Argentina/ cuentas que no cierran: un balance kirchnerista para los tiempos que corren [Gastón Remy/Esteban Mercatante]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Mar Jul 5 00:37:08 UYT 2016
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Correspondencia de Prensa
5 de julio 2016
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Argentina
Cuentas que no cierran
Un balance K para los tiempos que corren
Gastón Remy/Esteban Mercatante
La izquierda Diario, Buenos Aires, 30-6-2016
http://www.laizquierdadiario.com/
En Los tres kirchnerismos, una historia de la economía argentina, 2003-2015,
de reciente aparición, Matías Kulfas busca ofrecer una mirada de lo que fue
(y lo que no) el desenvolvimiento de la economía durante ese período. Sus
logros, los motivos de los mismos, y las deudas pendientes que dejaron
abiertas los 12 años del kirchnerismo en el poder, son algunos de los temas
centrales en los que se indaga.
El autor fue un protagonista directo de la gestión de parte de estos años
(2006-2013), desempeñándose sucesivamente en la subsecretaría de Pequeña y
Mediana Industria y Desarrollo Regional, en el Banco Nación y en el Banco
Central.
Su planteo intenta escapar de lo que él considera un debate poco fructífero
entre quienes consideran que se trató de una “década ganada” y quienes
afirman que fue una “década desperdiciada”. Kulfas realiza una valoración
positiva de conjunto, pero considera necesario señalar los límites que se
expresaron para mantener a lo largo del tiempo lo que desde su punto de
vista son importantes logros.
Tres mandatos, ¿tres “modelos”?
Kulfas argumenta que estos doce años pueden dividirse en tres períodos
marcados por condiciones e instrumentos de política bien diferenciados. Cada
uno de ellos se correspondería de manera más o menos exacta con el mandato
presidencial de Néstor Kirchner y los dos de Cristina Fernández. Tomando de
conjunto el período, en el terreno de las condiciones objetivas, se pasaría
de una situación inicial excepcionalmente favorable lograda mediante el
ajuste de 2002 –cuyos impactos sociales e importancia para los años
“virtuosos” del kirchnerismo no son sopesados enteramente por Kulfas–, a un
paulatino deterioro de las mismas durante el “segundo kirchnerismo”, cruzado
por el impacto de la crisis mundial en 2008/09 y, finalmente, a un salto en
los desajustes durante el “tercer kirchnerismo”.
En el terreno de las políticas, el primer momento estaría caracterizado por
la búsqueda de la “normalidad”. Los puntos de apoyo para ésta estaban dados
por algunas de las medidas tomadas por Duhalde:
La fuerte devaluación en un contexto recesivo y de alto desempleo había
generado una nueva paridad cambiaria real muy elevada. El resultado inicial
fue un verdadero shock positivo en la actividad productiva: los márgenes de
ganancia crecieron muchísimo debido a los salarios bajos… (p. 109).
Se nota a Kulfas apurado por pasar rápido por este detalle de la economía
política kirchnerista: entre las “medidas de política” que contribuyeron al
crecimiento junto al viento de cola internacional, pocas más importantes que
la formidable transferencia de ingresos que permitió la devaluación,
golpeando sobre los ingresos de la clase trabajadora para mejorar los
márgenes. Pero no resulta simpático reconocer esto muy explícitamente si de
defender un “modelo de crecimiento con inclusión” se trata.
De esta primera etapa, el autor destaca el alejamiento de la ortodoxia y sus
restricciones, expresada sobre todo en la política cambiaria competitiva,
las retenciones que “redistribuyeron” la renta petrolera y agraria (y que
como señala Kulfas habían llegado con Duhalde) –en beneficio de otros
sectores del empresariado–, ciertos controles al ingreso de capitales (que
apuntaban sobre todo a evitar la sobrevaluación cambiaria), la
reestructuración de la deuda y el congelamiento de las tarifas de los
servicios públicos privatizados. Esto último fue para Kulfas positivo en
este primer momento, como parte de salir de las “restricciones” legadas por
la convertibilidad, aunque criticará la irresolución del esquema tarifario a
lo largo del tiempo. Lo que considera como el mayor déficit de este primer
momento, es que expresó una dificultad para “planificar a largo plazo”.
El segundo kirchnerismo, iniciado en diciembre de 2007, estaría
caracterizado por el surgimiento de dificultades que obligaban a la búsqueda
de nuevas herramientas. La inflación, que había surgido en 2005 y desde
entonces se buscaría frenarla mediante controles/acuerdos de precios (y
ocultar con estadísticas truchas desde 2007), fue una de estas cuestiones.
