China/ relato de explotación y lucha de un obrero en la ciudad de Shenzhen [Hao Ren, Zhongjin Li y Eli Friedman]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Jul 21 21:27:01 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

21 de julio 2016

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

germain5 en chasque.net

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China    

Relato de explotación y lucha de un obrero

Hao Ren, Zhongjin Li y Eli Friedman *

Jacobin, 15-7-2016

https://www.jacobinmag.com/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

En el régimen laboral chino, el sindicalismo independiente está
estrictamente prohibido y el órgano sindical oficial monopoliza la
representación de los trabajadores. Esto significa que los 806 498 521
trabajadores y trabajadoras del país no pueden crear organizaciones
independientes que defiendan sus intereses, en una economía en que el 25 %
de los hogares más pobres apenas poseen el 1 % de la riqueza total del país,
y donde las largas jornadas, la falta de seguridad y el autoritarismo
caracterizan la vida en las fábricas. Esta prohibición oficial no ha
impedido que se manifieste la resistencia obrera. El número de huelgas ha
aumentado a lo largo de las dos últimas décadas, y tal como escribió Eli
Friedman el año pasado, “en un día cualquiera, es probable que tengan lugar
entre media y varias docenas de huelgas.” Cada vez más se implican y se
hacen visibles las ONG de defensa de los derechos laborales, pese a que
operan en condiciones desfavorables.

El Estado chino niega la legalidad e incluso la existencia de este fenómeno
creciente. Por eso el grado de cobertura y análisis es más bien reducido. Y
por eso la obra China on Strike: Narratives of Workers’ Resistance (China en
huelga: relatos de resistencia obrera) viene a llenar una laguna. Estos
relatos han sido recopilados por estudiantes universitarios, trabajadores y
activistas chinos que se han introducido en comunidades de trabajadores y en
lugares de trabajo, con la esperanza no solo de registrar sus historias,
sino también de describir una hoja de ruta de resistencia para otros
trabajadores. 

El siguiente extracto refleja las peripecias de la vida de un trabajador y
de una huelga concreta que se produjo en la ciudad sureña de Shenzhen, sus
causas subyacentes, la manera en que los trabajadores consensuaron una
acción y la plataforma reivindicativa y su resultado final. Muestra las
circunstancias extraordinarias a que se enfrentan los trabajadores chinos y
el potencial transformador del creciente descontento de la clase obrera.
(Jacobin)

*****

Vengo de la provincia de Guizhou, donde nací en 1980. Soy el tercero de seis
hermanos y hermanas y me fui de casa para buscar trabajo porque mi nivel de
educación es bajo y mi familia es pobre.Al principio me iba bien en la
escuela primaria, sacando notables y sobresalientes en los exámenes. Así
pasé al siguiente nivel, pero mis notas empezaron a decaer. En aquel
entonces yo tenía que trabajar desde las 5 de la mañana hasta las 8, cuando
comenzaba el colegio. Era agotador. Abandoné la escuela en quinto, pues
también sentía que era una carga excesiva para mi madre y en vez de
continuar estudiando quería intentar aportar algo para que mi hermana
pequeña pudiera estudiar.

Después de dejar la escuela conseguí en secreto un empleo en una mina de
carbón de mi pueblo, donde me pagaban 450 yuanes por quince días de trabajo.
Un día se produjo una explosión de gas metano a las 8 de la mañana, y cuatro
de nosotros nos quedamos atrapados a más de 20 metros de profundidad. La
brigada de rescate empezó a cavar un hoyo desde el exterior hacia el lugar
en que estábamos, y nosotros cavamos en sentido contrario. No teníamos
comida y el esfuerzo era agotador, pero pasadas las 5 de la mañana del día
siguiente estábamos a salvo. Los cuatro estábamos heridos; a mí me había
golpeado una piedra en la nuca. Un compañero tenía el brazo roto, otro tenía
una herida abierta en la espalda y el cuarto había recibido un golpe en la
frente. Por suerte, ninguna de estas heridas era grave. El jefe pagó los
gastos médicos, pero se negó a indemnizarnos. Un sobrino mío agarró al hijo
único del jefe, un niño de tres años de edad, lo sacó por la ventana de un
cuarto piso y dijo que lo dejaría caer si el jefe no pagaba. Este aceptó de
inmediato y yo recibí 50 yuanes y los otros, 100 cada uno.

