Paraguay/ protesta social desesperada: obreros del transporte se crucifican [Daniel Gatti]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Sep 18 18:39:54 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 18 de setiembre 2015

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Paraguay 

El paraíso liberal de aquí nomás

Crucificados 

¿Qué sucede en un país para que trabajadores que pretenden formar un
sindicato decidan que tienen que crucificarse –sin ningún eufemismo ni
exageración ni metáfora: clavarse a una cruz–, sellarse la boca con clavos,
y además hacer una huelga de hambre para que alguien les preste atención?
Paraguay, el paraíso liberal de aquí nomás. 

Daniel Gatti

Brecha, Montevideo, 18-9-2015

http://brecha.com.uy/

¿Qué ocurre en ese país para que medidas de este tipo se vengan reiterando
desde hace unos tres años? ¿Qué explica que los medios de comunicación
locales apenas traten el tema? ¿Y qué pasa en la sociedad de ese país para
que por un lado algo tan tremendo sea “posible” y por el otro no conmueva
hasta los tuétanos a la gente, obligue a manifestaciones diarias, a
protestas, a una bronca generalizada?

“Pues pasa que estamos en Paraguay, y que Paraguay está muy, pero muy mal”,
dice a Brecha Juan Villalba, secretario general de la Federación de
Trabajadores del Transporte de Paraguay.

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La historia chica de lo que llevó a que un grupo de personas llegaran a
clavarse a cruces de madera con clavos de más de un palmo de largo, a
coserse los labios con clavos curvos de seis centímetros y a dejar de
alimentarse –todo esto, en los casos más extremos, desde hace 70 días– puede
hasta parecer banal. O en todo caso no rara para un país como Paraguay, en
el que la ausencia de normas laborales es la regla, en el que al
sindicalismo se lo castiga, en el que los empresarios no encuentran arriba
ningún límite a su poder, dice Francisco de Paula Oliva, el “pai Oliva”, un
cura jesuita largamente octogenario que llegó a Asunción hace una punta de
años y que ha hecho una “opción por los pobres” que lo ha llevado, entre
otras cosas, a compartir con ellos vivienda en una de las zonas más
miserables de la capital. Que se llegue a este estado de cosas, a una
crucifixión, habla mucho de una realidad, repite Oliva.

***

La historia chica, pues, de una de estas crucifixiones –la más imponente,
por larga– comenzó a fines de junio, cuando trabajadores de la línea 49 de
ómnibus de la empresa La Limpeña, que hace el trayecto entre las ciudades de
Luque y Limpio, en la periferia de Asunción, decidieron formar un sindicato.
No podían más, estos trabajadores, de tolerar que el patrón de la empresa,
el diputado liberal Celso Maldonado, hiciera lo que quisiera. En La Limpeña
las jornadas laborales podían llegar hasta las 18 horas con descansos de un
día, máximo dos, entre ellas; el pago de horas extras era inexistente; las
vacaciones ídem; el sueldo estaba por debajo del laudo; el aguinaldo lo
cobraban en cuotas; la patronal olvidaba un mes sí y otro casi también
realizar los aportes sociales; si los ómnibus de la empresa tenían algún
desperfecto mecánico, los trabajadores debían hacerse cargo del arreglo…
Frutilla de la torta: durante una campaña política los empleados fueron
obligados a asegurar el traslado gratuito de una de las hijas del diputado,
candidata a concejal. Alertado de todas estas irregularidades, el Ministerio
de Trabajo había enterrado las denuncias en un cajón. Apenas se enteró de
que en la empresa se estaba intentando armar un sindicato, el diputado
despidió a los revoltosos: 51 de los 140 trabajadores de La Limpeña
marcharon ipso facto a la calle. El ministerio no se inmutó: un empresario
tiene derecho a despedir a quien quiera sin dar explicaciones, dijo el
ministro Guillermo Sosa. “Celso Maldonado tiene mucho poder y un acceso
directo al ministro. Por más que sea de un partido de oposición, comparte
casta con los gobernantes –dice Juan Villalba–. En cualquier país
medianamente serio bastaría con que se denunciaran irregularidades como
estas para que la empresa y su propietario fueran sancionados. En Paraguay
no.”

