Uruguay/todo para perder: vidas empantanadas por la pobreza [Andrés Roizen y Paula Barquet]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Sep 27 13:26:16 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 27 de setiembre 2015

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Uruguay

Todo para perder

Vidas empantanadas por la pobreza

Las últimas cifras oficiales revelan que la mitad de los niños nacen en
hogares pobres. Heredan las carencias de sus padres, crecen sin libros,
demoran años en recibir un diagnóstico, repiten, se frustran, y con suerte
terminan la escuela. La historia de Julián es parte de la estadística viva.

Andrés Roizen/Paula Barquet 

El País, Montevideo, 27-9-2015

http://www.elpais.com.uy/

La pediatra atiende en el policlínico del Cerro. Llega Julián, que ya tiene
tres años pero no logra decir algunas palabras, y la doctora sospecha que
puede haber una dificultad en el lenguaje. Le pregunta a la madre, que
parece no entender mucho de qué le habla. La madre de Julián no terminó la
escuela. La pediatra le dice que lo mejor para su hijo va a ser anotarlo en
el CAIF del barrio cuanto antes. Y piensa —aunque no se lo dice— que es
evidente que Julián no está bien estimulado, así que cuanto antes se
escolarice, más oportunidades tendrá.

Seis meses después vuelve Julián al consultorio. La pediatra pregunta cómo
le está yendo en el CAIF, pero la mamá dice lo que la profesional temía: los
centros del barrio están llenos y la lista de espera tiene atraso de hasta
dos años. Dos años es demasiado tiempo para él.

"Nosotros no podemos ir contra la pobreza, pero lo que defendemos es que
esos niños se escolaricen cuanto antes. En el CAIF se evalúa el lenguaje, la
motricidad", dice la pediatra a El País.

Y agrega: "El sistema nervioso es como un gran cableado. El niño nace con
una cantidad determinada de neuronas que están inmaduras. Para ponerlas en
funcionamiento, tenés que estimular el lenguaje, la motricidad, hablarle,
mirarlo a los ojos, darle cariño. Si lo ponés más tarde en ese ambiente, el
cableado no queda del todo bien: no se desarrolla". 

Julián no va al CAIF. En cambio, anda todo el día con su mamá y otros
hermanos en el carrito. Pasa frío y se aburre. Y cuando llegan a su casa, la
mamá está triste y enojada. Julián siente que no es lo suficientemente
valioso como para sacarle una sonrisa.

La directora de Psiquiatría del INAU, Mónica Silva, ha tratado con muchos
niños como él. Y desde hace un tiempo, por el desarrollo de la neurociencia,
Silva sabe que, ineludiblemente, la pobreza genera "estrés crónico". El
aburrimiento, el frío, el hambre, la soledad, hacen que se fabriquen
sustancias químicas que van a la corteza del cerebro y afectan las
posibilidades de desarrollo. "Eso generará dificultades para poder manejar o
elaborar las emociones y el pensamiento", explica.

Julián cumple cuatro e ingresa en la educación inicial. Los padres toman ese
lugar como una guardería y no le asignan una importancia real en cuanto al
aprendizaje. Si llueve o hace calor ya hay un motivo para no llevarlo. La
percepción es lineal: "Es jardinera, no pasa nada".

Llega el momento de entrar a la escuela. La pediatra detecta que Julián
efectivamente ha desarrollado dificultades de lenguaje y se lamenta
profundamente porque sabe que, de haber intervenido, esas alteraciones se
habrían revertido. "Y el niño podría haber entrado a hacer un primer año
hablando bien, que es nuestro objetivo. Si no, todo lo que habla mal, lo
repetirá en la escritura", explica.

La maestra abre la puerta de la clase y enseguida se da cuenta de que debe
dejar los manuales a un lado. Tanto Julián como muchos de sus compañeros aún
no saben reconocer los números ni las letras. Incluso algunos no saben
sostener correctamente el lápiz.

