Colombia/ bandas criminales: el combo paramilitar [Iván M García]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 16 21:27:26 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

16 de abril 2016

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germain5 en chasque.net

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Colombia

El combo paramilitar 

Las llaman “Bacrim” (bandas criminales). Llegan a 17, surgieron de la
desmovilización de los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia
(Auc), en 2006, y constituyen actualmente la mayor amenaza para la paz.

Iván M García, desde Bogotá

Brecha, Montevideo, 15-4-2016

http://brecha.com.uy/

Según el informe “Presencia de grupos narcoparamilitares”, del Instituto de
Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), esas bandas están presentes
prácticamente en la totalidad del país. “Se financian a través del
narcotráfico. Bien con laboratorios donde procesan la cocaína, bien
facilitando la puesta en frontera de pasta básica de coca”, explica Camilo
Gómez, director de Indepaz. “Pero no es la actividad más rentable. Deja más
réditos el tráfico de oro, por ejemplo. O el de gasolina en la frontera con
Venezuela. Y sobre todo copar los cargos públicos en las alcaldías y
municipios para asignarle a una empresa determinada las obras públicas,
engrosar los presupuestos y repartirse la plata”, añade.

La aparición de las Bacrim se remonta a 2006, durante el gobierno del ex
presidente Álvaro Uribe Vélez. Algunos mandos medios de los paramilitares
estuvieron entonces en desacuerdo con la negociación y terminaron formando
nuevos grupos armados. Y junto al armamento y los uniformes conservaron
también el dominio de las rutas del narcotráfico. Además, el
desmantelamiento del cártel del Norte del Valle a partir de 2007 propició la
aparición de nuevas organizaciones dedicadas no sólo al narcotráfico sino
también a la extorsión, lavado de activos, tráfico de armas y acaparamiento
de tierras destinadas a proyectos extractivos.

De los 38 bloques de las Auc y del cártel del Norte del Valle surgieron 33
grupos criminales que se enzarzaron en guerras territoriales que continúan
hasta hoy. Las disputas han llevado a la desaparición de algunas
organizaciones y a la absorción de otras por las más poderosas. La más
importante es Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc), conocida también
como “Urabeños” o “Clan Úsuga”, fuerte en las costas del Pacífico y el
Atlántico. Las tres siguientes son Los Rastrojos, con presencia en 111
municipios, el Bloque Meta y Libertadores del Vichada.

Según Indepaz, el 31,5 por ciento del país está afectado por las actividades
de estas bandas, integradas por entre 7 mil y 10 mil hombres. Las Farc
cuentan con 8 mil guerrilleros.

El dinero que mueven anualmente equivale, según el ex director de Indepaz,
en dos puntos del Pbi de Colombia. Cada punto son unos 4.000 millones de
dólares. “Los gaitanistas cobran un impuesto a las salidas del narcotráfico.
Se quedan con un millón de pesos de los 4,5 millones que cuesta un quilo de
coca puesto en el puerto”, asegura el “Mono”, que se presenta como cercano a
la cúpula de las Agc y facilitador de la tregua que éstas mantienen en
Medellín con la banda La Oficina. “Hay otro impuesto a los cultivadores de
coca y para la minería ilegal. A cambio se les protege y asegura la venta de
la mercancía”, añade, mientras revisa una y otra vez los tres celulares que
lleva consigo. El Mono reconoce también que los gaitanistas sacan réditos de
las rutas por las que transitan inmigrantes ilegales de Asia y África desde
Brasil o Argentina hasta Colombia. Y de allí, por el Golfo del Urabá (zona
fronteriza con Panamá) a Centroamérica y Estados Unidos.

“No sabría decirle si les cobran un impuesto o qué actividad desarrollan.
Como le digo, yo no soy parte de la organización”, dice, tras señalar a su
hombre de confianza que aguarde en el pequeño balcón de la sala donde se
lleva a cabo la entrevista.

Las Agc han declarado que los guerrilleros desmovilizados serán considerados
objetivo militar. “Todo el que se desmovilice está expuesto”, señala el
Mono. “Mientras exista una fuerza armada ilegal, con capacidad logística y
de ataque, cualquier desmovilizado quedará expuesto.”

Muchos han visto en este tipo de declaraciones un viraje en el discurso de
los gaitanistas, que pretenderían ser considerados un actor político por el
gobierno y no como una mera organización criminal, y así poder entrar en las
negociaciones de paz. “Es hora de hablar de reconciliación. Pero si el
gobierno no habla con todos los actores armados le aseguro que el 70 por
ciento de los guerrilleros formarán parte de las Agc o de cualquier otra
organización”, dice.

