Francia/ el terror, el estado de excepción, nuestras responsabilidades [Pierre Rousset y François Sabado]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Nov 25 00:02:50 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

25 de noviembre 2015

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

 <mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net

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Francia

El terror del Estado Islámico, el estado de excepción en Francia, nuestras
responsabilidades

Pierre Rousset y François Sabado *

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

El 13 de noviembre constituye un cambio en la situación política nacional e
internacional. El Estado Islámico (EI, Daesh) ha golpeado de nuevo y,
también, con más fuerza. En enero, el objetivo fueron los periodistas de
Charlie Hebdo, la policía y los judíos. Esta vez, quien estaba en el punto
de mira era la juventud. No han matado a no importa quién y no importa
donde: han cargado contra la gente joven, contra la juventud, sin distinción
alguna, ni de sus orígenes, ni de religión (o de ausencia de religión), ni
de sus opiniones políticas. Al menos 130 muertos y más de 350 personas
heridas; según testigos directos de la matanza, como mínimo un millar.
Muchos de nosotros tenemos víctimas conocidas y, si no, amigos que las
tienen. La onda de choque, la emoción, es profunda.

Solidaridad con las víctimas

El objetivo que perseguían los comandos del EI no constituye un misterio:
destrozar la sociedad mediante el terror. Crear una situación en la que se
imponga la guerra de unos contra otros; en la que el miedo levante barreras
infranqueables entre los ciudadanos y ciudadanas en función de sus orígenes,
su religión, su modo de vida, su identidad; cavar un foso de sangre en el
seno de la religión musulmana, forzando a los creyentes a elegir un campo:
quien no está con nosotros hasta lo inhumano, está contra nosotros y se
convierte en un objetivo "legítimo".

Los atentados de Paris se encuentran entre los más sangrientos perpetrados
en el mundo por el EI y otros movimientos similares que responden a la misma
lógica destructora. Nuestra solidaridad es internacional y se dirige en
particular hacia quienes lo combaten en otros países poniendo sus vidas en
riesgo: en Siria y en Irak, en Líbano y en Bamako, en Pakistán y en Turquía…
Ante todo, tenemos que proclamar nuestra compasión, nuestra identificación,
nuestra fraternidad con las víctimas y con la gente cercana a ellas.

Evidentemente, en esos momentos continuamos impulsando la lucha de clases,
apoyando la lucha de toda la gente oprimida; pero más allá de eso,
defendemos la humanidad frente a la barbarie. Para nosotros, la dimensión
humanista del compromiso revolucionario sigue siendo una brújula. Cualquier
política progresista comienza con la indignación, la emoción. Y si bien no
se reduce a ello, ésta constituye su punto de partida. No opongamos la
reflexión a la aflicción. Abandonemos los estereotipos; dejemos de escribir
sin sentimientos. Aquí y ahora ayudemos a las víctimas y a la gente próxima
a ellas, compartamos su dolor, participemos en los minutos de silencio, en
las manifestaciones de solidaridad. Formamos parte de ese movimiento y es a
partir de él que podremos explicar nuestras razones.

Sea cual sea el papel del imperialismo, el Estado Islámico es responsable de
sus actos

Los revolucionarios deben rechazar de forma clara y neta la barbarie
fundamentalista. Hay que combatirla, con nuestros métodos, con nuestra
orientación; no con la de nuestros gobernantes; pero esta barbarie debe ser
derrotada activamente.

Bajo el impacto de los acontecimientos, algunas organizaciones de izquierda
y sindicatos se han plegado al llamamiento de unidad nacional; otras, en
reacción, denunciaron tan fuertemente las responsabilidades políticas e
históricas del imperialismo occidental que su denuncia del EI era casi
inaudible. En general, con el paso de los días estas tomas de posición se
han clarificado. Tanto mejor. Pero aún leemos muchos artículos juzgando que,
si bien los atentados "no tenían ninguna excusa", era necesario sobre todo
tener en cuenta el "contexto"; reduciendo, por lo esencial, el análisis del
contexto a la enumeración de los estragos imperialistas, se podría concluir
que los movimientos fundamentalista no hacen mas que reaccionar a la acción
de las grandes potencias y que, en cierta medida, deberíamos acordarles
circunstancias atenuantes. Es necesario despejar toda ambigüedad al
respecto.