"Vienen descendidos en los aprendizajes. Recibimos niños con tantas
dificultades para aprender, causadas muchas veces por el contexto en el cual
se criaron, que se comportan como si tuvieran una discapacidad aunque no la
tengan", relata resignada una docente de Primaria.

"Se empieza desde cero, desde lo mínimo. Hay que pensar que esos niños no
tuvieron ningún tipo de estímulo en sus hogares; hay que pensar que son
casas en las que no sólo no hay un libro, sino que muchas veces no hay
sillas para sentarse o una mesa para leer", agrega la maestra.

El primer año se va en batallas diarias contra todo tipo de adversidades.
Los deberes de Julián nunca están hechos. Un día se olvida del cuaderno y al
otro día lo lleva mojado o manchado. Tampoco lleva los útiles, y la maestra
le reitera que necesita lápiz y goma para la clase. En el fondo, sabe que no
es culpa de él.

La maestra le comenta a la directora la situación del niño y de varios de
sus compañeros. Coinciden en que "hay un desfasaje entre las edades que
tienen y los conocimientos adquiridos". Entienden que se les debe realizar
un psicodiagnóstico para tener un panorama real de lo que ocurre, pero saben
que pasarán meses sin conseguir un especialista. Los anotan en la lista de
espera y cruzan los dedos.

Tiempo perdido

Ya terminó el año, llegó el verano y Julián vuelve a ver a su pediatra
después de un largo tiempo. "¿Cómo le fue en la escuela?", pregunta. Malas
noticias: el niño repitió primer año. La madre opina que su hijo debe tener
un retraso y que debería ir a una escuela especial. Julián la escucha y en
su mente retumba la palabra "retraso". Pero la pediatra dice que lo primero
es enviar una carta a la maestra para preguntarle cuál es el problema de él.
Al igual que la maestra, le indica un test psicodiagnóstico que terminará de
completar el panorama.

Se acerca el comienzo de clases y Julián está ansioso por volver a la
escuela. Ahí están sus amigos, pero también está la contención de los
docentes. Ahí encuentra, aunque sea por unas horas, un lugar para alejarse
de los problemas del barrio y de la violencia que vive a diario tanto dentro
como fuera de su casa.

En marzo las maestras reciben con un beso a cada uno de los niños y al
primer golpe de vista ven las diversas formas en que la pobreza siguió
lastimando. Algunos llegaron más flacos que el año pasado. Otros siguen muy
bajitos para la edad que tienen, y muchos llegaron con varios kilos de más.
Las harinas en exceso, las comidas de olla que se repiten, y la falta de
frutas y verduras van dejando varios casos de obesidad infantil en el aula.

En la escuela sirven el desayuno antes de iniciar la jornada. Julián y
varios de sus amigos piden para repetir. "Parece que estuvieran acopiando
comida en sus cuerpos para más tarde", relata una de las docentes que es
testigo de la escena.

Y otra maestra con varios años de trabajo en barrios con carencias similares
opina: "Están acostumbrados a vivir el día a día, no tienen proyecciones a
futuro. Lo máximo que proyectan esos niños son las cuatro horas que están en
la escuela y no más, porque no saben con qué se van a encontrar cuando
lleguen a sus casas. No tienen seguridad ninguna, no saben si van a estar
sus padres, si van a comer o dónde van a dormir, y todo eso lo reflejan en
la forma en la cual están en la clase".

Esa falta de estructuras y referencias se percibe en las escuelas del barrio
de Julián. Hay niños que ni siquiera saben usar el water y es porque no
tienen uno en su casa. "A veces nos enojamos por cómo dejaron el baño, pero
si rascás un poco y ves las realidades en las que viven, entendés enseguida
por qué pasó eso", dice su maestra.

La casa de Julián tiene techo de chapa y piso de tierra. Él y sus cinco
hermanos duermen en lo que sería uno de los dos "dormitorios", cuya única
separación de la cama de la madre y de la cocina es una tela. La mayoría de
los días los pasan con su abuela, porque su madre está trabajando y de su
padre no saben nada.

Para él, cada día de lluvia es todo un desafío: tiene que cuidar la túnica y
su único par de championes porque si no, a la mañana siguiente no podrá ir a
clase: no tendrá nada seco para ponerse.

