Debates/ extractivismo y subdesarrollo: la maldición de la abundancia [Alberto Acosta]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Nov 3 12:48:44 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 3 de noviembre 2015

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A l’encontre – La Breche

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Debates

Los extractivismos y el subdesarrollo

La maldición de la abundancia

“El punto cuestionable de esta modalidad de acumulación radica, desde una
aproximación insuficiente, en la forma en que se extraen y se aprovechan
dichos recursos, así como en la manera en que se distribuyen sus frutos. El
asunto es mucho más complejo. Las sendas del extractivismo –progresista o
neoliberal– no son el problema mayor. La dificultad radica en el
extractivismo mismo, que en esencia es de origen colonial y siempre
violento, con todo lo que esto implica. Y que como tal nos condena al
subdesarrollo”.

Alberto Acosta *

Brecha, Montevideo, 30-10-2015

http://brecha.com.uy/

La apropiación de recursos naturales que son extraídos por medio de una
serie de violencias, atropellando derechos humanos y derechos de la
naturaleza, “no es una consecuencia de un tipo de extracción sino que es una
condición necesaria para poder llevar a cabo la apropiación”, señala
atinadamente Eduardo Gudynas. Y se lo hace sin importar los impactos nocivos
en términos sociales y ambientales, incluso económicos, de los proyectos
extractivistas. Por cierto muchas veces ni siquiera se considera el
agotamiento de los recursos y sus posteriores consecuencias.

Es preciso entender que los extractivismos no se limitan a los minerales o
al petróleo, los hay también agrarios, forestales, pesqueros e incluso
turísticos.(1)

Neoextractivismo

En los últimos años, conscientes de algunas de las patologías propias de la
modalidad de acumulación extractivista, varios países de la región con
regímenes “progresistas” han impulsado algunos cambios. Sin embargo, más
allá de los discursos no hay señales claras de que pretendan superar
realmente dicha modalidad de acumulación.

Desde una postura nacionalista se procura principalmente un mayor acceso y
control por parte del Estado sobre los recursos naturales, y también sobre
los beneficios que su extracción produce. Esto no está mal. Lo negativo es
que desde esta postura se critica el control de los recursos naturales por
parte de las trasnacionales y no la extracción en sí. Y esto es aún más
complicado cuando las empresas estatales actúan cual si fueran
trasnacionales.

Al menos hasta ahora, gracias a los elevados precios de las materias primas
sobre todo, en los países con gobiernos “progresistas”, que han obtenido una
mayor participación en renta extractivista, los segmentos tradicionalmente
marginados de la población han experimentado una relativa mejoría a partir
de la mejor distribución de dichos ingresos. Y al no darse una
redistribución de los activos y, menos, al no haber afectado la modalidad de
acumulación, los grupos más poderosos han obtenido la tajada del león. Esta
situación es explicable por la inexistencia de gobiernos realmente
revolucionarios y lo relativamente fácil que resulta obtener ventaja de la
generosa naturaleza, sin adentrarse en complejos procesos sociales y
políticos de redistribución.

Por supuesto, en los países con gobiernos neoliberales los extractivismos
gozan también de muy buena salud. Gracias igualmente a los elevados precios
de las materias primas en el mercado mundial, en estos países también se han
registrado mejorías en el ámbito social. Aquí también se ha reducido la
pobreza a través de políticas sociales financiadas por los ingresos
adicionales.

Ahora, cuando el ciclo de precios altos de las materias primas parece haber
llegado a su fin, las presiones extractivistas no declinan. Al contrario. La
dependencia de los mercados foráneos, aunque parezca paradójico, es aún más
marcada en épocas de crisis. Todos o casi todos los países cuya economía
está atada a la exportación de recursos primarios caen en la trampa de
forzar las tasas de extracción. Se ofrecen nuevos incentivos a las empresas
extractivistas, al tiempo que se flexibilizan las normas ambientales y
sociales. Esta realidad termina por beneficiar a los países centrales: una
mayor oferta de materias primas –petróleo, minerales o alimentos–, en épocas
de precios deprimidos, ocasiona una reducción mayor de dichos precios.

