Siria/ las líneas rojas: debate sobre compartir imágenes atroces [Leila Nachawati]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Sep 7 00:33:15 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 7 de setiembre 2015

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A l’encontre – La Breche

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Siria

Debate sobre compartir imágenes atroces

Siria y las líneas rojas

Leila Nachawati

eldiario.es, 4-9-2015

http://www.eldiario.es/

Quienes seguimos la destrucción de Siria desde sus inicios nos hemos
acostumbrado, a la fuerza, a ver a diario imágenes que hielan la sangre.
Imágenes que nadie mentalmente sano querría ver, si no creyese que verlas,
verificarlas y compartirlas pudiese resultar útil para detener las tragedias
que cuentan.

En 2011, tras el inicio del levantamiento popular, Siria pasó de agujero
negro informativo durante décadas a convertirse en el mayor productor de
vídeos de la región y uno de los mayores del mundo. Youtube llegó a cambiar
sus normas, que impedían la difusión de contenido violento, para adecuarlas
a la necesidad histórica de contar lo que ocurría dentro del país. A diario
se publicaban en la plataforma cientos de vídeos que mostraban la
determinación de los manifestantes y la crudeza de la represión por parte de
las fuerzas de Asad.

Conscientes de la importancia histórica de lo que ocurría en sus ciudades, y
de que el mundo no lo vería si ellos no lo compartían, las calles se
llenaron de manifestantes capturando con sus teléfonos instantáneas
impensables sólo unos años antes. Hay imágenes de concentraciones en las que
se ven tantos móviles resplandeciendo en la oscuridad como manos alzadas.

Expertos en certificar la muerte

Para que esas fotos y vídeos llegasen al resto del mundo era importante
verificarlas, contextualizarlas, traducirlas, subtitularlas, y quienes
seguíamos de cerca las revueltas populares en Oriente Medio y Norte de
África y contábamos con redes en otros países nos volcamos en esta labor de
curación de contenidos. Una labor dolorosa, insoportable, para la que la
mayoría no estábamos preparados y que con el tiempo va dejando secuelas.

"Los expertos en certificar la muerte no lloramos", decía la abogada Razan
Zeitouneh antes de ser secuestrada en Duma, a las afueras de Damasco. "Los
detalles de la muerte son interminables, están en miles de vídeos grabados.
Los expertos en certificar muertes como nosotros no lloran, les basta con
ser testigos con bocas vacías y ceños fruncidos. En momentos concretos,
escuchan una voz que aúlla en su interior y no dejan de preguntarse si
ellos, los que certifican la muerte a través de las pantallas de sus
aparatos o los que lo hacen usando sus dedos y manos, volverán un día a ser
seres ’naturales’ o si la muerte los habrá dejado en una especie de limbo
para siempre".

Meses antes de la militarización del levantamiento, ya eran atroces las
imágenes que nos llegaban a diario de Siria. Para quebrar a los
manifestantes, el régimen de Asad se cebó desde el inicio con los niños. El
rostro de Hamza al-Khatib, de trece años, tras participar en una protesta en
Hama, resultaba irreconocible tras la tortura, su cuerpo cubierto de
quemaduras de cigarros y sus testículos arrancados. Murió bajo custodia de
las autoridades sirias. Esa imagen contribuyó a incendiar las
manifestaciones, donde se pasó de pedir reformas a pedir el derrocamiento de
Asad. Esa imagen, que vimos, verificamos, subtitulamos, difundimos, debería
haber bastado para concienciar al mundo de la importancia de detener a un
régimen capaz de infligir ese daño a su población, si el mundo hubiese
querido ver.

La compartimos porque creímos que se había roto una línea roja y era
necesario que el mundo lo supiese. Si la foto de la niña Kim Phuc tomada por
Nick Ut había contribuido, según muchos historiadores, a frenar la guerra en
Vietnam, todas las atrocidades que se capturaban y difundían desde Siria
tendrían también su impacto en la comunidad internacional. Ahora que todos
podíamos acceder a esas imágenes, el mundo no podría dar la espalda a lo que
veía. Y con cada día que pasaba una nueva línea roja se rompía, y nos
parecía más importante continuar mostrándolas que todos los argumentos que
nos disuadían de hacerlo.

