Uruguay/ agua que saca de quisio: inundaciones y pobreza, enojo y resignación [Venancio Acosta]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ene 11 00:50:38 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

11 de enero 2016

Boletín Informativo

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Uruguay

Artigas (1) después de la inundación

Agua que saca de quicio 

El río Cuareim vuelve a su cauce mientras la ciudad se debate entre la
desgracia y el Carnaval. Entre la lluvia y el calor insufrible. Entre el
enojo y la resignación. Entre la pobreza de su población y la pobreza de la
Intendencia. Entre la excepción y la normalidad. Entre el techo y la
intemperie.

Venancio Acosta, desde Artigas

Brecha, Montevideo, 8-1-2016

http://brecha.com.uy/

El cuerpo tiene memoria. Lejos de complejas fórmulas hidrométricas y
procedimientos meteorológicos de punta, un veterano almacenero del barrio
Rampla, en la ciudad de Artigas, se basta a sí mismo para medir el nivel del
río y determinar con precisión su comportamiento durante los últimos años:
esta vez el agua le llegó a los hombros –dice, gesticulando–, mientras que
la última gran subida del Cuareim, en 2001, apenas le había alcanzado a las
rodillas. Lo arriesgado del cálculo no le impide concluir: “Fue la más
grande de la historia”. Se refiere a la inundación que aguó el fin de año de
miles de uruguayos, y arrasó a su paso viviendas, carreteras y plantíos,
asegurándole a Artigas el primer lugar entre los departamentos con mayor
número de desplazados del país. Habituados a los podios infelices, al
amanecer del año más de 10 mil artiguenses –entre evacuados y autoevacuados–
se dispusieron a regresar a las casas que el río había tomado por asalto.

Vencidos los días de furia, hubo que imponer orden a los desmanes del agua.
A más de una semana del desastre, los pilones de basura aún se amontonaban
en los barrios lindantes con el río, a pesar del ir y venir de los camiones
municipales. Con la inundación encima, se veían los electrodomésticos
flotando en la corriente marrón. Y en los días sucesivos las veredas
acumulaban muebles baratos de madera compensada, inutilizados por el agua,
cual si fueran hojas de papel. Sofás, relojes, muñecas, ropas varias, y toda
clase de artilugios que hacían a la vida cotidiana e íntima de los vecinos,
cortaban el paso de las calles y escenificaban un ambiente de devastación.
Entre los trastos desperdigados por la calle Fortunato Posadas, donde el río
entró a saco, un ejemplar del libro Noite un norte, poemario en portuñol del
escritor artiguense Fabián Severo, yacía enterrado en el barro. “Para
Mariana en agradecimiento por acompañarnos. Para que nuestra lengua sea un
orgullo. Fabián”, dice la dedicatoria, de puño y letra del autor, en la
primera página húmeda y mugrienta.

Auxiliado por un contingente de organizaciones y empresas locales, el
gobierno municipal reunió un arsenal de kits para desinfectar que repartió
entre los inundados, ocupados entonces en librar las viviendas de la mugre y
el mal olor. En su súbita crecida, el río arrastró malezas, barro, animales
e inundó pozos sépticos, suciedad que se busca eliminar a fuerza de
detergente e hipoclorito. “Cuando quise sacar mis porquerías, el agua ya
estaba ahí”, recuerda un vecino, y narra (mientras sus manos blanqueadas por
el pórtland se afirman en una pala) que tuvo que remover todo el lambriz de
las piezas para higienizar la casa. Donde pasó el agua, marcas nítidas
oscurecen las fachadas. El hedor a humedad y podredumbre todavía persisten.
Durante el día, el merendero infantil Dionisio Díaz del barrio Rampla
permaneció con las puertas y ventanas abiertas de par en par para ventilar.
“Acá dan café pa’ los gurí”, explica el sereno, quien acerca de la crecida,
liando un tabaco, asegura no haber visto cosa igual. A la entrada, lo
primero que se ve es la bandera nacional ennegrecida por un manchón de barro
seco.