Él conoce a todos los chiquilines del barrio, pero sabe que "hay que andar
con cuidado". Todos los días camina media hora hasta la escuela por calles
ganadas por los pozos, pero aún no termina de entender por qué por ahí no
pasa ni un solo ómnibus si en otras calles se cuentan de a decenas.

Julián todavía no conoce el mar, a pesar de que vive solo a 25 minutos del
Centro de Montevideo. A él le gustaría salir más del barrio, pero solo lo
puede hacer cuando en la escuela organizan alguna excursión, una ida al cine
o alguna visita a un museo.

Ya pasaron tres años y siete meses de aquella indicación de la pediatra.
Finalmente, Julián logra una fecha para su psicodiagnóstico. Los resultados
están lejos de indicar una discapacidad. En aritmética puntea alto, le va
muy bien. Lo que tiene es nada más (y nada menos) que una dificultad en el
lenguaje. Se le aconsejan "controles psiquiátricos periódicos para evaluar
las dificultades de atención y conductuales, apoyo de maestra especializada
a nivel escolar y, si es posible, apoyo de la clínica del BPS".

La pediatra lee las sugerencias y, una vez más, se siente impotente. "Este
niño, en otro medio, igual termina recibido de ingeniero", piensa. El apoyo
de la clínica del BPS es una utopía, porque si bien es un servicio público,
a él no acceden los niños cuyos padres no tienen un trabajo formal. Otra
vez, Julián pierde una oportunidad por ser un niño pobre.

Camino de exclusión

Dice la psiquiatra Silva que las dificultades en el lenguaje son una de las
causas de los problemas de aprendizaje. En los hechos, cuando no hay acceso
a diagnósticos y tratamientos tempranos, una cosa lleva a la otra. Y luego
viene la repetición. Una vez, dos veces. Y con ella, la exclusión.

"La exclusión del sistema educativo es terrible. No todos los niños pueden
adaptarse a sus pautas y normas; algunos necesitan cierta plasticidad en el
sistema para poder continuar", dice Silva. Esto, en colegios con pocos
alumnos, con atención adecuada, con alguien que ayude al niño a ordenarse
para hacer los deberes, generalmente se da. Pero si en la clase hay 40
alumnos y la maestra no da abasto, y si en su casa no tiene dónde sentarse a
estudiar ni alguien que le diga concentrate, "obviamente no va a tener el
mismo desempeño; no lo va a tener".

Julián vuelve a repetir el año. Se frustra y se deprime. En los niños, la
depresión y el trastorno de conducta van casi de la mano porque el niño
deprimido no se sienta a llorar: se pone turbulento. Y el sistema tiende a
categorizar y a excluir en consecuencia. "Algunos quedan más dañados
neurológicamente por ese proceso que otros", dice Silva.

La especialista del INAU explica que hay dos tipos de patologías
psiquiátricas infantiles que se ven más en contextos críticos. Los
trastornos de ansiedad vinculados al estrés son los que aparecen más
temprano. El estrés puede ser por las condiciones físicas de su hogar, por
tener que trabajar, por el hacinamiento.

"En los trastornos de ansiedad se ve la sensación de angustia: algo adentro
no le está permitiendo estar en paz", describe Silva. Si eso se mantiene, y
si se suman "vivencias depresivas", se configura una segunda patología: los
trastornos de los impulsos. "El aparato psíquico no logra poner filtros y
controles a los impulsos. Cuando eso sucede, hay una pobre capacidad del yo,
y eso va de la mano con poder pensar", sintetiza.

Estas patologías suelen cruzarse con dificultades de aprendizaje o de acceso
a las metas educativas. El combo "realmente marca el futuro", concluye
Silva.

Julián sigue yendo a la escuela pero cada vez rinde menos y no acata
límites. La maestra siente que le cuesta pensar las consecuencias de sus
actos. No sabe cómo organizarse, y su mochila y cuadernos son un caos.
Necesita continuamente cariño, atención, contención. Se nota que tiene una
carencia de afecto que busca subsanar en la escuela.

