Oriente Medio/ El fundamentalismo islámico, la primavera árabe y la izquierda [Gilbert Achcar]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Dic 24 11:32:51 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

24 de diciembre 2016

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

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Oriente Medio

Entrevista con Gilbert Achcar

El fundamentalismo islámico, la primavera árabe y la izquierda

Ashley Smith

International Socialist Review

http://www.vientosur.info/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Gilbert Achcar, de origen libanés,  es profesor de Estudios sobre el
Desarrollo y Relaciones Internacionales en la Escuela de Estudios Orientales
y Africanos (School of Oriental and African Studies, SOAS) de la Universidad
de Londres. Es autor de numerosos libros, entre ellos, Le peuple Veut (El
pueblo puede), una exploración radical sobre el levantamiento árabe
(Sindbad/Actes Sud, Francia 2013), editado en varios idiomas. Ashley Smith
le ha entrevistado sobre una de las cuestiones candentes planteadas por la
primavera árabe: el enfoque de la izquierda con respecto al fundamentalismo
islámico.

-Uno de los fenómenos más importantes que se han producido en Oriente Medio
en las últimas tres décadas es el ascenso de lo que los comentaristas suelen
denominar indistintamente islam político, islamismo y fundamentalismo
islámico. ¿Por qué piensas que es mejor referirse a esta corriente política
con el nombre de fundamentalismo islámico, y cuáles son sus características?


El término que uno emplea para denominar un fenómeno tiene que ver, por
supuesto, con la evaluación y el juicio político que hace del mismo, y cada
término tiene implicaciones diferentes. Veamos uno de los términos que
acabas de mencionar: el islam político. ¿Por qué nadie emplea esta
designación para instituciones y corrientes políticamente activas en el seno
del cristianismo, el judaísmo o el hinduismo y no habla, por ejemplo, de
“cristianismo político”? Hablar de “islam político” plantea el problema de
definir qué es el islam “no político”; en otras palabras, ¿cuándo comienza
el islam a ser “político” y cuándo deja de serlo? ¿Por qué calificar a los
hermanos musulmanes de Egipto de “islam político” y no, digamos, al gran
imán de Al Azhar, que ocupa un alto cargo político? Si reflexionamos
seriamente, veremos que esta etiqueta no tiene mucho sentido.

Otro término que se emplea a menudo, y que puede parecer más preciso, es el
de “islamismo”. Se aplica a movimientos políticos que consideran que el
islam es su ideología y su programa fundamental, de ahí el “ismo”. Quienes
empezaron a utilizar este término –fue en Francia en la década de 1980–
pretendían evitar el concepto de “fundamentalismo islámico” porque
consideraban que este último encerraba una carga política. Sin embargo, al
hacerlo –cualquiera que fuera su intención, si bien ya estaban advertidos
por algunos, como el profesor marxista de estudios islámicos, Maxime
Rodinson– olvidaron el hecho de que era un término que había sido utilizado
para referirse al propio islam. Si buscas en el diccionario, verás que
islamismo se ha empleado como sinónimo de islam por lo menos hasta hace unos
decenios. - See more at:
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En efecto, “islamismo” se mezcla con el islam como religión en la mente de
la mayoría de las personas que oyen el término. Y dado que “islamismo” se
convirtió casi en sinónimo de terrorismo –de nuevo, independientemente de
las intenciones de algunos de los que emplearon el término–, llevó a la
gente a confundir terrorismo con el islam como tal. Está claro que esto es
muy peligroso, pues alimenta un fanatismo islamófobo que ya está muy
extendido, máxime cuando “islamismo” reduce el fenómeno a una característica
exclusiva del islam, entre todas las religiones.

Estas son las razones por las que no utilizo los dos términos citados.
Prefiero hablar de “fundamentalismo islámico”, un término que tiene una
doble ventaja. La más importante es que la noción de fundamentalismo se
aplica a todas las religiones y se puede formular una definición genérica
del término que abarque todos los fundamentalismos religiosos. Todos ellos
tienen rasgos comunes: antes que nada, la adhesión a interpretaciones
literales y dogmáticas de las escrituras religiosas y a un proyecto político
de imposición de estos puntos de vista a la sociedad por medio del Estado.
Así, la noción de fundamentalismo es útil para aclarar la distinción entre
fundamentalismo islámico e islam como religión, ya que la gente suele hacer
la misma distinción entre otras religiones y sus variantes fundamentalistas.
Nadie confunde el fundamentalismo protestante con el protestantismo, por
ejemplo. Quienes usan el término “islamismo” alegan a menudo que el término
“fundamentalismo” pertenece a la historia del protestantismo; en realidad, a
mi modo de ver es un argumento a favor de utilizarlo.

