Argentina/ Macri y Scioli: la no diferencia [Fernando López D 'Alesandro]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Nov 13 14:17:30 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 13 de noviembre 2015

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Argentina

La no diferencia

Mauricio Macri y Daniel Scioli son demasiado parecidos. Hijos dilectos de
los noventa, nacieron de la mano de Carlos Menem, son empresarios exitosos,
pertenecen al celebrity land y reflejan la luz conservadora con algunas
difracciones.

Fernando López D 'Alesandro *

Brecha, Montevideo, 13-11-2015

http://brecha.com.uy/

Macri es un conservador pura sangre y no lo oculta. Por supuesto que se
hamaca para caer bien parado en el campo de los logros K –como el matrimonio
igualitario, o la asignación universal por hijo–, pero no deja de ser el
espejo de una nueva capa empresarial de base clasemediera, inserta en la
globalización, que necesita reglas claras. Fue ésta la que apostó por Néstor
Kirchner en 2003 ante la promesa de “un país en serio”, pero poco a poco
degradó su apoyo, decepcionada por la corrupción, la mano a los amigotes y
un estilo político que redujo la democracia a la “mesa chica” de la quinta
presidencial de Olivos y a la voluntad de La Cámpora. Macri es la nueva
apuesta, con el agregado de que es uno “como ellos”.

Reflejo fiel de la nueva centroderecha, tecnócrata y posibilista, desprecia
las orgánicas rígidas y gobierna su partido en clave elitista en sintonía
con la Argentina que proyecta. Su “mundo Pro” es impecable, lustroso, rubio,
blanco y rico. La democracia política es, en realidad, una estrategia de
marketing, un mercado electoral donde las propuestas políticas juegan de
acuerdo a la oferta y la demanda, donde los proyectos no van más allá del
discurso genérico. En realidad los planes quedan en las mesas del Pro, en
sus resoluciones tecnocráticas y en las decisiones de unos pocos.

Scioli viene del mismo palo y por eso genera las peores contradicciones en
el caótico mundo K. El kirchnerismo es un hijo puro del peronismo, con un
discurso progre que lo diferencia en esa interna donde todos estuvieron
alguna vez con todos y donde todos se deben favores. Pero no van más allá.
En 12 años ni Néstor ni Cristina dijeron alguna vez la palabra “izquierda”,
y mucho menos “socialismo”… no son eso, son un “proyecto” indefinido y
endeble, que terminó armando un capitalismo de amigotes, donde La Cámpora
opera como una fuerza de choque que ocupa espacios estatales. A este armado
vertical le salió un cuerpo extraño llamado Daniel Scioli.

Denostado y atacado por todo el kirchnerismo durante años, el gobernador de
Buenos Aires soportó las filípicas de la presidenta en público, y hasta el
híper-oficialista programa televisivo K 6, 7, 8 lo clasificó como uno de los
candidatos de los fondos buitre, junto con Macri y Sergio Massa. Scioli dio
muestras de un estoicismo admirable. No respondió jamás, su silencio le hizo
acumular apoyo social y resistió increíblemente la andanada cotidiana de sus
propios compañeros. “Mahatma Scioli”, lo llamó el periodista Jorge Lanata.

El éxito de la candidatura de Scioli es directamente proporcional al fracaso
de la estrategia K. La pregunta que ningún militante “nac&pop” se ha hecho
es por qué Scioli llegó a ser candidato a pesar y en contra de toda la marea
camporista. La respuesta sería incomoda, pues mostraría que Scioli es el
producto de las limitaciones del kirchnerismo.

No faltan los despistados que creen que el kirchnerismo debía
“radicalizarse” para sobrevivir. Ningún matiz del peronismo, jamás, fue más
allá de su propuesta puntual. Pudo coquetear con esta o aquella doctrina más
o menos radical, pero el cortejo no pasó nunca de la histeria política. Los
momentos peronistas nunca dejaron de ser reproductores de un sistema al que
salvaron y salvan y del que siempre vivieron. Esperar giros a la izquierda o
radicalizaciones del peronismo es creer que los “luchadores” de Titanes en
el Ring se golpeaban de verdad.