En estos cuatro años, en los que el mundo pareciera haberse quedado ciego,
han desfilado por los distintos canales de internet imágenes de jóvenes
abatidos por francotiradores del régimen, madres desgarradas con sus hijos
en brazos, familias enteras agonizando tras un bombardeo, cuerpos
desfigurados por armas químicas, niños sin brazos, sin piernas, sin cabeza.
En los últimos meses, a las atrocidades del régimen se han sumado las del
autodenominado Estado Islámico, que comparte en alta definición sus
ceremonias de torturas, lapidaciones, explosiones, ahogamientos,
decapitaciones. Imágenes que hemos visto, verificado, contextualizado,
subtitulado, cada vez con menos impacto. En ocasiones discutíamos sobre si
difundirlas o no, nos sumíamos en debates interminables sobre el respeto a
la intimidad de los fallecidos y sus familiares, la sensibilidad de quienes
nos seguían, la importancia de mostrar los efectos del gas de cloro.
Debatíamos sobre la líneas rojas que separaban el difundir algo del no
difundirlo, allá donde las líneas rojas de protección de civiles no
existían.

La llegada de internet y las redes sociales, que ha permitido compartir y
difundir cualquier imagen en cualquier momento, también ha contribuido a
diluir lo que hasta entonces conocíamos como imágenes gráficas en el océano
infinito de contenidos. Las alertas que recibíamos para protegernos de
escenas que pudiesen dañar nuestra sensibilidad no existen en los espacios
en los que nos movemos, para muchos el principal filtro de acceso a la
información.

Imágenes gráficas como un producto más

De la categorización de vídeos de Siria en Youtube como contenido histórico
y documental, hemos pasado al automatismo de compartir y acceder a imágenes
gráficas en nuestras plataformas sin que se genere debate alguno. En los
últimos dos años, tras el cambio de algoritmos en Facebook y Twitter, esas
imágenes ni siquiera aparecen ya ocultas tras una url, tras un texto que
comenzaba invariablemente por http. Con la evolución de estas plataformas y
la avidez por generar tráfico, las urls se convirtieron en fotos e imágenes
incrustadas en el mensaje publicado en Twitter o Facebook.

"Si una de las personas que sigues en Twitter decide incluir una captura de
pantalla de un periodista decapitado, no te dará tiempo a evitarla", decía
el periodista Andy Carvin en un artículo titulado Imágenes gráficas: ¿avivar
las llamas o ser testigos?: "Te guste o no, la verás por el rabillo del ojo,
o aun peor, de frente. Y entonces ya será demasiado tarde". Se impusieron
las imágenes gráficas como un producto más, que uno podía consumir después
de ojear un plato de espagueti con tomate en su plataforma favorita.

Se preguntaba Carvin si la línea entre mostrar o no imágenes gráficas,
procedentes de Siria o de cualquier otro contexto, entre dar o no
visibilidad a crímenes que merecen no caer en el olvido, existe todavía.
¿Sigue significando algo esa línea? Para muchos de los que seguimos el
horror en Siria desde hace más de cuatro años, hace tiempo que no existe. El
debate que se da estos días, en torno a compartir o no la imagen del niño de
tres años Aylan Kurdi, que murió ahogado junto a su madre, su hermanos y
otros menores que intentaban alcanzar las costas de Grecia, nos devuelve a
los miles de imágenes de niños que hemos visto y difundido en estos cuatro
años, a los que creíamos que el resto del mundo también había tenido acceso.

Sorprenden las quejas contra quienes han compartido la imagen, el rasgarse
las vestiduras de los que sin querer verla no han logrado evitar enfrentarse
a la foto, sorprende que estando plagadas las redes y medios de internet de
estas imágenes durante cuatro años hasta ahora no se hayan topado con
ninguna. Para quienes seguimos Siria de cerca, el único debate importante es
si esta imagen ayudará a influir en una realidad cada día más espantosa. Si
se mirará por fin de frente la soledad en la que está sumida la población
siria, si se analizará el origen de la catástrofe y sus responsables, si
habrá rendición de cuentas, y si se pondrá freno a la destrucción sobre el
terreno mientras se alivia el sufrimiento de los que huyen. Para muchos, el
metadebate sobre si la imagen de un niño muerto hiere o no la sensibilidad
del que mira quedó atrás hace mucho, demasiado tiempo

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