Debates/ ¿fin de ciclo? la crisis de los gobiernos progresistas [Franck Gaudichaud]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Oct 14 21:05:49 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 14 de octubre 2015

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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América del Sur

¿Fin de ciclo? 

Los movimientos populares, la crisis de los “progresismos” gubernamentales y
las alternativas ecosocialistas (1)

Franck Gaudichaud 

Santiago de Chile, primavera austral 2015

Revista Memoria, México

http://revistamemoria.mx/

Rebelión

http://rebelion.org/

A más de 40 años del golpe de Estado que derrotó a la vía chilena al
socialismo y a 30 años de la fundación del mayor movimiento social del
continente, el Movimiento de trabajadores rurales sin tierra (MST) de
Brasil; a 20 años del grito zapatista ¡Ya basta! en Chiapas en contra del
neoliberalismo y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)
y a más de 15 años de la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela (y
transcurridos más de dos años desde su muerte), los pueblos
indo-afro-nuestroamericanos y sus tentativas de construcción de gramáticas
emancipadoras parecen encontrarse en un nuevo punto de inflexión. Un ciclo
de mediana duración, social, político y económico parece agotarse
paulatinamente, aunque de manera no uniforme, ni para nada lineal. Con sus
avances reales (pero relativos), sus dificultades e importantes
limitaciones, las experiencias de los diferentes y muy variados gobiernos
“progresistas” de la región, sean procesos meramente de centro-izquierda,
social-liberales, o -al contrario- nacional-populares más radicales, que se
reclamen anti-imperialistas o se descalifiquen en los medios conservadores
como “populistas”, sean revoluciones bolivarianas, ando-amazónicas o
“ciudadanas” o simples recambios institucionales hacia el progresismo, estos
procesos políticos parecen topar ante grandes problemáticas endógenas,
fuertes poderes fácticos conservadores (nacionales como también globales) y
no pocas indefiniciones o dilemas estratégicos no resueltos.

De gobiernos progresistas y posneoliberales

Sin lugar a duda, en los países donde se han consolidado varias y
aplastantes victorias electorales de fuerzas de izquierda o
antineoliberales, en particular en las naciones donde esas victorias son
producto de años de luchas sociales y populares (como en Bolivia) o de una
rápida politización-movilización de los de abajo (como en Venezuela), el
Estado y sus regulaciones, el crecimiento económico interno, el combate a la
pobreza extrema a través de programas específicos de redistribución y la
institucionalización de nuevos servicios públicos han ido ganando terreno:
una diferencia notable y ningún caso menospreciable con el ciclo infernal de
las privatizaciones, fragmentación y la violencia de la desregulación
capitalista neoliberal de los años 90. Allí, apareció de nuevo la fuerza
pública como ente regulador del mercado nacional, redistribuidor parcial de
las rentas extractivas y de las riquezas del subsuelo hacia los y las más
empobrecid en s, con efectos directos e inmediatos para millones de ciudadanos
y ciudadanas, un proceso que explica en parte la solidez de la base social y
electoral de estas experiencias hasta el día de hoy (y en algunos casos
después de más de más de 10 años de gobierno). Por primera vez –desde hace
décadas– varios gobiernos “posneoliberales”, comenzando por Bolivia, Ecuador
y Venezuela, demostraron que sí es posible comenzar a retomar el control de
los recursos naturales y, al mismo tiempo, hacer retroceder pobreza extrema
y desigualdades sociales con reformas de inclusión política de amplios
sectores populares, hasta el momento marginados del derecho de decidir,
opinar y sobre todo participar. También volvió a surgir en los imaginarios
geopolíticos continentales el sueño de Bolívar y las iniciativas de
integración regional alternativa y cooperación entre los pueblos (como el
ALBA-TCP), intentando recobrar espacio de soberanía nacional frente a las
grandes potencias del Norte, al imperialismo militar y a las nuevas
carabelas que son las firmas transnacionales o las órdenes unilaterales de
las instituciones financieras mundiales.

