Uruguay/ Mujica, un canalla auténtico [Soledad Platero]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mayo 9 00:21:36 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo –  9 de mayo 2015

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A l’encontre – La Breche

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Uruguay

 “Mujica es auténtico, de eso no cabe duda. El asunto es que se puede ser
auténticamente un canalla.”

In vino veritas

Soledad Platero

Columna de Opinión

Caras y Caretas, Montevideo, 7-5-2015

http://www.carasycaretas.com.uy/

“A mí me tendrían que hacer un monumento porque soy el único tipo uruguayo
de la política que dice lo que piensa”, les dijo, entre cientos de otros
asertos semejantes, el actual senador y ex presidente José Mujica a los
periodistas Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz (ambos de Búsqueda). No tengo
idea de qué criterios se usan para hacer monumentos ni para emplazarlos en
lugares públicos, ni me mueve una preocupación especial acerca de cuestiones
de arte y urbanismo. Lo que me llama la atención en las palabras de Mujica
es el elogio de la sinceridad, esa virtud que lo hace merecedor del
monumento y que parece conferirle a él todo su espesor de tipo genuino y
confiable, de persona íntegra, de buena gente. Hace algunos años, la campaña
publicitaria de cierto supermercado mayorista tenía como personaje central a
un veterano que siempre decía lo que pensaba. No hay ni que decir que el
señor era insufrible. Con la misma cara socarrona con que le decía a una
madre que su bebé era feíto, le comentaba a su señora que la vecinita se
había vuelto una potra. Era un impune, un grosero, un atrevido. Un individuo
desagradable cuyo valor esencial consistía en dejar salir del cerco de los
dientes las palabras más ofensivas y desubicadas. Nadie en su sano juicio lo
creería merecedor de un monumento, y es improbable que a alguien se le
hubiera ocurrido mandarlo a juntar votos para la causa que fuera. Pero
resulta que la política es un ámbito bastante desprestigiado. Es casi
unánime la percepción de que los políticos mienten, y en ese contexto no es
raro que la sinceridad cotice alto. Así, una vez difundidas varias de las
afirmaciones de Mujica en el libro de Tulbovitz y Danza (“Una oveja negra al
poder. Confesiones e intimidades de Pepe Mujica”, editorial Sudamericana,
Montevideo, 2015), las repercusiones no se hicieron esperar. Y aunque muchos
se mostraron indignados por la deslealtad del ex presidente, muchos otros le
festejaron la gracia. (1)

Entre los argumentos a favor y en contra de Mujica hay algunos especialmente
penosos. Uno (en contra), el que remite a la “unidad de la izquierda”, como
si una especie de omertà obligara al silencio para no poner en riesgo algo
que ya parece, al menos en términos electorales, suficientemente
consolidado. Otro (a favor), que da por buenos los disparates porque “son
verdad”, como si decir verdades tan obvias como innecesarias fuera, en sí
mismo, algo bueno. Sin embargo, aunque Mujica cimentó buena parte de su
prestigio personal en la repetición de lugares comunes y obviedades, lo que
llama la atención en la “sinceridad” de las expresiones sobre sus compañeros
de ruta y sobre dignatarios extranjeros es la mala leche. Hablar de si
Astori es o no una persona carismática podría hasta ser comprensible a la
hora de elegirlo para encabezar una lista, aunque difícilmente se podría
considerar pertinente en el contexto de una entrevista con la prensa. Ahora,
contar que no pudo “mear en medio de una multitud, a escondidas” es,
directamente, una tocada de culo, una canchereada infame que merecería el
repudio sincero de todo el mundo, por encima de cualquier opinión sobre
Danilo Astori o sobre la conducción económica del país. Decir que Constanza
Moreira o Alberto Curiel fueron senadores “de garrón” (reservémonos, llegado
este punto, las opiniones sobre asesores como el Pato Celeste) (2) o salir a
decir que no pusieron un peso es, lisa y llanamente, una canallada. Y
además, según parece, es mentira.