Lo que sabemos con certeza, luego de tantas experiencias acumuladas, es que
–independientemente de los gobiernos progresistas o neoliberales– en la
medida que se amplían y profundizan los extractivismos se agrava la
devastación social y ambiental. Los derechos colectivos de muchas
comunidades indígenas y campesinas son atropellados para ampliar aun más la
frontera petrolera o para permitir la megaminería o incluso para fomentar
los monocultivos de todo tipo. La criminalización de la protesta social está
a la orden del día: decenas de líderes populares son encausados penalmente
por defender el agua, los derechos y la vida misma. (2)

Además, está claro que si se contabilizan los costos económicos de los
impactos sociales, ambientales y productivos de la extracción del petróleo o
de los minerales, desaparecen muchos de los beneficios económicos de estas
actividades. Pero estas cuentas completas no son realizadas por los diversos
gobiernos, que confían ciegamente en los beneficios de estas actividades
primario-exportadoras.

La trampa

El punto cuestionable de esta modalidad de acumulación radica, desde una
aproximación insuficiente, en la forma en que se extraen y se aprovechan
dichos recursos, así como en la manera en que se distribuyen sus frutos. El
asunto es mucho más complejo. Las sendas del extractivismo –progresista o
neoliberal– no son el problema mayor. La dificultad radica en el
extractivismo mismo, que en esencia es de origen colonial y siempre
violento, con todo lo que esto implica. Y que como tal nos condena al
subdesarrollo.

Esta realidad determina la existencia de economías en extremo frágiles y
dependientes, atadas a crisis económicas recurrentes, al tiempo que se
consolidan mentalidades “rentistas”. Todo esto profundiza la débil y escasa
institucionalidad, alienta la corrupción. Lo expuesto se complica con las
prácticas clientelares y patrimonialistas desplegadas, vía políticas
sociales que deterioran el tejido organizativo y comunitario de la sociedad.
Y todo esto, más allá de los impactos ambientales, contribuye a frenar la
construcción de democracias sólidas.

La realidad de una economía primario-exportadora, sea de recursos
petroleros, minerales y/o frutas tropicales, por ejemplo, es decir
exportadora de naturaleza, se refleja además en un escaso interés por
invertir en el mercado interno. Esto redunda en una limitada integración del
sector exportador con la producción nacional. No hay los incentivos que
permitan desarrollar y diversificar la producción interna, vinculándola a
los procesos exportadores, que a su vez deberían transformar los recursos
naturales en bienes de mayor valor agregado.

Esta situación es explicable por lo relativamente fácil que resulta obtener
ventaja de la generosa naturaleza, y muchas veces también de una mano de
obra barata.

Para cerrar el círculo es necesario comprender que el grueso del beneficio
de estas actividades extractivas va a las economías ricas, importadoras de
estos recursos, que luego sacan un provecho mayor procesándolos y
comercializándolos como productos terminados. Mientras tanto los países
exportadores de bienes primarios reciben, normalmente, una mínima
participación de la renta minera o petrolera, y son los que cargan con el
peso de los pasivos ambientales y sociales. Los primeros importan
naturaleza, los segundos la exportan. Los primeros son desarrollados, los
otros no.

A lo anterior se suma la masiva concentración de dichas rentas en pocos
grupos oligopólicos. Estos sectores y amplios segmentos empresariales,
contagiados por el rentismo, no encuentran alicientes (tampoco los crean)
para sus inversiones en la economía doméstica. Con frecuencia sacan sus
ganancias fuera del país y manejan sus negocios con empresas afincadas en
lugares conocidos como paraísos fiscales.

Así las cosas, tampoco existe estímulo o presión para invertir los ingresos
recibidos por las exportaciones de productos primarios en las propias
actividades exportadoras, pues la ventaja comparativa radica en la
generosidad de la naturaleza, antes que en el esfuerzo innovador del ser
humano. La respuesta para enfrentar una creciente demanda, o incluso para
responder a la caída de los precios de dichos recursos en el mercado
mundial, ha sido expandir la frontera extractiva provocando cada vez más y
mayores complicaciones.

Hasta cuándo se va a aceptar que todos los países productores de bienes
primarios similares, que son muchos, puedan crecer esperando que la demanda
internacional sea sostenida y permanente para garantizar ese crecimiento. No
nos olvidemos de que este tipo de economía extractivista, con una elevada
demanda de capital y tecnología, funciona con una lógica de enclave, es
decir sin una propuesta integradora de esas actividades
primario-exportadoras al resto de la economía y de la sociedad. Así el
aparato productivo queda sujeto a las vicisitudes del mercado mundial. En
especial queda vulnerable a la competencia de otros países en similares
condiciones, que buscan sostener sus ingresos sin preocuparse mayormente por
un manejo más adecuado de los precios. Y esos extractivismos,
adicionalmente, frenan los procesos de integración regional.

