Uruguay/ refugiados sirios: de la guerra en su país al desengaño uruguayo [Agustín Paullier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 12 15:05:05 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 12 de setiembre 2015

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Uruguay

¿Por qué se quieren ir los sirios?

De la guerra en Siria al desengaño en Uruguay

“Como en guerra, la vida. No bomba, todo caro”: así sintetiza Ibrahim Al
Mohammed, un refugiado sirio en Uruguay, el por qué se quiere ir del país
que lo acogió hace 11 meses. Esta semana, ante sus reclamos en la Plaza
Independencia, el gobierno pareció querer desentenderse pero finalmente
terminó admitiendo algunos errores.

Agustín Paullier

Que pasa, Montevideo, 12-9-2015

http://www.elpais.com.uy/

Ibrahim Al Mohammed dejó su casa en las afueras de Aleppo, Siria, el 9 de
septiembre de 2012, con su esposa Sanna y dos hijos, Nihal y Ahmad. Atrás
quedaron la tienda de ropa de la que era dueño, su madre, cinco hermanos y
cinco hermanas. Se fueron al Líbano. Allí, un amigo de su padre le consiguió
trabajo y alquilaron una casa durante un año y medio. El hombre que lo había
ayudado se fue del país y él pasó a vivir en una carpa —no de refugiado,
aclara— durante tres o cuatro meses. Sanna, su mujer, quedó embarazada.Un
día llegaron a su carpa representantes de Acnur (la agencia de la ONU para
los refugiados) y le ofrecieron viajar a Uruguay. Fue a la embajada uruguaya
en el Líbano, ahí se reunió con Javier Miranda, director de la secretaría de
Derechos Humanos de Presidencia, y con Susana Mangana, especialista en
estudios árabes e islámicos. Le dijeron que este era un país tranquilo, sin
guerra. "Pero ellos no hablar cuánta plata o cuánto tiempo para nosotros",
cuenta Mohammed. Casi dos años después de haber huido de su país, arribó a
Montevideo el 9 de octubre de 2014. Unos meses después, nació Mussa, su
tercer hijo.

En la biblioteca pública Francisco Schinca, en el barrio de la Unión,
Santiago Ávila conoció a Sanna. Santiago tiene 17 años y un jopo de pelo
negro que le tapa casi toda la frente y un ojo. Su madre da clases en la
biblioteca. Un día apareció allí Sanna pidiendo ayuda para utilizar la
computadora. Santiago encontró un teclado virtual en árabe y le enseñó a
usarlo. Sintió curiosidad y le preguntó si ella o su familia precisaban
algo. Dos semanas después conoció a Mohammed, quien le dio permiso para
ayudar a Sanna a integrarse a la sociedad. "Ellos buena gente, como mi
familia. Ellos mi familia", dice. Después se volvió habitual que ambas
familias comieran y pasaran tiempo juntas.

Esta semana, durante las tres noches que estuvieron en la Plaza
Independencia, la familia Ávila, a pedido de la Mohammed, cuidó al pequeño
Mussa, de tres meses. La noche del miércoles, los otros dos niños también
fueron a su casa a protegerse del frío y de la lluvia.

Mohammed está muy agradecido con el pueblo uruguayo, con la gente que les ha
brindado su apoyo y con quienes se arrimaron a la plaza a llevarles comida o
abrigo. También agradece la decisión del gobierno de traer sirios a Uruguay.
Sin embargo, dice que son refugiados de guerra, que vinieron sin nada y que
la ayuda por dos años no alcanza.

"A mí trajo ONU, Acnur, ellos llevar a mí, yo refugiado, mi familia
refugiado", insiste. Para él, este tiempo de 11 meses en Uruguay ha sido
"difícil". "Preocupado por el futuro. La vida no fácil. Como en guerra la
vida. No bomba, todo caro", explica. Le gustaría vivir aquí pero quiere
tiempo para evaluar si tiene un futuro en este país y resolver qué es lo
mejor para su familia.