El resultado del 25 de octubre no asombró, el empate fue lógico, los
candidatos eran demasiado parecidos, casi iguales. Y tan parecidos son que
en los días siguientes desde las filas K las críticas al fracaso de Scioli
se podían intercambiar con los palos a Macri; sólo había que cambiar los
nombres.

Cristina en escena

Un mundo aparte fue la intervención de la presidenta. Luego de la debacle
electoral nacional y porteña, el discurso de Cristina Fernández era el más
esperado. Los medios de derecha se preocupan por destacar que la presidenta
no nombró a Scioli, la mezquindad no les permite ver más allá.

Obviando la hojarasca del habitual discurso político populachero, la
presidenta quiere un debate retrospectivo, que probablemente ella no podría
zanjar si se editan los videos K de los noventa elogiando a Menem o apoyando
al ex ministro de Economía Domingo Cavallo, entre tantos. La intención real
del acto era salvarse ella, su gestión y su entorno inmediato que,
casualmente, tienen el apellido Kirchner. Así se despegó de un candidato que
no sacó el 54 por ciento ni fue el más votado después de Perón, como
Cristina se encargó de resaltar más de una vez. Tuvo, luego, un sutil
momento antimperialista donde advirtió los peligros de “afuera”, para
terminar en los patios de la Casa Rosada gritando que ella siempre estaría
“junto al pueblo”.

Las obviedades del discurso K delatan los límites del “proyecto”. Palabras
que tienen falta de sentido donde deslumbra la imposibilidad de mostrar el
desarrollo en todas las áreas, pues salvo las acciones sociales, el
“proyecto” argentino se agotó en alguna que otra inversión china y en la
sojización de la pampa. La época K se extinguió en sí misma y Scioli es el
síntoma de ese final.

Cristina se quedó sola con “su pueblo”, lo que tiene una significación
profunda e histórica de los límites del peronismo. El 24 de agosto de 1955,
a poco del final del primer peronismo, Vivian Trías definía lo que
significaba este movimiento en El Sol, el diario socialista uruguayo: “Las
multitudes urbanas son los actores centrales del nuevo acto. Han puesto en
juego su persistente mentalidad rural (…) en el nuevo marco de la gran
ciudad industrial y han corrido en alud tras el ‘hombre fuerte’, el austero
salvador del pueblo, edición renovada del antiguo caudillo paternalista”. Si
bien la impronta rural trasmutada a proletario está agotada, el “hombre
fuerte” –hoy “la mujer”– sigue siendo, como ayer, el límite y la limitante
de un movimiento que no puede crear su orgánica ni mucho menos su
democracia. Su base, el pueblo a secas, era definida por Trías como “el
lumpen y el suburbio de todas las ciudades cosmopolitas, los resentidos de
siempre, los fracasados de siempre, tienen allí también su oportunidad”. La
historia se repite casi de la misma forma, sólo que hoy tiene un tono triste
de caricatura. Tal como planteaba Trías, el margen de la sociedad alimenta
el liderazgo personal y personalizado, una suerte de “no democracia” donde
todo se agota en el líder. El fascismo creó ese estilo basado en una alianza
social donde el lumpen tenía su espacio. Perón tomó el ejemplo y hoy quedan
ecos de aquella impronta. Suponer que desde ahí puede salir algo parecido a
un camino al socialismo es históricamente equivocado, no porque lo digan los
académicos, sino porque lo enseña la historia.

No importa quién gane el balotaje, el resultado será el mismo
independientemente del personaje que se cruce la banda sobre su pecho.
Scioli y Macri representan la orfandad de un sistema y la inexistencia de un
proyecto de país. Unos intentan algo desde una alianza social donde el
lumpen ocupa un lugar que no corresponde a la historia, creando, casi, un
“no lugar”; Macri cree en un conservadurismo apenas piadoso, que tendrá que
hacer un ajuste duro en el que la estabilidad dependerá de la buena voluntad
del sistema financiero global; de lo contrario el fantasma de De la Rúa
volará en helicóptero sobre la Casa Rosada.

* Analista uruguayo.

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