Curiosamente, muchas plumas de la izquierda denuncian con vigor los
atentados fundamentalistas pero rechazan condenar, nombrándolos de forma
explícita, a los movimientos que las cometen. Más curioso aún, muchas de las
organizaciones que no dudan en hacerlo (nombrar a los culpables, explicitar
su carácter reaccionario) no extraen ninguna consecuencia práctica de ello.
Cuando se llega a las tareas, ya no se menciona el combate contra el
terrorismo y contra estos fundamentalismos; lo que, digámoslo de pasada,
deja a nuestros gobernantes el monopolio de las respuestas concretas.

En general, nos podemos de acuerdo para hacer frente a los imperialismos y a
sus guerras, a una globalización capitalista destructora, a las
desigualdades y a las discriminaciones, a la ideología del choque de
civilizaciones, a los racismos –entre ellos la islamofobia–, a las herencias
del pasado colonial, a las políticas de seguridad y a los Estados de
excepción, a los llamamientos a la unidad nacional y a la paz social… a
determinadas causas y a las consecuencias de los dramas que vivismos. Pero
también debemos combatir la influencia del Estado Islámico (entre otros) en
nuestras propias sociedades y solidarizarnos de forma concreta con las
resistencias populares en los países del Sur desgarrados por el fanatismo
religioso. Ese es un deber internacionalista donde los haya. En una buena
parte de la izquierda radical, incluso la que no se hunde en el nocivo
"campismo", existe un "ángulo muerto". Por eso damos importancia a esta
cuestión en nuestra contribución.

El EI u otro movimiento similar no se contenta con reaccionar: actúa según
su propia agenda. Son agentes políticos que persiguen objetivos.
Efectivamente, no hay ninguna duda que EI sea el responsable de los
atentados de Paris. Esta organización ha construido un proto-Estado en un
territorio equivalente al de Gran Bretaña. Gestiona una administración,
acumula inmensas riquezas (evaluadas en cerca de 1,8 mil millones de
dólares), organiza el contrabando de petróleo y de algodón. Desarrolla
operaciones de guerra en múltiples teatros de operaciones, ha reclutado
informáticos de alto nivel… ¡no se trata de una marioneta! Es responsable de
sus actos; totalmente responsable de todos los atentados que comete en
tantos lugares.

Esta responsabilidad propia no se diluye en las responsabilidades del
imperialismo, por muy abrumadoras que sean estas últimas y aunque lo sean
desde hace tiempo: desde los acuerdos Sykes-Picot
[https://es.wikipedia.org/wiki/Acuerdos_Sykes-Picot] de principios del siglo
XX hasta las intervenciones actuales de las grandes potencias. A menudo se
oye decir que sin la intervención de EE UU el año 2003 en Irak (que
desestabilizó la región y desintegró Estados), EI no existiría. Esto no es
verdad más que en lo que respecta al encadenamiento específico que ha
conducido a la fundación del Estado islámico tal como lo conocemos. Por todo
lo demás, es falso. La emergencia de las fuerzas yihadistas no solo deriva
mecánicamente de la dominación imperialista; es el producto combinado de
numerosos factores, que van desde la derrota de las izquierdas árabes (y
europeas) hasta la voluntad de las burguesías de la región de contar con
nuevas fuerzas contrarrevolucionarias para dar impulso a sus ambiciones
regionales o combatir el ascenso revolucionario en el seno del mundo árabe.
Esto también es cierto en lo que respecta al ascenso de los fundamentalismos
religiosos en otras partes del mundo; incluso en países que no han conocido
nada comparable a la guerra de 2003, tales como India (extrema derecha
hinduista), Birmania (extrema derecha budista) o Estados Unidos (extrema
derecha cristiana, poderosa antes del 11 de setiembre de 2011 y muy cercana
a Bush).