La segunda ventaja del término “fundamentalismo islámico” es que la noción
de fundamentalismo ayuda a afinar la distinción entre las diferentes
corrientes y grupos que otorgan al islam un lugar central en su identidad
ideológica. Es más restrictivo que términos como “islam político” o
“islamismo”, que suelen juntar movimientos muy distintos en la misma
categoría. Mira el partido gobernante de Turquía, el AKP, por ejemplo. Suele
incluirse en las categorías de “islam político” e “islamismo”, junto con el
régimen iraní, y esto es un error garrafal que el término “fundamentalismo
islámico” evita. El AKP no es un partido fundamentalista; no propugna la
implantación de la ley religiosa islámica, la sharía, en Turquía. Es más
bien un partido musulmán conservador, de derechas, similar a partidos
cristianos conservadores o de derechas en Europa, y no ha dejado de serlo
pese a su reciente deriva autoritaria.

No cabe duda de que la propia categoría de “fundamentalismo islámico” es
bastante amplia, como todas las categorías ideológicas que abarcan una
amplia gama de movimientos (pensemos en el marxismo o el comunismo, por
ejemplo). Aunque el núcleo programático de un “Estado islámico” basado en la
sharía es más o menos común a todos los grupos englobados en la categoría de
“fundamentalismo islámico”, estos grupos aplican diferentes estrategias y
tácticas. Así, existen fundamentalistas “moderados” que preconizan una
estrategia gradualista consistente en realizar su programa primero en la
sociedad y después en el Estado, mientras que otros recurren al terrorismo o
la implementación del Estado por la fuerza, como es el caso del llamado
Estado Islámico (EI), también denominado ISIS. Sin embargo, todos tienen en
común un proyecto fundamentalista dogmático y reaccionario.

-¿Cuáles son las raíces del fundamentalismo islámico en Oriente Medio? ¿Cómo
y por qué surgió como fuerza política?

El fundamentalismo islámico, en la forma de un movimiento político
organizado de la era moderna, nació a finales de la década de 1920 con la
creación de la Hermandad Musulmana en Egipto. Esta fue, en efecto, la
primera organización política moderna que se dotó de un programa
fundamentalista islámico. Y también fue por esa época que la teorización del
Estado islámico, la doctrina básica del fundamentalismo islámico, adquirió
su forma moderna, igualmente en Egipto. Claro que hubo corrientes
fundamentalistas con anterioridad y diversas clases de sectas puritanas en
la historia del islam, como en otras religiones monoteístas, pero los
hermanos musulmanes fueron los pioneros de una corriente del fundamentalismo
islámico adaptado a la sociedad contemporánea en forma de movimiento
político.

Esta corriente surgió a raíz de una serie de acontecimientos. El primero fue
la proclamación de la república y la abolición del califato en Turquía unos
pocos años después de la primera guerra mundial. La instauración por Mustafá
Kemal de una república laica en Turquía fue un golpe moral para quienes
rechazaban la separación entre el islam y el Estado. Esto sucedió al mismo
tiempo que la fundación del reino saudí en la península arábiga, un Estado
basado en una premisa fundamentalista islámica, aunque de carácter
arcaico-tribal.

En segundo lugar, Egipto era un país en el que estaba madurando una
situación revolucionaria debido a la acumulación de una serie de problemas
explosivos: problemas sociales, una pobreza terrible en el campo, una
monarquía corrupta, dirigentes despreciados u odiados por el pueblo y la
dominación colonial británica. Sin embargo, la izquierda egipcia era débil y
el movimiento obrero había sucumbido a la represión en la década de 1920. De
modo que había una conjunción de factores que favorecieron el surgimiento
del fundamentalismo islámico como movimiento político que capitalizó el
descontento popular.

Desde el punto de vista del materialismo histórico, el fundamentalismo
islámico es una asombrosa ilustración de lo que Marx y Engels identificaron
en su Manifiesto Comunista como una de las orientaciones ideológicas de las
clases medias tradicionales. Un sector de la pequeña burguesía tradicional,
los artesanos y el campesinado medio y pequeño sufren los efectos
devastadores del capitalismo, que se desarrolla a sus expensas y los fuerza
a pasar de su condición de pequeños productores o comerciantes a la de
trabajadores asalariados obligados a vender su fuerza de trabajo para
ganarse el sustento.

