Ecuador/ el fin de la "década dorada" y el deterioro de Rafael Correa [Decio Machado]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jul 11 00:07:43 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 11 de julio 2015

germain5 en chasque.net

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Ecuador

Ecuador y el fin de la “década dorada”

El deterioro de Rafael Correa

Si hubo un punto preciso de inflexión en la tendencia mayoritaria de apoyo
popular al gobierno de Rafael Correa, es probable que haya ocurrido a
inicios de 2015. Ese fue el momento en el que la economía ecuatoriana pasó a
evidenciar los impactos derivados de la caída de los commodities y el fin de
la “década dorada” latinoamericana.

Decio Machado *

Brecha, Montevideo, 10-7-2015

http://brecha.com.uy/

El correísmo no es más que la expresión política de la profunda
transformación emprendida por el capitalismo ecuatoriano en los momentos
posteriores a la crisis financiera que vivió el país en 1999. Es decir,
cuando un sector del capital nacional, transversalizado por los capitales
regionales, pasa a entender mejor sus posibilidades de negocios propiciando
un mayor nivel de consumo interno mediante la incorporación de sectores
populares al mercado. Todo ello en el marco de una importante disputa de
poder con las viejas oligarquías que dominaban las exportaciones agrícolas,
el viejo modelo de agronegocio no tecnificado.

Superar la inestabilidad política que ha caracterizado el reciente pasado
ecuatoriano significó repartir más en momentos de bonanza económica,
buscando garantizar las condiciones de acumulación a largo plazo de los
sectores del capital emergente. Al fin y al cabo, el fenómeno correísta no
deja de ser algo parecido a lo que significó el keynesianismo respecto del
fordismo durante gran parte del siglo pasado en Estados Unidos y Europa.

Sin embargo, los ciclos políticos vienen determinados por los ciclos
económicos, y esta realidad determina el fin de un consenso político, social
y económico implementado con el triunfo del Movimiento Alianza Pais (Patria
Altiva y Soberana) en las elecciones de 2006, e institucionalizado en la
Constitución de 2008.

El reflujo económico que vive Ecuador viene a desnudar un modelo de
desarrollo que, al igual que otros tantos aplicados en la región, muestra
presto sus límites una vez acabado el período de bonanza. En estas
condiciones, no tardará mucho el momento en que el oficialismo, bajo sus
propias lógicas internas, busque con análisis simplistas a los responsables
de su deterioro. En el fondo da igual, dado que en la práctica la
transformación que vive el Estado durante la era correísta no es más que el
fruto de las necesidades del nuevo mercado ecuatoriano.

Es un hecho que a pesar del proceso de tardo-modernización capitalista
impulsado desde la planificación estatal se ha reprimarizado la economía
nacional, lo que agudizó la dependencia respecto del mercado internacional
de crudo. Las exportaciones de bienes procesados no petroleros, que en 2006
significaban para Ecuador un 4,9 por ciento del Pbi nacional, en 2014
descendieron al 3,9, lo cual evidencia lo banal del discurso gubernamental
con respecto al cambio de matriz productiva y la transformación del régimen
de acumulación económica heredado de la época neoliberal.

Gran parte de los logros económicos y sociales se han sostenido gracias a
los elevados ingresos derivados de la exportación petrolera durante estos
últimos ocho años (57.000 millones de dólares, descontados los costos de los
combustibles importados), motivo por el cual pasan ahora a estar en riesgo.
Sin dejar de reconocer que durante este gobierno la pobreza, medida por el
ingreso (2,63 dólares diarios, usando la línea de pobreza nacional),
disminuyó del 37,6 en 2006 al 22,5 por ciento en 2014, ya comienzan a
aparecer los primeros datos económicos que reflejan el fin de ciclo. Según
el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, la pobreza nacional habría
aumentado entre junio de 2013 y junio de 2014 en casi un punto porcentual, y
estamos a la espera de ver datos peores en el presente año; el empleo
precario subió entre marzo del pasado año y el de éste en más de un punto y
medio, y la evolución positiva del coeficiente de Gini (indicador de
desigualdad), de lo cual se ha vanagloriado el régimen durante estos años,
está estancada desde 2013.

Sin plata no hay pasión

i bien el régimen ha disfrutado de altas tasas de popularidad hasta hace
relativamente poco tiempo, el deterioro económico conlleva a su vez el
deterioro de la hegemonía ética y cultural, es decir, del consenso formado a
partir de la Constitución de 2008. Desde el año pasado se está incrementando
aceleradamente la percepción de corrupción generalizada en el país y la
presidencia ha perdido credibilidad, mientras se pone cada vez más de
manifiesto un descontento generalizado respecto de la situación de la
economía nacional y su influencia negativa en la capacidad adquisitiva de la
población.