En un momento en que el viejo mundo y los pueblos de la Unión Europea están
sometidos a la dictadura financiera de la Troika (FMI, Comisión Europea y
Banco Central Europeo) y en una profunda crisis económica, política e
incluso moral, es importante subrayar la capacidad que han tenido varios
movimientos populares y líderes de Nuestra América de resistir y comenzar a
reconstruir multilateralismo, democratizar la democracia e incluso
reinventar la política, con proyectos que se pensaron como alternativas para
el siglo XXI. Cuando un país como Grecia intenta asomar la cabeza frente a
los embates de la deuda y de las clases dominantes europeas, cuando muchos
trabajadores, jóvenes y colectivos de esta parte del mundo buscan derroteros
emancipadores, mucho se podría aprender de América Latina, de su traumática
experiencia con el fundamentalismo capitalista neoliberal y de sus ensayos
heroicas de contrarrestarlo desde el sur del sistema-mundo.

Los complejos caminos del anticapitalismo y del poder

No obstante, como lo declaraba a principios del 2015 el teólogo y sociólogo
François Houtart, secretario ejecutivo del Foro Mundial de Alternativas, el
desafío fundamental –en particular para países que más despertaron
expectativas de cambio– sigue siendo la definición de caminos de transición
profunda hacia un nuevo paradigma civilizatorio poscapitalista. Es decir se
trata de no sólo quedar atrapado en un objetivo de modernización
posneoliberal y menos aún dentro de un neodesarrollismo asistencialista o un
intento de reacomodo entre crecimiento nacional, burguesías regionales y
capitales extranjeros: significa apuntar a una transformación de las
relaciones sociales de producción y de las formas de propiedad. Sin duda, la
tarea es gigantesca y ardua. En esta perspectiva y en este momento
histórico, a pesar de los avances democráticos conquistados [2] con sangre y
sudor, afloran las múltiples tensiones y límites de los diversos
progresismos latinoamericanos o, más bien, del periodo abierto a principios
de los años 2000 en la lucha contra la hegemonía neoliberal. Un intelectual
-hoy estadista- como Álvaro García Linera presenta estas tensiones (en
particular entre movimientos y gobiernos) como potencialmente “creativas” y
“revolucionarias”, como experiencias necesarias para avanzar gradualmente en
dirección de un “socialismo comunitario” [3] , tomando en cuenta la relación
de fuerzas geopolíticas, políticas y sociales realmente existentes (y, de
paso, despreciando sin mucho argumentos como “infantiles” a todas críticas
que provengan de su izquierda…). Dentro de esta orientación, la conquista
electoral del gobierno por fuerzas nacional-populares es pensada como una
respuesta democrática – y “concreta”- a la emergencia plebeya de los años
90-2000, y el Estado es considerado como instrumento esencial de
“administración de lo común” frente al reino de la ley del valor y la
disolución anómica neoliberal. En esta defensa de lo conquistado desde los
diferentes progresismos gubernamentales, a veces analizados como un todo
homogéneo, encontramos también la pluma de intelectuales de renombre como
Emir Sader o de la educadora popular y socióloga chilena Marta Harnecker.
[4]

Al contrario, no pocos militantes de terreno, algunos movimientos y
analistas críticos de horizontes políticos plurales (como Alberto Acosta y
Natalia Sierra en Ecuador, Hugo Blanco en Perú, Edgardo Lander en Venezuela,
Maristella Svampa en Argentina o Massimo Modenesi en México, entre otros)
insisten en la dimensión cada vez más “conservadora” de las políticas
estatales del progresismo o nacionalismo posneoliberal (desde Uruguay hasta
Nicaragua pasando por Argentina [5] ) e incluso en su carácter de
“revolución pasiva” (en el sentido de Gramsci): o sea una transformación “en
las alturas” que modificaría efectivamente los espacios políticos, las
políticas públicas y la relación Estado-sociedad, pero que va integrando -e
in fine neutralizando- la irrupción de las y los de abajo en las redes de la
institucionalidad, organizando un brusco reacomodo en el seno de las clases
dominantes y del sistema de dominación, frenando la capacidad de
autoorganización y control desde debajo de los pueblos movilizados. [6]
Visto así la “captura” del Estado por fuerza progresistas puede significar
la captura de la izquierda… por las fuerzas del Estado profundo, su
burocracia y los intereses capitalistas que representa; visto así la
estrategia de la toma del poder para cambiar el mundo puede terminar en una
izquierda tomada por el poder, cambiándolo todo para conservar lo principal
del mundo actual como tal. Para el escritor uruguayo Raúl Zibechi:

"En la medida que el ciclo progresista latinoamericano se está terminando,
parece el momento adecuado para comenzar a trazar balances de largo aliento,
que no se detengan en las coyunturas o en datos secundarios, para irnos
acercando a diseñar un panorama de conjunto. De más está decir que este fin
de ciclo está siendo desastroso para los sectores populares y las personas
de izquierda, nos llena de incertidumbres y zozobras por el futuro
inmediato, por el corte derechista y represivo que deberemos afrontar". [7]

¿Fin de ciclo?