Un sector de estas clases mínimamente acaudaladas se opone al desarrollo
capitalista pretendiendo “hacer girar hacia atrás la rueda de la historia”,
según la famosa expresión de Marx y Engels; una formulación excelente, por
cierto, que destaca el carácter reaccionario de estos sectores. Y que encaja
perfectamente en el caso del fundamentalismo islámico, en el sentido de que
esta corriente nace de una revuelta contra las consecuencias del desarrollo
capitalista, impulsado por la dominación extrajera, pero lo hace desde una
perspectiva reaccionaria que pretende retornar a una mítica edad de oro
islámica de hace trece siglos. Y esto es lo que tienen en común todos los
grupos fundamentalistas islámicos, desde los hermanos musulmanes como
movimiento de masas, al menos en su versión original egipcia, hasta los
grupos terroristas, entre los que el más extremista es el terrible Estado
Islámico (EI). Todos ellos comparten el deseo de reinstaurar de alguna
manera la forma de gobierno y las normas sociales que existían en la época
temprana del islam. En el caso del EI, creen que ya lo están haciendo con su
llamado Estado Islámico.

-¿Qué relación guarda el fundamentalismo islámico con el imperialismo? ¿Se
opone al mismo o está confabulado con él?

Ambas cosas, diría yo, y esto no es contradictorio. La tropa del
fundamentalismo islámico está formada por personas que reaccionan ante las
consecuencias del capitalismo, de la dominación imperialista y de las
guerras imperialistas. Pero responden a estas de un modo reaccionario.
Frente al capitalismo y al imperialismo podrían optar por emprender una
lucha progresista, encaminada a sustituir el capitalismo salvaje por una
sociedad igualitaria socialmente justa, o bien creer que la solución pasa
por reinstaurar una forma de gobierno que resulta completamente anacrónica
en los tiempos que corren, abrazando por tanto una perspectiva muy
reaccionaria.

Y puesto que es una respuesta reaccionaria a los problemas que hemos
mencionado, ha acabado siendo utilizada históricamente por toda clase de
fuerzas reaccionarias, incluido el propio imperialismo. Desde que se fundó
su movimiento, los hermanos musulmanes han establecido un vínculo estrecho
con el Estado que era y sigue siendo de lejos el más reaccionario,
antidemocrático y misógino que hay en el mundo, el reino de Arabia Saudí.
Este vínculo lo establecieron en virtud de la afinidad entre su propia
perspectiva y lo que suele denominarse el wahabismo, que es la ideología de
la fuerza tribal que fundó el reino saudí.

Los hermanos musulmanes colaboraron estrechamente con el reino saudí desde
su creación hasta 1990, cuando Irak invadió Kuwait y provocó la primera
guerra de EE UU contra Irak. Hasta entonces, la Hermandad Musulmana fue un
gran aliado del reino saudí y del propio EE UU, el patrón de los saudíes.
Ambos la utilizaron en la lucha contra el nacionalismo de izquierda, en
particular contra Gamal Abdel Nasser en Egipto (1952-1970), pero también
contra el movimiento comunista y la influencia de la Unión Soviética en
países de mayoría musulmana. Esta alianza impura de EE UU, Arabia Saudí y
los movimientos fundamentalistas islámicos era reaccionaria hasta la médula.

Los saudíes rompieron con la Hermandad porque esta última no secundó al
reino en su apoyo al ataque de EE UU contra Irak en 1991. Esto se debió, por
un lado, a que a los hermanos musulmanes les resultaba muy difícil, desde el
punto de vista ideológico, aprobar una intervención occidental contra un
país musulmán desde el territorio que alberga los lugares sagrados del
islam. Por otro lado, tenían que tomar en cuenta el hecho de que sus bases
se oponían firmemente a aquella agresión, al igual que la gran mayoría de la
opinión pública de los países árabes.

Así, la mayoría de secciones regionales de la Hermandad Musulmana condenaron
el despliegue y el ataque de EE UU, lo que hizo que el reino saudí rompiera
con ella. Por eso se puso a buscar y encontró a otro patrocinador: el
emirato de Catar, que desde entonces es su principal patrocinador. Después
de haber sido financiada durante décadas por los saudíes, ahora la financia
el emirato de Catar. Y Catar, por supuesto, es otro íntimo aliado de EE UU
en la región, un país que alberga cuarteles avanzados del Mando Central
militar de EE UU (CENTCOM) y la plataforma más importante de las guerras
aéreas de EE UU desde Afganistán hasta Siria.

Cuando los hermanos musulmanes ejercieron el poder en Egipto durante la
presidencia de su miembro Mohamed Morsi, se ganaron los elogios de
Washington. Su historial es más que evidente. Otras ramas más “radicales”
del fundamentalismo islámico también han colaborado en el pasado con EE UU.
La historia de Al Qaeda es conocida: se originó al sumarse a la guerrilla
apoyada por EE UU, Arabia Saudí y Pakistán para luchar contra la ocupación
soviética de Afganistán, antes de convertirse en feroces enemigos de EE UU y
de la familia real saudí después de 1990, por un motivo similar al que
provocó la ruptura de la Hermandad con el reino.