Por eso, en el elogio de la franqueza de Mujica parece haber menos un deseo
de escuchar verdades que una voluntad de revancha, una especie de regodeo en
que alguien hable mal de esos cajetillas que se sientan en el Parlamento y
deciden la suerte de todos. Y los que lo festejan son los mismos que le
reconocen la viveza cuando explica, tras varios caliboratos y en medio de la
festichola en el Quincho de Varela, que su vecino es un canario bruto que no
terminó primaria pero “mueve 150 personas” y así consigue que los nuevos
uruguayos paguemos, locos de la vida, casi treinta pesos por una lechuga que
le costó dos pesos producir. “Encontró el marketing”, dice Mujica, y no
falta quien diga que tiene razón, como si esa verdad, esa correspondencia
exacta entre el enunciado y el mundo contuviera una justificación moral de
la avivada. Porque no se les ocurre, a los festejantes de las verdades
obvias, rascar un milímetro la superficie de ese razonamiento y sacar la
cuenta de cuánto ganan los 150 embolsadores de lechuga, los armadores de
packs de puchero, los fraccionadores de perejil que trabajan para el vecino
de Mujica y sustentan con su sudor el éxito de su estrategia de marketing.

Si alguien todavía cree que en Uruguay no existe la farándula política
debería repasar el fenómeno del Quincho de Varela. (3) Porque la verdad
última del Mujica político debe leerse en eso de lo que el Quincho de Varela
es metáfora. Lo que Mujica es, políticamente hablando, es un caudillo
ruralista. Un viejo zorro campechano que cree en serio que el capitalismo es
lo más grande que hay, que estudiar no sirve para nada, que el mundo es de
los vivos, que a los pobres hay que ayudarlos con caridad y que las ideas,
las ideologías y las disquisiciones intelectuales entorpecen la libre y
necesaria circulación del dinero y las mercancías. Mujica es el que cree que
para mejorar la educación (que, dicho sea de paso, no es, para él, otra cosa
que la capacitación para el trabajo) hay que hacer mierda al gremio de
docentes, es el que se cree macanudo porque les dice a los hombres que
tienen que “aprender a perder”, es el que anuncia la inutilidad de un paro
general contra el TISA (4) porque “el G20 no se va a impresionar por un paro
del PIT-CNT”. El Quincho de Varela, ese edén en el que las princesas se
morfan un choripán mientras conversan con sindicalistas y con ministros de
izquierda, es la imagen más lograda de la utopía sin antagonismos de clase
que Mujica, a pesar de sus discursetes en foros internacionales, promueve un
día sí y otro también.

Mujica es auténtico, de eso no cabe duda. El asunto es que se puede ser
auténticamente un canalla. Se puede ser, con toda franqueza, una persona
jodida, un viejo fatuo, un soberbio que protege a sus amigos y crucifica a
sus competidores con la misma despiadada lógica con que lo hace cualquier
jefe mafioso, cualquier empresario sin escrúpulos, cualquier político
sinvergüenza. Se puede jugar el juego de la idiosincrasia y en ese juego
enchastrar a unos y festejar a otros, sacar pecho con la parada de carro a
una mandataria extranjera, se puede ser perdonavidas o bravucón, se puede
hablar de más y moverse dentro del amplio registro que va desde las verdades
obvias hasta las mentiras flagrantes. Y se puede sacar, de todo eso, rédito
personal. Pero medida en términos políticos, esa ganancia es sólo pérdida.
Porque aunque se junten votos y hasta se arrase en las elecciones, el
retroceso hacia lo más mezquino de la vida social parece irreversible.

Notas de Correspondencia de Prensa

1) En su edición del jueves 7 de mayo, el semanario Búsqueda reproduce
algunas de las opiniones de Mujica en el libro. Los problemas en la
educación, según el ex presidente, se deben a los sindicatos: “hay que
sacarlos del camino” y “hacerlos mierda”, porque funcionan “como un
impedimento para cualquier cambio”. También criticó a las organizaciones
feministas: “son todas intelectuales con sirvientas” y “es preferible lidiar
con una trituradora ante que con ellas (…) el Frente Amplio tiene el caudal
más grande de esas intelectuales insoportables.”

En cuanto a su “compañero” Tabaré Vázquez, Mujica le reconoce sus orígenes
de “clase media baja”, porque nació y creció en La Teja (un barrio de
tradición obrera y combativa de Montevideo); aunque después “se dedicó a
hacer plata como médico” y se mudó a una zona de “clase media alta” (el
Prado), considerada por la mayoría de la población como un lugar
“aristocrático”. A Danilo Astori (otro “compañero”, actual vice-presidente
de la Republica y ministro de Economía en el gobierno del propio Mujica), le
achacó su presunta falta de “sex appeal”, de “picardía” y de “maldad”. Luego
de criticarlo políticamente, contó que “una vez lo quise llevar a mear en
medio de una multitud, a escondidas, y no pudo”. En cambio, Vázquez “se
puede mezclar mucho más con la gente”, aunque “nunca sabés lo que está
pensando”. Y agregó: es probable “que Astori sea más buena persona que
Tabaré, porque Tabaré a veces te da la impresión de que usa a la gente.
Tiene alguna cosa que no me convence”.