El discurso oficialista, basado en una estrategia que tiene mucho que ver
con aquello que Orwell definiese como un sistema casi perfecto de “doble
pensamiento”, y enfocado al descrédito de todo cuestionamiento crítico y al
control sobre las definiciones de la realidad, pasó, en una coyuntura de
incremento cada vez mayor de la conflictividad social, a redefinir términos
e invertir valores. Lo que en el pasado fue heroísmo revolucionario ahora es
terrorismo; la movilización social se transformó en sedición; y la
disidencia política, en anarquismo y traición. Sin embargo, la realidad es
–según demuestran las encuestas– que no sólo son las elites burguesas las
que manifiestan su disconformidad, sino también gran parte del 43 por ciento
de población vulnerable (con ingresos entre cuatro y diez dólares diarios,
según la Cepal).

El correísmo pasó de ser una alternativa a la vieja y deslegitimada
partidocracia a convertirse en el paradigma de la modernizada partidocracia
del siglo XXI. Para los jóvenes ecuatorianos, según indican diversos
estudios demoscópicos, todo el espectro político nacional son “astillas del
mismo palo”.

Oposiciones

No fue la intención de construir un “capitalismo moderno” –según la
terminología implementada por el propio mandatario en estos últimos días– lo
que motivó las resistencias al neoliberalismo en los momentos anteriores a
su llegada al poder. Es más, el propio presidente ha definido en
innumerables ocasiones al “ecologismo y el izquierdismo infantil” como los
principales enemigos de lo que se ha dado en llamar la “revolución
ciudadana”. Sin embargo, ha sido la incapacidad de esa misma izquierda a la
hora de generar diagnósticos reales de lo que ha venido sucediendo durante
los últimos años lo que ha permitido el auspicio e inicial consolidación del
fenómeno correísta.

Las movilizaciones populares que han venido siendo encabezadas hasta hace
muy poco por los sindicatos independientes y la Confederación de
Nacionalidades Indígenas (Conaie), desde la llegada del reflujo económico
están pasando a ser hegemonizadas por la derecha, que comienza a
reposicionarse en el tablero político. La izquierda política y social aún no
manifiesta condiciones para generar alternativas al modelo implementado por
el neopopulismo correísta. Su discurso crítico se limitó a marcar las
contradicciones existentes entre el discurso y la praxis oficialista:
revolución, socialismo, poder popular o gobierno de los trabajadores versus
aumento de los beneficios empresariales, incremento de los grupos nacionales
de capital con la incorporación del capital emergente, agudización de la
explotación laboral, control y criminalización de la protesta social. Los
sectores políticos más progresistas ni siquiera cuentan hoy con
organizaciones políticas capaces de disputar en términos hegemónicos el
liderazgo poscorreísta.

Sin embargo, en una coyuntura enmarcada por la quiebra del concepto
gramsciano de hegemonía ideológica y dominio social correísta, son los
sectores conservadores los que mejor han entendido que la política electoral
consiste en agudizar las contradicciones del oponente. Para ello han
aprovechado el descontento ante las nuevas medidas implementadas desde el
gobierno, que buscan el refinanciamiento del Estado, pasando a protagonizar
la resistencia ante dos de las propuestas más redistributivas que el régimen
ha planteado en los últimos años: el incremento de impuestos a la plusvalía
de los bienes inmuebles y a las herencias.

Si bien el inicio del declive oficialista puede datarse en las elecciones
seccionales de febrero del pasado año, cuando perdió un tercio de su
electorado, su colofón ha tenido lugar frente a las movilizaciones de junio
–se habla de medio millón de personas movilizadas en todo el país–, lo cual
culminó con la retirada por parte del gobierno de sus propuestas de reforma
fiscal.

En la práctica, el oficialismo puso en evidencia que, más allá de su
permanente conflicto con las organizaciones populares, sus debilidades se
perciben más claramente cuando los sectores conservadores se movilizan. La
visita del papa Francisco, esta semana, que pretendía ser utilizada como un
acto de respaldo a Rafael Correa ante un supuesto y estratégicamente
inventado golpe de Estado, terminó teniendo un efecto negativo para la
imagen presidencial. Los principales medios de comunicación internacionales
se encargaron de posicionar mediáticamente, y con especial ahínco, las
rechiflas recibidas por el mandatario mientras acompañaba al líder
religioso.

Está por verse el desenlace de esta trama: el liderazgo en filas
conservadoras está en disputa, y las condiciones en que llegarán a los
comicios presidenciales y legislativos de 2017 dependerán de sus capacidades
de entendimiento interno; queda también por ver cuál será la evolución del
mercado global del crudo, así como la capacidad interna del correísmo para
superar sus lógicas cartesianas del “conmigo o contra mí”.

* Sociólogo y periodista. Director de la Fundación Alternativas
Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos.

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