-¿Ha cambiado el carácter de clase del fundamentalismo islámico con este
cambio de patrocinador estatal? ¿Sigue siendo una expresión de la pequeña
burguesía o se ha “aburguesado”?

Antes que nada, el fundamentalismo islámico no se limita a un único
movimiento. Constituye un amplio espectro de fuerzas y grupos, como ya he
señalado, que va desde los Hermanos Musulmanes hasta los fanáticos
totalitarios como el EI, pasando por los yihadistas. Incluso si nos
circunscribimos a la Hermandad Musulmana, no debemos olvidar que se trata de
una organización regional y global cuyas estrategias y tácticas varían de un
lugar a otro. Sin embargo, si nos centramos exclusivamente en Egipto, está
claro que se ha producido un “aburguesamiento” de la Hermandad egipcia.
Cuando Nasser los reprimió, muchos de sus miembros y dirigentes acabaron en
el exilio en Arabia Saudí, donde varios de ellos se convirtieron en hombres
de negocios y sacaron provecho del boom del petróleo de la década de 1970.
La relación con el Estado saudí y el capital del Golfo desempeñó un papel
importante en el desarrollo en Egipto de una capa de lo que los turcos
llaman “burguesía devota”, un sector que desempeña un papel cada vez más
importante en el seno de la Hermandad.

Mientras que esta fracción capitalista adquirió una importancia notable en
el seno de la Hermandad, el grueso de sus bases, de su tropa, sigue
reclutándose en las filas de la pequeña burguesía y las capas más pobres de
la sociedad. Esto no debería extrañar a nadie. Mira el caso de Donald Trump
en EE UU. Es el portaestandarte de la política reaccionaria, pero sus
seguidores no son precisamente accionistas de Microsoft. La derecha
capitalista, especialmente sus sectores más reaccionarios, siempre busca
reunir una masa de seguidores en otras clases, en particular entre los
sectores resentidos de las clases medias y del proletariado.

Dicho esto, el cambio de composición de clase de la dirección de la
Hermandad no ha alterado básicamente su programa. Para empezar, nunca han
sido anticapitalistas, más allá de expresiones muy generales sobre la
equidad social que se escucha incluso de los partidos más conservadores.
Salvo en el caso de los grupos que se adhieren abiertamente al crudo
darwinismo social, hasta los partidos políticos más conservadores utilizan
una retórica compasiva. Recordemos el “conservadurismo compasivo” de George
W. Bush. Lo mismo ocurre con la Hermandad. Hablarán de ocuparse de los
pobres para decir que el islam aporta la solución y que la caridad islámica
aliviará la pobreza. Todo esto encaja perfectamente en una perspectiva
neoliberal que apoya la privatización de la asistencia social y su
delegación en sociedades de beneficencia privadas.

No es extraño, por tanto, que cuando los hermanos musulmanes accedieron al
poder en Túnez y Egipto, mantuvieran la misma política económica de los
regímenes anteriores. Aprobaron los dictados del Fondo Monetario
Internacional (FMI) e hicieron todo lo posible por complacer a la clase
capitalista, incluidos los amiguetes capitalistas del antiguo régimen. Los
fundamentalistas islámicos no se opusieron al orden neoliberal que ha
hundido en la miseria a Oriente Medio.

-¿Por qué se ha convertido el fundamentalismo islámico en una corriente
política dominante en Oriente Medio? Esto es sorprendente dada la rica
historia de nacionalismo secular y organización comunista en la región.

Esta es una cuestión muy importante. Actualmente prevalece una visión
impresionista debido a las continuas informaciones de los medios de
comunicación sobre diversas ramas del fundamentalismo islámico en Oriente
Medio. Esto ha creado la impresión de que la religión, en general, y el
fundamentalismo islámico, en particular, siempre han dominado el escenario
político en la región. Pero esto no es cierto. Un país como Egipto, la cuna
de la Hermandad Musulmana, es un ejemplo ilustrativo. Allí, la Hermandad
logró crecer y experimentar un avance espectacular en la década de 1940,
creando una fuerza con cientos de miles de seguidores. Uno de los motivos
principales de su avance fue el hecho de que la izquierda fuera
relativamente débil y estuviera fragmentada en este país. Esto contrastaba
con otros países de la región, donde en aquel entonces los nacionalistas
laicos de izquierda y los comunistas eran bastante fuertes, y la Hermandad,
por consiguiente, mucho más débil. En Siria e Irak, el partido laico
nacionalista Baas estaba desarrollándose en competencia con un movimiento
comunista masivo.