El 1 de julio algo más de una decena de los despedidos de La Limpeña y las
esposas de dos de ellos se dijeron que si no hacían algo extremo nadie, pero
nadie, les daría pelota. Tomaron algunos pocos de sus petates y se
dividieron en dos grupos: unos se instalaron en unas carpas de plástico en
el exterior de la sede de la empresa, en Luque; los otros frente al
Ministerio de Trabajo, en Asunción, a unos quince quilómetros de allí,
también en carpas. Sus propios compañeros los clavaron a las cruces. Dice
una de las pocas crónicas que sobre el hecho se publicaron que “se notaba un
sufrimiento resignado en las caras de los crucificados, como si el dolor en
ellos no fuera tanto por esta agresión física que se autoimponen sino
anterior”. Un periodista habló de “la resignación propia de los
acostumbrados a la humillación”. Un sindicalista español de las Comisiones
Obreras que los visitó fue por los mismos carriles. Dijo no entender el
gesto, pero por supuesto no lo reprochó. Sólo una desesperación muy
arraigada puede explicar algo de esta magnitud, declaró. Y curiosamente
comparó a los crucificados paraguayos con los sirios que se lanzan al mar en
barquitos destartalados y superpoblados. “Están igualmente desesperados”,
pensó. Pero luego se corrigió. “Siria es un país en guerra del que la gente
huye como sea para vivir. Paraguay no, y en principio aquí habría una
democracia. No debería haber espacio para cosas tan extremas como una
crucifixión por una protesta social, un conflicto así debería resolverse
antes, y en todo caso nunca podría algo tan tremendo durar más que unos
días. En cierta manera es peor esto. Es insólito, horroroso. Y más tremendo
aun que no sea un escándalo.”

***

Al poco tiempo de llegar a la presidencia, en agosto de 2013 Horacio Cartes
se reunió con inversionistas extranjeros y los agasajó por todo lo alto.
“Paraguay es como una mujer fácil y bonita” con la que podrán hacer lo que
quieran, les dijo. Para empezar, podrán repatriar casi todo lo que ganen,
los impuestos que deberán pagar serán mínimos, y sobre todo no tendrán que
cargar con el lastre de los sindicatos. No son muchos, tienen pocos
afiliados y el gobierno se encargará de mantenerlos a raya. Unos meses
después, en 2014, el agasajo fue reservado a un centenar de empresarios
brasileños, que prácticamente dominan la economía paraguaya. “Usen y abusen
del Paraguay, porque este es un momento importante de oportunidades”, les
lanzó el presidente. Dicen que fue ahí –pero si no lo fue podría haber sido
en cualquier otra ocasión, porque al parecer es afecto a repetirlo– que
Cartes admitió por primera vez que en sus empresas (y tiene muchas y
grandes, desde bancos hasta tabacaleras, pasando por equipos de fútbol de
primera división) no permite que existan sindicatos. El “pai Oliva” dijo a
Brecha que muchos en Paraguay piensan que Cartes “toma a la política como
una prolongación de sus negocios. Llegó muy tarde a la política el
presidente, recién en 2009, y es probable que lo haya hecho para conseguir
cargos electivos que lo pusieran a salvo de cualquier proceso judicial (la
Dea estadounidense lo investigó por narcotráfico y lavado de dinero). En
todo caso, lo cierto es que viene gobernando, sin remilgo ninguno,
exclusivamente para los ricos”.

***

A medida que fueron pasando los días, a la decena inicial de choferes
crucificados se les fueron sumando otros, de a dos por semana. Los cuatro
últimos lo hicieron a comienzos del mes. Según el sindicalista Villalba
contó a Brecha, hoy son 24. Los que largaron la medida, hace ya 70 días, la
continúan. “Nunca pensaron que pasarían tanto tiempo en estas condiciones,
pero al ver la indiferencia del gobierno se han reafirmado en su decisión de
continuar hasta el final.” Un médico, que es también concejal de la ciudad
de Luque y un “habitué de las luchas sociales locales”, dice Villalba, los
visita regularmente y controla su evolución, pero hay un montón de detalles
sanitarios que no es fácil asumir, apunta con pudor, pensando en la higiene
de los crucificados.

Las visitas más constantes que reciben en la carpa que es su casa desde hace
más de dos meses son de sus compañeros y familiares, de algunos vecinos, de
algunos trabajadores de otros sindicatos, de unos pocos legisladores y
dirigentes políticos y de curas que trabajan con las poblaciones más pobres,
como Oliva y el franciscano Juan Carlos Ayala. “Pero es lamentable que no
haya habido más solidaridad”, se queja el presidente del sindicato de
transportistas. “Es increíble cómo Maldonado y el gobierno han comprado a la
mayor parte de la prensa, a políticos, y también –es lo más penoso– a
sindicalistas. Se da el lujo no sólo de despedir a empleados por pretender
agruparse sino que estando la empresa en huelga contrató a 50 trabajadores,
cosa que legalmente no puede hacer, y el Ministerio de Trabajo mira para
otro lado.” El ministro Sosa llegó a decir que los crucificados estaban
“montando un show” y “operando un chantaje”, y que ante los chantajistas “un
gobierno en serio” no puede ceder. “Una crucifixión es una medida ilegal”,
declaró el ministro en julio, y a los pocos días una fiscal de Luque imputó
a los crucificados por la “ilegalidad”.

Ha habido algunas movilizaciones importantes en solidaridad con los
crucificados. Una marcha tuvo lugar a fines de agosto frente a la sede del
Ministerio de Trabajo. La respuesta policial fue la esperable. “La
reprimieron con balines de goma que rociaron los cuerpos de dirigentes
sindicales, entre ellos Julio López, presidente de la Confederación de la
Clase Trabajadora”, escribe a Brecha desde Asunción el periodista Julio
César Benegas Vidallet.