Mohammed es limpiador en La Española. Trabaja siete horas, cinco días a la
semana, y gana entre $ 11.000 y $ 12.000 por mes. Consiguió ese empleo a
través del Programa de reasentamiento de familias sirias en Uruguay, que
también le otorga un subsidio, por un año más, de al menos $ 29.000. Detalla
sus gastos fijos: $ 2.000 de luz, $ 2.000 de gastos comunes, $ 1.000 de
Internet y entre $ 1.000 y $ 1.500 de pañales por mes. Hasta el final del
programa no pagará alquiler.

La mayoría de los hombres sirios trabaja, pero las mujeres, debido a sus
normas culturales, no lo hacen. Distinto es el caso de Natalia Al Shibli
—así se hace llamar—, una joven de 19 años que trabajó cuidando ancianos.
Ella es parte de la numerosa familia de 15 integrantes que se instaló en
Juan Lacaze. Trabajó durante 22 días, entre tres y cuatro horas diarias. Por
todo ese tiempo le pagaron solo $ 2.000, dice.

Según cuenta, tenían una vaca y plantaban lechuga, morrón, tomate, perejil,
menta y coliflor. Natalia muestra en el celular fotos de la que era su casa,
dice que le gustaba, que era grande. Pero su padre asegura que no van a
volver a Juan Lacaze: "De acá, avión", dice, y con la palma de su mano
estirada hace el gesto de ascenso de un vuelo. Actualmente están en el
Centro Islámico del Uruguay, esperando una solución.

Distintas miradas

Al Centro Islámico del Uruguay se puede acceder a través de un
estacionamiento contiguo, en cuya recepción trabaja Jamil Halil Ahmed. De
pie, flaco y alto, saluda con una sonrisa y unas palabras en español. Se
estira y agarra de una mesa un termo y un mate: "Yo tomar mate en Siria.
Mucho mate. Allá, yerba", dice, y se prende un cigarrillo Nevada.

Ahmed se fue de Siria con sus ocho hijos y su esposa Raja. Llegó a Uruguay
una semana después que el grupo de familias de refugiados. Está anotado como
tal en Acnur, pero no recibe apoyo de ningún programa del Estado. A él lo
ayudó el presidente del Centro Islámico, el sirio Alí Jalil Ahmad, el hombre
que ofició de traductor de las familias durante estos días. Ahmed vivió
varios meses en el garaje de un edificio en Pocitos y ahora trabaja en el
estacionamiento junto al Centro Islámico.

"Uruguay tranquilo", dice sonriendo y estirando la "i". "Yo feliz acá.
Quiero quedar. Estos —y señala en dirección a la Plaza Independencia—,
locos. Están locos. Niño chico, tres días, frío, lluvia, mucho niño chico.
Vaya para Líbano. Vaya para Líbano", insiste. Seguramente su posición,
opuesta a la de sus compatriotas, refleje el sentir de parte de la sociedad
uruguaya y la pregunta que hace días se repite: ¿Cómo puede ser que
prefieran volver a un campo de refugiados antes que vivir en un país en paz?

"Yo no quiero que mi plata vaya para ustedes", le increpa un hombre uruguayo
a otro sirio en la Plaza Independencia. El que acampa le contesta, con
respeto, que él quiere trabajar. En una misma sintonía, Susana Mangana, la
española radicada en Uruguay que formó parte de la comisión que viajó al
Líbano para entrevistar, seleccionar y acompañar a las familias, declaró al
programa En Perspectiva: "La gente que dice que los sirios refugiados son
desagradecidos lo hace con justa razón".

Según ella, las familias conocían las condiciones económicas, sociales y
culturales a las que venían, por lo que no comprende sus reclamos. Hay
"obstinación y falta de voluntad para entender que Uruguay les estaba
ofreciendo una oportunidad de oro", dijo, y agregó que duda que otro país
les ofrezca mejores condiciones.

Es miércoles de noche. La gente pasa caminando por la vereda del Palacio
Estévez. Entre las anchas columnas dóricas se cuelan la lluvia y el viento.
En el piso, sobre finos colchones de polifón, o sobre acolchados doblados,
están los niños con sus madres. Los hombres han cruzado a la Torre Ejecutiva
para reunirse con el prosecretario de Presidencia, Juan Andrés Roballo. Hace
tres días que acampan y aún no han recibido una propuesta del gobierno.