En las últimas semanas una avalancha de artículos de opinión –varios de los
cuales ya hemos publicados en Rebelion.org- debaten de la existencia o no de
un “fin de ciclo” progresista, incluso de la existencia de tal “ciclo”, este
debate llegando a tal nivel de polarización que unos autores acusan a los
otros de hacerle el juego al imperio por ser “diagnosticadores de la
capitulación” e “izquierdistas de cafetín” (dixit Garcia Linera), cuando los
segundos tildan los primeros de haberse convertidos en intelectuales por
encargo y acríticos al servicio de los Estados de la región y de gobiernos
ya no progresivos si no que regresivos… Este diálogo de sordos poco aporta
para desentrañar el momento político actual. Seguramente, las ideas en torno
a posible “reflujo del cambio de época” [8] o, desde una óptica contraria,
la idea de un paulatino “fin de la hegemonía progresista” [9] son
seguramente más exactas y complejizadas para comenzar a dar esta discusión
de manera constructiva aunque conflictiva. Todo eso reconociendo que este
fenómeno se da en condiciones territoriales-nacionales altamente
diferenciadas:

"Este deslizamiento es más perceptible en algunos países (por ejemplo
Argentina, Brasil y Ecuador) que en otros (Venezuela, Bolivia y Uruguay) ya
que en estos últimos se mantienen relativamente compactos los bloques de
poder progresistas y no se abrieron fuertes clivajes hacia la izquierda. En
particular, Venezuela fue el único país en donde se impulsó la participación
generalizada de las clases subalternas con la conformación de las Comunas a
partir de 2009 …" [10]

Más allá de la polémica acerca de la dimensión del agotamiento, inflexión o
reflujo del periodo en curso, y subrayando la variedad de los procesos
analizados, surge que en muchos planos los progresismos gubernamentales
parecen haber optado definitivamente, bajo la presión de actores globales
como endógenos, por un “realismo modernizador” y la política de la “medida
de lo posible”, lo que es a menudo el mejor derrotero para justificar la
renuncia a cambios estructurales en una dirección anticapitalista: una
dinámica que podría ser simbolizada por el encuentro (julio 2015)
“fraternal” entre la presidenta brasilera Dilma Roussef –militante del
Partido de los Trabajadores–y el criminal de lesa humanidad Henri Kissinger
(ex secretario de Estado de eeuu ), en un momento en que Dilma buscaba un
respaldo político imperial frente a una oposición en alza en el seno de la
sociedad civil y a una derecha revitalizada por la amplitud de los casos de
corrupción en filas oficialistas. Por cierto, el objetivo del ejecutivo de
la principal potencia latinoamericana con este tipo de gestos diplomáticos
es, ante todo, dar un respaldo a “sus” sectores dominantes y otorgar más
“seguridad” para los negocios en Brasil. Desde otra trinchera y otra
latitud, el tratado de libre comercio encubierto firmado en 2014 por Ecuador
con la Unión Europea recuerda los límites de los anuncios sobre el “fin de
la noche neoliberal”, incluso por parte de uno de los gobiernos paragones de
esta perspectiva. Hoy, el gobierno Correa enfrentado con la derecha y
denunciando los peligros de un “golpe blando” se muestra también en
conflicto con movimientos sociales e indígenas (y con una aun débil
izquierda), hasta tal punto que según Jeffrey Webber se podría hablar de una
situación de “impasse político”, en el sentido desarrollado por el marxista
Agustín Cueva, donde la figura cesarista del presidente juega un papel de
estabilizador funcional al capital:  

"Ha habido momentos recurrentes en la historia de Ecuador donde la
intensidad de los conflictos horizontales, intercapitalistas, en combinación
con las luchas verticales entre las clases dominantes y populares,
resultaban demasiado como para ser soportadas por las formas existentes de
dominación. Entre medias, mientras los políticos buscaban nuevas formas más
estables de dominación, reinaba la inestabilidad hasta alcanzar un impasse".
[11]

