estado (como Estado de derecho) y en su estructura (como sistema
de Estados rivales y desiguales), que constituyen factores de discontinuidad
entre los distintos Estados precapitalistas y el Estado capitalista. En
suma, debido a su enfoque funcionalista, Mandel explica de hecho por qué
existe un Estado en el capitalismo: por las funciones que desempeña en el
mismo y por ser el único que puede cumplirlas. Sin embargo, no nos explica
para nada cómo existe un Estado en el capitalismo: los rasgos específicos
del Estado bajo el capitalismo o los rasgos específicamente capitalistas del
Estado, presentes como veremos tanto en su forma como en su estructura.

1.3. Antes de esto, preguntémonos por las razones fundamentales de este
enfoque estrechamente funcionalista del Estado que caracteriza este capítulo
de El capitalismo tardío. Me contentaré con dos observaciones al respecto.
Por un lado, este funcionalismo no es exclusivo de Mandel, sino que impregna
la mayor parte de la tradición marxista (aunque con algunas felices
excepciones, como veremos) y, más en general, por cierto, todas las ciencias
sociales, empezando por la sociología y las ciencias políticas (pagando
estas últimas también un oneroso tributo al juridicismo). El hecho de que el
marxismo no haya logrado romper con este modelo dominante nos conduce a una
de sus lagunas fundamentales: precisamente la ausencia de una teoría del
Estado. No encontramos tal teoría ni en Marx ni en ninguno de sus
principales epígonos, pese a que la tradición marxista ha hecho muchas
aportaciones en la materia. Por otro lado, sin duda como causa secundaria,
es preciso mencionar el tributo que rinde Mandel a una tradición anglosajona
de la que el funcionalismo es la matriz exclusiva. En efecto, cuando a
partir de la página 469 emprende el análisis del Estado en la era del
capitalismo tardío, las referencias a esta tradición adquieren una presencia
aplastante.

2. Primera omisión: la forma general del Estado capitalista

Por su enfoque funcionalista del Estado en general y del Estado capitalista
en particular, Mandel deja totalmente de lado la cuestión de la forma
específica de este último. Es a otro marxista, desgraciadamente menos
conocido que Mandel, a quien debemos el mérito de haber delineado la forma
general específica del Estado capitalista. Me refiero a Evgueny
Bronislavovic Pashukanis, autor de La teoría general del derecho y el
marxismo/3.

2.1. La cuestión general que se plantea Pashukanis en este libro es la
siguiente: ¿qué forma general adoptan las relaciones entre las personas en
una sociedad como la capitalista, en cuyo seno las relaciones entre las
cosas, que son producto del trabajo de aquellas, adoptan la forma general
del intercambio mercantil? O dicho de otra manera: ¿qué forma general
adoptan las relaciones entre las personas en una sociedad en que las cosas
que producen y por las cuales aseguran su existencia material y social
adoptan la forma general de mercancía? Es una pregunta a todas luces
inspirada por una lectura atenta y reflexiva del Capital y, en particular,
de los pasajes que Marx consagra a la preeminencia y la imposición de la
forma de mercancía y de su naturaleza de fetiche en el capitalismo.

Así, partiendo de algunas indicaciones formuladas por Marx, Pashukanis
elabora el contenido de su respuesta a la doble pregunta anterior: en una
sociedad en que las relaciones entre las cosas suelen ser relaciones
mercantiles, las relaciones entre las personas suelen ser relaciones
contractuales, es decir, relaciones regidas por la reciprocidad de las
obligaciones y el respeto de la subjetividad jurídica de los individuos. O
dicho de otro modo: en una sociedad en la que la mercancía es la forma
general de las cosas, las personas adoptan la forma general de sujetos de
derecho (personas consideradas provistas de una autonomía de su voluntad y
de un conjunto de derechos inalienables: seguridad de su persona, propiedad
y seguridad de sus bienes, etc.) Y Pashukanis demuestra que como forma
general de las personas, la subjetividad jurídica no se fetichiza menos que
la mercancía: de forma social, es decir, de forma otorgada a las personas
por unas relaciones sociales (y por tanto históricas) determinadas, se
percibe comúnmente como una determinación humana universal, natural en
definitiva, por ejemplo con la atribución de derechos naturales inalienables
de la persona humana, que se considera que existen y operan a todo tiempo y
lugar.

