Francia/ París: ¿de qué guerra hablamos? [Santiago Alba Rico]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Nov 20 12:57:25 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

20 de noviembre 2015

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Francia

París, ¿de qué guerra hablamos? 

Santiago Alba Rico *

Público.es, Madrid, 15-11-2015

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Entre las víctimas de la sala Bataclan había extranjeros: españoles,
rumanos, belgas y también tunecinos y argelinos, muy probablemente
musulmanes. Entre los franceses sin duda habrá también hombres y mujeres de
origen árabe y musulmán. Todos ellos tenían algo en común: ganas de bailar,
beber y reír. A los que tratan de encontrar una explicación ideológica en el
atentado a partir del comunicado de Daesh hay que decirles la verdad, mucho
más inquietante: el atentado es un dantesco acto publicitario y una
orgullosa, lúcida y “revolucionaria” declaración de guerra a la moral
“burguesa”: os matamos sencillamente porque estáis vivos. El hecho de que
las víctimas rieran, bailaran y bebieran es importante, pero no porque se
trate de prácticas haram, según una estrecha interpretación del islam, sino
porque las convierte en personas normales con las que todos podemos
sentirnos identificados y, a través de ellas, también afectados y
amenazados.

Entre los verdugos, lo sabemos ya, había franceses. Por ejemplo Ismael Omar
Mustafei, de 29 años, nacido en uno de los banlieu de París. Era de esperar.
Cualquiera que conozca la situación de los barrios periféricos de las
ciudades de Francia tiene que acordarse de esa última entrevista que
Pasolini concedió el mismo día de su muerte, hace 40 años, y en la que
hablaba de lo que “los burgueses ignoran”. Decía Pasolini: “ustedes no viven
en la realidad. Yo sí. Ahí abajo hay muchas ganas de matar”. De esas “ganas
de matar” habrá que ocuparse más pronto que tarde si queremos comprender
algo y salvar un poco. Si queremos evitar, de entrada, la única guerra que
no mencionan ni Hollande ni Sarkozy: la guerra civil en Francia.

Habrá que pensar en los asesinos, sí, pero centrémonos ahora en el dolor
-muy nuestro- de la inocencia tronchada. En el dolor, por ejemplo, de Ángela
Reina, flamante esposa de Juan Alberto González, 29 años también, ingeniero
industrial, con ganas de marcha un viernes por la noche. No nos engañemos.
El dolor no sirve de nada. Cada uno lo acarrea como puede sin librarse jamás
de él. No es útil. Pero se puede transportar a un sitio u otro e iluminar
con él otras conexiones y otros cuerpos. ¿Qué hacer con el dolor
insoportable de Ángela y de París? ¿Dónde deberíamos trasladarlo con la
imaginación?

Deberíamos llevarlo, por ejemplo, junto al dolor de los refugiados, gente
también normal que oye música y se lava los dientes, fugitivos de una
tragedia parecida a la de París, pero cotidiana e ininterrumpida. París nos
da la ocasión de comprender a los sirios y de situarlos a nuestro lado, como
víctimas hermanas de una barbarie común. Pero nos da la ocasión también de
trasladarnos hacia el pasado y hacia el futuro para tratar de conectar el
horrendo crimen de París con otros lugares del mundo en los que Occidente no
deja de intervenir de mil maneras. El dolor no sirve pero sí pide. Reclama.
El dolor de París exige a nuestros gobernantes que no vuelvan a cometer los
mismos errores que alimentan desde hace años “las ganas de matar” y, sobre
todo, que no utilicen su dolor sin consuelo para justificar intervenciones
militares en su nombre o en el de Francia o en el de “los valores de la
civilización”.

Ahora bien, el dolor, que es inútil para las víctimas, es útil para los
malos gobiernos y más si, como en España, estamos en vísperas electorales.
Es una “ventana de oportunidad” para justificar blindajes identitarios y
alineamientos irresponsables orientados a controlar a la población en el
interior y a aventar incendios en el exterior. Desde antes, pero muy
claramente desde el 11S y la posterior invasión de Iraq, Occidente ha puesto
siempre a su servicio un teclado de dolores selectivos para impedir la única
solución que podría librarnos a todos, en Europa y en el mundo árabe, del
Estado Islámico y su nihilismo destructor: la democracia. Tuvimos una
oportunidad en 2011, cuando los pueblos de la zona, retenidos a la fuerza en
el cepo de la Guerra Fría, exigieron dignidad y libertad y los abandonamos a
su suerte o a la de nuestros aliados. Llevo años repitiéndolo: en 2011 los
pueblos se levantaron al mismo tiempo contra las dictaduras, las
intervenciones extranjeras y el yihadismo de Al-Qaeda. Esas tres fuerzas
mellizas vuelven hoy con renovada fuerza porque, en lugar de recibir apoyo,
las revoluciones e intifadas fueron secuestradas o descarriladas por la
OTAN, por Arabia Saudí (“nuestro” Estado Islámico) o por las viejas y nuevas
dictaduras (del propio Bachar Al-Assad al general Sisi), y todo ello con la
complicidad promiscua de Israel. No puede extrañar que muchos de los jóvenes
radicalmente demócratas hace cinco años sean hoy radicalmente islamistas. Su
radicalidad está cargada de razón y, si se orienta ahora hacia la barbarie
yihadista, se debe en buena parte a que su rebeldía democrática fue
sumergida en la sangre, la pobreza y la miseria vital. Su deseo de
democracia no les sirvió ni siquiera para poder viajar libremente por el
mundo.