Esto comenzó a cambiar en Egipto con el golpe militar de 1952. Nasser y su
grupo de oficiales y suboficiales tumbaron la cúpula del ejército y la
monarquía y proclamaron la república. Desde el punto de vista político, el
grupo era variopinto. Con el tiempo se inclinaron hacia la izquierda,
impulsando reformas nacionalistas y sociales. Aprobaron una reforma agraria,
redistribuyendo las propiedades de los grandes terratenientes. También
nacionalizaron propiedades extranjeras, siendo el acto más espectacular la
nacionalización del Canal de Suez en 1956, que dio lugar a la agresión
combinada de Gran Bretaña, Francia e Israel contra Egipto. La
nacionalización de empresas extranjeras vino seguida de la nacionalización
de empresas privadas egipcias y la proclamación del “socialismo” en 1961.

La radicalización a la izquierda de estos nacionalistas –con la destacada
figura de Nasser en el centro de este proceso– hizo que ganaran una enorme
popularidad, no solo en Egipto, sino en el conjunto de la región y más allá,
en todo el tercer mundo. Esto se debió a sus reformas sociales y su
oposición al imperialismo y al sionismo, una actitud que respondía a las
aspiraciones de las masas. Bastante pronto, tras un breve periodo de
cooperación, chocaron con los hermanos musulmanes y los reprimieron antes de
embarcarse en su proceso de radicalización. Desde entonces, los hermanos
musulmanes se convirtieron en los peores enemigos de los nacionalistas. Y
los saudíes, de común acuerdo con Washington, los utilizaron como arma
contra Nasser.

A raíz de la radicalización y la creciente influencia del nasserismo, la
Hermandad quedó completamente marginada en Egipto. Había sido objeto de una
feroz represión, sin duda, pero la represión por sí sola no consigue nunca
marginar a un movimiento que mantiene un fuerte atractivo ante las masas. El
caso es que los hermanos perdieron su atractivo. No tenían soluciones que
ofrecer a los problemas sociales reales de las masas, mientras que los
nacionalistas sí abordaban estas cuestiones, al menos en parte. En este
periodo, la mayoría de las personas en Egipto y en toda la región ya solo
vieron a los hermanos musulmanes como agentes de los saudíes y de la CIA.

La situación comenzó a cambiar a finales de la década de 1960, con la crisis
del nacionalismo laico. El momento clave fue la victoria de Israel en 1967
sobre el Egipto nasserista y la Siria baasista. Al igual que en Egipto, esta
última había experimentado una radicalización nacionalista de izquierda,
encabezada por un grupo que Asad –el padre del actual carnicero de Siria–
derrocaría podo después. Con la derrota de 1967, seguida en 1970 del
aplastamiento de las guerrillas palestinas en Jordania, la muerte de Nasser
y el derrocamiento del ala izquierda del partido Baas, el nacionalismo
radical árabe sufrió un fuerte revés que abrió las puertas al retorno de la
Hermandad Musulmana.

El sucesor de Nasser, Anuar el Sadat, emprendió un rumbo de desnasserización
en Egipto, revirtiendo todas las políticas progresistas del periodo
anterior, tanto en el ámbito agrícola o industrial como en el terreno
antiimperialista o antisionista. Al embarcarse en este proyecto regresivo,
soltó de la cárcel a los hermanos musulmanes y permitió que volvieran los
que se encontraban en el exilio. Lo hizo porque los necesitaba como aliados
en su proyecto reaccionario en Egipto. Los hermanos cumplieron su tarea de
buena gana, convirtiéndose en la fuerza de choque de la ofensiva ideológica
de Sadat en su ataque contra la izquierda. Sadat les permitió reconstruir su
organización para convertirla en un movimiento de masas, a condición de que
no le disputaran el poder. Mantuvieron esta relación con el sucesor de
Sadat, Hosni Mubarak.

En un contexto de debilidad organizativa de la izquierda, cuyo sector más
visible también mantenía una relación ambigua con el régimen, la Hermandad
llenó un vacío, atrayendo a sectores descontentos de la población. Con los
fondos aportados por los nuevos capitalistas en sus filas y su patrocinador
saudí, lograron un crecimiento espectacular. Sin embargo, con la
recuperación de su poder empezaron a surgir ambiciones de desempeñar un
mayor papel político que lo que les permitía el régimen. Esto generó
tensiones que dieron pie, ocasionalmente, a medidas represivas por parte del
régimen, pero una y otra vez fueron liberados de la cárcel al cabo de
periodos relativamente cortos. En ningún momento sufrieron una represión tan
dura como la que tuvieron que soportar bajo Nasser. Mubarak jamás trató de
aplastarlos ni de prohibir del todo su movimiento. Fueron tolerados porque
eran útiles al régimen y solo eran reprimidos cuando el régimen pensaba que
se estaban extralimitando.