Sobre esta base, Pashukanis se pregunta qué forma puede y debe adoptar el
poder político (el Estado) en este tipo de sociedad para seguir
conformándose a las determinaciones y exigencias del orden civil (el tejido
de relaciones contractuales) y de la subjetividad jurídica (la condición de
sujeto de derechos de los individuos). Y demuestra que el Estado no puede
revestir en estas circunstancias más que la forma de un poder público
impersonal, es decir:

· un poder que no pertenece a nadie, ni siquiera a quienes se encargan de
ejercerlo, cualquiera que sea el nivel en que lo haga;

· un poder que por tanto se distingue formalmente de los múltiples poderes
privados que siguen ejerciéndose, al margen de aquel y bajo su control, en
el marco de la sociedad civil: poderes asociados al nacimiento, al dinero y
al capital, a la competencia, etc.;

· un poder cuyos actos no deben ser la expresión de intereses particulares,
sino exclusivamente la del interés general, en este caso asimilable al
mantenimiento del orden civil (el orden contractual), garantizando a cada
uno el respeto de su subjetividad jurídica y la posibilidad de contratar
libremente;

· un poder que respeta por consiguiente todas las prerrogativas de los
individuos como sujetos de derecho (de ahí la necesidad de limitar
estrictamente el ámbito de actuación del Estado y de separar sus poderes
legislativo, ejecutivo y judicial);

· un poder que se dirige a todos en pie de igualdad, sometiendo a todos a
las mismas obligaciones y garantizando a todos los mismos derechos; en
definitiva, un poder que no aparece como el poder de un hombre o de un grupo
de hombres sobre otros hombres, sino el poder de una norma impersonal e
imparcial que se aplica a todas las personas y que debe ser respetada por
todo el mundo: la ley.

En el seno de la sociedad civil, el poder político, por tanto, no puede ni
debe presentarse de otra forma que la de una autoridad pública impersonal:
la de la ley, supuesta expresión del interés general de los sujetos de
derecho (confundido con el mantenimiento del orden civil y la garantía de la
posibilidad de los individuos de contratar) y de la voluntad general (la
voluntad común de todos los sujetos de derecho). Y lo que suele denominarse
Estado de derecho no es más que la organización institucional (el aparato)
de ese poder público impersonal, de ese poder de la ley, de la norma
abstracta a impersonal garante de la existencia y del mantenimiento del
orden civil.

2.2. Mandel no ignora la existencia de esta importante obra de Pashukanis,
pues la menciona en una nota de este capítulo (página 463, nota 8), aunque
por lo poco que dice no parece haber comprendido ni el sentido ni la
importancia de aquella. Juzgue el lector: “[Pashukanis] desarrolla la tesis
de que el derecho es meramente la forma mistificada de los conflictos entre
los propietarios privados de mercancías y que, por tanto, sin la propiedad
privada y sus contratos, en otras palabras, sin la simple producción de
mercancías, no hay derecho.” Llama la atención que un conocedor tan agudo de
la estructura del capital como Mandel no comprenda que la división mercantil
del trabajo, es decir, el estallido del trabajo social en una miríada de
trabajos privados y la consiguiente necesidad de los productores de proceder
al intercambio mercantil de sus productos a fin de confirmar su carácter
social, todo ello sobre la base de la propiedad privada de los medios de
producción sociales, no es una característica de la producción mercantil
simple (que solo la realiza muy imperfectamente, tanto intensiva como
extensivamente), sino, por el contrario, un importante rasgo distintivo del
modo de producción capitalista, el único que la realiza por completo.

Por consiguiente, Mandel pasa por alto asimismo todos los planteamientos que
dedica Pashukanis a la forma general del Estado capitalista como poder
público impersonal. Es una lástima desde su propio punto de vista, ya que
este desconocimiento debilita, por ejemplo, su análisis de la autonomía
(relativa) del Estado, que no deja de ser el instrumento de dominación de la
clase capitalista, con respecto a esta última. Para explicar esta autonomía,
de la que destaca con razón que es la característica específica del Estado
capitalista, Mandel moviliza la noción de “capitalista total ideal”,
refiriéndose a un pasaje del Anti-Dühring de Engels que habla del
“capitalista total ideal”: “La competencia capitalista determina así,
inevitablemente, una tendencia a la autonomización del aparato estatal, de
suerte que este pueda funcionar como un ‘capitalista total ideal’ que sirva
a los intereses del modo de producción capitalista en su conjunto,
protegiéndolo, consolidándolo y sentando las bases de su expansión por
encima y contra los intereses en conflicto del ‘capitalista total real’ que
en el mundo concreto se compone de ‘muchos capitales’.” (páginas 465-466)