La herencia maldita extractivista

De manera más general, es necesario mencionar, aunque no sea el único
problema, la permanencia en todos los países progresistas de un modelo
productivo y de acumulación donde se entrelazan, siguiendo varios grados e
intensidades, capitalismo de Estado, neodesarrollismo y extractivismo de
recursos primarios o energéticos, con sus efectos depredadores sobre
comunidades indígenas, trabajadores y ecosistemas... Esa tensión endógena se
articula, de manera desigual y combinada, con un contexto financiero
globalizado feroz y el hecho central de la actual coyuntura: la crisis
económica que ya golpea fuertemente a la región, provocando una brusca caída
del precio de las materias primas y en particular del barril de petróleo
(que pasó de casi 150 dólares a menos de 50), terminando así con el periodo
anterior de bonanzas y desnudando de nuevo la matriz productiva dependiente
y neo-colonial de América latina, herencia maldita de siglos de sometimiento
imperialista. Este contexto corresponde a la vez a con una clara ofensiva
del capital transnacional, de Estados del Norte y de algunos gigantes del
Sur (comenzando por China) para acaparar más tierras agrícolas, energía,
minerales, agua, biodiversidad, mano de obra, en una vorágine que pareciera
sin fin… hasta las últimas gotas de vida. En países como Bolivia o Ecuador
donde hay más conciencia política de estos peligros, se defiende desde el
gobierno y sus apoyos políticos la táctica –bastante sensata- de pasar por
un necesario momento industrializador-extractivista para construir la
transición con algo de fuerza económica: eso es algo como un “extractivismo
transitorio posneoliberal” que permitiría desarrollar pequeños países con
pocos recursos, crear riquezas de acumulación originaria para responder a la
inmensa urgencia social que conocen esas naciones empobrecidas y a la vez
debutar un lento proceso cambio del modelo de acumulación. No obstante,
según Eduardo Gudynas, secretario ejecutivo del Centro Latino Americano de
Ecología Social (CLAES):

"No hay ninguna evidencia de que eso esté ocurriendo por varias razones: la
primera es que la forma en que se usa la riqueza generada por el
extractivismo en buena parte se destina a programas que profundizan más el
extractivismo, por ejemplo, aumentar las reservas de hidrocarburos o alentar
la exploración minera. Segundo, los extractivismos tienen derrames
económicos que inhiben procesos de autonomía en otros sectores productivos,
tanto en la agricultura como en la industria. El Gobierno tendría que tomar
medidas de precaución para evitar esa deformación y eso no está ocurriendo,
de hecho hay una deriva agrícola a promover cultivos de exportación mientras
se aumenta la importación de alimentos. Tercero, como los proyectos
extractivos generan tanta resistencia social (ejemplos recientes son el de
los Guaranís de Yategrenda, Santa Cruz, o la reserva Yasuni en Ecuador), los
gobiernos tienen que defenderlos de forma tan intensa que refuerzan la
cultura extractivista en amplios sectores de la sociedad y por tanto inhiben
la búsqueda de alternativas". [12]

De hecho, no es una casualidad que el ciclo de luchas populares y
movilizaciones que está emergiendo en el corazón de América, anunciando –tal
vez– un nuevo periodo histórico de luchas de clases, esté directamente
ligado a estas depredaciones, represiones y sus consiguientes resistencias
socio-territoriales:

"La resistencia está centrada en la minería y los monocultivos, en
particular la soja, así como en la especulación urbana, o sea en los
diversos modos que asume el extractivismo. Según el Observatorio de
Conflictos Mineros en la región hay 197 conflictos activos por la minería
que afectan a 296 comunidades. Perú y Chile, con 34 conflictos cada uno,
seguidos de Brasil, México y Argentina, son los países más afectados". [13]