Respecto a las Fuerzas Armadas, volvió con lo que tanto él como otros
“históricos” del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros quieren: que
haya militares de filiación frenteamplista. “Los milicos juegan un rol
clave”, porque la “garantía de la democracia es que la cabeza de la
oficialidad del Ejército refleje la realidad política del país, más o
menos”. (A propósito de tupamaros y militares, ver artículo “Las cloacas de
la impunidad”, en Correspondencia de Prensa, 2-2-1015)

En una parte del libro, Mujica cuenta su relación con mandatarios
extranjeros y las “confesiones” que algunos de ellos le hicieron. Por
ejemplo, las de su amigo Lula sobre la corrupción en Brasil y,
especialmente, sobre el llamado “mensalao”, un mecanismo de pago de coimas a
parlamentarios montado por altos dirigentes del PT. “Lula no es un corrupto
como sí lo era Collor de Mello y otros ex presidentes brasileños”, afirmó
Mujica. Pero, a continuación, narró cómo un agobiado Lula les dijo a Mujica
y a Astori en 2010, que había tenido que “lidiar con muchas cosas inmorales,
chantajes”, para luego justificar la escandalosa corrupción durante su
primer mandato: “esa era la única forma de gobernar Brasil”.

Los autores del libro también relatan que en uno de sus dos viajes a Cuba
como presidente, Mujica les dijo a gobernantes cubanos en el célebre
restaurante La Bodeguita del Medio, que el problema de la isla es “que todos
tienen empleo y por eso nadie arriesga nada”. Reiterándoles lo que ha dicho
más de una vez en foros empresariales, entrevistas y hasta en reuniones con
sindicalistas: “Por más mierda que sea el capitalismo, es el que ayuda a
crecer”. Y puso como ejemplo negativo al régimen chavista: “Mirá lo que pasó
en Venezuela. Les expropiaron todo (a los capitalistas) y ahora están peor.
¡No me jodas!”.

2) Se trata de Gustavo Torena, conocido como el “Pato Celeste”. Un operador
mafioso en el negocio del fútbol que, durante el gobierno Mujica, contaba
con una oficina en la Torre Ejecutiva (sede de la presidencia de la
República). La relación tanto con Torena como con Francisco “Paco” Casal”
(propietario de Tenfield, la empresa que monopoliza los derechos de
televisión del fútbol, basquetbol, ciclismo y carnaval), es reconocida por
el propio Mujica en el libro. Durante su mandato (y en contra de la opinión
de Astori), le “perdonó” a Casal una deuda (calculada en 290 millones de
dólares) que mantenía con la Dirección General Impositiva. En el intercambio
de favores salió favorecido el Movimiento de Participación Popular (MPP,
organización político-electoral de Mujica), a través de “donaciones”
electorales.

3) El Quincho de Varela está ubicado en la zona de Rincón del Cerro
(periferia rural de Montevideo). Es propiedad del empresario Sergio Varela,
amigo y vecino del matrimonio Mujica-Topolansky. Entre otros eventos, Mujica
y su esposa organizan todos los 1° de Mayo un almuerzo. Participan
dirigentes del Frente Amplio, ministros, empresarios, sindicalistas,
embajadores, artistas. Hasta que fue embajadora de Estados Unidos en
Uruguay, Julissa Reynoso era una comensal infaltable y, de hecho, la figura
estelar de la farándula.

4) Acuerdo de Comercio de Servicios (TISA, por su sigla en inglés). Uruguay
participa junto a 50 países, entre los que están Estados Unidos, Japón,
Canadá, la Unión Europea y los países de la Alianza del Pacífico más
Paraguay. Al principio, Mujica criticó al TISA porque se trataría de una
iniciativa “contra China”. No obstante, durante su gobierno, Uruguay fue
parte de las negociaciones “secretas”. Tabaré Vázquez dijo que se había
enterado de la participación del país “a través de la prensa”, algo poco
creíble si se tiene en cuenta que su vice-presidente, Danilo Astori, es uno
de los más entusiastas respecto al TISA. El PIT-CNT convocó a un “paro
general” parcial (donde como ya es costumbre en el país, más del 70% de los
trabajadores “no acata”, mientras que numerosos sindicatos declaran su
“adhesión” sin parar). La autora del artículo hace alusión a este “paro
general” criticado por Mujica.

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