Santiago Ávila tiene en sus brazos a Mussa, el hijo de Sanna e Ibrahim Al
Mohammed. Los niños se recuestan contra la pared, juegan y se pelean entre
ellos. Otros desaparecen debajo de los acolchados, cambian de posición
intentando conciliar el sueño entre el ruido de los ómnibus y el de la
gente, sonríen, lloran o miran impávidos a los que pasan caminando, observan
y siguen; a los que sacaron a pasear al perro y se detienen a sacarles fotos
sin preguntar, a los que anotan cosas en una libreta, a las luces de las
cámaras que filman.

Una pareja de brasileños se detiene a contemplar la escena y preguntan a los
reporteros por qué están esos niños ahí. Hablan con Santiago, la señora le
hace morisquetas a Mussa y el señor se mantiene alejado, con un gesto de
pena en su cara. Ella sugiere que José Mujica podría alojarlos en su chacra,
o si no ella se los podría llevar a Brasil. Allá hay muchos sirios, explica.
Se saca los lentes, se limpia un par de lágrimas y se despiden.

Mussa ya se durmió en los brazos de Santiago. "Él es tranquilo, salvo cuando
tiene hambre", dice.

De los errores

Los reclamos de los refugiados son hoy foco de atención internacional. El
mundo los está mirando y ellos están decididos a buscar la mejor de las
soluciones: la que ellos creen mejor y no la que otros piensan que lo es.

Miranda reconoció que el gobierno les dio a los refugiados sirios en Uruguay
"una exposición que no es la adecuada". Primero todo fue novelería: la
bienvenida, los niños jugando al fútbol debajo de la lluvia, su primer día
de clases. Luego vino el desencanto: los rumores no confirmados de violencia
doméstica, las dificultades de adaptación de algunos. Y ahora, el juicio: el
campamento en la Plaza Independencia, acusaciones cruzadas, por qué se
quieren ir, quién los va a recibir, de quién es la responsabilidad.

"Son libres de irse cuando quieran", declaró el expresidente Mujica,
promotor de esta iniciativa. No es tan así. El Ministerio de Relaciones
Exteriores les dio un "título de identidad y viaje", un papel que prueba su
carácter de refugiados y les da libertad para salir del país, pero que no
les asegura que puedan entrar a otro.

A ese problema se enfrentaron hace unas semanas Maher Aldees y su familia.
Subieron a un avión con destino a Serbia, para luego intentar llegar a
Alemania, pero en la escala en Turquía fueron retenidos. Estuvieron en el
aeropuerto de Ataturk durante 20 días para luego ser deportados y volver a
Uruguay una semana antes de la protesta. Es probable que haya sido este
hecho el que motivó la decisión de hacer públicos sus reclamos, influidos,
también, por la situación que se vive en Europa, de relativa aceptación de
millones de migrantes.

El gobierno uruguayo ha tomado la postura de mantener las condiciones del
programa tal como se formuló. Tras cuatro días de protesta, solamente
accedió a tratar el caso de cada familia, y los sirios levantaron
campamento. La ONU y Acnur se han mantenido en silencio.

Miranda admitió en el programa En Perspectiva que hubo errores a la hora de
elegir el perfil de los refugiados, seleccionados por Acnur y entrevistados
por la delegación uruguaya. También reconoció haber desoído el consejo de
Suecia, país con mucha experiencia en estos temas, al haberlos ubicado, en
principio, a todos juntos en un mismo lugar. La llegada de siete nuevas
familias a fin de año sigue en pie. Pero, según Miranda, "se aprendió la
lección de los errores cometidos".

Llegaron a un pacto y levantaron campamento

Los 43 refugiados sirios que llegaron a Uruguay en octubre de 2014,
estuvieron desde el lunes hasta el jueves acampando en la Plaza
Independencia en forma de protesta ante el gobierno, reclamando una mejora
de las condiciones de su asilo. De las cinco familias, tres de ellas vivían
en Montevideo, una en Piriápolis y otra en Juan Lacaze. El jueves de tarde
llegaron al acuerdo de tratar el caso de cada familia con la condición de
levantar la medida de protesta. Actualmente, las dos familias que residían
en el interior del país se están alojando provisoriamente en el Centro
Islámico del Uruguay; el resto volvió a su hogar en Montevideo.

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