EEUU/ el fantasma de Trump [Charlie Post]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Oct 9 01:02:50 UYST 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 9 de octubre 2015

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A l’encontre – La Breche

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Estados Unidos

El fantasma de Trump

Charlie Post 

Jacobim

https://www.jacobinmag.com/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Un fantasma recorre el Partido Republicano. A diferencia de los años
ochenta, no es el “comunismo” o la “amenaza soviética”. Tampoco es el “islam
radical” ni el “terrorismo”. Es Donald Trump, que se autocalifica de
multimillonario “hecho a sí mismo” –en realidad es el hombre de negocios más
espectacularmente ineficaz que se recuerda– y que ha tomado la delantera en
la atestada carrera por la nominación presidencial del Partido Republicano.
Gran parte de su popularidad en la base republicana –predominantemente
profesionales blancos de clase media suburbanos (y exurbanos), ejecutivos,
propietarios de pequeños negocios y una minoría de clase trabajadora blanca–
se asienta sobre la abierta xenofobia de Trump. Evitando lo que él llama
corrección política, condena a los “violadores y criminales” que
supuestamente afluyen desde México y propone la deportación en masa de los
inmigrantes indocumentados. Su discurso encuentra eco en una amplia franja
de las clases medias blancas, que ven en él al genuino antipoliticastro, a
un “hombre del pueblo” que utiliza un lenguaje directo y apela a sus miedos
y ansiedades y que va a recuperar la grandeza de los Estados Unidos de
América.

El ascenso de Trump ha hecho cundir el pánico en el establishment
republicano, que ahora está intentando movilizar recursos para bloquear la
nominación de Trump. Está desplegando publicidad, por ejemplo, donde se
acusa a Trump de ser inelegible por sus «puntos de vista extremistas» y por
ser un «socialdemócrata de tapadillo» que en tiempos apoyó el aborto y un
programa nacional de seguro médico único. Los grandes medios de comunicación
también insisten en el “extremismo” y la “falta de elegibilidad” de Trump,
planteamientos que la izquierda debería acoger con cierto escepticismo.
Después de todo, Ronald Reagan parecía situarse en los años ochenta bastante
a la derecha de las corrientes dominantes en la política de EE UU.

En la izquierda, dos autores –Harrison Fluss y Stanley Aronowitz– ofrecían
recientemente distintos enfoques sobre Trump. Para Aronowitz, Trump expresa
el papel de las grandes fortunas en la política burguesa. El “levantemos la
alfombra sobre lo que el sistema político ha empleado más de un siglo en
ocultar“ implica socavar la legitimidad de la democracia representativa en
EE UU. A su vez, Fluss ve a Trump como la “fruta podrida de la clase
dirigente de EE UU”, cuyas ideas “no son aberraciones de la corriente
dominante” de la política convencional. Hay elementos de verdad en ambas
interpretaciones. Por un lado, la capacidad de Trump y varias grandes PAC
(asociaciones de apoyo a los distintos candidatos) de gastar cantidades
ingentes de dinero permite que grupos políticamente marginales de
contribuyentes ricos influyan en el resultado electoral hasta tal punto de
que socavan la misma credibilidad de la democracia capitalista.

Por otro, la acumulación y competencia sin coto han provocado un descenso
del nivel de vida y una mayor inseguridad no solo para la mayoría de los
trabajadores, sino también para segmentos de las clases medias. En ausencia
de una izquierda o un movimiento obrero viables, la precariedad a la que se
enfrentan estos grupos hace que sean receptivos a las proclamas de demagogos
de derecha como Trump. Sin embargo, ninguno de los análisis atina con lo que
hace que la candidatura de Trump sea a la vez tan atractiva para capas de la
clase media y la clase trabajadora y tan aterradora para el establishment
del Partido Republicano. Lo que ocurre es que Trump y otros candidatos
alineados con el Tea Party, como Ben Carson y Ted Cruz, no representan a
ningún segmento de la clase capitalista de EE UU.

Mientras que su hostilidad hacia los sindicatos y su apoyo a una austeridad
brutal y a la bajada de los impuestos a las empresas coinciden con la
opinión capitalista dominante en EE UU, los republicanos del Tea Party en el
Congreso han chocado con el capital en la cuestión del cerrojazo al gobierno
federal –poniendo en peligro la credibilidad del Estado y del capital– y
también en la de la inmigración. En 2014, la Cámara de Comercio dedicó
decenas de millones a derrotar a los candidatos del Tea Party en las
primarias al Congreso del Partido Republicano en todo el país. Aunque muchos
resultaron derrotados en 2014, hubo suficientes que volvieron para
defenestrar a John Boehner (republicano por Ohio) como presidente de la
Cámara, enfadados por su oposición a ampararse en el límite de la deuda
federal para dejar sin fondos el sistema de planificación familiar y
recortar la financiación de Medicare y las pensiones de los veteranos.