Crisis económica mundial y nuevas luchas populares

Esta tendencia se manifiesta en el contexto ya descrito de fuertes sombras
en relación al crecimiento económico de los últimos años, la profunda crisis
del capitalismo mundial que sigue su curso y la permanencia de inmensas
desigualdades sociales y asimetrías regionales en todo el continente. Por
otra parte, es menester subrayar la importante ofensiva de las diversas
derechas empresariales y mediáticas como también de las oligarquías de la
región que aprovechan el fin de la hegemonía progresista para retomar el
terreno perdido desde hace 15 años frente a los diferentes líderes
carismáticos y dirigentes progresistas. Esas derechas conservadoras y
neoliberales siguen controlando –en el plano político– ciudades, regiones y
países claves (como México y Colombia), amenazando de manera constante los
derechos arrancados en la última década y el proceso de nueva integración
regional más autónoma de Washington. Sabemos que estas fuerzas regresivas se
mostraron, y se muestran, listas para organizar múltiples formas de
desestabilización, e incluso golpes de Estado (como lo fue en la última
década en Paraguay, Honduras, Venezuela), con el apoyo explícito o indirecto
de la agenda imperial de eeuu. [14]

Sin embargo, desde abajo, protestas populares multisectoriales, pueblos
originarios, estudiantes y trabajadores ponen también en el tapete su
propias agendas y reivindicaciones, realzando los límites de las
transformaciones de fondo realizadas en países donde gobiernan fuerzas
“posneoliberales” y su absoluta ausencia donde todavía dominan las derechas
neoliberales, denunciando las diversas formas de represión, intimidación o
cooptación en ambos casos: oposición colectiva a la soja transgénica o
huelgas obreras en Argentina; grandes movilizaciones callejeras de la
juventud en las principales ciudades brasileñas demandando el derecho a la
ciudad y contra la corrupción; crisis profunda del proyecto bolivariano,
violencia de la oposición y reorganización del movimiento popular en
Venezuela; en Perú, luchas campesinas e indígenas en contra de megaproyectos
mineros (como el proyecto Conga); en Chile, Mapuche, asalariados y
estudiantes denunciando con fuerza la herencia maldita de la dictadura de
Pinochet; en Bolivia, críticas de la Central Obrera Boliviana y de sectores
del movimiento indígena hacia la política de “modernización” de Evo Morales;
en Ecuador, abandono por parte del presidente Correa del proyecto Yasuní que
debía dejar el petróleo bajo tierra y enfrentamiento entre el ejecutivo, la
Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador ( conaie ) y franjas
significativas de la sociedad civil organizada; en Colombia, una largaa
búsqueda de una paz verdadera, es decir una paz con transformación social,
económica y reforma agraria, etc.

El topo de la historia y las alternativas

El escenario es tenso y movedizo. Pero, a pesar de todo el “viejo topo de la
historia” (en el sentido que lo entendía Marx) sigue cavando y junto con él
se despliegan una gran variedad de experiencias de luchas sociales,
conflictos de clases y debates políticos acompañados de múltiples ejercicios
de poder popular, alternativas radicales y utopías en construcción. [15] Si
algunos intelectuales críticos pudieron creer –y hacer creer–, durante un
tiempo, que América Latina –o mejor dicho Abya Yala– alcanzaría el nuevo El
Dorado del “socialismo del siglo xxi ” gracias a un “giro a la izquierda”
gubernamental y victorias electorales democráticas, sabemos que los caminos
de la emancipación son más complejos, profundamente sinuosos y que los
aparatos de poder (militares, mediáticos, económicos) de las oligarquías
latinoamericanas e imperiales son sólidos, resilientes, enquistados, e
incluso feroces cuando es necesario. Transformar las relaciones sociales de
producción y desbaratar las dominaciones de “raza” y de género en las
sociedades de Nuestra América es una dialéctica que tendrá que partir, sin
duda y de nuevo, desde abajo y a la izquierda, desde la autonomía y la
independencia de clase, pero siempre en clave política, y no desde un
ilusorio cambio sin tomar el poder. Eso es sin negar que estos intentos
colectivos de poder popular deban continuar apoyándose en avances
electorales parciales o puedan considerar la importancia de conquistar
espacios institucionales y partidarios dentro del Estado, si -y solo si- el
desarrollo de tales nuevas políticas públicas se ponen al servicio de los
“comunes” y de los subalternos. ¿Se puede utilizar el Estado para terminar
con el Estado… capitalista, usándolo un tiempo como barrera de contención de
colosales fuerzas hostiles ajenas? ¿o, como lo constató Marx, el Estado por
ser fundamentalmente criatura de los dominantes no puede ser herramienta
nuestra sin arriesgar colonizarnos, mente, alma y practicas? Es evidente que
el control del ejecutivo representa “sólo” la conquista de un poder parcial,
y aún más limitado si no se posee mayoría parlamentaria y una base social
movilizada [16] : recordemos las lecciones de Chile y de cómo se derrotó en
1973 a Salvador Allende y la vía institucional al socialismo de la Unidad
Popular…