Me parece que las tesis de Pashukanis proporcionan una explicación más
completa de la autonomía relativa del Estado capitalista. Sin excluir para
nada esta función de síntesis institucional de los intereses colectivos de
la clase capitalista como tal, más allá de las divergencias entre sus
miembros en la competencia que les enfrenta, estas tesis muestran en efecto
que dicha autonomía se basa más fundamentalmente en la relación social (el
capital) a través de la que esta clase logra apropiarse de la fuerza de
trabajo social, de los medios de producción y, por tanto, de la riqueza
social, que supone una serie de actos de intercambio mercantil y de
relaciones contractuales, mediatizando tanto las relaciones entre sus
propios miembros como las relaciones entre estos últimos y los miembros de
las clases dominadas (trabajadores).

Sobre todo, contrariamente a la oposición un tanto escolástica entre
“capitalista total ideal” y “capitalista total real”, las tesis
desarrolladas por Pashukanis permiten comprender qué forma adopta esta
autonomía (relativa) del Estado capitalista con respecto a la clase
capitalista: precisamente la de un poder público impersonal, formalmente
distinto no solo de la clase capitalista, sino de todas las clases sociales
y más en general de todos los sujetos privados, individuales o colectivos.
Pashukanis aclara de este modo una paradoja sorprendente de la sociedad
capitalista: el Estado adopta en ella una forma –la de poder público
impersonal– que contradice directamente su contenido de clase, es decir, su
función general de aparato al servicio de la clase dominante, encargada
siempre y en todas partes de asegurar la perennidad de las condiciones
generales (materiales, institucionales, ideológicas) de su dominación.
Paradoja que a su vez el análisis de Mandel no explica y ni siquiera
menciona.

3. Segunda omisión: la estructura general del Estado capitalista

El enfoque funcionalista del Estado adoptado por Mandel le lleva asimismo,
en segundo lugar, a pasar por alto otra especificidad fundamental de este
Estado: su estructura general. Son los trabajos de Henri Lefebvre e Immanuel
Wallerstein los que han dado pistas para el estudio de esta estructura
general al aportar uno y otro los primeros elementos de análisis, aunque no
los desarrollaran completamente.

3.1. Observando el capital desde sus orígenes hasta nuestros días se
constata que nunca ha prosperado en un único y en el mismo Estado,
englobando en él todo el espacio de su reproducción; al contrario, siempre y
en todas partes se ha desarrollado en el marco de una pluralidad de Estados
más o menos abiertos a su circulación. Una segunda constatación es que estos
Estados múltiples han sido siempre y fundamentalmente Estados rivales,
Estados que cuando menos competían entre sí y que a menudo se confrontaban
(en correlaciones de fuerzas) e incluso se enfrentaban (en conflictos
armados), dando lugar así a la eventual formación de alianzas más o menos
duraderas entre ellos. El motor y al mismo tiempo el motivo de esta
rivalidad no era otro, en definitiva, que la inversión de capital en su
territorio, garantizado por sus recursos.

La última constatación es que de estas relaciones de rivalidad entre estos
Estados se deriva permanentemente una jerarquía (de riqueza, de poder y de
influencia) entre ellos, jerarquía que sin embargo varía continuamente. La
universalidad de esta triple constatación indica que la estructura
específicamente capitalista del Estado es la de un sistema de Estados, en la
que el Estado solo se realiza en cierto modo fragmentándose y oponiéndose a
sí mismo. El término sistema debe entenderse en este contexto en el sentido
que le da la teoría de sistemas. Designa una unidad resultante de la
organización de las interacciones entre un conjunto de elementos que
presenta características y cualidades irreductibles a las de estos últimos,
que no pueden explicarse más que por sus interacciones, su regulación y la
retroacción de la unidad global sobre los elementos que la componen.

