Brasil/ dos semanas de ocio para una sociedad agotada y resentida [Gabriel Brito]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Ago 9 15:39:46 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

9 de agosto 2016

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Brasil

Dos semanas de ocio para una sociedad agotada y resentida

Gabriel Brito, de la Redacción

Correio da Cidadania, 8-8-2016

http://www.correiocidadania.com.br/

Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa

“El Brasil conquistó su ciudadanía internacional”, decía un emocionado Lula
a la hora del almuerzo de aquel 2 de octubre de 2009, un lunes que suena
lejano tanto por el tiempo como, principalmente, por el clima que se vivía
en el país, inmune a la mayor crisis internacional del capitalismo desde la
década de 1930 del siglo XX.

Siete años y algunos huracanes después, un Brasil deprimido y recalcado vio
a Gustavo Kuerten entrar con la antorcha olímpica en el Maracaná y a
Hortência asistir a Vanderlei Cordeiro para inaugurar oficialmente los
primeros juegos en territorio sudamericano.

Pasado el susto de la pieza de pésimo gusto que llegó a ser ensayada para la
ceremonia, representando a un niño de favela asaltando la “ciudadana de
bien” (y blanca) Gisele Bündchen, el país vio algunos de sus mayores
artistas representar, al fin de cuentas, escenificaciones sobre la historia
del Brasil que agradan a casi todos.

De toda forma, la infeliz idea no dejó de expresar el “fin del sueño”, esto
es, el desmoronamiento de la ilusión del “país de todos” y la vuelta del
viejo extrañamiento entre clases y razas que todavía permea la conducción
del cotidiano y sus relaciones socio-espaciales.

Con un costo total un poco superior a 39 billones de reales y supuestos 55%
de inyección de capital privado, los juegos de Río tuvieron una apertura
menos concurrida por jefes de Estado de la historia reciente. El
impresentable presidente interino no tuvo el coraje de balbucear más de 5
palabras para la saludar el inicio de la fiesta y las cámaras no dudaron en
huir de su rostro. A ejemplo de la Copa del Mundo, una extraordinaria
exoneración fiscal  (calculada en R$ 3,83 billones) fue concedida a las
corporaciones patrocinadoras de los Juegos, en cuanto se raspa cada moneda
de los cofres destinados al financiamiento de los planes sociales, siempre
en nombre del “ajuste de las cuentas nacionales”.

Del lado de afuera, algunos movimientos protestaron contra los desalojos de
moradores pobres, la mercantilización de la ciudad, la violencia del Estado
y las propias políticas deportivas. Algunos siempre estuvieron fieles a las
demandas, otros adhirieron en los últimos tres meses, en la búsqueda de
cualquier brecha para promover consignas contra el camarada de otrora, lo
que, aparentemente, vació más que llenó cualquier combatividad y audiencia
de los actos.

Si estuviésemos en auténtica fiesta y estabilidad política, el publicitado
spot del 12 de junio de 2014, día de la apertura de la Copa del Mundo, sería
repetido y habríamos vuelto a registrar sectores que empuñaban banderas
rojas insultando a los mismos manifestantes.

Imposible no choquearse con tal duplicidad, dado que los grupos ahora
etiquetados de “exgobernistas” (petistas) cerraron los ojos ante todo lo que
se hacía en nombre de la gran fiesta traída por su chamán. Violencia
policial, abuso de autoridad, militarización de la seguridad pública, leyes
de excepción que vinieron para quedarse, segregación de las ciudades, más
exclusión social; entonces, nada de eso era suficiente para cuestionar los
mega-eventos sin las acusaciones de anti-patriotismo, rebeldía sin causa al
servicio de los enemigos del “progresismo”.

Delante de tamaño agotamiento, una vez más el país recibirá un “descanso” a
los dolores de cabeza del día a día, vivirá dos semanas de contemplación  y
confraternización e intentará curtir el lado bueno de recibir a las
Olimpíadas.

A ejemplo de 2014, en tanto, ninguna euforia precedió los días de fiesta,
mucho menos, nos dedicamos un poco más a los deportes menos populares y
mediáticos, de modo de prestigiar un poco más a algunos bravos brasileros
que sudan y luchan en la pistas, piscinas y arenas menos frecuentadas por el
espectador.

Como destacó el análisis de Eliane Brum
(http://internacional.elpais.com/internacional/2016/08/02/actualidad/1470150
051_489938.html)
<http://internacional.elpais.com/internacional/2016/08/02/actualidad/1470150
051_489938.html>  tal vez la más lucida de todas, llegamos al momento
olímpico divorciados de los sueños de verano calentados en los últimos años,
desde la quimera de la conciliación entre todos los lados de la sociedad
hasta la noción de que todo había era un éxito y, de hecho, entrábamos al
“club de los grandes”.