Fondos y fachadas

La rambla Kennedy es un camino de tierra que bordea el río Cuareim y
atraviesa los barrios más pobres de la ciudad, donde el agua siempre llega
primero. No sólo por oposición geográfica, habría que definirla como la
antítesis exacta de la rambla de Montevideo. Acá no se lucen los balcones ni
los grandes edificios; no arrecian las olas, ni la vista es privilegiada.
Tampoco resaltan la arena blanca ni los grandes buques. Las únicas
edificaciones son viviendas con las que el río se da de bruces –entre ellas
varios ranchos enclenques–, y las únicas embarcaciones son chalanas que
traen mercadería de Brasil. La única vista es al río: sus barrancos y
matorrales, ahora rebosantes de bolsas plásticas y un sinfín de inmundicias.
Con la subida, el agua peinó los arbustos y levantó los alambrados. Si la
rambla montevideana es la fachada más célebre del país, la rambla Kennedy es
el fondo mugroso y apagado que conviene no exhibir a las visitas.

Gran parte de los pobladores de la rambla son areneros y ladrilleros,
oficios de la orilla del río. Pasada la ira del agua vieron cómo las
carretillas con las cuales transportan sus cargas quedaron desparramadas a
lo largo del camino; arrastradas de un barrio a otro, empotradas en las
veredas, o incluso incrustadas en la puerta de alguna casa. Alejandro –un
pibe con corte de pelo tipo mohicano y un gran tatuaje del Club Atlético
Bella Vista en el medio del pecho– logró salvar el carro y los caballos.
“Fue lo primero que sacamos”, cuenta riéndose, dando a entender, con cierta
picardía, que en la casa no había nada más importante. Eso sí, perdió 5 mil
ladrillos listos para la venta. Según él, eso significa cerca de 10 mil
pesos. Los ladrilleros venden su producción en las obras de la ciudad. A
raíz de las pérdidas, la Intendencia planteó comprar la producción en tanto
los ladrilleros produzcan en predios del Ejército. A la vez propuso
incorporar a cerca de sesenta ladrilleros a trabajar en la refacción de las
viviendas dañadas, bajo el mando de un oficial de obra y con un contrato
prorrogable de 30 días. Esta semana a lo largo de la rambla Kennedy el humo
que sube por el aire no es el de los hornos de ladrillos sino el de las
fogatas callejeras en las que arden los amasijos de muebles, arbustos,
tierra y artículos domésticos inservibles. Hogueras de humo negro que hacen
parecer el lugar una zona bombardeada.

A pocas cuadras del río, quién sabe desde cuándo y por qué motivo, hay una
casa en cuya fachada alguien pintó un enorme “Guernica”, obra insigne de
Picasso que representa el bombardeo por la aviación fascista de esa ciudad
del País Vasco durante la guerra civil española. La curiosa referencia viene
a cuento, si se piensa en el aspecto ruinoso de parte de la ciudad, sumado a
declaraciones de integrantes del Centro de Coordinación de Emergencias
Departamentales (Cecoed) que osaron equiparar la inundación con un tsunami,
al despliegue permanente del Ejército con la presencia del comandante en
jefe Guido Manini Ríos agradeciendo a sus subordinados por el “servicio a la
patria”, y a la visita del subsecretario de Defensa, Jorge Menéndez, quien
comparó el mal rato artiguense con lo que había visto en Haití y el Congo.

El coordinador del Cecoed de Artigas, Juan José Eguillor, dijo a Brecha que
hubo cierta resistencia de la gente a salir de sus hogares cuando el
Instituto Nacional de Meteorología (Inumet) emitió sus primeras
advertencias. “Llegó una el día 22, y tres más el día 23. La gente se
confió. Los tiempos de actuación fueron adecuados, si la gente hubiera
respondido a toda la comunicación que se hizo…”, insinúa. Cuenta que se
avisó del peligro cuando el río aún no había salido de su cauce, pero los
vecinos sólo se preocuparon “cuando vieron que el agua se venía”. La crecida
llegó a los 15,28 metros. Una marca sin precedentes, que para ser registrada
en Artigas requirió que los técnicos consiguieran una nueva regla, porque la
que había sólo medía hasta los 15 metros. Sobre si Artigas cuenta con
elementos para diagnosticar a tiempo los peligros del río, Eguillor afirmó:
“Se está trabajando en un proyecto piloto para la implantación de un sistema
de alerta temprana. Se van a colocar algunas estaciones telemétricas para,
junto con la Universidad, el Inumet, el Sistema Nacional de Emergencia
(Sinae), la Dinagua y la Agencia Nacional de Aguas de Brasil, desarrollar un
análisis más eficaz”.