El sistema de Estados que constituye la estructura propia del Estado
capitalista reviste sin duda alguna estas características. Por conflictivas
que sean en lo fundamental, las relaciones entre los múltiples Estados que
lo componen no dejan de responder a unas normas reguladoras, que incluyen,
entre otras, el reconocimiento recíproco de su soberanía, es decir, de la
legitimidad del ejercicio de su poder en su territorio y su población
respectiva; el principio de equilibrio de poder, que prohíbe al más poderoso
ser suficientemente poderoso para poder dominar a todos los demás al mismo
tiempo (en otras palabras, la coalición de los más débiles sigue siendo
siempre suficientemente fuerte para vencer eventualmente al más fuerte);
esto hace que el predominio de un Estado dentro de este sistema adopte una
forma característica, la de la hegemonía: la constitución bajo su liderazgo
de una alianza o coalición de los principales Estados, lo que le permite sin
duda realizar sus propios intereses al tiempo que tiene que gestionar más o
menos los de los demás miembros de la coalición.

En cuanto a las razones fundamentales de esta singular estructura, hace
falta de nuevo analizar las características del capital como relación de
producción y de su proceso global de reproducción, análisis que aquí
solamente puedo esbozar. La fórmula que he utilizado antes –el Estado
capitalista se realiza fragmentándose y oponiéndose a sí mismo en un sistema
de Estados– sugiere por sí misma una profunda analogía entre el espacio
geopolítico del capitalismo (el espacio conformado por este sistema, que le
sirve de marco y de soporte) y el mercado capitalista. En este último,
múltiples capitales se atraen (se entrelazan mediante intercambios en el
curso de sus respectivos procesos reproductivos, se fusionan y se absorben)
y a la vez se repelen (debido a la competencia) hasta la aniquilación. A
través de esta atracción y repulsión recíproca de los distintos capitales,
que determinan su concentración y centralización (y por tanto la eventual
formación de oligopolios e incluso monopolios), se constituye una jerarquía
entre ellos, y los más poderosos (en virtud de la superior productividad del
trabajo que utilizan, de las cuotas de mercado que se aseguran, de sus
apoyos políticos, etc.) acaban imponiéndose sobre los menos poderosos e
incluso viviendo a sus expensas (mediante la perecuación de la plusvalía que
se realiza en forma de tasa media de beneficio). En suma, el mercado
capitalista es un espacio tanto fragmentado (por la acción de múltiples
capitales singulares, que constituyen otros tantos fragmentos privados del
trabajo social) como homogeneizado (unificado y uniformizado por las
interacciones entre estos múltiples capitales) y jerarquizado (por esas
mismas interacciones, como por las retroacciones de los resultantes globales
sobre los diferentes capitales). Y es esta estructura misma, hecha de
fragmentación, homogeneización y jerarquización al mismo tiempo, la que la
reproducción global del capital imprime al espacio geopolítico en el que se
despliega.

3.2. En el curso de la historia del capitalismo, esta estructura específica
del espacio geopolítico solidario del sistema capitalista de Estados no ha
dejado de extenderse (a medida que el capitalismo se expandía
territorialmente) y sobre todo de transformarse. La forma clásica que ha
acabado adoptando en Europa occidental al término de su larga gestación
durante la era moderna (del siglo xvi al siglo xviii) y que posteriormente
se consolidará y se universalizará (globalizará) en el curso de la época
contemporánea, es la de un espacio internacional. En otras palabras, durante
un largo periodo de la historia del capitalismo, el sistema de Estados ha
adoptado la forma de un sistema de Estados-nación, su unidad básica, siendo
el componente elemental, en suma, la forma nacional del Estado. Esta
permanencia durante mucho tiempo del sistema de Estados-nación y de la
formación nacional de los Estados ha podido dar a entender que era en
resumidas cuentas la forma natural y por consiguiente inalterable de la
estructura general del Estado capitalista. De este modo habrá contribuido al
desconocimiento de esta última como tal, al igual que la de sus formas
prenacional y posnacional. Prenacional: el sistema de ciudades-Estado de
Italia del norte y central, de Alemania meridional, de los antiguos Países
Bajos, que fueron le cuna histórica del capitalismo europeo. Posnacional: el
surgimiento actual de un sistema de Estados continentales, por la vía de la
asociación (confederación o federación) y tal vez, en el futuro, de la
fusión de Estados nacionales a escala continental, fruto de la
transnacionalización del proceso global de reproducción del capital en curso
desde la segunda mitad del siglo xx.