En este escenario hay que reconocer que el real control de las exportaciones
nacionales está en manos de los países centrales, aun cuando no siempre se
registren importantes inversiones extranjeras en las actividades
extractivistas. Muchas empresas estatales de las economías
primario-exportadoras (con la anuencia de sus respectivos gobiernos, por
cierto) parecerían programadas para reaccionar exclusivamente ante impulsos
foráneos. Por otro lado, hay países, como China en la actualidad, que
entregan cuantiosos créditos asegurándose el repago directa o indirectamente
con recursos naturales. En síntesis, la lógica de la extracción de recursos
naturales, motivada por la demanda externa, caracteriza la evolución de
estas economías primario-exportadoras.

Debido a estas condiciones y a las características tecnológicas de las
actividades petrolera o minera, e incluso del agronegocio intensivo, no hay
una masiva generación directa de empleo. Adicionalmente, las comunidades en
cuyos territorios o vecindades se realizan estas actividades extractivistas
han sufrido y sufren los efectos de una serie de dificultades
socioambientales derivadas de este tipo de explotaciones.

La miseria de grandes masas de la población parecería ser, por tanto,
consustancial a la presencia de ingentes cantidades de recursos naturales
(con alta renta diferencial). Esta modalidad de acumulación no requiere del
mercado interno, incluso funciona con salarios decrecientes. No hay la
presión social que obliga a reinvertir en mejoras de la productividad. Estas
actividades extractivas impiden, con frecuencia, el despliegue de planes de
desarrollo local adecuados.

Como es evidente, todo ello ha contribuido a debilitar la gobernabilidad
democrática, en tanto termina por establecer o facilitar la permanencia de
gobiernos y de empresas autoritarias, voraces y clientelares.

Por todas estas razones rápidamente descritas, estas economías
primario-exportadoras no han logrado superar la “trampa de la pobreza”. Esta
es la gran paradoja: hay países que son ricos en recursos naturales, que
incluso pueden tener importantes ingresos financieros, pero que no consiguen
establecer las bases para su desarrollo y siguen siendo pobres. 3

Sí, se puede superar

Frente a la omnipresencia de los extractivismos asoman con frecuencia los
reclamos por alternativas. Éstas existen. Eso sí, la vía de salida no pasa
por forzar más esta modalidad de acumulación primario-exportadora. Tampoco
se logrará suspendiendo repentinamente todas las actividades extractivistas.

Igualmente hay que tener claro que la eliminación de la pobreza no se
consigue solamente con inversión social y obra pública, y/o con una mejor
distribución del ingreso. Si se quisiera erradicar la pobreza habría que dar
paso a una sustantiva redistribución de la riqueza.4

Pero el meollo radica en no seguir extendiendo y profundizando un modelo
económico extractivista, es decir primario-exportador. Ese esquema no ha
sido la senda para salir de la pobreza de ningún país. (5) El escape de una
economía extractivista, que tendrá que arrastrar por un tiempo algunas
actividades de este tipo, debe considerar un punto clave: el decrecimiento
planificado del extractivismo. Por lo tanto, plantearse como opción más
extractivismos para superar el extractivismo es una falacia.

En línea con lo dicho hay que potenciar actividades sustentables, así como
aquellas que den paso a la manufactura de las materias primas dentro de cada
país, pero sin caer en la lógica del productivismo y el consumismo alentada
por las demandas de acumulación del capital. Por igual se requiere otro tipo
de participación en el mercado mundial, construyendo bases de una
integración regional más autocentrada. Pero sobre todo no se debe deteriorar
más la naturaleza ni aumentar las brechas sociales. El éxito de este tipo de
estrategias para procesar una transición social, económica, cultural,
ecológica, dependerá de su coherencia y, particularmente, del grado de
comprensión y respaldo social que tenga.

Por lo tanto, para lograrlo se precisa definir, con una amplia y verdadera
participación popular, una conveniente estrategia que permita enfrentar este
tipo de actividades que ponen en riesgo la biodiversidad e incluso la
convivencia social. El primer paso, entonces, pasa por fortalecer a las
comunidades que actualmente resisten al extractivismo.