A vueltas con el "choque de barbaries"

Existe una responsabilidad imperialista occidental, como la hubo al día
siguiente de la guerra del 14-18 (el tratado de Versalles) en relación el
ascenso del nazismo en Alemania. En aquella época, no faltaron antifascistas
que lo recordaban de forma sistemática. Sin embargo, una vez que el nazismo
se desarrolló, denunciaron al partido nazi y lo combatieron. Estado Islámico
ya se ha desarrollado…

Tenemos que continuar explicando el contexto, pero hay que comprender el
Estado Islámico por lo que es, no como una mera sombra de Occidente. El
imperialismo contemporáneo, las políticas neoliberales, la globalización
capitalista, las empresas de recolonización, las guerras sin fin, desgarran
el tejido social de un número creciente de países, dando rienda suelta a
todas las barbaries. Pero los fundamentalismos religiosos también son
agentes temibles de la desintegración de sociedades enteras. En este caso no
existe una "barbarie principal" (de Occidente) que habría que combatir hoy y
una "barbarie secundaria" (EI y sus consortes) de la que no nos deberíamos
preocupar más que en un futuro indefinido. Lo contrario también es verdad:
no se debe cerrar los ojos a la barbarie imperialista y de las dictaduras
"aliadas" bajo pretexto de combatir la barbarie fundamentalista. En el
horror no existe una jerarquía. Es preciso defender activamente y sin demora
todas las víctimas de estas barbaries gemelas, que se alimentan unas a
otras, so pena de fracasar en nuestras obligaciones políticas y
humanitarias.

A menudo los fundamentalismos religiosos estuvieron apoyados por Washington
en nombre de la lucha contra la URSS (en Afganistán, en Pakistán…) antes de
que afirmaran su autonomía o, incluso, se volvieran contra sus padrinos.
Estos movimientos no tienen nada de progresistas, son profundamente
reaccionarios. El antiimperialismo reaccionario, no existe. Quieren imponer
un modelo de sociedad a la vez capitalista y que nos devuelva al pasado:
totalitario en el sentido fuerte del término. Por supuesto, Francia fue
atacada en función de su política en Medio Oriente o de su historia colonial
y post colonial. Pero cuando EI masacra a los Yazidis porque son Yazidis,
reduce las poblaciones al esclavismo, vende las mujeres, desestabiliza el
Líbano, lleva hasta el extremo las violencias interconfesionales (sobre todo
contra los chiitas), ¿qué tiene que ver esto con un supuesto
antiimperialismo?

Todos los movimientos fundamentalistas no tienen las mismas bases ni la
misma estrategia. Algunas, como el Estado islámico, ¿son fascistas? No
mantienen las mismas relaciones (complejas) con sectores de las burguesías
imperialistas como en la Europa de los años 30, pero las reproducen con
sectores de las burguesías de las "potencias regionales" como en el Medio
Oriente, Irán, Arabia Saudí, Catar, Turquía… Atraen la "descomposición de la
humanidad" en sociedades que se desintegran, así como a elementos de las
"clases medias", de la "pequeña burguesía", de un asalariado culto. Para
imponer su orden, utilizan el terror "por abajo". Deshumanizan al Otro y lo
convierten en cabeza de turco, como ayer lo hicieron los nazis con la
población judía, gitana o con los homosexuales. Erradican toda forma de
democracia y de organización popular progresistas. La exaltación religiosa
juega el mismo papel que la exaltación nacional durante el período de
entreguerras y, además, les permite desplegarse internacionalmente. Sería
extraño que las convulsiones provocadas por la globalización capitalista no
diesen origen a nuevos fascismos, de la misma forma que sería extraño que
éstos se parezcan como dos gotas de agua a los del siglo pasado. Existe una
diferencia con los fascismos europeos; es la superposición de esta reacción
integrista totalitaria, con la dislocación de los Estados y la crisis de las
relaciones de dominación imperialistas, económicas y militares que
contextualizan la región. La lucha antiterrorista debe ser impulsada por los
pueblos de la región y no por una coalición de potencias occidentales. Una
nueva intervención militar de las potencias imperialistas y de Rusia,
apoyada en cada uno de sus flancos por los países del Golfo y por la
dictadura siria, puede debilitar EI en el terreno militar pero no puede
provocar mas que una reacción de rechazo de todos los pueblos sunitas de la
región.