El propio Mandel ofrece un ejemplo de esta reducción de la estructura
general del Estado capitalista al sistema de Estados-nación, que ha
constituido su forma clásica en Europa durante un largo periodo histórico,
en el siguiente pasaje del capítulo que comentamos: “Las funciones
económicas aseguradas por esta ‘preservación de la existencia social del
capital’ incluyen el mantenimiento de relaciones legales de validez
universal, la emisión de moneda fiduciaria, la expansión de un mercado de
magnitud superior a la local o regional y la creación de un instrumento de
defensa de los intereses competitivos específicos del capital autóctono
contra los capitalistas extranjeros; en otras palabras, el establecimiento
de un orden jurídico nacional, de un sistema monetario y aduanal, de un
mercado y de un ejército.” (página 466)

Es curioso constatar que Mandel introduce aquí de pasada, sin ninguna
explicación, examen ni argumentación, como si fueran “naturales”, las
divisiones y rivalidades constitutivas del espacio geopolítico generado por
el capitalismo en forma de sistema de Estados-nación. Se echa de menos por
tanto no solo la comprensión de la estructura general del Estado
capitalista, sino también de su forma histórica singular que ha constituido
el sistema de Estados-nación. Debido a ello, por cierto, Mandel también ha
empobrecido su análisis del Estado en la era del capitalismo tardío, ya que
le ha impedido comprender que esta era tardía se ha caracterizado
precisamente por el apogeo del sistema de Estados-nación. En efecto, en el
transcurso de esta fase del devenir-mundo del capitalismo, este no solo se
habrá globalizado, en particular al amparo de la descomposición de los
imperios coloniales constituidos por las principales potencias centrales a
finales del siglo xix y comienzos del siglo xx; sin embargo, al menos en los
Estados centrales habremos asistido a la culminación de la “nacionalización”
de las formaciones sociales, es decir, de su encierro en el Estado-nación y
su valimiento por parte de este, que se ha convertido en el piloto del
proceso global de reproducción del capital y al mismo tiempo en maestro de
obras de algunos de sus momentos fundamentales, como veremos de inmediato.
Pese a su importancia, este doble aspecto del Estado en la era del
capitalismo tardíono se menciona para nada en el libro de Mandel.

4. Por un enfoque alternativo de las funciones del Estado capitalista

Por todas estas razones señaladas, no ha lugar a reprochar a Mandel haber
dejado de lado el análisis de las funciones del Estado capitalista. En
cambio, sí cabe discutir el marco en el que lleva a cabo este análisis, que
me parece en parte inadecuado y que le lleva a empobrecer su enfoque del
Estado en la era del capitalismo tardío.

4.1. Como hemos visto, en este capítulo Mandel añade su análisis de las
funciones del Estado capitalista a las que desempeña el Estado en general en
toda sociedad dividida en clases, división de la que siempre es a su vez
producto e “instrumento”. Simplemente se contenta con señalar las
inflexiones (de intensidad o de forma) de esas funciones generales del
Estado en el caso particular del Estado capitalista o en la situación
específica de las distintas épocas o fases de su evolución histórica.
Considero que, sin ignorar en absoluto las que necesariamente son las
funciones del Estado en cualquier modo de producción caracterizado por la
división, la jerarquización y la lucha de clases, es más idóneo desarrollar
el análisis de las funciones del Estado capitalista partiendo –como hemos
hecho con respecto a su forma y su estructura generales– de la relación de
producción capitalista. O más exactamente, de lo que ya he llamado en
repetidas ocasiones su proceso de reproducción global.

La reproducción de esta relación de producción social que constituye el
capital es un proceso complejo, que comprende múltiples momentos (elementos
constitutivos) diferentes. Por mi parte, distingo básicamente tres momentos
fundamentales, evidentemente articulados entre sí, pero dotados cada uno de
una autonomía relativa con respecto a los otros dos. Algunas de las
condiciones de reproducción del capital vienen aseguradas por su propio
movimiento cíclico de valor en proceso, de valor que se conserva y aumenta
en un incesante proceso cíclico que reúne procesos de producción y procesos
de circulación. Esto se produce a condición de que los resultados de este
proceso reproduzcan (repitan) los supuestos del mismo. En la medida en que
esto suceda, califico este movimiento de proceso de reproducción inmediata
del capital: el capital produce en él determinadas condiciones de su
reproducción por sí mismo, sin más mediación que él mismo. Esto es lo que
demostró Marx en El Capital, señalando al mismo tiempo que esta reproducción
inmediata no ocurre ni sin desequilibrios ni sin contradicciones, que hacen
que periódicamente entre en crisis.