Por igual urge abordar con responsabilidad el tema del crecimiento. Así,
resulta por lo menos oportuno diferenciar, dependiendo de sus respectivas
historias sociales y ambientales, lo que es el crecimiento “bueno” del
crecimiento “malo” (por ejemplo el crecimiento económico de los países
petroleros no les ha conducido al desarrollo, pueden ser muy ricos, pero no
desarrollados). Hemos entendido que el crecimiento económico no es sinónimo
de desarrollo, y éste, por lo demás, se ha demostrado como un fantasma
inalcanzable. Aunque pueda sorprender a algunas personas, los países que se
consideran desarrollados son maldesarrollados; por ejemplo viven mucho más
allá de sus capacidades ecológicas y no han logrado resolver la inequidad
social. (6)

Este reto no lo vamos a resolver de la noche a la mañana. Hay que dar paso a
transiciones a partir de miles y miles de prácticas alternativas existentes
en todo el planeta, orientadas por horizontes que propugnan una vida en
armonía entre los seres humanos y con la naturaleza. Eso nos conmina a
transitar hacia una nueva civilización: pasar del antropocentrismo al
biocentrismo es el reto. Esta nueva civilización no surgirá de manera
espontánea. Se trata de una construcción y reconstrucción paciente y
decidida, que empieza por desmontar varios fetiches y propiciar cambios
radicales, a partir de experiencias existentes.

Este es el punto. Contamos con valores, experiencias y prácticas
civilizatorias alternativas, como las que ofrece el buen vivir o sumak
kawsay o suma qamaña de las comunidades indígenas andinas y amazónicas. Y
hay otras muchas aproximaciones a pensamientos filosóficos de alguna manera
emparentados con la búsqueda del buen vivir en diversas partes del planeta.
El buen vivir, en tanto cultura de la vida, con diversos nombres y
variedades, ha sido conocido y practicado en distintos períodos en las
diferentes regiones de la madre tierra, como podría ser el Ubuntu en África
o el Swaraj en India. Aunque mejor sería hablar en plural de buenos
convivires, para no abrir la puerta a un buen vivir único, homogéneo,
imposible de construir, por lo demás.

Nos toca hacer un mundo donde quepan otros mundos, sin que ninguno de ellos
sea víctima de la marginación y la explotación, y donde los seres humanos
vivamos en armonía con la naturaleza.

* Economista ecuatoriano. Profesor e investigador de la Flacso-Ecuador. Ex
ministro de Energía y Minas. Ex presidente de la Asamblea Constituyente. Ex
candidato a la presidencia de la república.

Notas

1. Para intentar una definición comprensible utilizaremos el término de
extractivismo propuesto por Eduardo Gudynas, cuando se refiere a aquellas
actividades que remueven grandes volúmenes de recursos naturales que no son
procesados (o que lo son limitadamente), sobre todo para la exportación en
función de la demanda de los países centrales.

2. Poco importa, por ejemplo, que en Ecuador constitucionalmente la
naturaleza sea sujeto de derechos.

3. Jürgen Schuldt, en varios de sus valiosos aportes, propone esta
disyuntiva para invitar a la reflexión, como punto de partida para construir
alternativas.

4. Por ejemplo, en Ecuador, si se incrementara la carga tributaria del 10
por ciento más rico de la población en 3,5 por ciento y se destinaran esos
recursos para atender a los segmentos más necesitados, se eliminaría la
pobreza. Resolver el tema de los subsidios de los combustibles, que
benefician a los más ricos y no a los pobres, sería otra fuente de
financiamiento. Una renegociación de los contratos con las empresas
telefónicas aportaría mucho; ¡considérese que estas empresas han llegado a
tener utilidades anuales del 38,5 por ciento sobre el patrimonio neto! Y así
por el estilo.

5. Noruega no es la excepción que confirma la regla. En este caso la
extracción de petróleo empezó y se expandió cuando ya existían sólidas
instituciones económicas y políticas democráticas e institucionalizadas, con
una sociedad sin inequidades comparables a las de los países petroleros o
mineros, es decir cuando el país escandinavo ya podía ser considerado como
desarrollado.

6. En Alemania, en 2008, el 10 por ciento más rico de su población poseía el
53 por ciento de los activos, mientras que la mitad de la población era
propietaria de un 1 por ciento de los activos; una situación que, lejos de
haber mejorado, debe de haberse empeorado (Der Spiegel, 19-2014).

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