Uruguay/ Fernández Huidobro: la metamorfosis de un jefe tupamaro [Samuel Blixen]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 29 21:27:22 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 29 de mayo 2015

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Uruguay

El periplo del “Ñato”

La metamorfosis

Las causas de un giro de 180 grados en la actitud del ministro de Defensa
sobre los derechos humanos son un misterio, más allá de su folclórico
histrionismo.

Samuel Blixen

Brecha, Montevideo, 29-5-2015

http://brecha.com.uy/

El Ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, durante la
presentación del gabinete del Presidente electo Tabaré Vázquez en su comando
de campaña. Vázquez mantendrá a Fernández Huidobro en el cargo que le
asignara el ex presidente José Mujica. 02 de diciembre 2014 Montevideo -
Uruguay

Era casi una leyenda que acunaban los tupamaros clandestinos, esa especie de
simbiosis (relación estrecha de organismos de diferentes especies, en este
caso política) entre Raúl Sendic y Eleuterio Fernández Huidobro: el Bebe,
retraído, acaso tímido, de pocas palabras, aportaba una sólida formación y
una intuición inusual para analizar la coyuntura; el Ñato, exuberante,
extrovertido, irreverente; el Bebe imponiendo los fundamentos ideológicos y
estratégicos, el Ñato aportando destellos de genialidades. Ambos llegaron a
formar, en ocasiones, un equipo aceitado que produjo los más importantes
documentos internos de la guerrilla urbana y que daba fluidez a una
dirección con una especial condicionante, ser colectiva en la
clandestinidad.

Esa cooperación sufrió un quiebre definitivo a mediados de 1972, en plena
derrota militar de los tupamaros. El cuartel del Batallón Florida, en el
Buceo, fue el centro de un proceso de negociaciones con características
inusitadas: prisioneros que salían del encierro para establecer contactos
con los dirigentes en la clandestinidad, dirigentes empeñosamente buscados
(Sendic) que ingresaban al cuartel para discutir con sus compañeros presos.
Justificado en el hecho (real) de que al menos se atenuaría la tortura
sistemática, el diálogo entre prisioneros y oficiales pronto derivó a otro
plano cuando los oficiales pusieron como condición la rendición
incondicional con entrega de armas. Fernández Huidobro apoyó la propuesta y
en sus salidas del cuartel, acompañado del capitán Carlos Calcagno,
fundamentó ante sus compañeros las ventajas tácticas. Sendic se opuso
terminantemente, pero en lugar de una negativa condicionó la entrega de
armas a un tercero (la Iglesia Católica) a la aceptación de un programa de
medidas económicas y políticas para la superación de las causas que
promovieron el enfrentamiento armado. La contrapropuesta provocó división
entre los oficiales jóvenes de menor rango involucrados en las
negociaciones, pero el estado de asamblea –que se extendía a otros
cuarteles– fue cortado de raíz cuando los altos mandos rechazaron de plano
el programa político. (Pero unos meses después los mandos utilizaron
cínicamente las propuestas en los comunicados 4 y 7 de febrero de 1973, en
el primer escalón del golpe, como engañabobos, tal como confesara más tarde
el general Abdón Raimúndez.)

Ya en el segundo piso de la cárcel de Libertad, Sendic reprochó duramente a
Fernández Huidobro por haber dado trámite al planteo de rendición
incondicional de los militares, y ese cuestionamiento se mantuvo, después de
una década larga de encierro como rehenes de la dictadura, cuando en 1985,
tras la liberación, se produjo la rea­grupación de los tupamaros en la
legalidad.

En aquellas diferencias puede estar el origen de los cambios radicales en la
conducta política del hoy ministro de Defensa Nacional. Raúl Sendic mantuvo,
hasta su muerte en 1989, una postura intransigente frente a los violadores
de los derechos humanos y los responsables del terrorismo de Estado. Como
Fernández Huidobro, Sendic jerarquizaba la responsabilidad de personajes
civiles en su carácter de cómplices de los militares y de ideólogos de la
dictadura. Pero a diferencia de aquél, éste no diluía la culpabilidad
militar por el hecho de compartir responsabilidades y manifestó siempre un
sentimiento de repugnancia por aquellos que, aunque fueran, en todo caso,
simple mano ejecutora, cometieron las mayores atrocidades. Fernández
Huidobro, en cambio, acentúa la responsabilidad civil para amparar a sus
amigos militares.