Sin embargo, a estas condiciones inmediatas de la reproducción del capital,
que se deriva de su propio movimiento de valor en proceso, se añaden otras
que el movimiento del capital como valor en proceso no puede precisamente
engendrar por sí mismo. Para diferenciarlas de las anteriores, las denomino
“condiciones generales exteriores de la producción capitalista”. Estas
condiciones son generales en un doble sentido: por un lado, afectan
básicamente a la reproducción del capital social en su conjunto, tal como se
forma mediante el entrelazamiento de los movimientos de los múltiples
capitales singulares, y no la reproducción inmediata de estos últimos: son
los presupuestos generales de la valorización de los capitales singulares
los que deben estar garantizados en el nivel del conjunto del capital
social. Por otro lado y sobre todo, estas condiciones contemplan la
totalidad de los aspectos y elementos de la realidad social y no ya
solamente aquellos de los que se apropia el capital inmediatamente en y a
través de su movimiento de valor en proceso.

En cuanto a su exterioridad con respecto a este último, no significa que
este movimiento no pueda participar directamente en su producción, sino que
ninguna de estas condiciones generales es ni un dato inmediato ni el
resultado global del movimiento del capital como valor en proceso. Dicho de
otro modo, su producción recurre necesariamente a otras mediaciones que las
implicadas en y por el proceso de reproducción inmediata del capital. Y son
estas mediaciones las que aseguran la apropiación y la integración de los
elementos de la realidad social a modo de condiciones de la reproducción del
conjunto del capital social. Por ejemplo, el capital no consigue asegurar,
únicamente con su movimiento de valor en proceso, la (re)producción de
determinadas condiciones de su proceso de producción inmediato, tanto si se
trata de los medios de producción socializados (infraestructuras colectivas,
producción y difusión de los resultados de la investigación científica,
etc.) como de los aspectos de la reproducción de la fuerza de trabajo no
asegurados directamente por la circulación mercantil de esta (las relaciones
familiares, la producción y la gestión del espacio-tiempo doméstico, las
prácticas educativas, el sistema de enseñanza, etc.). Asimismo, el
movimiento del capital como valor en proceso no es capaz de producir y
reproducir por sí solo el espacio social que requiere la circulación del
capital: las redes de transporte y de comunicación, las concentraciones
urbanas, la ordenación del territorio, etc.

La producción y reproducción de las condiciones generales exteriores de la
producción capitalista constituyen por tanto momentos específicos del
proceso global de reproducción del capital, distintos de su proceso de
reproducción inmediata. Y a estos dos primeros momentos conviene añadir
finalmente un tercero, el proceso de producción y reproducción de las
relaciones de clase. Porque la reproducción del capital como relación social
se efectúa todavía dentro de y por medio de la división de la sociedad en
clases, de las luchas entre ellas en sus múltiples formas y sus constantes
peripecias, y finalmente de las propias clases como sujetos colectivos que
se afirman tratando de influir en los dos momentos precedentes del proceso
global de reproducción. Y este tercer proceso también tiene su
especificidad, en la medida en que hace que intervengan elementos, factores
y procesos desconocidos en los dos momentos precedentes. Así, para ceñirnos
a un ejemplo, únicamente el análisis de las luchas de clases permite
comprender las relaciones de fuerzas, los compromisos, los fenómenos de
composición y descomposición de las clases sociales en el plano social y
político, que dan lugar en particular a la formación de los bloques sociales
(sistemas complejos de alianzas entre clases, fracciones, capas y
categorías) que se encarnan y se representan en las organizaciones
asociativas, sindicales, partidarias, como también en los aparatos de
Estado.

En cuanto al Estado, para volver a nuestro tema, no constituye un cuarto
momento del proceso global de reproducción del capital, complementario a los
tres procesos parciales que acabamos de diferenciar. Con respecto a estos
tres procesos, el Estado se sitúa de hecho transversalmente, atravesando los
tres y enlazándolos entre sí, con lo que contribuye a su articulación y su
unidad. Este es el marco en que conviene proceder al análisis de las
funciones del Estado, es decir, mostrar que el Estado es necesario
(presupuesto o producido) como una mediación necesaria en la producción y la
reproducción del capital como relación de producción social dentro de los
distintos momentos particulares que componen este proceso global, y
determinar las funciones concretas que cumple cada vez, particularmente
desde el punto de vista del dominio (regulación) de las contradicciones
internas del proceso.

