Venezuela/ Debates/ el modelo bolivariano: a la búsqueda del jacobino perdido [Fernando López D' Alesandro]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ene 8 17:17:04 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

8 de enero 2016

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Venezuela/Debates

A la búsqueda del jacobino perdido

El modelo bolivariano y el problema de la república 

Fernando López D‘ Alesandro *

Brecha, Montevideo, 8-1-2016

http://brecha.com.uy/

El domingo 6 el gobierno bolivariano de Nicolás Maduro sufrió la más dura
derrota desde que Hugo Chávez ganó las elecciones en 1998. La izquierda que
apoya el proceso incondicionalmente abarrotó las redes y los medios
justificando el desastre con las viejas excusas de la campaña mediática, y
la culpa, siempre presente, del imperialismo. La dirigencia venezolana, sus
errores y su gestión al frente del Psuv y del Estado parecen impolutos e
incuestionables. O sea, aquellos que durante 18 años los votaron y hoy les
quitaron el apoyo no son seres conscientes que analizan la realidad de
manera crítica, no. En algunos casos son “traidores”, en otros fueron
engañados por los medios, la derecha y el imperio. Así, el proceso
bolivariano se salva y se autoabsuelve de sus culpas. Un estilo de análisis
que muestra un síntoma de crisis ideológica, sin duda, pero principalmente
refleja la crisis republicana de una izquierda que muere… Por suerte queda
una izquierda que bosteza…

La izquierda, la república y la democracia 

Estuve tentado de subtitular como “el problema de la república y la
democracia”, pero para el socialismo latinoamericano ni la república ni la
democracia son un problema. A la izquierda que derivó del comunismo y que se
niega a la crítica del fracaso histórico le hacen ruido tanto la democracia
como la república. No acepta que las sociedades latinoamericanas –y las
occidentales en general– hoy asumen como propios los principios que siempre
fueron pregonados por las derechas –pero pocas veces cumplidos–, haciendo de
la democracia el instrumento idóneo para gobernarnos, exigiendo su
cumplimiento estricto, pero, además, utilizado para dar “jaque al rey”
cuando se vuelve necesario. Las libertades democráticas no son “burguesas”,
son simplemente “libertades” que se ganaron gracias a las luchas populares.
El sufragio universal y las libertades públicas fueron arrancados a fuerza
de muertos y movilizaciones, haciendo que la vieja democracia dejara de ser
“burguesa”. Eso es algo que la cultura comunista latinoamericana no integra,
y por eso ve la democracia con el viejo recelo sesentista que terminó en
tragedia. Para la izquierda de raíz bolchevique la democracia no es un
principio, es un instrumento, una etapa que hay que pasar… hasta llegar al
ideal del “unicato”, donde la homogeneidad sea la tónica, un pueblo, un
liderazgo, un partido.

En ese proceso la cultura comunista se vanagloria de “no haber perdido nunca
el poder desde que se ganó”, como escribieron en los documentos del Foro de
San Pablo, culpando de todos los males al omnipresente imperialismo. Así, si
luego de 18 años de revolución la corrupción campea y los venezolanos no
tienen papel higiénico, las culpas hay que buscarlas en Washington, jamás en
Caracas.

Peor aún es la debacle del sentido republicano.

La república es uno de los grandes logros de la modernidad y una de las
grandes victorias de la izquierda. El hecho de que vivamos en un gobierno de
leyes y no de hombres es uno de los grandes avances en la historia de la
humanidad. Como decía Robespierre, “somos libres porque somos esclavos de la
ley”. La institucionalidad no es una moda ni una excusa, es la base desde la
cual se radicalizará la democracia. Eso implica el final de todo tipo de
poder personal, tanto monárquico como caudillista o bonapartista. Implica,
por tanto, la necesaria creación de estructuras democráticas donde las
personas roten en sus cargos y donde gracias a la concepción republicana
todos puedan ser “personas comunes con responsabilidades”.

La cultura comunista y su variante contemporánea –el bolivarianismo– rompen
con la república. Los gobiernos se vuelven personales y eternos. Chávez era
el bolivarianismo y su ausencia desbarrancó el proceso. La sucesión no puede
sustituir al creador, y el vacío del poder personal y personalizado agota
todo sentido republicano y, peor aun, se generan inmensas marchas atrás. En
coincidencia con esto, Cristina Fernández, Evo Morales y Rafael Correa
anulan el sentido de república al personalizar el poder violentando a la
izquierda republicana y democrática.