Un periodista de investigación de Medellín que prefiere ocultar su nombre
señala que “los cabecillas que están en el punto de mira se entregan. La
organización se reestructura, cambia de nombre y sigue operando. Es un modo
de quitarse presión. Y siempre hay alguien en el gobierno que permite que
siga funcionando”. 

Territorios y Combos

Los tentáculos de estas organizaciones no abarcan sólo las zonas rurales ni
los corredores de coca hacia Centroamérica y los que salen de Venezuela. Han
hecho suyos también los barrios populares de ciudades como Medellín y Cali.
“Están utilizando como franquicias a los combos de delincuentes que han
existido siempre aquí –señala el periodista de El Colombiano Nelson Matta–.
Unas veces absorbiendo a la banda directamente y otras matando a su líder
para poner un hombre de confianza al mando y ganar territorios.”

Según la Fiscalía, en 2015 se detectaron 1.940 bandas locales en Colombia.
La Comuna 8, de Medellín, es una de las zonas donde a través de estos combos
operan las Agc y La Oficina. El barrio es un manto de casas de ladrillo
rojo, recovecos y calles empinadas y mal asfaltadas que permanece
encorsetado entre la sierra y la ciudad de Medellín. “Ellos controlan todo
aquí. Los negocios pagan ‘vacuna’ (cuota) por la seguridad. Un quiosco puede
pagar unos 20 mil pesos semanales”, indica Jairo Maya, uno de los líderes
comunales del barrio.

Las pandillas también manejan el negocio de los autobuses locales, están
detrás de talleres y lavaderos de automóviles ilegales, hacen préstamos a
altísimo interés, lucran con el tráfico de drogas y mantienen “untada” a la
policía. “¿Ve aquellos muchachos allá abajo?”, pregunta Maya mientras señala
a un grupo de jóvenes de no más de 17 o 18 años. “Eso es una plaza. Un lugar
donde se vende ‘perico’ (cocaína) y marihuana. Acá el gramo de perico cuesta
unos 3 mil pesos. Una buena plaza puede dejar al mes unos 6 millones de
pesos limpios.” 

La misma edad tienen los dos adolescentes que pasan con cervezas en la mano
conduciendo un automóvil blanco, casi rozando al líder comunal. “Son la
gente de los Urabeños aquí”, apunta.

Maya explica que la tasa de desempleo en la comuna es del 35 por ciento. Y
la de abandono escolar del 17, porque “a los niños los sacan del colegio
para trabajar y que aporten en casa. No hay alternativas laborales ni de
educación. Las ‘peladas’ (las muchachas) quieren ser esteticistas y ellos
mecánicos. Pero esa oferta educativa no llega hasta aquí. Así que la
alternativa es el combo”.

La alcaldía de Medellín está construyendo un Jardín Circunvalar que engloba
viviendas nuevas, zonas verdes y parques infantiles. “¿Pero de qué nos sirve
si aquí seguimos con el desempleo y tasas altísimas de desnutrición?
–cuestiona Maya–. Lo que necesitamos es inversión estatal en alianza con la
comunidad, para crear empleo. Hay mucha iniciativa. La comunidad afro, por
ejemplo, es excelente trabajando la madera, se pueden formar cooperativas de
construcción. O cooperativas artesanas con las mujeres. Y educar a los
jóvenes en gestión ambiental y que cuiden el entorno, que estamos rodeados
de naturaleza.”

Según Maya, mientras no se solucionen los problemas de base los jóvenes
seguirán siendo carne de cañón para las mafias. Byron, un chico de 17 años
de Itagüí, un municipio de Medellín, va en el mismo sentido. “A los 8 años
fumaba marihuana, a los 9 iba armado y a los 10 mi primo me entregó medio
barrio para que lo controlara. También obligaba a mi prima a prostituirse.
Luego a los 11, boleaba bala de parrillero (los sicarios que van en el
puesto de atrás de la moto, la parrilla, y ejecutan a las víctimas), hasta
que me encanaron en una cárcel de menores”, cuenta. “Ya salí de todo eso. A
los 15 me metí en un grupo de la parroquia y dejé la calle. Ahora quiero
estudiar. Las matemáticas se me dan bien; pero ningún colegio me deja
matricularme. Todos saben de dónde vengo.”  

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