4.2. De esta manera no solo es posible enriquecer el análisis de las
funciones del Estado, ampliando el terreno y haciéndolo más complejo.
También permite periodificarlo de manera más precisa, pues las funciones del
Estado en los distintos momentos del proceso global de reproducción no
pueden dejar de cambiar en función de los periodos y fases del desarrollo
histórico mundial del proceso global de reproducción del capital. Desde este
punto de vista, la comparación con el análisis de las funciones delEstado en
la era del capitalismo tardío desarrollado por Mandel resulta instructiva.
Este último peca, en efecto, por la omisión o subestimación de los distintos
aspectos de las funciones del Estado en dicha época, que sin embargo son
importantes y que el esquema de análisis que acabo de proponer lleva por el
contrario a destacar con fuerza. Retomo en este punto dicho esquema en el
orden inverso de su presentación anterior.

Desde el punto de vista del proceso de reproducción de las relaciones de
clase, el “capitalismo tardío” se caracteriza en particular por el
establecimiento y el mantenimiento de un compromiso entre el capital y el
trabajo asalariado, el famoso “compromiso fordista”, basado en definitiva en
un reparto de las ganancias de productividad entre aumento de los salarios
reales (directos e indirectos) y aumento de los beneficios, que permite la
generalización de la taylorización y de la mecanización del proceso de
trabajo. En este plano, la principal función del Estado consiste en
encuadrar y garantizar este compromiso mediante la institucionalización y la
animación de un diálogo permanente entre las diferentes clases sociales (o
más exactamente, entre sus organización representativas: profesionales,
sindicales, partidarias, etc.) y desarrollar con este fin estructuras de
negociación entre los distintos “interlocutores sociales” (expresión que
nace entonces para designar la pacificación de la lucha de clases gracias al
compromiso fordista), desde los comités de administración o los comités de
empresa hasta el parlamento, pasando por las negociaciones en los distintos
sectores profesionales, los órganos de gestión paritaria de la seguridad
social, los eventuales organismos de planificación. etc.

Sin embargo, Mandel no menciona nada de esto en todo el capítulo, sino que
se contenta con explayarse sobre las relaciones entre el Estado y la
burguesía en la era del capitalismo tardío, sobre la articulación entre
grupos de presión, asociaciones profesionales, monopolios y altos
funcionarios. Apenas menciona de pasada la creciente integración de los
sindicatos y partidos “obreros” en el aparato de Estado, que para él es un
indicio del potencial de la ideología burguesa, pero no un elemento clave de
la configuración de las relaciones de clase propia de esta “era tardía” ni
una función esencial del Estado en esta era. Asimismo, llama la atención que
en este capítulo Mandel casi ni mencione la importancia adquirida por el
Estado, durante esta época, en el proceso de producción-reproducción de las
condiciones generales exteriores de la producción capitalista. Sin embargo,
a una escala variable y de acuerdo con modalidades diferentes de un
Estado-nación a otro, hemos asistido a la transformación del Estado en un
verdadero maestro de obra de algunas de esas condiciones, y no de las
menores.

Por un lado, y llegando incluso a convertirse en empresario (lo que comporta
la acumulación de un capital de Estado, procedente o no de la
nacionalización de empresas privadas), el Estado se habrá hecho cargo de la
producción de materiales de trabajo industriales de suma importancia
(carbón, petróleo, gas, electricidad, etc.) y de medios de producción
socializados (carreteras, autopistas, puertos, aeropuertos, medios de
transporte, medios de comunicación, etc.). Por otro lado, el Estado se habrá
convertido en el gestor global de la reproducción de la fuerza social de
trabajo en virtud de su política salarial, de la institución del salario
indirecto (la institución de un sistema de cotizaciones obligatorias que se
redistribuyen en forma de prestaciones sociales) y de la creación de un
conjunto de equipamientos colectivos y de servicios públicos (construcción
de viviendas sociales, desarrollo de la medicina hospitalaria,
democratización de la enseñanza secundaria y superior, construcción de
equipamientos culturales y deportivos de masas, etc.). Nada de esto se
menciona en la obra de Mandel, cosa que resulta tano más sorprendente cuanto
que señala explícitamente, al comienzo de su capítulo, entre las tres
funciones principales del Estado en toda sociedad dividida en clases
sociales, la creación de “aquellas condiciones generales de producción que
no pueden asegurarse por medio de las actividades privadas de los miembros
de la clase dominante”(página 461).