En tanto, la mamá de Julián sigue triste y enojada. Pareciera que nada le
hace disfrutar. Dice la psiquiatra que las "depresiones encubiertas en las
madres" son tan frecuentes como "nocivas" para sus hijos porque
"ineludiblemente transmiten que nada vale la pena, y eso va dañando el
autoestima".

En la clase intentan trabajar ese concepto de autoestima: todo un desafío en
estos contextos. "Soñar, sueñan. Pero muchas veces no pueden ni decirlo. Las
imposibilidades son tan obvias...", cuenta una docente. "Los maestros
trabajamos y nos esforzamos para que esos niños puedan expresar lo que
sienten y desean. Siempre se enseña que con trabajo y esfuerzo todo se
logra, aunque a veces uno sabe que son utopías".

Julián logra terminar la escuela, y eso parece suficiente para su mamá, que
no espera más de él. El liceo no es un desafío que esté a su alcance. La
pobreza termina ganando. La estadística es implacable.

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Sociedad de Pediatría: "Hay círculo de pobreza"

A principios de septiembre se realizó el Congreso de Pediatría y los médicos
allí reunidos analizaron, entre otros temas, cómo afecta al desarrollo del
niño el nacer en un hogar pobre. Alfredo Cerisola, presidente de la Sociedad
Uruguaya de Pediatría (SUP), dijo a El País que está demostrado que "la
pobreza se asocia con mayores posibilidades de tener un desarrollo no
normal, con tener grados de desarrollo inferiores a los de alguien que vive
en una mejor situación económica". El pediatra afirmó que se trata de un
asunto que está en constante análisis en la SUP, y que genera "alta
preocupación". En ese marco, advirtió: "Se termina generando un círculo de
pobreza. Los niños que nacen en hogares pobres tienen problemas educativos y
nutricionales, entre otros, y no logran superarlos".

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Encuesta del INE dio golpe de realidad

281.916 niños de 0 a 11 años son pobres según la última Encuesta de Hogares
del INE (Instituto Nacional de Estadística)

Mitad de niños son pobres 

49,2%

Son los niños del país que residen en el 20% de los hogares con menos
recursos.

Además, 23% vive en el segundo quintil con menos ingresos y 13% en el tercer
quintil. Solamente el 6% de los niños vive en el 20% de los hogares más
ricos, según la Encuesta Continua de Hogares del INE publicada a comienzos
de septiembre.

46%

De los hogares del país tienen niños de entre 0 y 11 años entre sus
residentes. 

A medida que avanza la edad, aumenta la proporción de niños que reside sin
alguno de sus padres. De seis a 11 años, 40,9% no vive con ambos padres.
Cuanto más pobre es el hogar, más niños viven solo con su madre: 40% lo hace
en 20% de hogares más pobres.

14,7%

Es el porcentaje de hogares pobres en los que hay niños menores de 12. En
todo el país, la pobreza es de 6,4%.

“Los niños que crecen en esos hogares viven el día a día, no tienen ninguna
seguridad en sus vidas. No saben si van a comer esa noche, no saben si sus
padres van a estar después de la escuela, y eso se refleja en cómo actúan”,
relata una maestra de contexto crítico.

37,8%

Es el porcentaje de hogares pobres en los que hay tres o más menores
viviendo.

Y 9,5% de hogares con solo un menor son pobres. “A más niños en el hogar,
más pobreza”, se concluye.

35%

Es el porcentaje de hogares con niños que recibe al menos un beneficio
alimenticio.Mientras tanto, del total de hogares del país, 12% recibe algún
tipo de plan social vinculado a la asistencia en materia de alimentación.

“Hay niños que llegan con hambre, que dependen de la comida de la escuela”,
relató una directora de Primaria.

53,6%

Porcentaje de hogares que reciben asignaciones familiares y en donde hay
menores de 11.

Según define el Mides, los hogares que reciben ese plan están “en situación
de vulnerabilidad socioeconómica”.

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