Por eso un gobierno de izquierda y de los pueblos, muestra su verdadero
carácter alternativo cuando sirve de palanca y estímulo para las luchas
auto-organizadas de los trabajadores y de los movimientos populares o
indígenas, favoreciendo dinámicas de empoderamiento real, transformación de
la relaciones sociales de producción, construcción de autogestión y caminos
emancipatorios desde y para el “bien vivir”. En el caso contrario, las
fuerzas políticas de izquierda están condenadas a gestionar el orden
existente, e incluso en momento de inestabilidad a elevarse por encima de la
clases sociales de manera bonapartista para perpetuar el leviatán estatal,
administrando la dominación de manera más o menos “progresista”, con más o
menos roces con las elites locales.

Sin duda, la inflexión y dudas actuales representan peligros y
oportunidades; es también el momento de volver a discutir lo nuevo sin
olvidar lo “viejo” y debatir sobre las estrategias anticapitalistas y sus
herramientas políticas para construir lo que proponemos llamar un
ecosocialimo nuestroamericano del siglo xxi : un proyecto que no sea calco
ni copia, que rechace dejar agobiarse por las tácticas electorales
cortoplacistas, por las luchas de caudillos y de aparatos burocráticos, pero
sin tampoco aceptar el arrastre y la ilusión de la construcción de una
pluralidad de autonomías sociales sin proyecto político común, un mínimo
centralizado. Con este propósito, es fundamental abrir los ojos, el olfato,
los sentidos y los corazones a los experimentaciones colectivas en curso, a
menudo existentes por debajo y por encima de los radares mediáticos
consensuales, sin duda todavía dispersas o pocos conectadas, pero que
conforman una inmenso rio de luchas en permanente transformación, desde lo
real y lo concreto, desde sus errores y aciertos. Experiencias que permiten
entender dinámicas emancipadoras, tentativas originales colectivas y los
peligros que deben enfrentar o sortear. Por cierto, no nos permiten mostrar
una forma ideal de tentativas de sublevación exitosas, sino más bien un
mosaico de praxis-saberes-accionares: algunas centradas desde el
campo-agrario y lo territorial, otras más desde lo productivo y las fábricas
recuperadas, otras desde lo barrial y comunitario urbano, otras también
iniciadas desde políticas estatales o institucionales pero controladas por
sus usuarios: luchas de las mujeres en contra de la violencia patriarcal, de
los sin techo, de los indígenas, de la clase obrera en varios países,
ejemplo de la agroecología alternativa en Colombia, de los reclamos de “buen
vivir” en Ecuador, de los consejos comunales en Venezuela, de la fábricas
sin patrones en Argentina, de los medios comunitarios en Brasil y Chile, de
las rondas comunitarias en Perú y México, etc.

"Iniciativas organizativas locales de toma y ejercicio de poder popular,
virulentas protestas callejeras de rechazo a decisiones or­questadas desde
el poder nacional y transnacional; pero también, asambleas constituyentes de
refundación utópica, recuperación de las riendas de la po­lítica por parte
de los Estados: los caminos de la emancipación están lejos de ser unívocos.
En tanto experimentaciones, suponen ensayos, titubeos y re­pliegues. Pero
también, conquistas. Complejas, a veces contradictorias, pero profunda y
sinceramente es­peranzadoras, experiencias (que) constituyen un alimento
pa­ra quienes participan en la tarea de reinventar las sociedades y la
manera de hacer política, sean estos ciudadanos de los países de la región o
muje­res y hombres que han emprendido el esforzado camino de la resistencia
y la emancipación, desde otras geografías". [17]