La crisis de la sociedad francesa

Los atentados del 13 de noviembre fueron cometidos, sobre todo, por
franceses o franco-belgas; Francia, junto con Bélgica, son dos de los países
de los que más gente ha partido hacia Siria. No existe un perfil único de
las personas que se unen al Estado Islámico. Pueden venir de familias
creyentes, de musulmanas laicas o de no musulmanas: son bastante numerosos
los no árabes recién convertidos. También pueden provenir de medios muy
precarizados o estables, tener un pasado delincuente o no. En determinados
casos, la "radicalización" de un individuo es el punto de llegada de un
proceso largo; para otros, se trata de una transformación repentina. Como
era de esperar, la mayor parte de los hombres, pero no todos, que han
cometidos los atentados en Francia provienen de áreas particularmente
desfavorecidas, han conocido la prisión y han sido miembros de bandas.
Frente a esta pluralidad de perfiles, no podemos contentarnos con
explicaciones simplistas, únicamente sociológicas (precarización,
racialización de relaciones sociales…) o históricos (la huella
post-colonial).

A diferencia de otras radicalizaciones anteriores de la juventud, ésta es
muy minoritaria y no lleva la impronta de aspiraciones humanistas. El Estado
Islámico se pone él mismo en escena de la forma más cruda: "Venid a cortar
cabezas con nosotros". El ejército francés torturó masivamente, sobre todo
durante la guerra de Argelia, pero el gobierno y el Estado mayor negaban de
forma encarnizada sus crímenes: jamás hicieron un llamamiento proclamando:
"Adheríos a vuestro gran ejército, venid a torturar con nosotros". Estado
Islámico explicita públicamente un discurso de odio y de exclusión del Otro
(al igual que la más extrema de las extremas derechas). No hay analogía
posible entre las actuales partidas hacia Siria y la constitución de las
Brigadas Internacionales durante la guerra civil española o la
radicalización de los años 60.

No existe nada de banal en todo esto ni en el recurso al terror de masas.
Pretender que el terrorismo sería el arma "natural" de los oprimidos en las
guerras "asimétricas" es ignorar las lecciones de los grandes combates de
liberación del siglo pasado, de las guerras revolucionarias. En las luchas a
favor de su independencia o contra el imperialismo, en Indochina o en
América latina, los atentados terroristas de la época fueron raros y los
movimientos implicados comprendieron rápidamente que el coste político de
tales operaciones era demasiado elevado y que generaban muchos problemas
éticos. En Argelia, el FLN, que se aventuró en ese terreno, dio marcha atrás
rápidamente bajo la presión de algunos de sus sectores o de los movimientos
de solidaridad con la independencia argelina.

Sufrimos las consecuencias profundas de la "crisis política", de la pérdida
de socialización inherente a nuestras sociedades neoliberales y de su
creciente injusticia, de la derrota sufrida por nuestras generaciones (los
radicales de los años 60-70), de la incapacidad de las izquierdas en
nuestros países para ofrecer una perspectiva radical y desarrollar una
actividad en el seno de las poblaciones precarizadas. Nos enfrentamos a
cuestiones que la mayoría de nosotros no domina: la psicosociología, la
relación entre las fragilidades identitarias individuales y el desgarre del
tejido social, las búsquedas adolescentes… El Estado islámico ofrece una
armadura identitaria y de poder: poder de representación, poder de las
armas, poder sobre las mujeres, poder sobre la vida y la muerte…. En esto se
basa so poder de atracción, mucho más que un supuesto antiimperialismo,.