La “caza de la antorcha” vista en diversas ciudades del país por las cuales
el símbolo olímpico transitó, volvió a ofrecer escenas de revuelta popular
espontánea, a ejemplo de la moradora de Angra dos Reis que consiguió
apagarla en medio a otros episodios bizarros, como la muerte del jaguar en
Manaos, que marcaron esa maratón.

Conforme resalta la escritora, no se trata de transitar entre dos nociones
empobrecidos de Brasil, una calcada en el eufemismo autoritario, la otra en
el colonialismo cultural.

Así fue difícil no avergonzarse con las declaraciones del alcalde Eduardo
Paes, que lideró la ciudad en todo el proceso, cuando las reclamaciones
australianas al respecto de las instalaciones de la Villa Olímpica.

 “Vamos a dejar un canguro en la puerta del alojamiento” dijo el mandatario
del PMDB, que lloraba al lado de Lula en la famosa ceremonia de Copenhage.
“No, gracias, preferimos, preferimos fontaneros”, respondieron los
visitantes.

Es de imaginar lo que habrá pasado por la cabeza de los australianos ante
tal declaración. La demostración perfecta de la creencia de que nuestra
informalidad da cierto y, para usar un término bien nuestro, “camelea” al
extranjero, estupefacto con el estado de cosas de alojamientos que tuvieron
siete años para construirse, pero pasaron por reparaciones permanentes. La
metáfora del malandro tramposo y el gringo de la cintura dura, en vejatoria
emulación.

Eso para no hablar del retiro de la empresa que prestaría seguridad en la
Villa Olímpica, sustituida a última hora por la policía que, según la ONU,
debería acabar, autora del secuestro del luchador de jiu-jitsu neozelandés
Jason Lee, que vivía hace un años en Brasil y que abandonó el país.

El episodio todavía recuerda la Copa de 2010 en África do Sul, en la cual el
Estado también tuvo que desplegar sus fuerzas de seguridad para el evento a
última hora. De la ilusión del cine de Fernando Meirelles a la  realidad de
apartheid, en otra metáfora implacable.

“El proceso, lamentablemente, fue siendo dejado para el día siguiente,
cuando se precisaba tener planeamiento de alto nivel hace siete años, desde
que se definió al Brasil como sede olímpica. Sin embargo, infelizmente, la
Matriz de Responsabilidades fue divulgada apenas en 2014, después de la Copa
del Mundo, a fin de aclarar cual ente gubernamental haría lo que. Una vez
más, se intentó trabajar con entes internacionales como si fuesen nuestros
vecinos de puerta, acostumbrados con la desorganización tan entreabierta que
permea al Brasil en diversas instancias”, no dice recientemente la psicóloga
del deporte Katia Rubio, autora del precioso libro Atletas Olímpicos
Brasileros, con biografías de 1800 brasileros que nos representan en la
historia de los Juegos.

Resta relajar en espíritu y olvidar un poco l de las amarguras de un año
marcado por el referido agotamiento, reflejado también por el desarme de
movimientos sociales influyentes, postrados ante un fin de ciclo
político-económico que ahora da la razón a los más ácidos críticos del
lulismo, en la época debidamente marginalizados o desdeñados. Hasta porque
la Ley General de las Olimpíadas y la reedición, por Dilma Rousseff, de la
Ley de Seguridad Nacional (ahora llamada Antiterrorismo, a fin de adecuarse
a la doctrina global vigente), toma todavía más hostiles las condiciones de
resistencia social.

La conciliación de clases y colores se disipó, de un lado, con la
perplejidad de aquellos que de alguna manera calentaron un proyecto de país
por los menos de 30 años y, de otro, la entrada en escena de sectores que no
tienen mejor idea de que bramar, ruidosamente, por la vuelta de un Brasil
que, a pesar de todo, jamás volverá a existir, simbolizados, por
imbricaciones carcomidas de la guerra fría.

Una desolación para “pesimista” ninguno, como zapateaba Ronaldo en uno de
los comerciales pre-Copa, tirando defecto. Inmovilidad de quien perdió el
discurso y retorno histérico y vuelta de los viejos demonios que llegamos a
creer superados por la historia.

“En términos de preparación del atleta, es innegable que hubo avance en
relación al pasado, en función de todo el dinero inyectado. Pero,
infelizmente, solo se cubre la superficie, una vez que la inversión en la
base -esto es, aquel contingente de donde pueden despuntar atletas
olímpicos- quedó a desear. ¿Hubo evolución? Sí. Pero no es suficiente para
colocar a los atletas brasileros entre los mejores. Son necesarias por los
dos generaciones olímpicas más para alcanzar tal objetivo. Es a partir de
una actuación en la base, no en la cima”, resumió Katia Rubio.

Alentaremos por las victorias de nuestros atletas, pero sin olvidar que otro
pase de magia de transformar la realidad sin tocar las viejas estructuras,
se probará una farsa: no somos un país olímpico y no habrá legado para el
ciudadano y, especialmente, en el deporte, para la juventud, esta que hoy es
forjada por una clase política que postula el cierre del acceso a la
enseñanza pública como “solución” de la crisis.

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