El conflicto con las patronales agrarias suscitado por el intento de aplicar
retenciones móviles fue un parteaguas de este período. Para el autor se
trató de una medida adecuada (otorgaba mayor “previsibilidad”) tomada en un
momento inoportuno (en el medio de la cosecha, cambiando las “reglas del
juego”), aunque se interroga si otra medida distinta hubiera evitado el
conflicto, lo que, admite, no es posible responder. Este período también
estuvo cruzado por el impacto de la crisis mundial y en las respuestas que
tuvo que ensayar CFK. Observa que gracias a la política fiscal expansiva,
combinada con devaluaciones y subas de las tasas de interés, un shock
externo de esta magnitud no generó una crisis de la balanza de pagos. Otras
medidas de magnitud de estos años que valora positivamente son la
estatización de las AFJP, que llevó al pleno restablecimiento de un sistema
de reparto, el establecimiento de la AUH y la decisión de utilizar las
reservas del Banco Central (BCRA) para pagar deuda, decisión que en ese
momento se justificaba en su opinión por la abundante disponibilidad de
reservas y la tendencia a su aumento.
El “tercer kirchnerismo”, iniciado en diciembre de 2011, “operaría con
restricciones inéditas”, panorama que “no brindaba un marco adecuado para la
profundización del modelo” (p. 157). Los obstáculos vendrían sobre todo por
el lado externo, vinculados a las limitaciones en la política industrial y
energética durante los años previos. También en el gasto público, cuyo
aumento “superaba con creces el incremento de los ingresos fiscales”
(p.158). El autor considera que esta sumatoria de desajustes macroeconómicos
“conducía a pensar en implementar un esquema de reacomodamiento o ajuste”,
pero el gobierno solo adoptó medidas, como la devaluación de 2014, “ante
situaciones extremas”. En vez de profundizar, “debió contentarse con
‘aguantar el modelo’” (p. 158). Kulfas considera que el tercer kirchnerismo
tendió a “ideologizar los instrumentos”. Un ejemplo de esto lo encuentra en
la decisión de seguir usando reservas para pagar deuda; idea buena en 2010
que ya no lo era en 2012, cuando las reservas se reducían dramáticamente y
en cambio el financiamiento externo podía ser barato si el país hacía los
deberes. También lo observa en el control de cambios implementado a fines de
2011 y reforzado luego, que para el autor podría ser una medida momentánea,
se transformó en permanente, atacando las consecuencias en vez de las causas
(asociadas a una expectativa de devaluación). Y así sucesivamente.
Estas decisiones alteraron profundamente las condiciones de los primeros
años. Kulfas lamenta que
El eje de la actividad económica se desplazó negativamente: de una economía
que había alcanzado récords de inversión productiva [1] a otra en que la
especulación y el arbitraje financiero tenían un inusitado protagonismo (p.
167).
La apreciación del tipo de cambio restaba rentabilidad a los empresarios y
competitividad a las exportaciones, la falta creciente de dólares para
realizar las importaciones, y una economía con un marcado descenso del
crecimiento y con problemas cada vez mayores para crear empleo, retracción
del salario real, en un contexto de mayor inflación y déficit fiscal,
configuró una administración de las restricciones que terminó gestando un
estancamiento severo. Después de ajustar con la devaluación en 2014 (año en
que los salarios perdieron en promedio 5 puntos, dato que Kulfas no
menciona), e intentar fallidamente ese año cumplir con la agenda para volver
a los mercados (pagando al Club de París, cumpliendo los fallos del Ciadi a
billetazo limpio, y entregando otra millonada a Repsol), intento frustrado
por Griesa y los buitres, la Presidenta se concentró en llegar a diciembre
de 2015 “con lo justo”, dejando al sucesor la “profundización”, en este
caso, del ajuste.
Memoria y balance
Kulfas concluye que el cierre del tercer período de gobiernos kirchneristas
se ubica “en la zona de los grises”, lejos de las promesas iniciales de
“profundización del modelo” y de “mayores avances en la inclusión
sociolaboral y desarrollo productivo”, pero “lejos también de los
pronósticos apocalípticos que empezaron a proliferar en vastos sectores
opositores” (p. 176). El tercer kirchnerismo “no pudo reflejar avances de
relevancia” y, por el contrario, muestra índices con mayor heterogeneidad,
“caída en los salarios reales y un menor nivel de empleo” (p. 178). Pero si
no fue un período de nuevos logros, sí fue –dice el autor– “de sostenimiento
con fórceps de los avances de los períodos anteriores”. El tercer período
estuvo “lejos de los daños que suelen generar las crisis, así como de
encontrar los mecanismos para recuperar la senda ascendente”. Pero además,
puso en evidencia “las limitaciones de las políticas destinadas a operar
sobre la estructura productiva, y los excesos de voluntarismo en la gestión
macroeconómica” (p. 178).
