Refugiados/ encerrados bajo llave: un número, sin nombre ni apellido [Idafe Martín]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Sep 2 23:12:10 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 2 de setiembre 2015

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Refugiados

Un centro de refugiados en Hungría: sólo un número, sin nombre y apellido

Encerrados bajo llave, el lugar de unos 200 por 300 metros, reúne decenas de
tiendas de campaña militares bajo las que hay unos camastros. Allí pasan sus
días los sin papeles, hasta que siguen viaje hacia Budapest.

Idafe Martín

Szeged, Hungría, enviado especial

Clarín, Buenos Aires, 2-9-2015

http://www.clarin.com/

Llevan a cuestas miles de kilómetros, desventuras, abusos y la desesperación
marcada en el rostro. Tras salir de Siria, Irak o Afganistán, cruzar
Turquía, el Mediterráneo hasta alguna pequeña isla griega, Grecia, Macedonia
y Serbia, los refugiados que consiguieron llegar hasta aquí y ahora vagan a
pie por el norte de Serbia y consiguen al fin pasar la frontera con Hungría
–la entrada al espacio europeo de libre circulación de personas- se
encuentran con los policías húngaros. Nadie los trató tan mal desde que
pisaron Europa en Grecia. Justo tras pasar por el hueco que deja la vía del
tren o baja las alambradas de espino que marcan la frontera europea espera
un “centro de acogida”. Así lo llaman las autoridades húngaras, pero el
lugar es dantesco y más parece una prisión a cielo abierto. Encerrados bajo
llave, el espacio, de unos 200 por 300 metros, reúne decenas de tiendas de
campaña militares bajo las que hay unos camastros. Caben centenares de
personas.

Lo vigila la policía, no deja entrar a la prensa y sólo la Cruz Roja tiene
acceso. El control es tal que los vecinos de Röszke, la pequeña localidad
más cercana, a menos de dos kilómetros a pie, tienen prohibido acercarse
aunque sea para ayudar o llevar donaciones. En cuanto el periodista saca la
cámara un policía se acerca para “invitarle” a guardarla. Y a irse. Ni mira
la credencial.

Por las carreteras cercanas circulan camiones militares. En unas pocas horas
en la zona el periodista debe enseñar el pasaporte y la credencial de prensa
tres veces. El campamento tiene cámaras de vigilancia y sensores de
movimientos.

Ahí se acumulan grupos de jóvenes afganos, bangladesíes y, sobre todo,
familias enteras, la mayoría sirias. Hay decenas de nenes. La Cruz Roja
entrega a las madres lo básico: leche para los niños, pañales y les da
asistencia médica. Al llegar los registran pero ni siquiera guardan sus
nombres, sólo les ponen una pulsera con un número, la fecha en la que
llegaron y su nacionalidad. También a los niños. Números, sin nombres ni
apellidos.

Pueden pasar en ese secarral, bajo más de 30 grados y con el agua racionada,
pocas horas o varios días. El criterio, básicamente, son las plazas de tren
disponibles para embarcarlos hacia Budapest. No pagan el billete del tren y
les dan unos papeles de tránsito. Unas horas antes de la salida de cada
tren, la policía los embarca en colectivos y los lleva bajo escolta hasta la
estación de trenes de Szeged.

Ahí reciben las primeras muestras de cariño. La ONG local “MigSzol Szeged”,
desafiando a las autoridades, tiene preparado un pequeño punto de
información donde reparte agua, bocadillos, algo de fruta y donde los
refugiados pueden conectarse a internet y lavarse un poco. Algunos
aprovechan para afeitarse. Cuatro mujeres y un hombre, todos jóvenes,
atendían ayer el puesto pero dicen que son más de 100 voluntarios. La
policía mira a unos 20 metros.

Anna reparte botellas de agua mientras la policía baja a los refugiados del
colectivo y cuenta que a los jóvenes que viajan solos les dan algo de ayuda
porque no tienen muchos medio,s, pero que se centran principalmente en las
familias con niños: “Ves nenes muy pequeños, algunos de meses, cuando
piensas el viaje que han hecho y en qué condiciones”. Dice que no tienen
fondos para hacer más pero agradece la ayuda de los vecinos, que les llevan
agua, pan y fruta.

Por delante les quedan dos horas y media de tren en un país con un gobierno
muy hostil. El Parlamento húngaro debate de urgencia el endurecimiento de
las leyes migratorias, acusa “a la UE” de la crisis y permitirá movilizar al
Ejército en la frontera. La hostilidad de las autoridades húngaras se
alimenta de un radical discurso antiinmigración y de algunos medios
abiertamente racistas. El diario pro-gubernamental Magyar Hirlap, propiedad
un hombre cercano al partido gobernante Fidesz, publica llamadas al odio y
la violencia. En una nota del 15 de agosto decía que “Europa debe ser
liberada de este horror, si es necesario por las armas” porque “la raza
europea, blanca y cristiana, está amenazada”. Dice que los refugiados son
“invasores, hordas, salvajes, animales”. Pide a Grecia que utilice su
Ejército contra los refugiados que llegan por mar”.

Pero los refugiados que van bajando del colectivo en Szeged, donde anoche un
grupo ya debía tomar un tren a Budapest y hoy lo harán otros dos grupos,
saben que han dado otro pequeño paso y ya están más cerca de su objetivo:
los países nórdicos, Bélgica, Francia, Holanda, el Reino Unido, pero sobre
todo, Alemania, el nuevo paraíso de estos parias del mundo. Ninguno se
quiere quedar en Hungría.

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