Techos y paredes

Una familia termina de deshacer los restos de una pieza que la inundación
desestabilizó. “Hace poco habíamos revestido todo el baño”, dice uno de los
hijos que, pala en mano, rompe un resto de ladrillo que sobresale de la
pared. Mientras tanto, cabizbajo, un vecino va y viene con gruesas ramas que
el agua arrastró hasta el frente de su casa y que él se ocupa de trozar a
golpes de facón y luego tira junto a los demás desperdicios. Sin levantar la
mirada, al pasar junto al fotógrafo de Brecha que retrata la pieza
derrumbada, murmura: “¿Van a arreglar algo sacando fotos?”. Y vuelve a la
tarea sin chistar.

Hubo enojo de algunos vecinos con los visitantes que en lugar de colaborar
en sacar el mobiliario cuando el agua se lo llevaba todo, se dedicaban a
reportear para las redes sociales desde sus teléfonos. Muchos exhiben una
curtida resignación, forjada en años de lo mismo, y un visible descreimiento
respecto de la supuesta ayuda del gobierno para restituir lo perdido o para
construir una vivienda digna en una zona no inundable. “Quién sabe”, “a lo
mejor”, “no creo”, repiten. A pesar de las pérdidas, en algunos hogares
retumban las cumbias y los vecinos toman mate en las veredas al lado de las
montañas de basura. Habiendo pasado lo peor, hay quienes hasta piden una
foto familiar: juntan a los niños, se abrazan y sonríen, aunque todo a su
alrededor haya sido arrasado.

Además de los 9 millones de dólares anunciados por el gobierno central, los
departamentos afectados contarán con algunas ayudas puntuales de los
ministerios, a las que habría que sumar los 60 mil dólares anunciados por la
embajada de Estados Unidos, y contribuciones locales: monetarias o en
alimentos, materiales de construcción, productos higiénicos, entre otros.
Para ello la Intendencia también habilitó una serie de cuentas bancarias.
Pese a todo, Luis Subié, asesor del intendente, detalló a este semanario que
“abarcando todos los daños (agricultura, lechería, ganadería, caminería,
vivienda y daños sociales)”, la administración valúa las pérdidas en
aproximadamente 25 millones de dólares.

El intendente Pablo Caram (Partido Nacional) desfiló por los canales de
televisión capitalinos exhortando a colaborar más y resaltando la situación
de Artigas como la Intendencia más pobre del país. A los reclamos se sumaron
algunos legisladores nacionalistas, como Luis Lacalle Pou, Luis Alberto
Heber y Javier García, quienes desembarcaron en la ciudad y en tono de
campaña electoral exhibieron su preocupación por la escasa colaboración del
gobierno, al tiempo que despotricaban por el dinero que se iba a emplear en
capitalizar Ancap. Las protestas encontraron la respuesta de la senadora
Patricia Ayala (Mpp) –ex intendente del departamento–, quien en el mismo
tono acusó a los nacionalistas de tergiversar y mentirle a la población
sobre la situación de la petrolera.

En tanto, Alejandro, el ladrillero, cuenta que los técnicos de la
Intendencia ya le advirtieron a su familia que tiene que abandonar la casa
–un cubículo de humedad y moho– por el riesgo de derrumbe existente. Ha
decidido quedarse con su familia porque no tiene donde dormir. Bromea con
acampar, donde sea, si es necesario. En la ciudad ya son varios los
ladrilleros sin techo. “Cincuenta y cinco viviendas fueron totalmente
destruidas”, dijo Caram a Brecha, y agregó que existe “otro tanto que hay
que reparar para que la gente pueda entrar”. En los últimos días quedaban
aproximadamente doscientos evacuados en algunas escuelas y en el Gimnasio
Municipal, a la espera de una respuesta de la Intendencia, desde donde se
asegura que se está en permanente contacto con la Dirección Nacional de
Vivienda y trabajando en la implementación de planes urgentes de realojo.
Varios jerarcas han dicho que la Intendencia no cuenta con terrenos para
edificar. Subié, el asesor de Caram, indicó que a corto plazo la Intendencia
se ha limitado, con recursos propios y algunas donaciones, a brindar algunos
materiales para la refacción de los hogares afectados. “Ahora tenemos como
prioridad buscar planes de realojo para las familias que se quedaron sin
vivienda. Pero hay un gran problema: la Intendencia de Artigas no cuenta con
una cartera de tierras. Hay que avanzar con el Mvotma y Ose por el
saneamiento.”