Se trata de cuestiones que debemos integrar más de lo que lo hemos hecho
hasta ahora y de las que podemos extraer algunas consecuencias. La lucha
antirracista, por muy importante que sea, no es suficiente. Frente al
individualismo neoliberal y su anonimato (¿quién conoce a sus vecinos o
vecinas?) es preciso favorecer, reconstruir, los espacios de socialización,
de "convivencia", el mestizaje, y reintroducir una reflexión de fondo sobre
la ética del compromiso y la lucha.

En esta situación, todos los racismos constituyen un peligro mortal; entre
ellos el racismo de Estado, por supuesto, pero no solo. Luchemos contra lo
que puede alimentar las tensiones intercomunitarias, enfrentar a unos
oprimidos contra otros, sea a través del racismo anti-árabe o de la
negrofobia, del antisemitismo o de la islamofobia, o de la discriminación de
los gitanos; y para eso nutrámonos de una cultura de convivencia, de
respecto de los derechos de todos y todas.

Nuestras tareas internacionalistas

Los últimos acontecimientos (13 de noviembre, atentados en el Sinaí contra
el avión de línea ruso…) han precipitado una evolución de las alianzas, que
ya se percibía con anterioridad, con la formación de una gran coalición:
integración de Rusia, abandono de las pretensiones de autonomía de Francia,
preocupación manifiesta, incluso en Arabia Saudí, en torno al despliegue del
Estado Islámico… En contrapartida, se apoya al régimen de Assad, aunque está
en el origen de la crisis Siria y sea el culpable de los crímenes que
conocemos. ¿Basta esto para favorecer un acuerdo temporal entre las
potencias regionales pertenecientes a los llamados "bloques" sunita y
chiita?

Aún es demasiado pronto para medir todas las implicaciones de este giro en
la situación internacional. Por el momento señalemos los siguientes puntos.

Los acuerdos entre los Occidentales y Turquía o con el régimen de Assad se
harán en detrimento de las fuerzas que más merecen nuestro apoyo sobre el
terreno: Kurdos, Yazidis, componentes progresistas y no confesionales de la
resistencia al régimen. Es preciso aportarles nuestra solidaridad política y
material y, sobre todo, exigir que reciban armas adecuadas, esas que los
componentes progresistas del ELS (Ejército Libre Sirio) jamás han tenido (y
sin embargo, ¡resisten!) y de las que los Kurdos podrían verse privados, en
particular en el frente sirio. Es obligado reconocer que, en lo que respecta
a esto, en Francia nunca hemos hecho lo que era necesario.

La intensificación de los bombardeos de la coalición, con el exorbitante
precio pagado por la población civil, corre el riesgo de reforzar la
audiencia de EI entre otros componentes islamistas que operan en Siria. El
resultado neto de esta política sería entonces, reforzar tanto al régimen de
Assad como a las organizaciones fundamentalistas (comenzando por el Estado
Islámico). Para evitar esta trampa, es preciso romper con la lógica de las
grandes potencias: ayudemos a las fuerzas populares en Siria y en Irak a
continuar su lucha, en lugar de quererlas sustituir o incluso marginarlas
aún más.

Luchemos pues contra la política de guerra de nuestros gobernantes, pero
comprendamos también la especificidad de este conflicto, muy diferente de
las guerras de Indochina o de Argelia: en ellas, la retirada de las tropas
francesas o americanas significó el fin de las principales injerencias
extranjeras y creó las condiciones para una victoria. No es el caso, en
estos momentos, en Medio Oriente quedarían: Turquía, Irán (y Hezbollah),
Arabia Saudí, Catar, Argelia, Egipto… En una geopolítica tan compleja, es
necesario prestar atención a los movimientos a los que apoyamos para saber
qué es lo que necesitan, material y políticamente. Son los pueblos quienes
tienen que decidir, no las coaliciones imperialistas. Pero, y esto
constituye una dimensión específica en esta guerra, tanto los Kurdos como
los demócratas sirios han pedido y siguen pidiendo ayuda sanitaria y
militar, incluso a los gobiernos occidentales. Es preciso otorgársela. No a
la sustitución de capacidad de decisión y autodeterminación de las fuerzas
democráticas sirias y kurdas; pero ninguna duda, tampoco, a la hora de
ayudarles y hacer presión sobre nuestros gobiernos para que respondan a los
llamamientos que lanzan.