Las críticas del autor, como evidencia lo que ya hemos señalado, apuntan a
señalar falencias o debilidades, pero no se dirigen a la orientación básica
de los gobiernos kirchneristas. Opina que le faltó más y mejor política,
especialmente en el terreno del desarrollo industrial, y que fue tardío en
la aplicación de la sintonía fina.
En el balance realizado por Kulfas, se nota un salto formidable entre las
cuestiones más importantes que en su opinión quedaron en el tintero, y las
medidas de política “alternativas” que sugiere a lo largo del libro, con las
cuáles sería impensable aproximarse a esos objetivos. El autor lamenta la
ausencia de políticas tendientes al “cambio estructural”. Pero este nuevo
esquema debe pasar, si nos atenemos a lo que dice en su libro, por una serie
de políticas “micro” más eficaces y consistentes, pero dando por “buenas”
todas las limitaciones “estructurales” más importantes que pesan sobre la
economía argentina. Llama la atención, por ejemplo, pretender discutir el
cambio estructural sin posar la mirada sobre la dinámica que tuvieron los
grandes grupos capitalistas durante estos años y cómo el kirchnerismo se
acomodó a ellos. La complacencia evidenciada durante los “tres”
kirchnerismos para con el mantenimiento de un aparato industrial
desarticulado, al cual el Estado subsidió por múltiples vías sin impulsar
cambios estructurales, y la tolerancia para con la evidente desinversión de
las principales empresas [2] durante estos años, que la “juntaban con pala”,
según declaró varias veces la presidenta Cristina Fernández, no merecen la
atención de Kulfas. En el regreso de la “restricción externa”, tampoco
incluye una mención de cómo durante los años de mayor crecimiento y holgura
externa el kirchnerismo dejó hacer libremente a los capitalistas nacionales
y extranjeros que giraron al exterior más de 140 mil millones de dólares (un
cuarto de la economía hoy), si sumamos remisión de utilidades de empresas
extranjeras, pagos de deudas (muchas veces una forma encubierta de girar
utilidades) y la lisa y llana fuga de capitales. Si sumamos a esto el “pago
serial” de la deuda, se explica la mayor parte del drenaje de divisas que
condujo a su escasez y las restricciones aplicadas desde 2012.
Kulfas tiene una mirada crítica sobre la ausencia de una política industrial
o el manejo de la política energética, pero sus planteos alternativos
aceptan las principales restricciones dentro de las cuales se manejó el
kirchnerismo. Cuando evalúa la relación con las empresas concesionarias de
los servicios públicos privatizados, señala que el kirchnerismo se salió por
fuera del “teorema de la imposibilidad” (p. 111), es decir de la aceptación
de las restricciones heredadas por los contratos de los ‘90 y la “seguridad
jurídica”, pero esto no da cuenta de la mala combinación que hizo el
kirchnerismo entre congelamiento de tarifas y preservación de las
concesiones y de los nudos centrales de sus marcos regulatorios, que está en
la raíz del descalabro energético con el que concluyó el período [3]. La
ausencia de denuncia de los Tratados Bilaterales de Inversión y sus
cláusulas restrictivas –que otorgan garantías de impunidad para el saqueo de
las multinacionales imperialistas–, algo que desde 2003 fue planteado como
urgente incluso por sectores que apoyaban al oficialismo [4], también es
otra muestra de cómo, a contramano de los discursos de soberanía, el
kirchnerismo se acomodó a las restricciones impuestas por las exigencias de
“clima de negocios” y “seguridad jurídica” del gran capital y del
imperialismo. Los acuerdos con mineras y petroleras como Chevron, este
último después del supuesto ataque de soberanía que llevó a la recompra
Repsol (aunque desde el vamos estaba la idea de asociar la recomprada YPF a
otros pulpos petroleros), muestran que este patrón de conducta estuvo en el
ADN del kirchnerismo de principio a fin.
Si el balance de Kulfas exagera la posibilidad de alguna batería de
políticas para superar los condicionantes estructurales, al mismo tiempo
cuando llega la hora de evaluar cómo podría haberse salido de la encerrona
en la que entró el “modelo” desde fines de 2011 termina realizando
prescripciones que lejos de ir en ese camino hubieran significado acelerar
los ritmos de un ajuste “ortodoxo”, encarando la prometida “sintonía fina”
para “sincerar” la economía en tiempos de Cristina Fernández.