Por tanto, en 2011 no surgieron de la nada. Eran una fuerza muy importante
en Egipto, incluso en el terreno electoral. En 2005 lograron el 20 % de los
escaños en el parlamento. Mubarak utilizó este ascenso controlado para
advertir al gobierno de George W. Bush, que le estaba presionando para que
procediera a cierto grado de liberalización política. Ante la ausencia de
fuerzas significativas a la izquierda o entre los liberales, capaces de
desafiar al régimen o capitalizar el descontento popular, el fundamentalismo
islámico se hallaba en una posición óptima para capturar ese potencial.

Sin embargo, la historia demuestra que cuando existe una corriente
progresista que goza de cierta credibilidad, es posible contrarrestar
efectivamente el fundamentalismo. La debilidad de la izquierda es
inversamente proporcional a la fuerza del fundamentalismo islámico. Entre
estas dos corrientes el juego es de suma cero, a diferencia de la relación
de la izquierda con la teología de la liberación en América Latina. Allí, la
teología de la liberación, que representa una interpretación progresista del
cristianismo, es una componente importante de la izquierda, con la que
comparte, en muchos lugares, las mismas organizaciones, como fue el caso del
Partido de los Trabajadores de Brasil en sus buenos tiempos de radicalidad.
En Oriente Medio, la izquierda se enfrenta al fundamentalismo islámico como
uno de los dos polos principales de la política reaccionaria, siendo el otro
polo el constituido por los regímenes.

De este modo, la revuelta árabe se topó, ya en 2011, con dos fuerzas de la
contrarrevolución en vez de la tradicional oposición binaria de revolución y
contrarrevolución, es decir, con una configuración triangular en que un
proceso revolucionario tuvo que enfrentarse a dos polos
contrarrevolucionarios. Las fuerzas progresistas, que expresaban las
aspiraciones del levantamiento, fueron necesarias para ponerlo en marcha y
organizarlo en sus primeros pasos, pero pronto chocaron con los regímenes,
por un lado, y con las oposiciones fundamentalistas islámicas, por otro,
ambos opuestos a las aspiraciones de la ola revolucionaria y, en algunos
países de la región, confabulados directamente para frustrar su
radicalización.

El caso de Egipto vuelve a ser un ejemplo ilustrativo de la colaboración de
los hermanos musulmanes con el ejército en 2011, el primer año de la
revuelta. Esto abrió de hecho un espacio para el campo progresista. La
elección presidencial de 2012 mostró el ascenso del polo progresista con el
candidato nasserista, Hamdeen Sabahi, logrando –para sorpresa de todo el
mundo– más votos que nadie en El Cairo y Alejandría y un 20 % de los votos a
escala nacional. Se acercó en número de votos a los dos candidatos ganadores
de la primera vuelta, el de los militares y el de los hermanos musulmanes,
Mohamed Morsi.

Por desgracia, sin embargo, Sabahi cayó en la trampa de apoyar el golpe
militar contra Morsi en 2013. En vez de oponerse coherentemente a ambos
bandos contrarrevolucionarios, se echó del lado de uno de ellos: después de
aliarse con los hermanos musulmanes en 2011, pactó con los militares en
2013. Solo cuando se mantuvo equidistante entre ambos, en 2012, consiguió un
avance importante. La izquierda debe extraer de esta experiencia una lección
crucial si quiere convertirse en una fuerza creíble y dirigir una nueva
revuelta hacia la victoria. Ha de construir una alternativa tanto al régimen
como a los fundamentalistas islámicos. Si no lo hace, y puesto que la
política, al igual que la naturaleza, aborrece el vacío, la Hermandad
Musulmana podría retornar y reconstruirse como la principal oposición al
régimen, o peor aún, podríamos asistir al surgimiento de ramas más violentas
del fundamentalismo islámico.

-Me parece que vale la pena desarrollar esto un poco más. ¿Cómo debería
posicionarse la izquierda en relación con las fuerzas fundamentalistas
islámicas que luchan contra el imperialismo o el sionismo? Por ejemplo,
¿cómo debería relacionarse la izquierda con Hamás y Hezbolá?

La izquierda ha desarrollado una rica tradición, en la que deberíamos
inspirarnos para enfocar esta cuestión. Esta tradición consiste en apoyar
las luchas justas contra el colonialismo y el imperialismo
independientemente de quién las impulsa, sin que esto suponga un apoyo
acrítico a quienes están librando estas luchas. Por ejemplo, cuando la
Italia fascista invadió Etiopía en 1935, lo razonable era que todos los
antiimperialistas se opusieran a la invasión, pese a que Etiopía estaba
gobernada por un régimen sumamente reaccionario desde el punto de vista de
la izquierda. La oposición a la invasión italiana no suponía un apoyo
acrítico al emperador etíope.