En el ámbito internacional, hay que denunciar la hipocresía de las fuerzas
occidentales: de un lado, pretenden combatir el terrorismo y de otro apoyan
a los regímenes de Catar, Arabia Saudí o Turquía.

La coalición que se constituye no tiene nada que ver con una alianza
"democrática" contra una amenaza totalitaria. Además de nuestros
imperialismos "clásicos" esta coalición incluye a la Rusia de Putin, a
Arabia Saudí cuyo régimen está muy cerca del modelo de sociedad preconizado
por EI, a Catar, a la teocracia iraní, a la Turquía de Erdogan, etc.
Cualquiera que sea la naturaleza del Estado Islámico, toda analogía con un
"frente democrático antifascista" no tiene ningún sentido. No estamos ni con
la coalición ni con EI, ni con Assad. Estamos por el derecho a la
autodeterminación de los pueblos –entre ellos el pueblo Palestino– y contra
todas las barbaries.

Una inflexión en la situación nacional

Al igual que en enero pasado tras la masacre de los periodistas de Charlie
Hebdo, el asesinato de los policías y el ataque de Hypercacher/1, la emoción
sumerge al país, lo que es totalmente normal. Los actos islamófobos se han
multiplicado, pero sólo corresponden a una franja de la población. Los actos
de solidaridad y de convivencia también se han multiplicado: muestras de
simpatía en el metro cuando se cruza a una persona magrebí, la amabilidad
ostentosa (incluso pasada de moda) apartándose para dejar el paso a una
mujer con velo, reocupación de los espacios festivos y del mestizaje,
rechazo de las amalgamas… Por desgracia, todos estos gestos no se registran
ni forman parte de las estadísticas.

Igualmente, como en enero, se aclaman las políticas de seguridad y se
aplaude a las fuerzas del orden. Solo que, más aún que en enero, el gobierno
se aprovecha de la ocasión para adoptar medidas liberticidas. Fue el caso de
la ley de inteligencia, que otorga de poderes exorbitantes a los servicios
secretos. Es lo que ocurre hoy con la implantación del estado de excepción y
su endurecimiento por parte del Parlamento, con el llamamiento del gobierno
francés a que la Unión Europea se comprometa, especialmente fichando a
quienes viajan en avión, y el anuncio de François Hollande de una reforma
constitucional.

Francia ya dispone de dos regímenes de excepción forjados, fundamentalmente,
con motivo de la guerra de Argelia: el estado de excepción (una pseudo ley
marcial que da carta blanca a las fuerzas del orden, al control judicial y
limita las libertades) y el estado de sitio (una ley marcial integral que
otorga todo el poder al Ejército). ¿Por qué no les basta con esto a los
gobernantes? Porque el recurso al estado de excepción, por ejemplo, está
limitado en el tiempo y exige un voto en el parlamento; que en esta ocasión
fue casi unánimemente favorable: fue apoyado por la gran mayoría de los
socialistas, de los verdes y de los diputados comunistas. La reforma
constitucional permitirá al gobierno (¿o al presidente?) adoptar las medidas
de excepción con más libertad y, finalmente, convertir la excepción en
regla: intervención del ejército en asuntos policiales, registros
arbitrarios, detenciones "preventivas", prohibición de manifestaciones o
huelgas, censura de la prensa, etc. Aún no se conoce el texto de ley que
elaborará Hollande, pero sus intenciones están claras. El régimen se hará
cada vez más autoritario y la militarización de la sociedad dará un salto
adelante.