En la carrera presidencial, es probable que la Cámara de Comercio –que
representa a una amplia muestra de empresas medianas y grandes– y la
“Business Roundtable” –que representa a las grandes corporaciones
multinacionales– intenten aislar a Trump y a los candidatos del Tea Party
para favorecer a Jeb Bush. Si eso falla, muchos de los capitalistas que
ahora apoyan a Bush se sentirán muy cómodos con la principal candidata del
Partido Demócrata, Hillary Clinton. Una razón es la inmigración, que
constituye una cuestión espinosa para los capitalistas en EE UU. Está claro
que no quieren ver masas de inmigrantes entrando legalmente en EE UU y
obteniendo de inmediato los derechos de ciudadanía, pero se oponen
activamente a las deportaciones en masa y otras medidas que los privarían de
una fuerza de trabajo barata y dócil.

En 2010, la Cámara de Comercio se unió a la Unión de Libertades Civiles y a
la Liga de Ciudadanos Latinos Unidos para oponerse a la ley antiinmigración
de Arizona (SB 1070), que llevó a miles de inmigrantes a huir del Estado por
miedo a la detención y la deportación. Además, la “Business Roundtable” y la
Cámara de Comercio han estado al frente del impulso de la reforma de la
inmigración en el Congreso. Ambas quieren algún tipo de combinación de una
“protección de fronteras” más efectiva, una “vía de acceso a la ciudadanía”
(larga y difícil) para los cerca de 11 millones de inmigrantes
indocumentados, y un programa para trabajadores extranjeros que se aplicaría
a los futuros inmigrantes con el fin de proporcionar al capital
estadounidense una fuente de mano de obra carente de derechos y de toda
posibilidad de convertirse en residentes permanentes o ciudadanos
estadounidenses.

El ascenso de Trump refleja el rechazo de estos planes. Como el Tea Party,
Trump es un ejemplo de política radical de la pequeña burguesía. Atrapados
entre una clase trabajadora desorganizada y una clase capitalista cada día
más rapaz, segmentos de las clases medias –especialmente blancos suburbanos
de EE UU– se sienten inseguros económica y socialmente. Ven amenazadas su
base de sustento y su posición social por todos lados. Incapaces de
enfrentarse directamente al capital, partes de las clases medias abrazan una
política que toma como chivos expiatorios a inmigrantes, sindicatos,
mujeres, al colectivo LGTB y a los negros y latinos. La derechización de las
clases medias ha dado fuelle a la expansión de figuras y formaciones que son
independientes de las clases capitalistas en una serie de sociedades
capitalistas avanzadas: el Partido por la Independencia del Reino Unido en
Inglaterra (UKIP), el Frente Nacional en Francia, el Movimiento Cinco
Estrellas en Italia, el Tea Party y Donald Trump en EE UU.

Esta radicalización de las clases medias –que Trotsky calificó alguna vez de
“polvo humano”– tiene algún parecido con los movimientos fascistas clásicos
de las décadas de 1920 y 1930. Trump y el Tea Party han atraído a elementos
genuinamente fascistas (grupos supremacistas blancos con grupos organizados
de pelea callejera). Sin embargo, ni el Tea Party ni Trump pueden ser
calificados de fascistas. Ambos aspiran a acceder al poder a través de las
elecciones, no a abolir las elecciones y al gobierno representativo. Ni los
capitalistas de EE UU van a optar, dentro de un futuro previsible, por una
política de extrema derecha de este tipo. Si la dirección del Partido
Republicano no puede parar a Trump, probablemente cruzará la línea para
apoyar a una política neoliberal como Hillary Cinton.

El fantasma de Trump no solo aterroriza al establishment republicano, sino
también a la mayoría de la izquierda en EE UU. Como ha sucedido una y otra
vez desde la década de 1930, la amenaza de la extrema derecha servirá de
excusa para la burocracia sindical y los líderes socialdemócratas del
movimiento por los derechos civiles, del movimiento feminista y del sector
LGBT para movilizarse a favor del Partido Demócrata. Sin embargo, esta
solución al ascenso de Trump y la extrema derecha no es ninguna solución
real: abrazar el “posibilismo del mal menor” en 2016 significaría renunciar
a la labor de reconstrucción del movimiento obrero y los movimientos
sociales y a cambio subordinar nuestra política radical al Partido
Demócrata. El resultado desastroso sería que la única oposición visible a la
clase capitalista no vendría de la izquierda, sino de un hombre de negocios
multimillonario.

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