En 1996 me fui de casa a buscar trabajo. Primero fui a la isla de Hainan a
visitar a mi hermano mayor, que se encontraba allí, pero no lo localicé.
Tuve que moverme a hurtadillas por la isla. Pasé un miserable Año Nuevo
viviendo solo en una fábrica de ladrillos. Le dije al jefe que comería en su
despacho y que trabajaría para él después de Año Nuevo. Contestó que no le
importaba y que podía comer con él mientras quisiera. En aquel entonces
necesitaba personal y supongo que pensó que yo podría servirle. Yo tenía 16
años de edad y realmente podía trabajar mucho.

El tercer día después de Año Nuevo me fui corriendo y encontré a mi hermano
al día siguiente. Tenía un hijo de apenas seis meses de edad y estuve
cuidándolo hasta que tuvo 18 meses. Después conseguí un empleo en una
plantación de bananas. Ayudaba a desherbar, rociar productos y en general
controlar las plantas. Mi salario mensual ascendía a 400 yuanescon una
jornada de ocho horas. Trabajaba de sol a sol y de paso cultivaba hortalizas
para mí y para mi hermano. También crie más de 40 pollos. De esta manera
logré ahorrar 300 yuanes al mes para enviarlos a casa.

En 1999 me fui a Shenzhen. Al principio no tenía intención de ir allí, pero
mi hermana mayor me convenció diciéndome que podría ganar 600 yuanes al mes.
Pensé que no estaba mal y fui. En 2000 no encontré trabajo. Casi no salía de
casa porque mi tarjeta de identificación no había sido renovada y tenía
miedo de que me parara la policía por no contar con el permiso de residencia
temporal. No tener la tarjeta de identidad era un problema; el otro era que
había que tener relaciones personales para conseguir trabajo. Lo intenté en
muchos lugares, pero me fue imposible. Me pidieron muchas veces mi permiso
de residencia temporal, y me encontré con buena gente y con gente mala. Una
vez me crucé con una persona de mi ciudad natal, que se apiadó de mí y me
dio diez yuanes para comprar comida.

En otra ocasión, una patrulla policial nos paró a un sobrino mío y a mí
cuando cruzábamos un puente. Mi sobrino salió corriendo, pero a mí me
detuvieron y mis parientes tuvieron que pagar 50 yuanes para que me dejaran
libre. Más tarde me detuvieron con seis o siete más y querían 200 yuanes.
Dijimos que no teníamos tanto dinero, aunque de hecho todos llevábamos algo
encima; yo tenía 50 yuanes escondidos en el calcetín. Al final nos obligaron
a desherbar un parterre de flores; cuando acabamos y nos dimos cuenta de que
nadie nos vigilaba, nos fuimos de allí corriendo.

Finalmente conseguí un empleo –pagando mil yuanes– en la K Factory. Se trata
de una empresa creada con capital de Hong Kong que fabricaba cepillos de
dientes eléctricos, aparatos de hidromasaje para los pies, ollas eléctricas
y cosas por el estilo. Tenía una plantilla de más de 8 000 trabajadores.El
contrato de trabajo estipulaba una jornada de ocho horas durante 26 días al
mes, a cambio de un salario base de 33 yuanes al día. Había dos turnos y
teníamos pausa para comer. Cada seis meses nos daban un nuevo uniforme de
trabajo gratis y cada mes nos daban una bolsa de detergente en polvo y un
par de guantes.