Esto se manifiesta en su opinión sobre lo que debería haberse hecho en el
plano del financiamiento externo. Es llamativo que no le merezca ningún
comentario negativo el costoso regalo a los bonistas que significó el cupón
atado al PBI, que le agregará a la deuda reestructurada un 25 % o más al
valor de los nuevos títulos. Ni que hablar del mantenimiento en los canjes
de 2005 y 2010 de la cláusula de “prórroga de soberanía” que se viene
incorporando en emisiones de deuda desde los años de la dictadura, que
habilita la jurisdicción extranjera para litigios sobre la deuda local, sin
la cual Griesa no podría haber frenado en 2014 el pago de los bonos
canjeados. Pero además, al mismo tiempo que Kulfas considera que la política
de desendeudamiento significó un cambio fundamental en la historia del país,
sostiene que a partir de 2012 debería haberse revisado la estrategia de
pagar deuda con reservas. “Una vez alcanzado cierto nivel de
desendeudamiento”, ante una situación de escasez de divisas, era
“recomendable estabilizar los niveles del endeudamiento antes que continuar
reduciéndolos a costa de sacrificar divisas cada vez más escasas” (p. 31).
Su opinión es que debería haberse intentado antes la vuelta a los mercados
financieros. Lo cual significaba cumplir con todas las “tareas pendientes”
para eso (Ciadi, Club de París, Repsol, buitres), pero además encarar el
ajuste de gasto público y levantamiento de cepos que viene “sincerando”
Macri. Nada que permita pensar que se está más cerca del “cambio
estructural”. ¿Por qué no empezar por frenar la sangría de divisas que tuvo
a los pagos de la deuda entre sus capítulos centrales? Este interrogante no
pasa por las páginas de Los tres kirchnerismos.
Sincerar el legado
En su balance de “grises”, Kulfas toma una foto de final de mandato de
Cristina Fernández, y entonces puede decirnos que el agotamiento de los tres
kirchnerismos tiene como virtud no haber concluido con la regresión social
de otras crisis previas. Parece como si lo que estamos viviendo desde
diciembre se debiera solo a la vocación de la CEOcracia y nada tuviera que
ver con la herencia recibida.
Tanto Macri que dice que es todo “sinceramiento” en el shock que está
aplicando, como los kirchneristas que pintan un mundo idílico hasta el 9 de
diciembre pasado, tentación en la que termina cayendo Kulfas a pesar de su
mirada distanciada, presentan una “herencia” a su medida. Existe una
responsabilidad compartida en el ajuste en marcha. La foto de diciembre se
consiguió a fuerza de ajustar solo lo necesario, como afirma Kulfas, pero
pasa por alto que esto significaba preparar conscientemente las condiciones
para un ajuste mayor en el futuro. La película de la que es parte la foto
que muestra Kulfas sigue con el ajuste actual, aunque los ritmos y algunas
decisiones para favorecer especialmente a los sectores más ricos son de la
propia cosecha macrista y no se explican solo por la herencia.
El ajuste que unos prepararon y otros aplicaron, no era de ningún modo
inevitable. Solo lo era si aceptaba como presupuesto incuestionable la
expoliación imperialista mediante el control que realizan sus corporaciones
en la economía nacional, de sus principales resortes y de las decisiones de
inversión (y de desinversión) que realizan estas y los grandes grupos
locales, estrechamente unidos por mil lazos al capital imperialista, y si se
aceptan las “reglas del juego”, subordinación al dictado de los centros
financieros y la banca internacional. Este “teorema de la imposibilidad” era
un supuesto compartido entre los que se fueron el 9 de diciembre y los que
están al frente de la administración desde entonces, y por eso para unos y
otros el “sinceramiento” era la única alternativa posible, a lo sumo
discutiendo sus ritmos.
Los tres kirchnerismos, con un balance positivo a medias del período que
concluyó en diciembre de 2015, y un inventario de decisiones con las cuáles
todo podría haber ido (un poco) mejor, nos invita a dar otra vuelta en la
calesita de la alternancia entre neoliberales rabiosos y estatalistas
mercadointernistas. Para los trabajadores y los sectores populares, la clave
está en cortar ese círculo vicioso donde hay mucho por perder y poco por
ganar, imponiendo políticas de otra clase que rompan el “teorema de la
imposibilidad” de atacar de raíz las condiciones de la Argentina capitalista
dependiente.
Notas
[1] Esta afirmación es discutible. Como puede verse en el análisis realizado
en el capítulo 6 de La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce
años de kirchnerismo, de Esteban Mercatante (Ediciones IPS-CEIP, 2015), la
inversión mostró durante estos años fuertes limitaciones, puesta en relación
con los recursos disponibles y las condiciones de rentabilidad registrada en
la economía argentina durante estos años.
[2] Ídem.
[3] Esteban Mercatante, “Régimen regulatorio de hidrocarburos: Escenas de
noventismo explícito”, IdZ 2, agosto de 2013.
[4] Alfredo Eric Calcagno y Eric Calcagno, “Renunciar soberanía es
inconstitucional”, en Le Monde Diplomatique Edición Cono Sur Nº 72, 2005.
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