¿De dónde proviene esa amistad? Comienza en el Batallón Florida, producto de
aquellos intercambios que, a pretexto de una discusión sobre el papel de las
oligarquías y la utilización de la “mano de obra militar” para la defensa de
los intereses, derivó en las negociaciones para la superación de “la
guerra”. Los intercambios se multiplicaron a lo largo de los años en la
rotación por los diferentes cuarteles del Interior, donde Fernández
Huidobro, aislado, y con un precario contacto con sus dos compañeros de
encierro, aceptó la continuación del intercambio, que a veces se disfrazaba
de interrogatorio y a veces era un simple diálogo entre combatientes. En una
situación similar, Sendic se negó sistemáticamente a aceptar el intercambio,
y los únicos diálogos se redujeron a salvajes torturas, so pretexto de
interrogatorios.

Hay quienes explican la conducta del ministro como expresión de un “síndrome
de Estocolmo”, la identificación del prisionero con sus carceleros; otros
simplemente afirman que “el Ñato se quebró”. Con la salvedad de que se trata
de un documento de origen militar, que puede o no reflejar la verdad, un
informe interno del Ocoa de 1978 consigna tramos de una conversación
mantenida por los interrogadores con el Ñato, por entonces recluido en los
calabozos del cuartel de Paso de los Toros, en la que éste habría aportado
valoraciones sobre tupamaros refugiados en el exterior. Por ese documento,
Julio Marenales calificó a Fernández Huidobro de “traidor”, y el Ñato nunca
desmintió el contenido de ese informe.

Cualquiera de las dos hipótesis resultan insuficientes para explicar la
colaboración de Fernández Huidobro con los militares a lo largo de los años:
como dirigente del Movimiento de Participación Popular, y como legislador
integrante de la Comisión de Defensa Nacional del Senado, Fernández Huidobro
mantuvo sistemáticos contactos con los mandos militares, pero también con
aquellos oficiales, en actividad o en retiro, integrantes de la logia
Tenientes de Artigas.

En ocasión en que la justicia chilena solicitó la extradición de tres
oficiales, Tomás Casella, Eduardo Radaelli y Wellington Sarli, involucrados
en el secuestro y asesinato del químico chileno Eugenio Berríos, para
impedir que testificaran en el juicio por el asesinato del ex canciller
Orlando Letelier, Fernández Huidobro argumentó que la entrega a los
magistrados del país andino sería un acto de ensañamiento por tratarse de
militares, “un plan cóndor al revés”, y que los oficiales acusados serían
“presos políticos”. Casella y Washington Sarli eran integrantes de la logia
Tenientes de Artigas.

Con el paso del tiempo, el hoy ministro subió la apuesta en la defensa de
los militares acusados de delitos de lesa humanidad: “Existen sectores que
quieren justicia, además de verdad. Quieren castigar a los culpables de las
violaciones de derechos humanos. Yo no lo acepto”, afirmó en un programa
periodístico de Teledoce. Fue a raíz de la publicación de un documento
atribuido a Fernández y a varios militares de los Tenientes de Artigas, un
proyecto de pacto para “cerrar definitivamente las heridas del pasado”,
elaborado en 1989, y que consagraba la “teoría de los dos demonios”.
Fernández Huidobro confirmó que él y José Mujica “siempre” tuvieron diálogos
y encuentros con los militares, pero negó la autoría del documento. En 2011
Fernández Huidobro renunció a su banca de senador, discrepando con el Frente
Amplio por el proyecto interpretativo de la ley de caducidad, argumentando
que el pueblo ya se había pronunciado en dos plebiscitos. En ese mismo año
el ministro de Defensa públicamente discrepó con el fallo de la justicia que
procesó a Miguel Dalmao, general en actividad, por el asesinato de Nibia
Sabalsagaray. “Es inocente”, dijo, quizás induciendo al presidente Mujica a
dar un paso insólito, visitar al general procesado en su lugar de reclusión.
También es parte de la defensa de los militares la carta que escribió “a
quien corresponda” afirmando que el coronel retirado Juan Carlos Gómez,
procesado por la muerte de Roberto Gomensoro, también era inocente. La carta
facilitó el desplazamiento de los magistrados que se disponían a condenar a
Gómez, y alentó la liberación del procesado.

Estos y otros ejemplos confirman la determinación del ministro de respaldar
la postura de los militares que enfrentan acusaciones por violaciones a los
derechos humanos. Los insultos y groserías contra militantes y
organizaciones de derechos humanos pueden atribuirse a una forma de ser
estimulada por el enojo. Pero la coherencia de su postura a lo largo de los
años, edificando la teoría de los dos demonios, debe tener una explicación
todavía oculta.

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