También circula una carta abierta a Horacio Cartes firmada entre otros por
el padre Oliva. “Se va cumpliendo lo que expresó usted de que los sindicatos
no hacen falta en la sociedad, con lo cual va confirmando lo que la mayoría
de los empresarios y autoridades manifiestan: que el trabajo humano es una
simple mercancía, como en la Edad Media”, dice el mensaje.

Vicente Páez, dirigente del Sindicato de Periodistas de Paraguay, coincide.
“Hay una composición oligárquica, atrasada y preburguesa” de las clases
dominantes paraguayas “que hace que las patronales, con protección del
Estado, se avengan a cumplir las leyes sólo cuando ellas quieren. El Estado
de derecho no rige en Paraguay para los empleadores, no hay fuerza
coercitiva que les imponga el respeto de los derechos laborales más básicos”
(diario E’a, Asunción, 7-IX-15). De ahí, medidas como las crucifixiones.

***

Lo insólito es que los choferes de Luque y Asunción no son los únicos
crucificados en este momento en Paraguay, ni fueron los primeros en hacerlo.
Frente a la embajada de Brasil, en pleno centro de Asunción, no muy lejos
del Ministerio de Trabajo, seis ex trabajadores de la represa binacional de
Itaipú y la esposa de uno de ellos se clavaron a fines de junio exigiendo
que se les pague lo que se les debe desde hace muchísimos años y que las
autoridades brasileñas de la represa no les reconocen porque aducen que
laboraban para una tercerizada. Ya lo habían hecho durante 50 días en 2014,
y levantaron la medida en enero pasado porque al parecer habría una
solución. No fue así, y la retomaron a fines de junio. “Pusimos el cuerpo en
esa represa y bien duras eran las condiciones de trabajo allí”, dijo uno de
los crucificados a una agencia de prensa. “A los brasileños les pagaron
todo. A nosotros no.” Se hartaron de recorrer “todas las vías legales” sin
encontrar respuesta en ninguna, y llegaron “a esto”. “Nos movemos en nombre
de los 5 mil trabajadores paraguayos de la represa”, dicen. Cuando Jorge
Bergoglio visitó Paraguay, entre el 10 y el 12 de julio, esperaban que
hiciera un alto ante su carpa. “En el camino, el papa ensayó paradas que
parecían salidas de protocolo pero que tenían algo de guionado, porque los
animadores de la tele las fueron anticipando”, escribió el periodista Diego
Geddes en la revista digital Anfibia. Pero “los crucificados de la embajada”
no entraron en el guión de Francisco. Carlos González, uno de los siete
trabajadores que se trasladó desde la frontera con Brasil hasta la capital
para clavarse a una cruz de madera, dijo a la publicación argentina que si
la prensa local no les presta demasiada atención (más bien ninguna: tienen
menos cobertura aun que sus colegas de suplicio del transporte) es “porque
Itaipú (la segunda represa hidroeléctrica más grande del mundo) presiona a
los medios con su pauta publicitaria”.

Cuando la dictadura de Alfredo Stroessner, le cuenta González a Diego
Geddes, “uno no podía formar un sindicato porque simplemente lo mataban”.
Después de 1989 la cosa mejoró, pero los riesgos no desaparecieron. Más bien
que no. Carlos, por ejemplo, vio morir ante sus ojos a dos compañeros
durante una huelga reprimida a balazos por la policía, “en plena
democracia”. Un informe de 2014 de la Coordinadora de Derechos Humanos del
Paraguay cifró en 115 los campesinos y sindicalistas rurales asesinados en
el país entre 1989 y agosto de 2013. “Los mató la policía o paramilitares
que trabajan al servicio de empresarios, fundamentalmente sojeros, y en la
casi totalidad de los casos los crímenes están impunes”, dijo el coordinador
del informe, Hugo Valiente. “Se pudo determinar la existencia de un plan
sistemático de ejecuciones vinculado a la lucha por la tierra, no muy
distinto a cuando eran los militares los que mandaban.”

***

Juan Villalba piensa que el gobierno apuesta a que “los compañeros
crucificados cesen su medida solos. No les importa que alguno muera”. Ya hay
un antecedente de algo así. Fue en 2013, cuando otros conductores de ómnibus
realizaron la primera crucifixión de que se tenga datos en Paraguay como
forma de protesta social. Trabajaban en la línea 30 de ómnibus (de la que
casualmente el diputado Celso Maldonado es accionista) y permanecieron unos
50 días clavados. Al tiempo, uno de ellos murió, “en medio de una total
indiferencia”.

***

El martes 15, es decir hace tres días, “los crucificados de Itaipú”
marcharon unos tres quilómetros desde su carpa ante la embajada brasileña
hasta el Senado, donde iba a estar presente el director paraguayo de la
represa binacional. Caminaron como en una procesión, pero con clavos
“reales”. Orando cada tanto, porque “lo que los mantiene es la fe y la
certeza de que tienen razón”, dice el padre Oliva. Esperando un no se sabe
qué que seguramente no llegará.

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