Poco antes había conocido a un hombre de mi ciudad natal que tenía contactos
tanto con la policía como con la dirección de la empresa. Este hombre ganaba
dinero consiguiendo personal para la empresa. Esta no reclutaba nunca
directamente, sino a través de este tipo y otra persona de Sichuan. Por esta
razón, la mayoría de los trabajadores de la fábrica venían de las provincias
de Sichuan o Guizhou. Los demás eran de varias ciudades del norte de la
provincia de Guangdong y entraron en la fábrica también por mediación de
paisanos suyos. El caso es que no había manera de conseguir un empleo en la
fábrica yendo por libre. Me contaron que todos los que en su tiempo habían
entrado sin mediación alguna habían sido despedidos.

Estuve trabajando duramente y al cabo de poco tiempo ascendí a jefe de
equipo y más tarde a jefe de sección. Dado que yo no tenía un alto nivel de
educación, la dirección me nombró a un asistente. En esa fábrica, el jefe de
equipo tenía que supervisar 16 máquinas, atendidas cada una por dos o tres
personas. Un jefe de sección supervisaba a su vez a varios jefes de equipo.

Preparación en secreto de una huelga

En aquella época, la comida que daban en la cantina era muy mala. A menudo
encontrábamos insectos en el arroz. Una vez mordí uno y ya no quise volver
nunca a la cantina de la fábrica. Sin embargo, después de comer fideos
precocinados durante tres días decidí volver a la cantina. Otro problema era
que la fábrica nos cobraba 20 céntimos por un cubo de agua caliente, lo que
suponía un gasto mensual de 20 a 30 yuanes. Todos estaban descontentos con
esto. Durante un turno de noche, cinco jefes de equipo (dos hombres y tres
mujeres) se reunieron para hablar de una posible huelga. Vinieron a verme y
nos sentamos en mi despacho para hablar. Tres o cuatro asistentes nos vieron
y quisieron unirse a nosotros. Hablamos de cortar la circulación de una
carretera nacional y de los problemas que se nos podrían presentar y cómo
tratarlos.

Si la policía golpeaba, hería o mataba a cualquiera de los huelguistas,
acordamos abordar la situación conjuntamente. Si cualquiera de nosotros se
caía mientras cortábamos el tráfico en la carretera, teníamos que ayudarle a
levantarse de inmediato, para evitar que lo pisotearan con consecuencias tal
vez trágicas. Si descubrían a los organizadores de la huelga o si aparecían
otros problemas, los dos jefes de equipo masculinos debían cargar con la
multa. Terminada la huelga se haría una colecta para compensarles. Resultó
que lo que habíamos previsto de antemano acabó sucediendo realmente. También
discutimos sobre la posibilidad de comunicar a los demás trabajadores lo que
estábamos planeando. En particular no queríamos que se enteraran los
lameculos en caso de que alguien se fuera de la lengua. Si no teníamos
cuidado, podíamos perder el empleo.

En aquel entonces había dos turnos. Los asistentes y los jefes de equipo
imprimieron una serie de octavillas que decían: “Mañana a las 8 de la
mañana, ¡todos a la carrera nacional!” Algunos jefes de equipo dijeron a su
gente que dejaran de trabajar durante diez minutos. Más de 300 trabajadores
fueron pegando las octavillas en cuatro talleres. Incluso pegaron una junto
a la oficina del director. Cuando la gente empezó a preguntar, les dijeron
que todo se había organizado en la oficina. Cuando acudieron a preguntarnos,
no quisimos dar muchos detalles. Solo dijimos que fueran todos a la
carretera nacional para cortar el tráfico y reclamar una mejora de las
condiciones a la dirección. Por motivos de seguridad, si alguien se caía
había que ayudarle a levantarse de inmediato. No quisimos dar muchas
explicaciones para el caso de que la acción fracasara y los trabajadores nos
acusaran a nosotros, los organizadores.