Todo indica que el dolor del atentado de París -como antes el del 11S o el
del 11M- lo utilizarán nuestros gobiernos para obcecarse en viejas politicas
que se han revelado trágicamente fracasadas; y fracasadas justamente porque
se han desentendido, al mismo tiempo, de los derechos humanos y de la
voluntad de los ciudadanos de la región. ¿Qué es el ISIS? Una “revolución
negativa”, comodín de casi todas las fuerzas concurrentes en Siria e Iraq,
cuyo poder se alimenta de dictaduras e intervenciones y, concretamente, de
la dictadura siria apoyada por Rusia y del caos iraquí generado por los
EEUU. El atentado de París, en este sentido, tendrá como consecuencias
inmediatas las que nuestro dolor, precisamente, debería excluir: islamofobia
y presión en Europa sobre los refugiados, relegitimación de Bachar Al-Assad
y su régimen criminal, responsable último de la tragedia siria, y
agravamiento de la guerra en Siria. El belicismo demagógico de las
declaraciones oficiales francesas, sincopadas por nuestro ministro Margallo,
anuncian ya una intervención terrestre que convertirá la zona -todavía más-
en un avispero multinacional y en una fábrica -y en un sumidero- de
yihadismo. Y hará nuestras ciudades europeas más vulnerables y menos libres.
Con el EI, es verdad, no se puede negociar; hay que derrotarlo también
militarmente. Pero eso sólo pueden hacerlo los habitantes de la zona y sólo
si se se ponen de acuerdo en torno a un proyecto común democrático y
no-sectario. Eso sólo será posible si Europa deja de apoyar dictadores, de
promover políticas sectarias a través de sus aliados teocráticos o “laicos”
y de emprender aventuras militares.

Para derrotar realmente a Daesh necesitamos nuevos gobiernos que no juegen
con el dolor de sus ciudadanos. Necesitamos gobiernos que se tomen en serio
las únicas medidas que, a medio plazo, pueden dejar el EI sin los medios -y
el medio- de su supervivencia. La derrota militar de Daesh por parte de sus
víctimas inmediatas, los habitantes de la zona, en su mayoría musulmanes, es
indisociable de la no.criminalización de los que abandonan sus filas y
retornan a sus países de origen. En Europa, es necesaria la coordinación
policial, sin duda, pero también la integración social, la protección de las
comunidades musulmanas y la pedagogía institucional contra la islamofobia,
lo que implica respeto absoluto de los derechos jurídicos de los ciudadanos
de religión islámica. No olvidemos que el Estado Islámico utiliza sus
atentados para alimentar el odio hacia el islam y presionar así a las
comunidades musulmanas de nuestras metrópolis: la islamofobia es también una
fuente de reclutamiento.

En cuanto a la acción sobre el terreno, un gobierno dolorido que no utilice
de manera fraudulenta el dolor de sus ciudadanos debe dejar a un lado las
intervenciones militares y centrarse en las fuentes de financiamiento de
Daech, la prohibición de la venta de armas, el apoyo de las fuerzas
democráticas locales y la promoción de una solución dialogada e inclusiva
para Siria. Nuestro dolor está de tal manera trenzado con el de los sirios
(e iraquíes y palestinos y kurdos) que sólo acabando con el suyo, y
democratizando sus países, garantizaremos la seguridad y la libertad en
Europa. Debe ser, en todo caso, obra suya y nuestro papel debe consistir en
retirar obstáculos más que en provocar nuevos malentendidos coloniales.

Vuelvo al dolor de los que bailaban y reían y bebían. Me pongo en su pellejo
fácilmente, pues me gusta bailar, beber y reír. Y me emociono sintiéndome
parte de “la civilización” y la “humanidad” en que se abrigan en medio de la
tragedia. Pero también me resulta fácil trasladarme desde ese dolor al de
los refugiados y, más allá, al de los sirios y los iraquíes. Ahora bien, me
ocurre entonces que, desde ese dolor “árabe” o “musulmán”, me siento
expulsado cuando los líderes mundiales hablan de un ataque “contra la
humanidad”, contra “la civilización”, contra la “democracia” o “contra los
valores universales”. Porque, desde ese dolor, juzgo hipócrita y hasta
tribal esa defensa de una universalidad que no les incluye, que no trata por
igual a las víctimas del EI en Francia y a las de Beirut el día anterior,
que considera mucho más grave la muerte de un francés en París que la de un
sirio en Alepo. No, los occidentales no podemos exigir ni condenas ni
compasión desde estos presupuestos: “La humanidad somos nosotros, vosotros
no”, “la civilización somos nosotros, vosotros no”, “la universalidad somos
nosotros, vosotros no”. Y finalmente: “merecedores de duelo y de venganza
son nuestros muertos, los vuestros no”. No podemos acercarnos a los otros
pueblos -lo explicaron muy bien Fanon y Aimé- desde estas prácticas y con
estos discursos sin perder toda credibilidad y provocar contracciones
identitarias defensivas y a menudo también agresivas. El atentado de París
es una buena ocasión para unir el dolor de los europeos, hoy sacudidos por
la brutalidad del EI, y el de los árabes y musulmanes, humillados por
dictaduras amigas y asesinados por bombas multinacionales. Si nos blindamos
en esas neurosis coloniales que llamamos “valores” y repetimos los mismos
errores, proclamando nuestra superioridad moral en medio de las ruinas que
ayudamos a amontonar, daremos la razón a todos los bárbaros y nos uniremos a
ellos en su obra de destrucción. Se trata, sí, de civilización: no ayudemos
al Estado Islámico a cavar su tumba. 

* Filósofo y escritor, candidato al Senado por Podemos. Residió en Medio
Oriente varios años. 

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