Lo peor es que esta decisión política e ideológica le regala el sentido de
república a las derechas, como pasó en los sesenta con la democracia.

La libertad de pensamiento y de expresión, el derecho a la libre asociación
y tantos otros son conquistas históricas de las sociedades y no meras formas
detrás de las que se ocultan fines inconfesables. Durante años las derechas
monopolizaron el discurso democrático, pero vacío de contenido, gracias al
cual arrinconaron a los sectores progresistas que erramos el camino
identificando la democracia liberal con una genérica “opresión”. Así pasó lo
que pasó entre los setenta y los ochenta, y los costos humanos fueron
demasiado terribles como para no reflexionar sobre las responsabilidades
propias y ajenas en los desastres que vivimos. Algunos, no todos,
aprendieron la lección, y la resignificación de la democracia como principio
quitó banderas que las derechas se habían apropiado cuando en su origen no
les pertenecían. Algo similar pasó con la república.

Macri y toda la derecha argentina han hecho del “rescate de la república” el
Leitmotiv de su campaña. Propuesta Republicana se llama el partido
conservador que gobierna Argentina desde el 10 de diciembre, porque el
kirchnerismo –siguiendo los pasos del peronismo– marginó la república como
valor y como forma de vida. El poder de “Él” o “Ella” desentonaba con la
división de poderes, con la independencia de la justicia, y desde un estilo
de “clases en lucha” buscaba sumar desde el conflicto para el reparto y no
para el cambio de proyecto histórico. El kirchnerismo no llegó a la lucha de
clases, los límites del proyecto y de las cuentas bancarias se lo impiden.
Algo peor es el sandinismo en Nicaragua, pero no perdamos el tiempo con
delitos menores.

La izquierda y el rescate de la república

En ciertos ámbitos políticos es tragicómico ver los mohines de algunos
militantes culturalmente comunistas cuando se habla de democracia y
pluralismo. Son los mismos que ni se plantean el problema de la república.

En algunos países es novedoso vivir en un gobierno de leyes y de garantías,
donde los gobernantes sean dominados por la ley, donde la norma no permita
hacer cuestión de la ceremonia de traspaso de mando. Es por esto que, quizá,
sea necesario volver a la raíz fundacional de la izquierda para que algunos
se reencuentren consigo. Hace 225 años Robespierre y sus jacobinos fundaron
la izquierda moderna desde señas de identidad que se parieron en el fárrago
de la revolución. Ser de izquierdas era querer la democratización radical de
los derechos y la igualdad económica para todos, pero además implicaba
rescatar la austeridad republicana de la vieja Roma. Por eso Maximilien
Robespierre era el “Incorruptible” y vivía en la austeridad que pregonaba.
El jacobinismo, fundador de la república, gobernaba desde la radicalidad
democrática –tanto política como económica– para toda la sociedad, aceptando
e integrando la diversidad. Gramsci extrae de esta premisa conclusiones para
su teoría de la revolución: “los jacobinos fueron el único partido de la
revolución en acto, en la medida en que representaban no sólo las
necesidades y las aspiraciones inmediatas de los individuos realmente
existentes que constituían la burguesía francesa, sino también el movimiento
revolucionario en su conjunto, en tanto que desarrollo histórico integral”.
Es decir, sólo sería capaz de abarcar el conjunto de un proceso
revolucionario aquella agrupación capaz de comprender no sólo “las
necesidades y aspiraciones inmediatas” (el momento económico-corporativo)
sino las del movimiento en su conjunto (el momento ético-político).

Eso fue lo que perdió el movimiento bolivariano cuando se olvidó de la
república. Abandonó y fue abandonado por vastos sectores que no soportaron
sus incapacidades económicas, morales, sociales y políticas. La revolución
se desbarrancó no por su falta de radicalismo, sino porque no representó más
las “necesidades y aspiraciones inmediatas” de las que habla Gramsci.
Después, sí, existe e influye lo que hicieron sus enemigos, pero primero la
cultura comunista abandonó aquel perfil que le dio razón a la izquierda en
1789. La república fue sustituida por uno o por algunos y no pasó mucho
tiempo para que la gente se hartara de la contradicción. Tal vez rescatar
aquellas raíces jacobinas sea un buen ejercicio para recuperar el tiempo y
el camino perdidos. 

* Historiador y profesor.

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