La huelga

A la mañana siguiente, una vez terminado el turno de noche, salimos en masa
hacia el portal de la fábrica, cogiendo por sorpresa a los guardias de
seguridad. Les obligamos a abrir el portal y ellos, temiendo actos de
violencia, lo cerraron detrás de nosotros. Con pancartas al frente fuimos
directamente a la carretera y cortamos el tráfico. La mayoría de
trabajadores observaron con interés el tumulto, y muchos de ellos
desconocían la finalidad de la marcha hacia la carretera nacional. Vieron a
gente correr en esa dirección y le siguieron. Se dijo que los conductores
que se vieron bloqueados por el corte de tráfico no estaban enfadados ni
alterados. Algunos que viajaban en un autocar aprovecharon para dormir,
mientras que otros se apearon para fumar.

Hubo problemas al comienzo de la manifestación, cuando cuatro agentes que
estaban de patrulla nos vieron marchar hacia la carretera y gritaron: “¿Qué
hacéis?”Se acercaron y empezaron a golpear a la gente con sus porras.
Hirieron a una mujer joven, que respondió mordiendo a los atacantes. A uno
de los agentes le mordió en la cara. No había muchos hombres jóvenes, y
además estábamos dispersos en la multitud, de manera que no pudimos ejercer
efectivamente toda nuestra fuerza.Había demasiadas personas implicadas en el
caos y hubo más o menos una docena de heridos. Algunos de los heridos fueron
pisoteados y golpeados sin querer. Quienes estaban en el medio de la masa se
veían empujados continuamente de un lado para otro. Finalmente acudieron
bomberos, agentes de seguridad pública e incluso algunos policías locales. A
unos 400 metros aparcaron furgonetas de policía, pero no vimos a ningún
hombre armado. Había allí tantos trabajadores que no podrían hacer gran cosa
si alguien les agarraba el arma. Aparecieron funcionarios de la oficina
sindical con dinero para enviar a los heridos al hospital.

Entonces la policía empezó a empujarnos hacia el arcén de la carretera. No
nos golpearon, pero utilizaron sus porras para formar una barrera sólida que
nos empujaba hacia atrás. La primera línea estaba formada por mujeres que no
ofrecieron resistencia. Si hubieran comenzado a golpear a la gente,
seguramente no tendríamos nada que hacer contra unos policías que estaban
entrenados como profesionales. Al cabo de dos o tres horas nos habían
obligado a retroceder poco a poco hasta el arcén. Entonces todos volvimos
caminando a la fábrica.

Vuelta a la fábrica y negociación

Los que habíamos cortado el tráfico en la carretera pertenecíamos todos al
turno de noche. Algunos trabajadores del turno de día que no sabían de qué
iba la movida se nos unieron de todos modos. La policía local encerró a 2
000 trabajadores de la fábrica en los dormitorios. Había un policía ante
cada puerta y en cada escalera, sumando tal vez un total de 400. Las mujeres
jóvenes estaban especialmente furiosas y lanzaban por ahí todo lo que podían
agarrar en los dormitorios, incluso contra los policías. Unos 400 o 500
trabajadores fueron a la cantina y arrojaron al suelo la comida preparada
para más de 8 000 personas.

Cuando volvimos de la carretera, uno de los directores gritó a través de un
altavoz: “¡Si alguien tiene una queja, que lo diga!” Después propuso que
enviáramos una delegación para negociar. Elegimos a un hombre joven, que era
el jefe del departamento de personal de la fábrica, un hombre con cierto
nivel de educación, para que nos representara. Puesto que todo el mundo
estaba de acuerdo, no tuvo más remedio que aceptar, y el director le dijo
que fuera a negociar. La primera cuestión planteada era un aumento salarial.
El jefe del departamento de personal nos preguntó cuál era nuestra
propuesta. La gente de primera fila contestó que un aumento salarial, y los
de atrás dieron su aprobación de viva voz.El jefe del departamento de
personal trasladó la petición al director y este ofreció un aumento a 25
yuanes al día, preguntando si lo aceptaríamos.