Este mismo planteamiento es el que deberíamos aplicar hoy. Hamás o Hezbolá
han estado implicadas, efectivamente, en luchas contra la ocupación y la
agresión israelí. Apoyamos esta lucha sea quien sea quien la libre. Pero
Hamás no es el único grupo que lucha contra Israel; hay otras organizaciones
en Palestina. Así que hemos de discernir, dentro de esta gama de grupos
antisionistas, cuáles son más próximos a nuestra perspectiva política. Y lo
mismo cabe decir con respecto a Líbano.

Tanto en Palestina como en Líbano, el juego de suma cero entre la izquierda
y estas fuerzas es un hecho. Hamás consiguió crecer a expensas de la
izquierda palestina. En la época de la primera intifada, en 1988, la
izquierda era la fuerza dirigente en los territorios ocupados en 1967. Sin
embargo, por desgracia sus grupos acabaron aprobando directa o
indirectamente la capitulación de Yaser Arafat ante EE UU e Israel. Y esto
fue un desastre para su influencia política, abriendo la puerta a Hamás.
Recordemos que Hamás fue fundada por la rama palestina de los hermanos
musulmanes, que hasta entonces había sido favorecida por el ocupante israelí
como antídoto contra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Lo mismo cabe decir de Hezbolá en Líbano. Apareció tras la invasión israelí
de Líbano en 1982, pero no fue quien inició la resistencia a dicha invasión.
En realidad, fueron el Partido Comunista y fuerzas nacionalistas de
izquierda quienes lo hicieron, amparados en una tradición de lucha contra
las sucesivas invasiones israelíes del sur de Líbano. Hezbolá se construyó a
expensas de estas fuerzas, en particular del Partido Comunista. Este tenía
gran influencia en las regiones de mayoría chií y por tanto era considerado
un importante competidor de Hezbolá, que era una secta chií. Hezbolá fue tan
lejos que asesinó a destacadas figuras chiíes del Partido Comunista. Pese a
convertirse en la fuerza dominante en una lucha justa –la lucha contra la
ocupación israelí–, no es en modo alguno una fuerza progresista. Ha llegado
a ser lo que es reprimiendo y descabezando a fuerzas progresistas que
libraban la misma lucha. No obstante, era correcto apoyar la resistencia
libanesa, pese a que pasó a estar completamente dominada por Hezbolá. Esto
no es lo mismo que apoyar a Hezbolá en general, incondicional y
acríticamente.

La política interior de Hezbolá en Líbano, tanto en el terreno económico
como en el social o cultural, no es en modo alguno progresista. El Partido
de Dios (es lo que significa Hezbolá en árabe) se acomodó muy bien en la
reconstrucción liberal de Líbano. Tampoco debemos olvidar que depende
estrechamente del régimen iraní, que es todo menos progresista. Ahora bien,
si EE UU o Israel lanzaran un ataque contra Irán, nosotros no dudaríamos en
apoyar a este país. Esto no significa que no consideremos que el régimen
iraní es reaccionario, represivo, capitalista, y por tanto un enemigo de la
causa social por la que luchamos. Es muy importante entender esto, porque en
los últimos años Irán y Hezbolá han acudido en ayuda del régimen
contrarrevolucionario de Siria. Le han prestado tropas de choque decisivas
que se han sumado a la masacre contra el movimiento popular democrático.
Esto demuestra su profundo carácter reaccionario. Para el régimen iraní,
esto es perfectamente coherente con la represión del movimiento democrático
en el propio país en 2009.

-¿Qué postura debería adoptar actualmente la izquierda con respecto a los
Hermanos Musulmanes en Egipto? Algunos la califican de fuerza reformista,
con la que la izquierda puede formar un frente único. ¿Qué piensas de esto?
Y ¿qué alternativa propones a este planteamiento?

Bueno, permíteme que especifique las actitudes de algunos sectores de
izquierda en Egipto más que marcarles una línea desde la distancia. Hay
sectores de izquierda que mantienen una postura que me parece correcta:
oponerse a la toma del poder por los militares y condenar la brutal
represión contra la Hermandad Musulmana, sin prestar ningún apoyo político a
esta última.

Caracterizar la Hermandad de “reformista” induce a confusión, por decirlo
suavemente. Si no se matiza, esta etiqueta pude implicar que se considera la
Hermandad como una organización similar a las alas reformistas del
movimiento obrero, lo que sería sumamente engañoso. Claro que se podría
decir que la Hermandad es “reformista” (o “moderada”) en comparación con los
yihadistas “radicales” y terroristas como Al Qaeda y el EI, pero esto
entraría dentro del espectro de la ideología fundamentalista islámica
reaccionaria.