Por el contrario, Rossana Apaolanza, directora de Desarrollo Social, dijo
ayer a La Diaria que la Intendencia sí cuenta con terrenos aptos para la
construcción de alrededor de cien viviendas. Así lo admitió el intendente
Pablo Caram al ser consultado por Brecha, e indicó que los arquitectos ya
están trabajando y pronto comenzarán a levantarse 55 viviendas. Aun así, el
intendente contó a este semanario que la comuna estuvo en contacto, en
Montevideo, con un propietario de tierras en el departamento de Artigas y
que negocia con él. “Estoy hablando con el hombre, y me está pidiendo un ojo
y algo más”, narró. Caram, quien antes de asumir como intendente era un
reconocido comerciante del medio, vacila al dar datos concretos y olvida las
cifras globales de la inundación: “Pero hay mucha gente que no quiere volver
a vivir cerca del río, eso para nosotros es muy importante”, declaró. Lo
cierto es que a más de dos semanas de la gran crecida del Cuareim no se han
anunciado concretamente los detalles del plan de realojo, y las cifras
manejadas varían según el jerarca consultado. Al cierre de esta edición, de
parte del gobierno central sólo llegaron 3,5 millones de pesos, según dijo a
Brecha el intendente, que en estos días se reuniría con Pedro Apezteguía,
uno de los directores de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, para
tramitar el resto de las cifras prometidas. “Vamos a ver los porcentajes
–agregó–, porque a nosotros nos corresponde más que a los otros
departamentos.”

Dramas y fiestas

En Artigas, Rampla no es precisamente conocido por sus desgracias sino por
el brillo de la escuela de samba del barrio, campeona imbatible del Carnaval
local. Un rumor sin origen claro se expandió en los días posteriores a que
el barrio quedara bajo agua: algunos perjudicados rechazaban la realización
del desfile de samba de febrero, vista la desdicha por la que estaban
atravesando. “¡No va a haber Carnaval!” “¡El pueblo sufriendo y ellos
quieren festejar!”, vociferaba esta semana un vecino luego de descargar una
heladera, tan vieja como el Chevette en cuyo baúl la había traído amarrada.
Sus reproches reflejaban lo que se comentaba en la prensa y en la calle. La
Intendencia había planteado restarle un millón de pesos al presupuesto
otorgado a la Federación de Escuelas de Samba de Artigas para la
organización del Carnaval, a fin de destinar ese dinero a los evacuados.
Pero aún no llegó a concretarlo. Sí se decidió entregarles a los afectados 2
mil entradas gratis al evento, que finalmente se hará, por ser un “generador
de ingresos fundamental” para el departamento, según se dijo.

Y hubo más. Perecieron los arrozales, los viñedos y los caminos rurales
quedaron inservibles. Un hombre murió ahogado al intentar rescatar una punta
de ganado cercada por el agua. Cayeron los muros del estadio. Desconocidos
se llevaron en un bote el tendido eléctrico del parque. El 6 de enero una
camioneta se paseó por los barrios pobres repartiendo juguetes. La bandera
del departamento, que en la plaza José Batlle y Ordóñez flamea en medio de
las de Argentina y Brasil, se mantuvo varios días a media asta. A su
alrededor, bajo un calor abrasador y un clima en apariencia extraño al drama
de los barrios de la periferia, autos y camionetas atestaban durante las
noches el centro de la ciudad, luciéndose al pasar una y mil veces por la
avenida principal. El ambiente de distensión que trasuntaban algunos ya
había sido apuntado por el secretario general de la Intendencia, Sergio
Arbiza, quien en conferencia con los medios locales dijo: “Vamos a hacer el
Carnaval, porque después de toda esta desgracia tenemos que divertirnos un
poco, ¿no es cierto?”.

Nota de Correspondencia de Prensa 

1) Departamento situado en el noroeste, a 600 kilómetros de Montevideo. Un
puente sobre el río Cuareim conecta su capital, Artigas, con la ciudad
brasilera de Quarai. Tiene una extensión de 11.928 km2 y una población de
74.000 habitantes. Sus principales actividades económicas son la ganadería,
la agricultura y la minería. En la ciudad de Bella Unión se encuentra el
grueso de la producción de caña de azúcar, cuna de la  Unión de Trabajadores
Azucareros de Artigas (UTTA), los “peludos”, organizados por Raúl Sendic
(fundador del movimiento tupamaro) al inicio de los años 1960. Es uno de los
departamentos del país con mayor índices de pobreza, desempleo y trabajo
“informal”. Los empleos públicos (municipios, policía, ejército, salud,
enseñanza) constituyen la principal fuente laboral. La mayoría de la gente
compra sus alimentos en los comercios y supermercados de Quarai (30% más
barato) y muchos sobreviven del llamado “contrabando hormiga” o “bagayeo”. 

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