Esa pluralidad de voces y de ejemplos posibilita retomar el hilo de una
discusión que ya recorre las venas abiertas del continente; permite pensar
más allá y más acá de proyectos progresistas gubernamentales, asumiendo que
es, al mismo tiempo, indispensable crear frentes socio-políticos para
enfrentar las amenazas del regreso masivo de las derechas y del imperialismo
en Suramérica. Sobre todo, nos obliga a pensar a contracorriente, en contra
de una “izquierda contemplativa, institucional, administrativa, una
izquierda de aspirantes a funcionarios y funcionarias, una izquierda sin
rebeldía, sin mística, una izquierda sin izquierda”. [18] Y también saber
pensar en contra de nuestros propios mitos desarrollistas y teleológicos,
asumiendo la urgencia global de un planeta maltratado al borde del colapso
ecológico y climático. Por cierto, es esencial reconocer que estas diversas
experiencias y vivencias que mencionamos aquí brevemente sobre cómo cambiar
el mundo son contradictorias, incluso divergentes: algunas aisladas, muy
localizadas y otras, al contrario, institucionalizadas o dependientes del
Estado. De allí el interés de retomar los grandes debates estratégicos del
siglo XX, pero desde los tiempos actuales y con en memoria los balances de
las dolorosas derrotas pasadas: ¿Cómo emprender una transición
poscapitalista y ecosocialista en el siglo XXI? ¿Cuáles serán el papel de
las herramientas político-partidarias y de los movimientos en este tránsito?
¿Qué papel de las fuerzas armadas, del sistema parlamentario, de los
sindicatos? Destruirlos, utilizarlos, transformarlos, evitarlos, fisurarlos…
muy bien, pero en cualquier caso: ¿cómo? ¿Y de qué manera reconstruir
sentidos comunes, hegemonía cultural y una izquierda anticapitalista desde y
para el pueblo? ¿Cómo evitar forjar ilusiones en torno a pequeños grupos de
afinidades cerrados sobre ellos mismos y, al mismo tiempo, no repetir el
horror burocrático y estadocentrico del siglo XX?

Ecosocialismo o Barbarie

La gran Rosa Luxemburgo advertía, en 1915, “avance al socialismo o regresión
a la barbarie”. En 2015, sus palabras cobran un sentido aún más catastrófico
y premonitorio: “avance al ecosocialismo o ecocidio global” [19]. Sin dudas,
es desde la “osadía de lo nuevo” que podremos volver a soñar en derribar los
muros del capital, del trabajo asalariado, del neocolonialismo y del
patriarcado:

"Cambiar el mundo suena muy ambicioso. Es más, parece bastante arriesgado si
se toma en cuenta todos los grupos de poder que jamás permitirían que se
desmonte la civilización capitalista. Pero en las actuales circunstancias,
no hay otra alternativa. Las condiciones de vida de amplios segmentos de la
población y de la Tierra misma, se deterioran aceleradamente. Nos acercamos
a un punto sin retorno. Y la opción de cambiar de planeta no existe. (…)
Debemos aceptar el desafío. Debemos ser rebeldes ante el poder (y quizá
hasta desear su destrucción). Debemos aceptar nuestras limitaciones como
seres humanos dentro de la Naturaleza. Debemos odiar toda forma de
explotación. Debemos ser quienes nos levantemos contra las injusticias y
contra quienes las cometan. No debemos resignarnos. Tenemos que seguir
exigiendo y construyendo lo imposible". [20]

La tarea ya comenzó, es pan de hoy día y seguirá mañana. 

Notas

[1] Este artículo es una versión más desarrollada y extendida del prefacio a
la edición chilena del libro colectivo: América Latina. Emancipaciones en
construcción (Santiago, Tiempo Robado Editoras / América en movimiento,
2015):
https://tiemporobadoeditoras.wordpress.com/2015/10/01/proximo-lanzamiento-am
erica-latina-emancipaciones-en-construccion-franck-gaudichaud-editor. El
autor es doctor en ciencia políticas – Universidad Paris 8,
profesor-investigador en estudios latinoamericanos de la Universidad de
Grenoble, Francia, miembro del colectivo editorial del portal
www.rebelion.org. Contacto: fgaudichaud en gmail.com.

[2] Tales como la construcción de Estados plurinacionales, la instalación de
derechos sociales más o menos institucionalizados, la creación de asambleas
constituyentes y de espacios de participación comunitaria o el impulso
integracionista regional.

[3]  García Linera, Álvaro, Las tensiones creativas de la Revolución. La
quinta fase del Proceso de Cambio, La Paz, Vicepresidencia del Estado
Plurinacional de Bolivia, 2011. En: www.rebelion.org/docs/134332.pdf.