En fin, y esto es todavía más sorprendente tratándose del proceso inmediato
de reproducción del capital, no se encuentra ninguna mención de la función
reguladora de este proceso que el Estado ha desempeñado en la era del
capitalismo tardío y que sin embargo ha constituido uno de sus rasgos más
característicos. Esta regulación consiste en sobredeterminar el reparto
entre salarios y beneficios con vistas a equilibrar la oferta y la demanda
en el mercado nacional, tanto velando por la dinámica de la negociación
colectiva entre “interlocutores sociales” como aplicando un conjunto de
políticas económicas específicas (política salarial, política
presupuestaria, política monetaria) que constituyen los distintos
instrumentos del keynesianismo ordinario. Mandel pasa totalmente por alto
esta determinación keyneso-fordista del Estado en la era del capitalismo
tardío en el capítulo que tratamos, si bien es cierto que sí se plantea y en
parte se comenta en los dos capítulos precedentes de su obra.

Conclusión

Quisiera terminar atenuando un poco la severidad de mi juicio sobre esta
obra de Mandel y relativizando su alcance. Por un lado, Mandel me ha servido
de ejemplo de toda una tradición marxista caracterizada por un enfoque
funcionalista del Estado claramente insuficiente y empobrecedora: mis
críticas se dirigen por tanto más a esta tradición que él representa que a
su persona. Y añadiré que estas críticas se formulan desde un punto de vista
marxista, es decir, a partir de las aportaciones de otros autores marxistas
y dentro del marco general de una conceptualidad que no deja de ser
marxista. Qui bene amat bene castigat: mi severidad está a la altura de mi
querencia con respecto a un autor que sigue siendo de la familia.

Por otro lado, mi apreciación severa es sobre todo parcialmente injusta, a
contrapelo de la fórmula consagrada (“severa pero justa”). Ocurre que
algunas de mis críticas se benefician de mi posición cronológica: el
mochuelo de Minerva no emprende el vuelo hasta que oscurece y es hacia el
final de un periodo histórico o, mejor todavía, cuando el mismo ha concluido
y ha quedado atrás, cuando se vislumbra la verdad sobre el mismo. Tanto si
se trata de las funciones del Estado en la era del capitalismo tardío, de su
estructura y (aunque en menor medida) de su forma, hoy podemos juzgarlas
mejor, al haber abandonado ya aquel periodo, que cuando nos hallábamos en su
pleno apogeo, como era el caso de Mandel cuando escribió El capitalismo
tardío. En este sentido, mis críticas a Mandel pecan, al menos en parte, de
ese anacronismo del que Lucien Febvre dijo que constituye, en materia
histórica, “el pecado de los pecados, el pecado entre todos irremisible/4”.
Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa!

* Alain Bihr es profesor honorario de sociología de la Universidad de
Franche-Comté. Autor, entre otros libros, de La Préhistoire Du Capital. Le
devenir-monde du capitalisme (La Prehistoria del Capital. El volverse-mundo
del capitalismo). Editions Page Deux, Lausanne, 2006)

Notas

1/ Der Spätkapitalismus, Suhrkamp Verlag, Fráncfort, 1972. Me referiré a la
traducción francesa efectuada por Bernard Keiser y reeditada y corregida en
1997 en Paris por Éditions de la Passion. [Las citas en la traducción
castellana están tomadas de El capitalismo tardío, Ediciones Era, México,
1979, traducción de Miguel Aguilar Mora.]

2/ El capítulo ocupa las páginas 461 a 484 de la traducción castellana.

3/ La edición original rusa de la obra data de 1924. En 1926 apareció una
segunda edición y en 1929 una traducción al alemán. La traducción al
castellano de la obra fue publicada por Labor y Grijalbo en 1976.

4/ Lucien Febvre, Le problème de l’incroyance au XVIe siècle. La religion de
Rabelais, Paris, Albin Michel, 1947, página 6.

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