Uruguay/ shoppings y supermercados: luchas que implican un acontemiento político nuevo [Gabriel Delacoste]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Dic 31 01:02:06 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

31 de diciembre 2016

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Uruguay

Política en el shopping

Gabriel Delacoste

La Diaria, Montevideo, 30-12-2016

http://ladiaria.com.uy/

En los shoppings no existen el día ni la noche, ya que siempre están
iluminados con luz artificial. No existen tampoco diferencias aparentes
entre los días de semana y los fines de semana, ni entre las estaciones del
año. Algún descuido en las terminaciones permite a veces ver el cable que
alimenta a algún cartel luminoso, o el gesto de cansancio de algún
trabajador que está haciendo alguna de las tareas ocultas que mantienen al
shopping siempre idéntico a sí mismo.

Cuando un conocido compartió en Facebook un video de la página de FUECYS
(Federación Uruguaya de Empleados de Comercio y Servicios), titulado
“Forever 21 en lucha”, esas palabras que nunca esperé ver juntas captaron
inmediatamente mi atención. Durante los conflictos sindicales en tiendas y
supermercados de los últimos meses, circularon numerosos videos igual de
inverosímiles. Pancartas, cánticos y consignas combativas crearon un terreno
de lucha en un lugar que intenta con todas sus fuerzas mantenerse privado,
artificial y desinfectado.

Así, la aparición de los trabajadores de estos servicios desafía la
sensación fetichista de que las góndolas de los supermercados se llenan
solas, de que los productos que uno necesita simplemente están allí, como
los frutos de un árbol frutal, esperando que uno los recoja. Con la
aparición de este conflicto, los templos del consumismo del nuevo uruguayo
de repente tienen que ser vistos como lugares de producción, explotación y
lucha.

Durante este conflicto, muchos clientes se enfrentaron a la molestia de que
un trancazo les impidiera comprar lo que querían cuando lo querían, y si
estos conflictos continúan en el transcurso de los años, quizá un día
tengamos que aprender que no podemos tener cualquier cosa que podamos pagar
en el momento en que se nos ocurra, porque para que eso sea posible alguien
tiene que reponer las góndolas, atender las cajas y limpiar los pisos;
alguien que tiene tanto derecho y deseo como nosotros de descansar en las
noches y los fines de semana, alguien que hace una de las tareas más
importantes que existen en una sociedad moderna: distribuir alimentos y
otros bienes que necesitamos a diario. Quizá un día, el derecho a descansar
y a tener condiciones dignas de trabajo se equilibre con el derecho a no
planificar las compras o a no postergar un antojo, fruto de la alianza
perversa entre el jefe explotador y el cliente caprichoso.

Estas luchas implican un acontecimiento político nuevo. Nunca antes había
habido un conflicto de esta magnitud en estos sectores, y nunca se habían
visto tantas escenas como las que muestran los videos a los me refería más
arriba. Los comentaristas políticos no estamos acostumbrados a asociar a
organizaciones de trabajadores con lo nuevo, ya que suele estar reservado a
otras identidades y luchas: de mujeres, de jóvenes, de no blancos, de
migrantes, de precarios. De hecho, muchos sectores políticos, académicos y
mediáticos ocupan mucho tiempo y esfuerzo en resaltar que las luchas en
torno al salario, las condiciones de trabajo y la jornada laboral forman
parte de la “izquierda tradicional”, sabiendo que esta es la mejor manera de
desacreditar una lucha en tiempos de cambio constante. Pero resulta que
mientras la izquierda mundial se despierta de la siesta ochentista, una y
otra vez lo nuevo es precisamente lo que tanto intentaron hacer pasar de
moda.

La imagen preferida para borrar al trabajo como una “vieja lucha” es la de
homologar el problema del trabajo al de varones de mediana edad con
generosas protecciones legales y sociales (como si tuviera algo de malo que,
fruto de luchas pasadas, algunos trabajadores lleguen a la mediana edad con
algún grado de seguridad y bienestar); tal imagen no se sostiene cuando
pensamos en los trabajadores de las tiendas y los supermercados, y en sus
luchas, en un sector en el que se desempeñan desproporcionadamente mujeres,
jóvenes, no blancos, migrantes y precarios, que luchan como trabajadores.

¿Y si, obstinadamente, la clase trabajadora fuera el futuro? ¿Y si, a pesar
de (o gracias a) la precarización neoliberal y la proliferación de nuevas
prácticas, identidades y formas de organizarse, el trabajo volviera a ser
(si es que alguna vez dejó de ser) un espacio fundamental de la lucha de la
izquierda y la subjetivación de los de abajo?

Decir esto no implica sostener el discurso de que las “luchas posmodernas”
cumplen únicamente la función de ocultar las luchas en torno al trabajo, que
funciona como espejo perfecto del discurso que intentó borrar al trabajo
como problema político. Es importante señalar, además, que las voces que
reclaman que se hable de lucha de clases cuando se discute, por ejemplo,
sobre diversidad sexual suelen quedarse extrañamente calladas cuando la
lucha de clases irrumpe en la agenda política.

Tiene que ser posible pensar este problema sin volver a caer en la
distinción estéril entre nuevas izquierdas y viejas izquierdas, entendiendo
que nadie se agota en una de las dimensiones de su vida, y que las
trabajadoras mujeres pueden luchar a veces como mujeres y a veces como
trabajadoras, y a veces, incluso, las mujeres de otras clases sociales
pueden ser solidarias con la clase trabajadora y los trabajadores pueden ser
solidarios con las luchas feministas. Lo mismo vale para tantas otras
luchas.

En cuanto a los jóvenes, en particular, es importante pensar el problema de
las “generaciones políticas”, que normalmente, más que señalar a
generaciones, suele tematizar a las generaciones dentro de una clase, la de
los intelectuales, los profesionales y la elite política. Los jóvenes que
pelearon en el conflicto de los supermercados muestran que la comprensión de
la generación política de la era progresista tiene que incluir a las decenas
de miles de jóvenes que se afiliaron a sindicatos en la última década, por
cierto mucho más numerosos que los que se mueven en ciertos mundillos de la
izquierda cool. Los jóvenes, además de pelear por la legalización de la
marihuana, pelean por ganar 20.000 pesos, y ganan.

Son 20.000 pesos (680 dólares) que no van a quedar inmortalizados como
conquista en una foto de festejos en las barras del Parlamento, y que
costará defender contra la inflación, el endeudamiento y la incertidumbre
económica, pero que muestran un progreso. Porque la lucha es ya en sí una
conquista que se puede ver claramente al pensar lo impensable que era hace
algunos años que FUECYS tuviera decenas de miles de afiliados, o que tuviera
la fuerza para trancar 250 comercios.

Existen intensos debates académicos y políticos sobre cómo politizar y
organizar a los precarios, en un tiempo en el que el capital es cada vez más
capaz de dispersarnos e individualizarnos. Pero tal vez una estrategia
posible sencillamente haya pasado sin ser vista por delante de las narices
de tantos intelectuales radicales: la de negarse a ser precarios y
organizarse, a pesar de todo.

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