[4] Emir Sader, “¿El final de un ciclo (que no existió)?”, Pagina 12, Buenos
Aires, 17 de septiembre de 2015 y Marta Harnecker, “Los movimientos sociales
y sus nuevos roles frente a los gobiernos progresistas”, Rebelión,
07-09-2015, http://rebelion.org/noticia.php?id=202910 .

[5] Es necesario anotar aquí que, para nosotros, el actual gobierno chileno
de Michelle Bachelet se sitúa claramente fuera de esta categoría
“progresista posneoliberal suramericana” por ser fundamentalmente una
continuidad “reformista” del neoliberalismo de los gobiernos de la
Concertación que dirigieron el país entre 1990 y 2010. Cf. F. Gaudichaud,
Las fisuras del neoliberalismo. Trabajo, “Democracia protegida” y conflictos
de clases , Buenos Aires, CLACSO, abril 2015. En:
http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/becas/20150306041124/EnsayoVF.pdf .

[6] Modenesi, Massimo, “Revoluciones pasivas en América Latina. Una
aproximación gramsciana a la caracterización de los gobiernos progresistas
de inicio de siglo”. En: Modenesi, Massimo (coord.), Horizontes gramscianos.
Estudios en torno al pensamiento de Antonio Gramsci , México, fcp y s-unam ,
2013.

[7] Zibechi, Raúl, "Hacer balance del progresismo", Resumen latinoamericano,
4 de agosto del 2015. En:
www.resumenlatinoamericano.org/2015/08/04/hacer-balance-del-progresismo.

[8] Katu Akornada, “¿Fin del ciclo progresista o reflujo del cambio de época
en América Latina? 7 tesis para el debate”, Rebelión, 8 de septiembre del
2015, www.rebelion.org/noticia.php?id=203029 .

[9] Massimo Modenesi, “¿Fin del ciclo o fin de la hegemonía progresista en
América Latina?”, La Jornada, 27 de septiembre del 2015.

10] Massimo Modenesi, “¿Fin del ciclo o fin de la hegemonía progresista en
América Latina?”, op. cit.

[11] Jeffery R. Webber, “Ecuador en el impasse político”, Viento Sur, 20 de
septiembre de 2015, http://vientosur.info/spip.php?article10496.

[12] Ricardo Aguilar Agramont, “Entrevista a Eduardo Gudynas: La derecha y
la izquierda no entienden a la naturaleza”, La Razón, 23 de agosto de 2015.

[13] Zibechi, Raúl, “Hacia un nuevo ciclo de luchas en América Latina”,
Gara, 3 de noviembre del 2013,
http://gara.naiz.info/paperezkoa/20131103/430771/es/Hacia-nuevo-ciclo-luchas
-America-Latina .

[14] Franck Gaudichaud, “El peso de la historia. América Latina y la mano
negra de Washington”, Le Monde Diplomatique, edición chilena, julio de 2015.

[15] Pablo Seguel, “América Latina actual. Geopolítica imperial,
progresismos gubernamentales y estrategias de poder popular constituyente.
Conversación con Franck Gaudichaud”. En: gesp (coord), Movimientos sociales
y poder popular en Chile , Tiempo robado editoras, Santiago, 2015, pp.
237-278. En línea: parte 1: http://rebelion.org/noticia.php?id=193696 y
parte 2: http://rebelion.org/noticia.php?id=193782.

[16] Cf. Marta Harnecker, “Los movimientos sociales y sus nuevos roles…”,
op. cit.

[17] Tamia Vercoutère, prólogo a la edición ecuatoriana del libro América
Latina. Emancipaciones en construcción (Quitogo, IEAN, 2013).

[18] Pablo Rojas Robledo, “Hay que sembrarse en las experiencias del
pueblo”. Fin de ciclo, progresismo e izquierda. Entrevista con Miguel
Mazzeo”, Contrahegemonía, septiembre 2015,
http://contrahegemoniaweb.com.ar/hay-que-sembrarse-en-las-experiencias-del-p
ueblo-fin-de-ciclo-progresismo-e-izquierda-entrevista-con-miguel-mazzeo .

[19] Sobre la noción de Ecosocialismo, tal cual como la entendemos:
http://www.democraciasocialista.org/?p=1526.

[20] Miriam Lang, Belén Cevallos y Claudia López (comp.), La osadía de lo
nuevo. Alternativas de política económica , Quito, Fundación Rosa
Luxemburg/Abya-Yala, 2015, pp. 191-192.

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