Muchas personas se inquietan por lo que pasaría si Marine Le Pen y el Frente
Nacional ganaran las elecciones (un escenario que nada tiene que ver con la
política ficción), pero no se plantean lo que los Hollande, Valls, Sarkozy u
otros harían. Por ello es muy importante recordar lo que han hecho en el
pasado los gobiernos "republicanos": la tortura en Argelia, la adopción de
una ley de amnistía que prohibe acusar a sus autores (solo se les puede
acusar de apología de la tortura si, después de todo, defienden su
utilización), el olvido mediático de la masacre de las y los argelinos del
17 de octubre de 1961 en Paris (que si algo fue, fue terrorismo de Estado),
el golpe de los generales de Argelia, los múltiples juegos sucios de los
servicios secretos, el atentado contra el Rainbow Warrios de Greenpeace (un
muerto; de nuevo, terrorismo de Estado), el asesinato de los dirigentes
kanakos, etc. De hecho, el conjunto de leyes de seguridad adoptadas estos
últimos años y los dispositivos de vigilancia puestos en pie pueden permitir
al poder, esté quien esté en él, desarrollar una guerra civil larvada cuando
lo desee. En fin, más allá de ir hacia una [sociedad] "totalmente
securitaria" existe un cálculo político: Hollande y Valls cuentan con el
Estado de excepción para utilizar una vez más el arsenal bonapartista y
situarse, en cierto modo, por encima de los partidos e instituciones. Una
operación cuyo objetivo es neutralizar el balance catastrófico de los
gobiernos desde 2012 y prometer al Partido Socialista mejores resultados
electorales. Una apuesta de lo más imprudente. Hollande y Valls, apoyados en
las instituciones de la Vª República, pueden jugar la carta de la seguridad,
pero en la situación política actual en la que los malos vientos van hacia
la derecha y la extrema derecha, son estas fuerzas las que corren el riesgo
de aprovecharse de esta maniobra.

Las resistencias a la prolongación del estado de excepción han sido muy
débiles en la izquierda parlamentaria, aunque más importantes a nivel de
base (en el seno del PCF, por ejemplo, contra el voto de sus representantes
en la Asamblea Nacional) o en los movimientos sociales: declaraciones de
Solidaires y, también, de la CGT.

El actual momento político es duro y comporta grandes riesgos. La democracia
política ya fue vaciada de contenido; los parlamentos ya no deciden sobre
las cuestiones principales (que están en manos de la Unión Europea, de la
OMC o de los tratados intergubernamentales…). Ahora se trata de las
libertades civiles, ya bajo presión, que corren el riesgo de convertirse en
una cáscara vacía. El gobierno quiere poner a la sociedad en arresto
domiciliario, pero la gente no ha tomado aún conciencia de ello.

Lo importante es establecer puentes entre las resistencias, manifestar
nuestra solidaridad con las víctimas del terrorismo, ofrecer a los pueblos
que luchan por su libertad los medios materiales, políticos y militares para
sobrevivir y vencer; ayudar a las fuerzas progresistas y no confesionales
que luchan sobre el terreno, tanto contra el obscurantismo sanguinario,
terrorista, del Estado Islámico como del régimen de Assad que tanto lo ha
favorecido. Es poner fin a la escalada de guerra y bombardeos, poner fin al
apoyo a los regímenes absolutistas y a la promoción de injusticias sociales
y políticas tanto en Medio Oriente como en otras partes.

La situación de las fuerzas progresistas en Francia es bastante desastrosa,
pero en este momento clave existen puntos en los que apoyarse para resistir:
el sentimiento de solidaridad compartida en la población, la reacción de la
juventud, el rechazo de un buen número de organizaciones y sindicatos a
aceptar medidas liberticidas, un régimen de excepción permanente. De ahí que
sea necesario construir un frente unido en defensa de las libertades, de
convivencia y solidaridad, aquí y en todas partes.

* Militantes del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia.

Nota

1/ Ver nuestro artículo de aquella época: "Charlie-Hebdo: ¿Y ahora? Los
hechos, su alcance y los retos" en http://www.vientosur.info/?article9740

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