Después se planteó la cuestión del agua caliente. El director dijo que no
sabía que teníamos que pagar por el agua caliente y prometió que a partir de
entonces nos la darían gratis. Admitió que había un problema con la comida
de la cantina y prometió que en adelante podíamos elegir entre comer en la
cantina o no. Los que no comieran en la cantina no tendrían que pagar la
comida. Cuando volvimos al lugar de trabajo, ese día nadie trabajó. Los
jefes de equipo convocaron una reunión. El director no intervino, pero trató
de convencer a los jefes de equipo, que a su vez se esforzaron por convencer
a los demás trabajadores.

Esa noche nos dieron comida extra, con muchos platos de carne. En vez de los
dos platos de rigor nos ofrecieron cuatro platos. El tercer y cuarto día nos
dieron una botella de cola y dos manzanas a cada uno. El mismo día de la
huelga, el director envió a varios jefes de oficina a ver a las mujeres
jóvenes que estaban recuperándose de sus heridas en el hospital. Una vez
curadas fueron readmitidas en la fábrica, recibiendo un trato mejor. Ninguna
de ellas quiso irse.

Resultados de la huelga

Tras la huelga, las condiciones en la fábrica mejoraron claramente. Mejoró
la higiene en la cantina y en la comida ya no había insectos. Había un
premio de 50 yuanes por cada insecto que uno encontrara en la comida. Cuando
una trabajadora encontró uno, un guardia de seguridad tomó una foto y esa
misma tarde la llamaron para recoger sus 50 yuanes. Mientras que antes nos
retenían el precio de la comida de la cantina de nuestro salario, tanto si
comíamos en ella como si no, ahora ya no lo hacían si no comíamos en ella.
El agua caliente pasó a ser gratuita. El jornal pasó de 23 a 25 yuanes al
día y el tiempo de trabajo mensual pasó de 26 a 22 días. Trajeron a un
director japonés que prohibió comer y beber en los talleres. Ocurría que los
restos de fruta y de bebida que caían al suelo atraían a mosquitos y moscas,
lo que afectaba al producto. Además, el suelo de los dormitorios solo se
fregaba una vez a la semana.

Dado que los trabajadores de los equipos cuyos jefes habían participado en
la huelga estaban al tanto de la situación, estuvieron en primera fila
cuando se cortó el tráfico en la carretera nacional. También fueron los
primeros en dar un paso al frente cuando el director pidió que se nombraran
negociadores. Algunos jefes de equipo y asistentes se negaron a participar
en el corte de tráfico y se quedaron en la fábrica trabajando. Cuando la
policía detuvo a dos jefes de equipo en sus despachos, más de mil
trabajadores rodearon las furgonetas que habían venido para llevárselos. Se
los llevaron de todos modos, y cuando volvimos a la fábrica nos negamos a
trabajar durante otros dos días.

El director pidió a la policía que pusiera en libertad a los detenidos.
Cuando volvieron a la fábrica, los despidieron sin indemnización. Casi todos
los trabajadores aportaron cinco yuanes cada uno para compensar a los dos
líderes que habían organizado la huelga. Estaba mal visto que alguien se
negara a entregar su parte. Se mantuvo en secreto la implicación en la
huelga de tres jefas de equipo y asistentes para que no las detuvieran. Más
tarde se fueron una tras otra, tal vez porque tenían miedo. Yo también me
fui para cuidar de mi mujer. Un director general con muchos años de
experiencia también dimitió voluntariamente a raíz de la huelga.

* Hao Ren ha trabajado para una ONG laboralista en el Delta del Río Perla
hasta 2010 y desde entonces ha estado trabajando en varias fábricas de toda
la costa china. Zhongjin Li es doctorando por el departamento de Económicas
de la Universidad de Massachusetts, Amherst. Eli Friedman es profesor
adjunto de derecho laboral internacional y comparativo de la Universidad de
Cornell.

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