Sería un gran error y sumamente engañoso decir que la Hermandad es
“reformista” sin más, dando a entender que es reformista de la misma manera
que algunas corrientes progresistas no revolucionarias, ya sean
estalinistas, socialdemócratas o nacionalistas de izquierda, corrientes que
creen que pueden alcanzar el socialismo sin desmantelar el Estado burgués.
La Hermandad Musulmana ultraneoliberal solo es “reformista” en la
implementación de su programa fundamentalista islámico, pero de ninguna
manera en un sentido socialdemócrata. Es una fuerza ultrarreaccionaria en
materia de política social. No obstante, esto no significa ni mucho menos
que haya que aplaudir su represión a manos de regímenes que son igual de
reaccionarios. La izquierda debería ser siempre la que lucha de modo más
consistente por las libertades democráticas.

-¿Qué lecciones debería sacar la izquierda del papel de las fuerzas
fundamentalistas islámicas en la primavera árabe en su conjunto?

Lo que he dicho con respecto a Egipto puede extenderse al conjunto de la
revuelta árabe. La izquierda ha de adoptar una actitud correcta de oposición
a ambos polos contrarrevolucionarios, representados por los regímenes, de un
lado, y por las fuerzas fundamentalistas islámicas, de otro, y esforzarse
por crear un tercer polo, opuesto igualmente a ambos en su perspectiva
estratégica. Claro que tácticamente, la izquierda puede “golpear
conjuntamente” con uno contra el otro –el más peligroso del momento–,
siempre que siga “caminando por separado” con su propio programa, desafiando
a ambos polos reaccionarios. Desde el punto de vista estratégico, la
izquierda debería librar su combate en ambos frentes. En lugar de este
planteamiento, por desgracia, hemos visto cómo fuerzas progresistas se
alineaban con los fundamentalistas islámicos contra los regímenes –como
ocurrió en las primeras etapas de la revuelta en muchos países, o todavía
ocurre en el caso de Siria–, mientras que otros sectores de la izquierda se
alineaban con los regímenes existentes contra los fundamentalistas
islámicos.

Y mientras podemos encontrar en la primera categoría a algunos individuos
que califican erróneamente a los hermanos musulmanes de “reformistas” (lo
cierto es que esta caracterización es tan descabellada que hay muy poca
gente que la sostenga), la mayoría de los grupos de la segunda categoría
califican erróneamente a los hermanos musulmanes de “fascistas”, lo cual es
igual de descabellado. La analogía con el fascismo pasa por alto importantes
diferencias entre las dos corrientes y solo se fija en algunos aspectos
organizativos que son comunes a partidos muy diferentes, basados en la
movilización de masas y el adoctrinamiento, incluida la tradición
estalinista. A diferencia del fascismo histórico, la Hermandad Musulmana no
surgió en países imperialistas en respuesta al movimiento obrero cuando este
puso en jaque al capitalismo, y con el fin de encarnar una versión más dura
del imperialismo.

Así que tenemos estos dos tipos de planteamiento simétricamente opuestos.
También hay fuerzas de izquierda que han cambiado de uno a otro. Por
ejemplo, el partido nasserista egipcio, dirigido por Sabahi, pasó de aliarse
con los Hermanos Musulmanes en 2011, hasta el punto de participar en su
coalición electoral como socio minoritario, a aliarse con el ejército en
2013, sumándose al coro que cantó las loas al mariscal de campo Abdelfatah
al Sisi. Esta actitud política es desastrosa si se quiere construir una
alternativa progresista en la región. Es crucial que los progresistas
afirmen un tercer polo revolucionario, opuesto por igual a los dos polos
contrarrevolucionarios que ahora dominan la escena, si desean en algún
momento dado volver a abanderar las aspiraciones que inspiraron la primavera
árabe en 2011.

A falta de esto, seguiremos asistiendo al desastre en curso con un escenario
regional arrollado por el choque entre los dos polos contrarrevolucionarios.
La mejor situación a corto plazo es la de la coalición entre los dos polos
reaccionarios, como ha ocurrido en Túnez, donde el equivalente local a los
Hermanos Musulmanes se integró en una coalición de gobierno con las fuerzas
del antiguo régimen, o en Marruecos, donde el rey ha incorporado al
equivalente local al gobierno. Washington y sus aliados europeos están
impulsando activamente este tipo de acuerdos en casi todos los países de la
región: la reconciliación entre los dos polos contrarrevolucionarios encaja
muy bien dentro de su perspectiva, desde luego. Sin embargo, esta
reconciliación también será beneficiosa desde un punto de vista progresista,
pues obligará a las fuerzas progresistas a oponerse a ambos polos
contrarrevolucionarios y propiciará su aparición como la alternativa a los
dos. En cualquier caso, el futuro de la izquierda en Oriente Medio depende
de que adopte esta orientación.

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